
Ilustración de Jorm Sangsorn (Tailandia).
Un regalo diferente
Por Cristina Rebull
El papá de mi mamá, mi abuelo, se fue para otro país cuando ella tenía cinco años y nadie sabía, exactamente, dónde estaba. Pasó el tiempo, mis padres se casaron y cuando yo nací llegó un regalo a la casa. Era un regalo de mi abuelo: una máquina de escribir.
Crecí mirando aquella máquina de teclas verdes y esperando el día en que me dejaran tocarla. En esa espera, llegó mi primer libro: Hansel y Gretel, aquella historia recogida por los hermanos Grimm que hablaba de la bruja malvada intentando engordar a Hansel, y que terminó en el horno a manos de Gretel. El libro era una maravilla de cuaderno ilustrado, lleno de colores brillantes y figuras a relieve que se erguían cuando uno pasaba las páginas de cartulina dura. Era toda una creación visual, y el cuento se convirtió en mi primera ventana a la lectura. Primero, cuando todavía no sabía leer, cada noche mis padres o mi abuela me releían la historia de los hermanos perdidos en el bosque.