La pintora María Sánchez y el kamishibai de la Fundación Cuatrogatos. Foto cortesía de Alexis Lago.
Si es cierto que el kamishibai nació en el siglo XII, en los templos budistas de Japón, los monjes de aquel remoto tiempo deben haberse divertido horrores dibujando y escribiendo los pergaminos (llamados emaki) que usaban como complemento visual para narrar fábulas morales a un público humilde y analfabeto.
Kamishibai significa en japonés teatro de papel o espectáculo de cuentos dibujados. Es una técnica de narración oral en la que el cuentista o gaito kamishibaiya se apoya en un escenario de madera en el que van apareciendo diferentes láminas a medida que avanza el relato.
El kamishibai tuvo un renacimiento a partir de los años 1920, como una forma de paliar la crisis económica que asoló a Japón en esa época. Se ha estimado que a principios de la década de 1930 en las calles de Tokio había alrededor de dos mil kamishibai callejeros en acción. Muchos desempleados se trasladaban de barrio en barrio con su kamishibai a cuestas (o en una bicicleta) con la esperanza de ganarse unas monedas narrando cuentos.
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