Un personaje singular
Un libro para niños recrea una etapa de la vida del célebre violinista cubano Claudio José Domingo Brindis de Salas
Por Carlos Espinosa Domínguez, Misisipi. Tomado de Cubaencuentro.
Hace pocos días se cumplió el centenario de la muerte de Claudio José Domingo Brindis de Salas Garrido (La Habana, agosto 4 1852-Buenos Aires, junio 2 1911), el célebre violinista cubano. Aplaudido y reconocido en su tiempo como un excelente instrumentista, fue bautizado por un temido crítico alemán como “el rey de las octavas”. Y otro, de Francia, expresó que el violín había sido creado para él. Asimismo en La música en Cuba, Alejo Carpentier, a pesar de que confiesa que se hizo el propósito de no recargar su libro con las figuras de concertistas e intérpretes, reconoce que no puede hacer menos que consagrar “unas líneas a un personaje singular, que constituye un caso sin precedentes en la historia musical del Continente”. Lo califica de “virtuoso excepcional”, aunque admite que sus programas no revelan un gran rigor de criterio en cuanto al repertorio. Sobre ese punto, no obstante, apunta que no se le puede culpar demasiado por haber sido víctima de uno de los males de su época. Y afirma: “Los programas de más de un dios de aquellos días no eran mejores que los suyos. En fin de cuentas, no había usurpado su título de ‘Paganini cubano’”.
Esta significativa efeméride proporciona la oportunidad idónea para comentar un libro que, a pesar de que no es exactamente una novedad, lo amerita. Se trata de El rey de las octavas (Lectorum Publications Inc., Nueva York, 2007), escrito por Emma Romeu e ilustrado por Enrique S. Moreiro. Concebido para el público lector adolescente, propone un acercamiento a la figura del violinista cubano. No pretende ser una biografía, aunque abarca varios años de su vida. Al inicio, la autora dedica su obra “a todos los niños que defienden sus sueños”. Y en ese sentido, El rey de las octavas ilustra la firme voluntad de Brindis de Salas para sacar adelante su vocación musical.
En ese libro, el protagonismo corresponde, como es natural, al músico habanero. No era, sin embargo, la primera vez que el personaje aparecía en la obra narrativa de Emma Romeu. Entre los numerosos títulos de literatura para niños publicados hasta ahora por ella, está la exitosa serie de novelas de Aventuras de Gregorio, de la cual se han vendido ya 100 mil ejemplares y que está integrada por Gregorio y el mar (1996), Gregorio vuelve a México (1998), Gregorio y el pirata (1999), A Mississippi por el mar (1999) y Naufragio en las Filipinas (2000). En el primero de esos libros, un muchacho español amistoso y listo se embarca como grumete en un barco en las Islas Canarias y sale a recorrer los mares del mundo. La travesía lo lleva a La Habana y lo hace vivir diversas situaciones. Entre ellas, se halla la de tener que resolver el robo del violín Stradivarius perteneciente al violinista negro que viaja en el barco. Se trata de Brindis de Salas. La novela concluye con un desenlace feliz, que reúne a Gregorio y sus amigos con el Paganini negro. “Cuando todos se hubieron tranquilizado, el violinista invitó a los niños a una gran comida de arroz congrí, lechón asado y plátanos a puñetazos”. Luego, al despedirse, Brindis de Salas se acercó a Gregorio y le dejó como regalo las cuatro clavijas talladas de su Stradivarius.
El rey de las octavas se inicia cuando Brindis de Salas es un adolescente. Es el día de su primera clase, pero no como alumno sino como profesor. “Desde pequeño, apunta la autora, tocaba muy bien el violín. Su padre le había enseñado y ahora que tenía cumplidos los doce años ya había compuesto varias contradanzas. Una de las piezas musicales se la dedicó a una jovencita de pelo rizo y boca pulposa, igual que él, a quien conoció cuando atravesaba el mercado camino a los ensayos. Sin embargo, nunca pudo interpretar aquella música para que ella la escuchara, porque sus dueños se la llevaron a la casona colonial del ingenio azucarero como lavandera. La chica era una esclava”.
En la clase que va a empezar a dar, tendrá como alumna a una niña de bucles rubios, hija de un vizconde. La madre ha decidido que, como cuando empieza la zafra su esposo pasa más tiempo ocupándose del ingenio, ella podrá ocuparse de que, de lunes a viernes, la hija practique el violín. Pero el regreso anticipado del vizconde da al traste con sus planes: por voluntad de él, la niña tendrá otro profesor. Secretamente, ella le hace llegar una carta a Brindis de Salas, donde le cuenta: “Mi madre trató de convencer a mi padre para que permitiera tus clases, pero él siempre le respondió lo mismo: que una niña de mi color no puede tener un maestro del tuyo. ¡Qué rarezas de la gente mayor! Como si la música tuviera color”.
En pocas páginas, Emma Romeu cuenta cómo Brindis de Salas logró materializar su sueño de estudiar en el Conservatorio de París. El día que pasó el examen de admisión, entre el público se hallaba una jovencita rubia que iba acompañada por su prometido. Cuando él terminó de tocar, la muchacha le lanzó una flor y le gritó en español: ¡Viva Claudio! Era la vizcondesita, su antigua alumna, quien después de que su padre murió pasó a vivir en París con su madre. Su novio era bailarín y ahora ella estudia danza. “Claudio se despidió de ellos con verdaderas muestras de simpatía. Tal vez volverían a encontrarse algún día en los grandes escenarios”.
Es obvio que El rey de las octavas está animado por un propósito didáctico, dar a conocer al público lector al cual se dirige la figura de Brindis de Salas. Ese objetivo la autora lo cumple sin desembocar en el didactismo, ni incurrir en el error de convertir la literatura en una extensión del colegio. Asimismo es un acierto el haber limitado la narración a una etapa específica de la vida del violinista cubano. Eso además dio a Romeu la posibilidad de incorporar la ficción, a partir de una anécdota que si bien no es real, bien pudo haber ocurrido. El libro se lee así como un cuento, pues posee la necesaria dosis de amenidad para captar la atención de los adolescentes.