Duendecito Tomás, canciones para niños desde Colombia

 Acaba de editarse en Medellín, Colombia, el cedé de canciones infantiles Duendecito Tomás, del compositor Juan Felipe Restrepo. Se trata de once canciones interpretadas por Luis Fernanda Cardona y acompañadas a la guitarra por Restrepo. “Estas son las canciones de Tomás, las que sus papás le hemos cantado en sus primeros años para acompañar sus juegos y arrullar sus sueños, canciones que le cantan a la ternura, a la esperanza (a pesar de todo), a los sueños (unos que se alcanzan, otros que se escapan) y a las preguntas que solo la vida puede contestar, canciones que ahora queremos compartir con otros duendecitos y con otras familias”, dice la nota que acompaña al álbum.

Incluye los temas “Ya escucho los pájaros cantar”, “Un duende está durmiendo”, “Cachito de luna”, “Currucutú”, “Duerme, niño duerme”, “Puesta de sol”, “La luna está en el cielo”, “Buenos días, día” y “Despierta, rayito de sol”, con letra y música de Juan Felipe Restrepo. También, dos poemas del autor Antonio Orlando Rodríguez –”Unos y otros” y “Cantar de caminantes”, del libro El rock de la momia y otros versos diversos– musicalizados por el compositor colombiano.

Un excelente disco, que les recomendamos por su calidad musical y poética, su sencillez y su buen gusto. Para obtener mayor información, escribir a juanfelipemesa@gmail.com.

Comentario sobre El rey de las octavas, de Emma Romeu

Un personaje singular

Un libro para niños recrea una etapa de la vida del célebre violinista cubano Claudio José Domingo Brindis de Salas

Por Carlos Espinosa Domínguez, Misisipi. Tomado de Cubaencuentro.

Hace pocos días se cumplió el centenario de la muerte de Claudio José Domingo Brindis de Salas Garrido (La Habana, agosto 4 1852-Buenos Aires, junio 2 1911), el célebre violinista cubano. Aplaudido y reconocido en su tiempo como un excelente instrumentista, fue bautizado por un temido crítico alemán como “el rey de las octavas”. Y otro, de Francia, expresó que el violín había sido creado para él. Asimismo en La música en Cuba, Alejo Carpentier, a pesar de que confiesa que se hizo el propósito de no recargar su libro con las figuras de concertistas e intérpretes, reconoce que no puede hacer menos que consagrar “unas líneas a un personaje singular, que constituye un caso sin precedentes en la historia musical del Continente”. Lo califica de “virtuoso excepcional”, aunque admite que sus programas no revelan un gran rigor de criterio en cuanto al repertorio. Sobre ese punto, no obstante, apunta que no se le puede culpar demasiado por haber sido víctima de uno de los males de su época. Y afirma: “Los programas de más de un dios de aquellos días no eran mejores que los suyos. En fin de cuentas, no había usurpado su título de ‘Paganini cubano’”.

Esta significativa efeméride proporciona la oportunidad idónea para comentar un libro que, a pesar de que no es exactamente una novedad, lo amerita. Se trata de El rey de las octavas (Lectorum Publications Inc., Nueva York, 2007), escrito por Emma Romeu e ilustrado por Enrique S. Moreiro. Concebido para el público lector adolescente, propone un acercamiento a la figura del violinista cubano. No pretende ser una biografía, aunque abarca varios años de su vida. Al inicio, la autora dedica su obra “a todos los niños que defienden sus sueños”. Y en ese sentido, El rey de las octavas ilustra la firme voluntad de Brindis de Salas para sacar adelante su vocación musical.

