
Ilustración de Jorm Sangsorn (Tailandia).
Un regalo diferente
Por Cristina Rebull
El papá de mi mamá, mi abuelo, se fue para otro país cuando ella tenía cinco años y nadie sabía, exactamente, dónde estaba. Pasó el tiempo, mis padres se casaron y cuando yo nací llegó un regalo a la casa. Era un regalo de mi abuelo: una máquina de escribir.
Crecí mirando aquella máquina de teclas verdes y esperando el día en que me dejaran tocarla. En esa espera, llegó mi primer libro: Hansel y Gretel, aquella historia recogida por los hermanos Grimm que hablaba de la bruja malvada intentando engordar a Hansel, y que terminó en el horno a manos de Gretel. El libro era una maravilla de cuaderno ilustrado, lleno de colores brillantes y figuras a relieve que se erguían cuando uno pasaba las páginas de cartulina dura. Era toda una creación visual, y el cuento se convirtió en mi primera ventana a la lectura. Primero, cuando todavía no sabía leer, cada noche mis padres o mi abuela me releían la historia de los hermanos perdidos en el bosque.
Más tarde, cuando aprendí a leer, el libro se convirtió en una fiesta de la imaginación, pues yo misma pasaba las páginas y podía mover los personajes y hasta entrar y sacar del horno a la bruja mala. Después llegaron El patito feo, El soldadito de plomo, La princesa y el guisante… todos de Hans Christian Andersen. Crecí un poco, y mi papá me dejó en la mesita de noche Moby Dick, del escritor Herman Melville. Para entonces, ya conocía bien el mar y, cada vez que me paraba frente a él, la historia de la ballena me llenaba los ojos.
Por esta época, en mi cumpleaños número ocho, me permitieron sentarme a la máquina de escribir, colocar un papel y empezar a teclear. Escribí mi primera escena. Fue mi primera incursión como escritora: el teatro. Cuánto me gustaría tener esas páginas en mis manos. Recuerdo que había tres personajes: el bien, el mal y un tercero que era como una especie de intermediario que luchaba porque las partes llegaran a un acuerdo. Era mágica la máquina de escribir. Uno pensaba, tecleaba y aparecía en la página, antes en blanco, la palabra deseada.
En mi camino por la lectura pronto llegaron Julio Verne y Mark Twain. Quería escribir una historia como la del capitán Nemo, pero me alejé del mar y decidí enviar a los astronautas al planeta Marte. Aunque no lo crean, esas páginas sí las conservo. Algo parecido sucedió con Twain, me arrebató El príncipe y el mendigo y caminaba por la casa con el libro en las manos, sin poder dejarlo, y terminaba en la máquina de escribir deseando que se me ocurriera algo tan maravilloso. En esta ocasión no envié a nadie al cosmos, pero tuve que leerme el libro dos veces porque una no fue suficiente.
Muchas horas jugué a ser una escritora en aquel regalo de mi abuelo, inesperado y hasta un poco absurdo para una niña que acababa de nacer. Y crecí más. Esa máquina me acompañó hasta que me fui de mi país. Ahí escribí el manuscrito de mi primer libro, canciones, poemas, obras de teatro, guiones de radio y televisión, y todavía siento en la yema de los dedos la suavidad de las teclas impecablemente pulidas. Han pasado los años y me sigo preguntando cómo mi abuelo, a quien no conocí, decidió aquel regalo. Donde quiera que esté, se lo agradezco mucho.
Lo primero que hace un niño es jugar, y en su juego encuentra personajes y se los cree y se inventa mundos que solo existen en su imaginación. Si a esto le agregamos libros, imágenes, música… ese niño crecerá diferente porque aprenderá a ver el mundo de manera diferente. Si además tiene la suerte de que alguien lo invite a la escritura tendrá la posibilidad de decidir el viaje por ese camino mágico que es inventar historias para luego contarlas.
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Cristina Rebull. Actriz, cantante, dramaturga y escritora cubana radicada en Miami, de las novelas para niños como Por culpa de una S (Premio Norma 2015), El príncipe de las pulgas (Premio Fundación Cuatrogatos 2017) y Mamá y la vecina de arriba. Su producción dramatúrgica incluye obras para adultos como Frijoles colorados y Llévame a las Islas Griegas.
Feliz 2 de abril para todos los que escriben, ilustran, editan e invitan a leer libros a los niños y jóvenes
¡Hermoso mensaje! Es increíble cómo un regalo puede cambiar la vida de un ser humano. Qué testimonio tan enriquecedor, Cristina Rebull.