Emilio de Armas: “Conspirar a favor de la vida”

Por Sergio Andricaín
Tomado del Nuevo Herald

El sábado 6 de abril a las 8.30 p.m., como parte del programa Palabra Viva Weekend, organizado por la Fundación Cuatrogatos con la colaboración de Artefactus Cultural Center y el apoyo Florida Arts & Culture, tendrá lugar una lectura de poemas del escritor Emilio de Armas.

Este recital tiene por título un verso del autor cubanoamericano: Mientras se rompen las palabras, y permitirá al público hacer un recorrido por la extensa bibliografía de Emilio de Armas, que incluye, entre otros, los poemarios La frente bajo el sol, Blanco sobre blanco, Sobre la brevedad de la ceniza, Tiempo de silencio, De pie sobre la tierra, Cenizas de la luz, Escrito como jugando y Asido de la mano que me lleva.

Los versos de Emilio de Armas tienen la calidez del susurro, pueden ser leídos como un largo soliloquio o como una conversación íntima que mantiene con el lector sobre el arte de escribir poesía, el amor, la vida y la muerte, Dios y otros temas.

A propósito de la lectura que hará De Armas, lo entrevistamos para el Nuevo Herald.

¿En qué momento empezaste a escribir poesía? ¿Qué te impulsó a hacerlo?

Recuerdo exactamente esto: Yo estaba pasando las hojas de un libro de lecturas escolares. Me llamó la atención un breve párrafo de renglones cortos, y lo leí. Hablaba del reflejo de la Luna en los charcos. Los cuatro renglones terminaban, dos a dos, en palabras que sonaban igual. Los repetí varias veces. Allí leí que aquello era un poema de… No recuerdo el nombre del autor. Sentí que escribir poemas era lo más deseable que podía existir sobre la tierra.

¿Cómo definirías tu relación con las palabras?

Como una relación de amor. Es decir, una relación dramática, llena de exigencias y expectativas —cumplidas o no cumplidas—, de culminaciones y desastres, de entregas y rechazos, y sobre todo de reencuentros, y estos reencuentros valen por toda la vida.

¿Cuál fue la recomendación más importante que te hicieron cuando eras un joven poeta, y quién te la dio?

Nola, mi madre, que era canaria y hablaba un finísimo español, nos leía sus versos a mi padre y a mí, y yo “me atreví” a mostrarle a ella algunos de los míos. Y entonces me dijo: “Los poemas se escriben en versos bien medidos”… “Pero éstos son del mismo largo…”, protesté. “No”, me respondió, “la medida la dan las sílabas, la cantidad de sílabas, y esas sílabas se cuentan por el oído… Tienes que tener oído”. De golpe, el deseo de escribir poesía me pareció inalcanzable. Entonces, unos días después, fuimos a la librería del pueblo (el pueblo camagüeyano de Florida) y regresamos con un ejemplar de la Preceptiva de Gayol… La “noble preceptiva”, la recordé en un poema de mi libro Blanco sobre blanco.

Pero fue mi padre, Emilio de Armas, quien de veras me dio la gran lección poética de toda mi vida. Era cubano de origen vizcaíno, pero había nacido en la República Dominicana como consecuencia de un exilio de mis abuelos durante la Guerra del 95. Se habían quedado en Santiago de los Caballeros, y allí nació mi padre. Pero después de regresar todos a Cuba cuando por fin se estableció la República, en 1902, mi abuela paterna falleció prematuramente, y mi abuelo tomó la decisión de enviar a sus dos varones (José, el mayor, y Emilio) a un colegio de alumnos internos en “el Norte” —como se denominaba entonces en Cuba a los Estados Unidos. El colegio estaba en Carolina del Norte, y de allí volvieron, varios años después, hablando el inglés del Sur, que seguirían usando siempre entre ellos cuando querían que nadie más supiera lo que estaban diciendo.

Cuando yo nací, en 1946, mi padre era un modesto latifundista, propietario de fincas, cañaverales y cabezas de ganado, y deseaba —como me lo hizo saber y era de esperar— que yo heredara sus negocios y, sobre todo, que me identificara con su amor a la posesión productiva de tierras. Y todo esto parece conformar el típico cuadro de que el hijo del hombre de negocios “tiró para el otro lado” y salió pintor, pianista, poeta… Todo lo contrario. Pero cuando se enteró de que yo, además de montar a caballo sostenido por mi madre antes de cumplir un año, “escribía poesías”, me apoyó totalmente con todos los libros que yo pedía, y —sobre todo— creándome en la casa un ambiente propicio e la lectura y la escritura. Y como también “me dio” por la música de Chopin, adquirió un tocadiscos de la mejor calidad, y empezó a comprar grabaciones sinfónicas. Esto me dio la confianza suficiente para mostrarle uno de mis poemas, en el que hablaba de unas “islas misteriosas”. Al terminar de leerlo, me preguntó: “¿Por qué dices que las islas son misteriosas? ¿No sería mejor hacer que el lector las sienta misteriosas, sin decírselo?”. Creo que una lección más importante sobre la esencia de la poesía, no puede recibirse de nadie.

¿Con cuáles poetas de tu generación te sientes más identificado, y por qué?

