Ilustración de Eduardo Muñoz Bachs para “Cuentos de animales”, de Herminio Almendros (La Habana: Gente Nueva, 1973).
Siempre he defendido la idea de que la literatura infantil no debería tener apellido y ser solo y sencillamente literatura. Pero es una idea errática. Los libros para niños son libros para niños y punto. Son libros fundacionales destinados a los niños, bien escritos y creados para ellos, que cualquier adulto podría disfrutar, por supuesto. Porque en esa alegría y en ese disfrute, aunque se trate de un libro triste, un libro que explicaría con palabras necesarias que también existe la tristeza, está la clave de la literatura infantil.
Pensando en eso y deleitándome en esos recuerdos primarios que me convirtieron en la persona adulta que más o menos soy, llegué a una conclusión muy simple: sin los libros para niños que leí en mi infancia, aprendiéndomelos de memoria sin apenas saber leer, yo no hubiera sido quien soy. No sé si hubiera sido mejor o peor, pero esta que está aquí, escribiendo con delirio frente a ustedes, viendo pasmada cómo crece un niño, comprendiéndolo todo por primera vez, solo hubiera sido quien es gracias a esos libros.
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