Por Janina Pérez de la Iglesia
En ocasiones, recordar la escuela es recordar la silla que ocupábamos en el salón de clases, y al amigo de nuestra derecha que nos pasaba papelitos con la caricatura del maestro, o el comentario sobre la niña recién llegada. Por increíble que pueda resultarnos, la educación de aquellos tiempos era más fluida, menos encorsetada que la educación actual, aunque las sillas donde nos sentábamos resultaran más duras, menos confortables que las sillas actuales.
La educación de hoy es una educación mecánica.
Los profesores responden a esquemas predeterminados, rígidos, donde apenas queda espacio para incentivar el libre pensamiento de los estudiantes: todo está dicho, escrito, analizado hasta el cansancio. Es como dejar caer la comida masticada en la boca de los pichones, y apenas nos damos cuenta del mal que les hacemos a estas generaciones, que serán, sin dudas, las de años más tarde. Cuesta salirse de estos conceptos, y cuando un profesor lo intenta, recibe en ocasiones la llamada de atención de sus superiores o la crítica injusta de los padres que no entienden que sus hijos deban ser educados de modo desacostumbrado.
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