En ese libro, el protagonismo corresponde, como es natural, al músico habanero. No era, sin embargo, la primera vez que el personaje aparecía en la obra narrativa de Emma Romeu. Entre los numerosos títulos de literatura para niños publicados hasta ahora por ella, está la exitosa serie de novelas de Aventuras de Gregorio, de la cual se han vendido ya 100 mil ejemplares y que está integrada por Gregorio y el mar (1996), Gregorio vuelve a México (1998), Gregorio y el pirata (1999), A Mississippi por el mar (1999) y Naufragio en las Filipinas (2000). En el primero de esos libros, un muchacho español amistoso y listo se embarca como grumete en un barco en las Islas Canarias y sale a recorrer los mares del mundo. La travesía lo lleva a La Habana y lo hace vivir diversas situaciones. Entre ellas, se halla la de tener que resolver el robo del violín Stradivarius perteneciente al violinista negro que viaja en el barco. Se trata de Brindis de Salas. La novela concluye con un desenlace feliz, que reúne a Gregorio y sus amigos con el Paganini negro. “Cuando todos se hubieron tranquilizado, el violinista invitó a los niños a una gran comida de arroz congrí, lechón asado y plátanos a puñetazos”. Luego, al despedirse, Brindis de Salas se acercó a Gregorio y le dejó como regalo las cuatro clavijas talladas de su Stradivarius.

El rey de las octavas se inicia cuando Brindis de Salas es un adolescente. Es el día de su primera clase, pero no como alumno sino como profesor. “Desde pequeño, apunta la autora, tocaba muy bien el violín. Su padre le había enseñado y ahora que tenía cumplidos los doce años ya había compuesto varias contradanzas. Una de las piezas musicales se la dedicó a una jovencita de pelo rizo y boca pulposa, igual que él, a quien conoció cuando atravesaba el mercado camino a los ensayos. Sin embargo, nunca pudo interpretar aquella música para que ella la escuchara, porque sus dueños se la llevaron a la casona colonial del ingenio azucarero como lavandera. La chica era una esclava”.

En la clase que va a empezar a dar, tendrá como alumna a una niña de bucles rubios, hija de un vizconde. La madre ha decidido que, como cuando empieza la zafra su esposo pasa más tiempo ocupándose del ingenio, ella podrá ocuparse de que, de lunes a viernes, la hija practique el violín. Pero el regreso anticipado del vizconde da al traste con sus planes: por voluntad de él, la niña tendrá otro profesor. Secretamente, ella le hace llegar una carta a Brindis de Salas, donde le cuenta: “Mi madre trató de convencer a mi padre para que permitiera tus clases, pero él siempre le respondió lo mismo: que una niña de mi color no puede tener un maestro del tuyo. ¡Qué rarezas de la gente mayor! Como si la música tuviera color”.

En pocas páginas, Emma Romeu cuenta cómo Brindis de Salas logró materializar su sueño de estudiar en el Conservatorio de París. El día que pasó el examen de admisión, entre el público se hallaba una jovencita rubia que iba acompañada por su prometido. Cuando él terminó de tocar, la muchacha le lanzó una flor y le gritó en español: ¡Viva Claudio! Era la vizcondesita, su antigua alumna, quien después de que su padre murió pasó a vivir en París con su madre. Su novio era bailarín y ahora ella estudia danza. “Claudio se despidió de ellos con verdaderas muestras de simpatía. Tal vez volverían a encontrarse algún día en los grandes escenarios”.

Es obvio que El rey de las octavas está animado por un propósito didáctico, dar a conocer al público lector al cual se dirige la figura de Brindis de Salas. Ese objetivo la autora lo cumple sin desembocar en el didactismo, ni incurrir en el error de convertir la literatura en una extensión del colegio. Asimismo es un acierto el haber limitado la narración a una etapa específica de la vida del violinista cubano. Eso además dio a Romeu la posibilidad de incorporar la ficción, a partir de una anécdota que si bien no es real, bien pudo haber ocurrido. El libro se lee así como un cuento, pues posee la necesaria dosis de amenidad para captar la atención de los adolescentes.

El escolar perezoso, un poema de Jacques Prévert

El escolar perezoso

Dice no con la cabeza
pero dice sí con el corazón
dice sí a lo que quiere
dice no al profesor
está de pie
lo interrogan
le plantean todos los problemas
de pronto estalla en carcajadas
y borra todo
los números y las palabras
los datos y los nombres
las frases y las trampas
y sin cuidarse de la furia del maestro
ni de los gritos de los niños prodigios
con tizas de todos los colores
sobre el pizarrón del infortunio
dibuja el rostro de la felicidad.

De Paroles (1946)
Versión de Aldo Pellegrini

Marina Colasanti y sus historias para almas viajeras

Por Antonio Orlando Rodríguez
Tomado de Artes y letras, suplemento de El Nuevo Herald, Miami.

