Por Janina Pérez de la Iglesia
En ocasiones, recordar la escuela es recordar la silla que ocupábamos en el salón de clases, y al amigo de nuestra derecha que nos pasaba papelitos con la caricatura del maestro, o el comentario sobre la niña recién llegada. Por increíble que pueda resultarnos, la educación de aquellos tiempos era más fluida, menos encorsetada que la educación actual, aunque las sillas donde nos sentábamos resultaran más duras, menos confortables que las sillas actuales.
La educación de hoy es una educación mecánica.
Los profesores responden a esquemas predeterminados, rígidos, donde apenas queda espacio para incentivar el libre pensamiento de los estudiantes: todo está dicho, escrito, analizado hasta el cansancio. Es como dejar caer la comida masticada en la boca de los pichones, y apenas nos damos cuenta del mal que les hacemos a estas generaciones, que serán, sin dudas, las de años más tarde. Cuesta salirse de estos conceptos, y cuando un profesor lo intenta, recibe en ocasiones la llamada de atención de sus superiores o la crítica injusta de los padres que no entienden que sus hijos deban ser educados de modo desacostumbrado.
Lo asombroso de esto, es que los tiempos actuales no corren a la par: no vivimos tiempos mecánicos.
La creatividad se impone como modelo de trabajo. Las empresas cada vez se fijan menos en los curriculums, y más en los resutados. El dinamismo se impone. Ya no caminamos hacia una meta única, los logros personales cuentan y muchos jóvenes se resisten a la jornada del ocho a cuatro, donde se sienten encajonados y maniatados. Prefieren ser ellos mismos: distintos, originales.
Una sociedad capaz de crear, es una sociedad que avanza. Pero debemos plantar la semilla en edades tempranas, educando en el ingenio, en la búsqueda, en la curiosidad, incentivar en cada estudiante el deseo de aprender por el placer de hacerlo, y no repetir como loros las lecciones, para obtener el aprobado.
Eduquemos en la originalidad, potenciando ese deseo innnato de buscar que cada niño lleva dentro.
No nos conformemos con sentar a nuestros estudiantes en la silla mecánica.
Janina Pérez de la Iglesia. Escritora y médica nacida en Guantánamo, Cuba, en 1969. Entre sus libros de narrativa para niños y jóvenes están El disfraz, Gatos en el tejado, Oro salvaje y 15 tontos para Melissa, publicados con Editorial Norma, y Los delfines están llorando y Hormiga con corbata, con Santillana. Ha residido en República Dominicana y Colombia, y actualmente radica en Estados Unidos.
Muy bueno! Concuérdo con la autora drsde mi e periencia docente.
Me gustó mucho el comentario y estoy de acuerdo. No solamente las clases se imparten de manera mecánica, sino el uso de computadoras para todo va eliminando la necesidad de aprender nada. Y no digamos los telefonitos en las manos constantemente: a la hora de comer y a cualquier otra hora, los niños no están viendo lo que les pasa en derredor, están totalmente en su propio mundo artificial. Me parece que vamos muy mal.