Si es cierto que el kamishibai nació en el siglo XII, en los templos budistas de Japón, los monjes de aquel remoto tiempo deben haberse divertido horrores dibujando y escribiendo los pergaminos (llamados emaki) que usaban como complemento visual para narrar fábulas morales a un público humilde y analfabeto.
Kamishibai significa en japonés teatro de papel o espectáculo de cuentos dibujados. Es una técnica de narración oral en la que el cuentista o gaito kamishibaiya se apoya en un escenario de madera en el que van apareciendo diferentes láminas a medida que avanza el relato.
El kamishibai tuvo un renacimiento a partir de los años 1920, como una forma de paliar la crisis económica que asoló a Japón en esa época. Se ha estimado que a principios de la década de 1930 en las calles de Tokio había alrededor de dos mil kamishibai callejeros en acción. Muchos desempleados se trasladaban de barrio en barrio con su kamishibai a cuestas (o en una bicicleta) con la esperanza de ganarse unas monedas narrando cuentos.
Al llegar a un emplazamiento, los gaito kamishibaiya golpeaban sonoramente dos pedazos de madera unidos por una cuerda (hyoshigi) para convocar a chicos y adultos. A menudo se trataba de historias con continuidad, y la audiencia quedaba a la espera del retorno del narrador para conocer qué le sucedía al héroe en el próximo episodio. Sin embargo, con el decursar del tiempo la narración se fue convirtiendo en un simple pretexto para atraer a las personas y venderles dulces, y se vulgarizó, descuidando su esencia artística y educativa.
La irrupción de la televisión en los años 1950 y, posteriormente, de los juegos de video, asestó un duro golpe a esta antigua tradición. Pero, rescatado por artistas y educadores, el kamishibai ha renacido con fuerza en las últimas décadas y su sencillo encanto ha conquistado a Occidente.
La Fundación Cuatrogatos también cuenta con su teatrillo (butai) de madera para leer y narrar cuentos utilizando esta técnica de más que probada efectividad comunicativa. Ahora bien, nuestro kamishibai tiene algo que lo hace único y especialmente valioso: sus tres puertas han sido pintadas por la artista plástica María Sánchez, quien, con su magistral uso del color y su imaginería característica, lo ha convertido en una obra de arte ambulante. Duendes, sirenas, ciervos, pájaros, flores… Un maravilloso pórtico que invita al auditorio a disfrutar de cuentos de distintas épocas y culturas.
Las posibilidades que aporta el kamishibai a las sesiones de lectura o narración oral para niños son insospechadas. La combinación de la imagen gráfica y de la voz crea un entorno mágico que propicia la concentración del auditorio y actúa como un detonante para la imaginación. Las nuevas tecnologías también han sucumbido a su encanto y se han diseñado programas que permiten diseñar versiones del kamishibai en las que el tradicional retablo es sustituido por las pantallas de la computadoras o de los televisores.
Dentro de unos días, el kamishibai de Cuatrogatos –intervenido magistralmente por los pinceles y la fantasía de María Sánchez– comenzará a hacer las delicias de distintos grupos de niños de Miami. Nada como la experiencia milenaria de reír, asustarse o conmoverse junto a otros niños, mientras un lector o un narrador hacen aparecer ante sus ojos una nueva lámina-universo…
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Me gustómucho ,eer este comentario, ya que he trabajo esta tecnica narrativa acompañando a Angela Camacho…¡bien!
Muy bella la decoración de María Sánchez. Ahora el kamishibai de Cuatrogatos es en sí mismo una obra de arte.
Yo tambien me enamoré del kamishibai, gracias a Pepe Cabana Koyachi, que en Lima agregò al tradicional kamishibai japones los bellos colores de la artesania andina, decorandolo a la manera de un retablo ayacuchano. Como autora y cuentacuentos, coincido con que, en el kamishibai , ‘la combinación de la imagen gráfica y de la voz crea un entorno mágico que propicia la concentración del auditorio y actúa como un detonante para la imaginación’. En su pequeñez, este diminuto teatro desata un inmenso inesperado atractivo.