Lograr un estilo inconfundible es el deseo confeso o escondido de no pocos narradores. Desde su primera colección de cuentos, Una idea toda azul, publicada en 1979, la brasileña, Marina Colasanti, consiguió materializarlo. En títulos posteriores, como Entre la espada y la rosa o Lejos como mi querer, por apenas mencionar dos de los más relevantes, su manera de contar consolidó un sello propio, una certera suma de economía verbal, levedad, transparencia y riqueza de significados que conforman lo que podríamos llamar “el estilo Colasanti”.

Autora de una amplia bibliografía que abarca narrativa, poesía, ensayo y periodismo, Colasanti ha incursionado con particular acierto en el cuento de hadas o maravilloso, un antiguo género que ha logrado reinventar, rescatando sus esencias y fórmulas arquetípicas -con todo su caudal de connotaciones psicológicas y sociales- y enriqueciéndolo con sorprendentes paisajes, personajes y conflictos que apuntan a un ambicioso propósito de contemporaneidad.

Su más reciente obra publicada en español, Veintitrés historias de un viajero (Norma: Bogotá, 2010), testimonia la madurez creativa de la excepcional fabuladora que es Marina Colasanti. Insertada en el mercado editorial como una colección de cuentos para lectores juveniles, en realidad se trata de textos de los que ningún adulto amante de la gran literatura debería privarse. La estructura del libro utiliza un sugestivo cuento-marco para dar cabida a un conjunto de historias de muy variada naturaleza, dramáticas unas, humorísticas otras, poéticas y pródigas en símbolos y connotaciones todas. Un viajero –“un hombre para quien el mundo es un abanico abierto”, pero también una representación del destino- llega a las puertas del pequeño reino, rodeado de altas murallas, de un joven príncipe presa del miedo. A través de los relatos que le va entregando el forastero en el transcurso de un viaje iniciático, el gobernante recibe noticias de un mundo desconocido y la necesidad de recorrer otros caminos, más allá de las fronteras de su territorio, se va abriendo paso, de forma liberadora, en él. Como suele suceder en la mayoría de los cuentos de esta autora, tiempo y espacio resultan difíciles de precisar. Digamos que sus tramas se desarrollan en una edad mítica, en una suerte de “tiempo más allá del tiempo” enraizado en las honduras del inconsciente.

En un conjunto de relatos de tan sostenida calidad formal, destacar uno implica un ejercicio más cercano al gusto personal que a la estricta valoración crítica. Puesto a elegir, me inclino por el primero de los que refiere el viajero al príncipe: “La muerte y el rey”, sin duda un clásico dentro de la narrativa de Colasanti por su carga metafórica y su reflexión -sobrecogedora y sutilmente irónica- sobre la naturaleza ineludible de la muerte. Sin embargo, sería injusto no resaltar otras ficciones que perduran en el recuerdo una vez concluida su lectura, como “Quien me dio fue la mañana” y “Charco de sangre en campo de nieve”, ejemplos paradigmáticos de la habilidad de la escritora para rematar sus historias fantásticas con desenlaces tan líricos como inesperados; “Al abrigo de un turbante”, un cuento de ambiente oriental y refinado humorismo; “Con certeza tengo amor”, “De su corazón partido” y “De mucho buscar”, textos que, desde disímiles perspectivas, retoman uno de los temas favoritos de Colasanti: el triunfo del sentimiento amoroso pese a obstáculos de toda índole, o “En el camino inexistente”, una breve e inquietante fábula sobre dos peregrinos, un padre ciego y una hija muda, que confunden desierto y mar, olas y dunas.

La narración como viaje, las guerras entre reinos, el amor como fuente de vida, el elogio de la belleza y la sagacidad femeninas, las metamorfosis de seres humanos en animales, la crueldad vencida por la inocencia, las paradojas del destino y la necesidad de hallar respuestas para las preguntas fundamentales el hombre (“¿No será la vida de todos nosotros la búsqueda de un tesoro, el raro tesoro de la felicidad?”) son algunos de los eternos motivos de los cuentos populares que reaparecen, asombrosamente lozanos y universales, en estas páginas.