Han sido los historiadores de la literatura, y los críticos, quienes han establecido y perfilado el concepto de generación, sobre todo en el caso de las generaciones poéticas. Y los poetas jóvenes suelen afanarse mucho por definirse “generacionalmente”. Para algunos poetas cubanos de mi generación cronológica, era como la necesidad de sentirse “lobos” dentro de una “jauría”. Cuando aparecía un “lobo estepario” —o las huellas de un “lobo estepario”— aullaban a coro. En Cuba, sólo me siento identificado con tres poetas de mi edad, a quienes conocí en la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana. Ellos fueron y han seguido siendo mis tres mejores amigos, un verdadero “lujo” que la vida nos otorgó a los cuatro: Raúl Hernández Novás, Aramís Quintero y Ramón Cabrera Salort, los poetas de La Colina (por la colina universitaria), que hubiera sido el título de la antología que compilé a finales de los años 60, y que, de haber existido en Cuba la libertad de publicar, ofrecería hoy una imagen plural y mucho más rica y completa de la poesía de aquellos años. Raúl y Aramís han sido ampliamente reconocidos. Ramón —hasta donde sé— ha publicado sólo un cuaderno de poemas, pero un luminoso cuaderno, editado fuera de su país. Los tres eran visitantes asiduos de mi casa, frente al Parque Aguirre (el que en mis poemas llamo el Parque de los Cinco Jagüeyes). Y para los tres, mi madre desplegaba su acogedora alegría.

¿Cuál es el poeta que más influyó en tu formación, y por qué?

Juan Ramón Jiménez, sin duda alguna. Cuando encontré y leí su Segunda Antología Poética, en el Instituto de Camagüey, me entregué a una verdadera y dichosa borrachera lírica. Eso sí que era escribir poesía: Una sola palabra con los cuatro elementos sagrados de la Creación y del idioma: la tierra y el aire, el agua y el fuego. Detrás de Juan Ramón me adentré en Antonio Machado. Ellos dos, como Martí y Darío en Hispanoamérica, son los dos polos imprescindibles de la poesía de nuestra lengua. Renunciar a uno por el otro, es someterse a una automutilación.

Pero es a Eliseo Diego a quien he dado y doy gracias por la lección de El oscuro esplendor, libro que se publicó y leí estando yo en la Universidad de Las Villas, en Santa Clara. La publicación de aquel libro único era un muestrario de cómo se puede estructurar un poema, a palabra y silencio limpios, para lograr y sostener el milagro de la poesía.

Estoy igualmente en deuda con otros poetas cubanos, a quienes considero mi familia legítima: desde Heredia, Zenea, Casal, Luisa Pérez de Zambrana y Martí, en el siglo XIX, hasta los que he mencionado en el siglo XX. Y debo añadir el nombre de Rubén Martínez Villena, cuya poesía he antologado por darme el gusto de releerla.

¿Qué tipo de poeta eres, si es que existen los tipos de poetas? ¿De quién estarías más cerca y de quién te gustaría estar más lejos?

Pertenezco a la categoría de los poetas “no nacidos” en tierra “bendecida por un nombre”, según escribí una vez. Si alguien buscara a Emilio de Armas en EcuRed (la enciclopedia oficial cubana en línea), encontraría al empresario Emilio de Armas, muy ligado a la historia del béisbol profesional en Cuba. Pero un poeta con ese nombre, allí no aparece. Me complace estar cerca de los poetas “no nacidos”, y lejos de quienes se arrogan la facultad de decidir quiénes nacen y vive, y quiénes no.

¿Cómo y por qué puede nacer un poema de Emilio de Armas?

De cualquier manera y por cualquier razón. Todo poema es único, y después de escrito, podría ser el último.

¿Consideras que existen algunas constantes en tu poesía? En caso de que sí, a tu juicio, ¿cuáles son?

La fabulación, es decir, la vocación de escribir desde distintas voces que son la misma voz. Desde mi primer cuaderno, El joven rey, he sido muchos poetas posibles. He escrito poesía “arábigo-andaluza”, “sefardí”, “medieval”, “cosmogónica”, asumiendo los nombres de poetas imaginarios que he reunido en el volumen Cuadernos del otro. Todo esto, dentro de los temas clásicos de la poesía: el amor, la soledad, la amistad, la muerte, la naturaleza, el Universo, Dios…

¿Qué encontrará el público que asista a tu lectura del 6 de abril?

Un espacio para el diálogo, y poemas, recuerdos y más poemas del tiempo vivido en soledad y comunión con todo lo que nos rodea.

¿A qué crees que se deba que todavía en este agitado siglo XXI la gente se reúna para compartir una lectura de poemas un sábado por la noche?

A la indecible fruición de conspirar en favor de la vida. El futuro de la poesía —como ha sido su pasado y es su presente— es el mismo que el de la humanidad: un futuro siempre amenazado.

Mientras se rompen las palabras
Recital de poesía de Emilio de Armas
Sábado 6 de abril de 2024, 8:30 p.m.
Lugar: Centro Cultural Artefactus, 12302 SW 133rd Ct, Miami
Entrada gratuita

 

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