Sobre “Cuentos de todas las noches”, de Emilio Bacardí Moreau

Había una vez seis cuentos…

La labor del autor cubano Emilio Bacardí Moreau como narrador para niños sigue siendo, hasta hoy, una faceta de su obra opacada y mantenida en las sombras.

Por Carlos Espinosa Domínguez
tomado de www.cubaencuentro.com

Probablemente nuestros niños ya hará tiempo que habrán dejado de serlo,cuando yo, si Dios quiere, haya llegado a ser lo suficientemente sabio como autor, para escribir un libro infantil: un libro adecuado tanto para adultos como para niños. Esto no solo es ser exigente, sino que es la meta más alta a la que puede aspirar un autor que tenga como yo la debilidad de proteger a los adultos.
Heinrich Böll

Amalia E. Bacardí Cape, la menor de las hijas del escritor santiaguero Emilio Bacardí Moreau (1844-1922), ha recordado que durante su primera infancia, nunca se fue a la cama sin que antes su padre le narrara un cuento. “Cuántos imaginó, no lo sé. Pero por cientos han de haberse contado”, comentó. Tras la muerte del autor de Doña Guiomar, entre sus papeles apareció un cuaderno que decía Cuentos de Amalia, y que contenía seis de aquellas narraciones. La hija confiesa que no sabe por qué su padre escogió esos textos y no otros, aunque se inclina a pensar que fueron los primeros que escribió para un probable libro dedicado a los niños. Posiblemente fue así y el proyecto quedó sin ser concluido, quién sabe por qué razones.

Amalia entregó aquel manuscrito a la Sociedad Lyceum, que entonces dirigía Georgina Shelton. En diciembre de 1950, con motivo de las fiestas navideñas, la prestigiosa institución femenina lo publicó, con el título de Cuentos de todas las noches. Los primeros ejemplares los recibieron los niños de la Biblioteca Juvenil que desde hacía varios años funcionaba en el Lyceum. La edición llevaba una portada de Marta Arjona e incluía unas sencillas y simpáticas ilustraciones de María Luisa Ríos. Asimismo Amalia redactó un breve texto para presentar las narraciones, en el cual expresa: “Como el cuento infantil y nacionalista no abunda entre nosotros he pensado que estos cuentos míos, estos Cuentos de todas las noches, de Emilio Bacardí Moreau, podrían ser útiles a los niños de Cuba. Por eso, salen hoy a la luz”.

No creo que sean muchos los que conozcan ese libro. Aparte de esa primera edición, existe otra que apareció en España (Editorial Playor, Madrid, 1972), como parte de las obras completas del escritor preparadas por Amalia. En Cuba, la Editorial Oriente lo reeditó en 1993 (al parecer, antes se había publicado en Santiago de Cuba en 1985, pero las referencias que he hallado son poco precisas). Cuentos de todas las noches tampoco ha merecido la atención de la crítica bienpensante y sesuda, que se mantiene incólume en su convencimiento y su buena conciencia de ignorar la literatura dirigida al público infantil. Hay, no obstante, una excepción doblemente valiosa que quiero destacar. En marzo de 1949, Mirta Aguirre publicó en Bohemia un artículo titulado “Una faceta desconocida de Don Emilio Bacardí”, que además de ser un inteligente análisis del libro, posee el mérito adicional de haber visto la luz cuando el libro aún estaba inédito. En diciembre de 1950, desde las páginas de esa misma revista Aguirre volvió sobre el mismo, esta vez a propósito de su presentación en el Lyceum. Son dos textos críticos que aportan una justa y equilibrada valoración del libro y sesenta años después siguen siendo una referencia imprescindible.

Tan pronto como uno comienza a leer el libro de Bacardí Moreau, lo primero que sorprende es la cubanía del escenario y los personajes: “Allá por las llanuras donde se asientan los Mangos de Baraguá —célebres en la Historia de Cuba porque en este lugar el General Antonio Maceo levantó su protesta contra el Pacto del Zanjón que puso término a la Guerra de los Diez Años, diciendo enérgicamente: ‘¡no!’”— el guajiro Liborio había construido su bohío de guano y yaguas. Allí con su burén de fabricar casabe, su pilón para pilar café tostado, sus taburetes de cuero sin curtir, una olla para el ajiaco, una buena mujercita, su caballito criollo y dos perros flacos, Liborio vivía feliz e independiente”. Como señaló Mirta Aguirre, ¿cuándo se había oído en nuestra prosa para la infancia algo similar? En esos cuentos Cuba es una presencia casi física que se saborea y se palpa: es la presencia que Cenicienta nunca sospechó.