Nacida en 1937 en Asmara, Eritrea, de padres italianos, Colasanti vivió en Trípoli y deambuló con su familia por distintas ciudades de Italia antes de emigrar a Brasil a los 11 años de edad. Este admirable libro, deudor de las raíces y los paisajes de su infancia viajera, de una experiencia vital marcada por la pertenencia y el extrañamiento, nos conduce directamente al corazón del universo mágico de Marina Colasanti, una escritora fascinante, poderosa e insustituible.

Pablo Cano, el hacedor de marionetas

 Por Adriana Herrera, tomado del suplemento dominical Artes y letras, del periódico El Nuevo Herald, Miami.

Hace una década, Pablo Cano (La Habana, 1961) hizo en el Museum of Contemporary Art (MOCA), Once Upon an Island, una función de marionetas que narraba la malograda historia de amor entre el Príncipe Miami y la princesa Habana. Desde entonces, Bonnie Clearwater, la directora del museo, se involucró con ese camino propio que Cano había proseguido con su proyecto de graduación del Queens College de Nueva York en 1985. Como escribe en el libro Pablo Cano. Full Circle, “en una época en que el arte conceptual dominaba el mundo del arte, Cano siguió su corazón y su pasión buscando tesoros en la basura y trayendo así a la existencia inolvidables caracteres”.

Ciertamente Cano tuvo el respaldo del crítico e historiador de arte Robert Pincus-Witten; pero su relación con las marionetas no depende de la validación de la crítica o de las tendencias dominantes. Cano ama ser el hacedor de universos que contienen esos personajes surgidos de sus manos que pueden sorprenderlo cuando cobran vida y expresan en el escenario sus propias búsquedas existenciales o, como ocurre en The Seven Wonders of the World, actualmente en el MOCA, su percepción del presente.

El niño que a los seis años comenzó a imitar los dibujos que su madre hacía del paraíso perdido de la isla de origen, descubrió a los 18 la obra de Alexandra Exter, cercana a las cooperativas de artesanos y cofundadora del taller de producción Kiev. Como ella, que se involucró en el diseño de escenografías y de vestuarios, Cano, quien ya había descubierto el extraño poder de los juguetes –fabricados para sus sobrinos- de encarnar la vida; hizo escenografía y utensilios para el Nutcracker comisionado por el Ballet Concerto Company. Esa experiencia de construir un mundo que se anima al subir los telones fue definitiva para iniciar su teatro de marionetas, cada vez más poblado.

Su modo de producción involucra -como en los talleres medievales- a familia y amigos, y evoca a George Sand que confeccionaba los vestidos de las marionetas que su hijo Maurice esculpía para su teatro de marionetas en el castillo de Nohant. Esta década de apoyo del MOCA le ha permitido una expansión y la mayor flexibilidad de sus marionetas gracias a la incorporación de la danza en sus performances, con la crucial colaboración de la coreógrafa Katherine Kramer y sus bailarines.

Cano combina lo sublime y lo humorístico. La continua presencia de objetos trascendentales como los altares -en la actual obra el bellísimo personaje, La Madonna del DNA, se presenta sobre uno-; se balancea con el uso de los materiales de desecho en cada escultura figurativa: papeles de cajetillas de cigarrillos, empaques de todo género, pedazos de muebles. Evoca la influencia de Duchamp en esa visión del mundo como un depósito de objetos que funcionan como ready mades. Y, como la pareja que conformaron Sophie Taebuer y Jean Arp, rompe la división entre artes finas y aplicadas, creando obras fabricadas con objetos ordinarios y usando el collage. Sus marionetas revelan su origen de detritus y por eso maravillan tanto.

La obra en escena, como dijo un espectador, “tiene la cualidad de la familiaridad: hace de la figura de Barack Obama, ‘el vecino de la puerta del lado’ ”. Lo convierte en un presidente-presentador que “en una atmósfera de musical de Broadway transmite el optimismo de una era”. Y si bien su figura se exalta -apartándose de la mordacidad frente al poder de los títeres-esperpentos de Valle-Inclán- también recuerda que el tiempo del gobierno corre: el cuerpo de Obama está construido con un reloj.

 El guión, escrito por Carmen Peláez, celebra desde los mínimos inventos -el cepillo de dientes, o los ganchos de pelo que se convierten en Fred Astaire y Ginger Rogers, y el teléfono celular que encarna un sapo plateado-; hasta los sofisticados desarrollos, como los avances genéticos, vueltos personajes en la celestial Madonna del DNA que contrasta cómicamente con los payasos clones. También se agradecen las redes virtuales personificadas en tres “chismosas”: Googleina, Face Booka y Amazona. Festejan la libertad de expresión que rebasa las posibilidades de control estatal.

De hecho, puede verse una ironía en la conversión de la Strategic American Defense Initiative en la Bailarina Satélite, Sadi, que danza con Rudi Goblen en una magnífica escena. En el trasfondo de los cohetes fabricados con tarros de café y galletas, el vocalista Jeni Fleming interpela el poder destructor de las bombas. Y no hay que olvidar que el narrador de quien brota toda esta historia de exaltación de las maravillas del mundo contemporáneo, es un homeless que, en su carruaje de supermercado, trae el universo entero de la obra, inspirada en la sensación de esperanza que rodeó a las últimas elecciones.

De allí sale la alfombra roja en donde caminan el presidente-presentador y el Louis Armstrong que entona, al final, “What a Wonderful World”.

Los niños aplauden sin dudar de la vida que han cobrado lámparas, ganchos, y toda una parafernalia de objetos encontrados. Y, mientras, Clearwater recuerda que otros artistas como Dan Graham, Wiliam Kentridge, Paul McCarhty y Anne Chu han incorporado las marionetas, Pablo Cano inscribe el espíritu de su obra posmoderna en el arte folclórico americano.•

La exposición The Seven Wonders of the Modern World, de Pablo Cano, puede visitarse hasta el 29 de mayo en el Museum of Contemporary Art (MOCA) de Miami. El día del cierre el artista ofrecerá performances con sus marionetas a las 2:00 y a las 4:00 p.m. La exhibición cuentas con el patrocinio de la Jim Henson Foundation, de laKatzman Family Foundation y de Dr. Shulamit y Chaim Katzman.

Bertolt Brecht: una defensa del deleite

 “Desde siempre, la función esencial del teatro, como la del resto de las artes, ha sido entretener a la gente. Esto es lo que le confiere su particular dignidad: no necesita otra legitimación que el placer mismo, el simple placer incondicional. De ningún modo cabría elevarlo a un plano más alto, por ejemplo, convirtiéndolo en un mercado de moral; en tal caso, habría antes que atender a que no se lo rebajara, lo que ocurriría inmediatamente si no se lograra hacer deleitable lo moral y conceptual –con lo cual, por otra parte, lo moral no saldría sino ganando. Ni siquiera se le debe pedir que contribuya a la instrucción del espectador. Si alguna lección utilitaria tenemos que sacar es la que debe moverse placenteramente, ya sea en el sentido físico o espiritual. En realidad el teatro debe permanecer como algo superfluo, aunque esto, por supuesto, significa que está entre aquellas cosas superfluas que nos son imprescindibles para vivir. Nada necesita menos justificación que el placer. “.

Bertolt Brecht

Un libro es una ventana

Revisando papeles viejos, dimos con este coqueto volante color rosa impreso en Bogotá, Colombia, a principios de 1999, por la asociación Taller de Talleres. Fue un material de lectura que se repartió en las escuelas públicas y privadas de la ciudad con motivo de la jornada Anzuelos para pescar lectores, que esa organización llevó a cabo con el apoyo del Instituto Distrital de Cultura y Turismo de Bogotá, la biblioteca Luis Ángel Arango, la Biblioteca Nacional de Colombia y la editorial Magisterio.

Aquí les transcribimos el texto:

Un libro es una ventana

Estar con un libro abierto en las manos es asomarse a una ventana que nos permite contemplar muchos paisajes. Pero lo mejor de todo es que a medida que recorremos las páginas del libro, lo que estamos leyendo se vuelve realidad: podemos caminar por las cumbres nevadas de una cordillera, adentrarnos en lo más profundo de la selva, pasear por una ciudad de edificios altísimos, navegar por un río al que no se le ve la otra orilla, paralizarnos de terror al borde de una cascada o visitar un lejano asteriode donde viven un niño y una flor.