Los seis cuentos recogidos en el libro se apartan de la concepción de la literatura para niños que hasta entonces predominaba. No hay en ellos hadas, princesas, duendes, dragones ni brujas, y los modelos que Bacardí Moreau siguió no son evidentemente Perrault, Andersen o los hermanos Grimm. Su autor, como señala Mirta Aguirre, mira más hacia la vieja tradición hispánica de origen orientalista, de la cual el Infante Don Juan Manuel extrajo su Libro de los Ejemplos del Conde Lucanor y de Patronio. Se nutre asimismo de las fábulas, lo cual se pone de manifiesto en el hecho de casi todos los personajes son animales. Pero también en ese aspecto el creador de Cuentos de todas las noches trató de buscar un camino propio. Su bestiario es criollo e incluye majaes malvados y astutos; gatas vanidosas que miran a sus semejantes por encima del lomo; guayabitos y ratones que cuando hablan utilizan citas en inglés, francés e italiano, por haber engullido libros en esos idiomas; caballos decentísimos que, como quien dice, tuvieron sus quince; jutías enamoradas de las hojas del caimito, que cambian de color con el viento.

Un humor poco frecuente en su obra anterior

Bacardí Moreau evitó dar cabida a paisajes y caracteres foráneos y prefirió buscarlos, por el contrario, en la realidad inmediata y en la campiña oriental. Cubanísimo es, por la historia y por el estilo con que está narrado, “Liborio, la jutía y el majá”, un cuento perteneciente a la tradición oral que él reelaboró y transformó en un texto delicioso que es una verdadera joyita. Quienes hayan leído Vía Crucis y Doña Guiomar, se asombrarán al descubrir a un escritor que esas novelas difícilmente permitían vislumbrar. Su prosa adquiere una flexibilidad, una capacidad de síntesis, un afinamiento literario y una fantasía poética que hasta entonces no había alcanzado. Asimismo hay una corriente de humor que rara vez había asomado en el resto de su producción literaria. He aquí un fragmento:

“Oírlo el majá, parar a Liborio y dirigir la palabra a la jutía fue todo uno: -Óigame, señora jutía, ¿por qué está usted tan encaramada?

“-Porque las hojas del caimito, según usted sabrá, varían de color con la dirección del viento. Y a mí, señor majá, eso me encanta.

“-¡Caramba —dijo el majá—, qué poética me ha salido usted, señora jutía!

“-Es de familia, señor majá: mi padre hacía unos versitos preciosos. Pero, dígame: ¿me hará su merced el favor de explicarme por qué ha dejado su arrastrada vida —dicho sea sin ofender, sólo porque usted no tiene pies— para andar montado a caballito, como un chiquillo, sobre el buen Liborio?”.

Cada vez que releo este admirable cuento (y confieso sin rubor que lo he hecho varias veces), digo para mí algo que mi admirado Borges comentó respecto a otra obra: toda improbable futura antología de la narrativa cubana para niños que no incluya “Liborio, la jutía y el majá” me parecerá, bien lo sé, un libro inexplicable y algo monstruoso.

El autor de Cuentos de todas las noches, ya lo hice notar, no acude a los elementos fantásticos y los personajes más habituales en la literatura para niños. Sitúa sus narraciones en un ámbito más real. Sus protagonistas se mueven en un mundo cotidiano y tienen que resolver pequeños conflictos. En “El manantial”, un señor que resulta ser el invierno se encarga de castigar a un manantial que se dedicaba a hacer maldades y burlarse de todo el mundo. En “Rafaelilla y Saturnina”, una gata aristocratizante y vanidosa, que cree que vale más que sus congéneres, aprende que la igualdad existe entre todos los animales de la tierra: “entre los grandes como entre los chicos; entre los que se arrastran como entre los que andan en dos patas; entre los que vuelan como entre los que nadan; entre los que son tortugas como entre los que son elefantes”. En “Picotazo, picotazo…”, un gato que planea subirse a un árbol y merendarse los huevos de un nido, recibe su escarmiento gracias a la valentía de una pareja de diminutos pajaritos. Y en “El plátano guineo”, un ratón viejo sacrifica su vida para salvar a sus conciudadanos. Les deja como lección además una sentencia que los padres dejaron escrita a sus hijos en cascaritas de nueces: No es oro todo lo que reluce.

Esta renuncia consciente a los ingredientes fantásticos no significa, sin embargo, que Bacardí Moreau cierre las puertas a la imaginación, que es, por cierto, algo bien distinto. En su libro los detalles de fantasía que aparecen son los que pueden andar implícitos en la propia naturaleza. En sus cuentos sin magia, como afirma Mirta Aguirre, los animales hablan sólo porque los pueblos y los niños hacen milagros sin interferencias sobrenaturales. El escritor santiaguero se decanta además por una fantasía poética e impregnada de una ternura que nunca llega a ser almibarada. Así, cuando describe a los hijitos de la gata Saturnina apunta que uno “blanquito como una taza de leche —sin café, claro—; y el último monísimo, una rareza, porque siendo blanco tenía el hociquillo de ébano y las cuatro paticas como metidas en botines blancos. Los seis eran juguetones y unos golosos de marca mayor”.

Bacardí Moreau concibió esos cuentos para su hija Amelia, con la finalidad de entretenerla y, también, de inculcar en ella valores y conceptos fundamentales. Ambos objetivos, el recreativo y el didáctico, se logran cumplidamente gracias a que están realizados de manera idónea. En el caso del primero, eso se consigue sin concesiones a la tontería, la banalidad y el mal gusto. Y en cuanto al fin educativo, Bacardí Moreau no cae en el frecuente error de que en cada página de su libro se levante un dedo moralizador o de aleccionar a los niños para que se muestren tranquilos y obedientes. Como ocurre con la buena literatura para el público infantil, Cuentos de todas las noches proporciona una lectura agradable, que no insulta la inteligencia de los destinatarios, al trasladarlos a un ámbito infantilizado en exceso.

Entre bromas y veras, Bacardí Moreau aprovecha para insertar con prudencia y tino breves comentarios acerca de conductas que su hija debía aprender a evitar desde pequeña. En “Liborio, la jutía y el majá”, al referirse a este último expresa: “Este majá —bueno es aclararlo— era muy ladino y podía engañar a cualquier bicho viviente, porque había vivido cerca de la casa de un abogado muy astuto de quien había aprendido a hacer que la gente viera lo blanco negro y viceversa, siempre que anduvieran por medio buenos honorarios”. Y en “Rafaelilla y Saturnina” comenta que lo platicado por que unas mininas quedó entre ellas, “porque las gatas, al revés de muchas mujeres, saben hablar poco y guardar un secreto como no siempre consiguen guardarlo los hombres que presumen de ser más discretos”.

Como se puede advertir en los fragmentos que hasta aquí he citado, en Cuentos de todas las noches hay una presencia constante del humor. Se trata, vale recordarlo, de un recurso de una probada eficacia entre los lectores infantiles, y Bacardí Moreau sabe emplearlo con muy buen criterio. Véase este texto en el cual usa lo que Aguirre llama su sonreída gracia, para insertar unas breves pinceladas de historia y geografía: “Llegó el día en que sólo quedaron en el establecimiento tres: dos gatas ya de mediana edad que hacían en todo y por todo su real gana y un gatazo muy orondo, haragán, haraganísimo, totalmente negro y gran egoísta, que se pasaba el día durmiendo y respondía al nombre de Marco Aurelio, sin que nadie supiera por qué un gato más bien de ruines sentimientos y nacido en Cuba, la mayor de las Islas Antillas, llevaba el nombre del sabio emperador romano, estando Roma tan lejos —capital del país que hoy es Italia— y habiendo muerto Marco Aurelio hace tantísimos años”.

Cuentos de todas las noches viene, pues, a completar y enriquecer la figura literaria y humana de Bacardí Moreau. Es además una obra en la que dio lo mejor de sí y en la cual su prosa alcanzó su mayor pulcritud estilística. Pudo conseguirlo precisamente porque, como comenta Heinrich Böll, acometió ese proyecto cuando su hija era ya una persona adulta y él, un hombre ya en su vejez, pero muy maduro por dentro. Son además textos que corresponden a un hombre que tenía ideas muy claras respecto a cómo proteger y educar a los niños. Me parece oportuno recordar que acontecimientos políticos que entonces se produjeron en la Isla, impidieron que Bacardí Moreau presentara en la Alta Cámara un proyecto redactado por él sobre el funcionamiento de los asilos infantiles, que iban a beneficiar a los más pobres. Todo eso explica que con su libro pudiera señalar con firmeza el camino que debía seguir nuestra literatura para niños, para poder crear una expresión propia.

Si en 1949 Mirta Aguirre escribió que el libro representaba una faceta desconocida de Emilio Bacardí Moreau, hay que decir que, lamentablemente, sesenta años después de su primera edición esa faceta sigue estando opacada y mantenida en las sombras. Esos seis cuentos son verdaderas perlas que es necesario arrebatar de las manos del olvido y poner al alcance del público lector para el cual fueron escritos.