Estar con un libro abierto en las manos es asomarse a una ventana que nos permite contemplar muchos paisajes. Pero lo mejor de todo es que podemos hacernos amigos de los personajes que habitan las historias. Podemos estar dentro del vientre de una ballena ayudando a Pinocho a buscar la salida, perseguir un conejo blanco en compañía de Alicia, comernos la casita de chocolate junto con Hansel y Gretel hasta quedar repletos, divertirnos con Matilda entre montañas de libros en la biblioteca de su pueblo o salir de paseo muy tiesos y muy majos con Rinrin Renacuajo.

Estar con un libro abierto en las manos es asomarse a una ventana que nos permite contemplar muchos paisajes. Pero lo mejor de todo es que podemos encontrar respuestas a las miles de cosas que queremos saber: por qué los murciélagos no chocan cuando vuelan en la oscuridad, de qué está hecho el Sol, cuál es el animal más grande del mundo y cuál el más pequeño, cómo se reproducen las hormigas, quién inventó los números, será que las plantas escuchan lo que hablamos o qué fue primero: el huevo o la gallina.

El universo es inmenso y los libros son ventanas que permiten conocerlo y habitarlo, poco a poco, libro tras libro.

Taller de Talleres
Bogotá, Colombia
1999

Reeditan en La Habana Había una vez…, obra de Herminio Almendros y Ruth Robés Masses

Una nueva edición del libro Había una vez…, de Herminio Almendros (1898-1974), realizada por la editorial Gente Nueva, se presentó como parte del programa de la XX Feria Internacional del Libro de La Habana, Cuba. Escritor y pedagogo, el español Almendros se radicó en Francia como consecuencia de la Guerra Civil y posteriormente se trasladó a Cuba, donde desarrolló una fructífera labor como profesor universitario y editor.

Había una vez… –recopilación de cuentos populares y de versos de la tradición oral y de autores como Lope de Vega, Federico García Lorca, Juana de Ibarbourou o Alvaro Yunque– es una de las obras de literatura infantil más populares en Cuba. Desde su aparición en el lejano 1946, ha sido reeditada en numerosas ocasiones.

La nueva edición cuenta con ilustraciones de 30 artistas gráficos, entre los que están veteranos como Bladimir González y Vicente Rodríguez Bonachea, y creadores más jóvenes como Aramís Santos, Roldán Lauzán y Yahilis Fonseca. En la presentación participaron el editor Esteban Llorach y María Rosa Almendros, hija del autor.

Lo que muchos ignoran es que en la edición original de esta exitosa obra aparecen indicados dos autores: Herminio Almendros y la educadora cubana Ruth Robés Masses. Sin embargo, desde los años 1960 el nombre de la coautora de Había una vez… ha sido sistemáticamente borrado de todas las reediciones. La razón es que la Dra. Robés Masses se exilió por razones políticas.

Curiosamente, la ficha dedicada a Herminio Almendros dentro del Gran Diccionario de Autores Latinoamericanos de Literatura Infantil y Juvenil (Madrid. Fundación SM, 2000)indica, en el apartado correspondiente a su bibliografía, que su obra Había una vez; cuentos y poemas para el hogar y la escuela (La Habana: Editorial Cultural, 1946) fue realizada en colaboración con Ruth Robés Masses. Su ficha fue elaborada por el poeta e investigador literario Ramón Luis Herrera, director de posgrados de la Universidad Pedagógica de Sancti Spiritus, en Cuba, quien se encargó de la información referida a los escritores de Cuba.

Teniendo en cuenta que los tiempos parecen estar empezando a cambiar y que algunos autores cubanos que tomaron el camino del exilio han sido publicados nuevamente en su país de origen, ¿no es hora ya de rectificar esa injusta omisión?

A continuación pueden ver una edición facsimilar del inolvidable Había una vez… original, en la que sí aparece el nombre de Ruth Robés Masses. El libro puede adquirirse en Amazon.com

In memoriam María Elena Walsh (1930-2011)

Por Sergio Andricaín y Antonio Orlando Rodríguez

Marielena, nuestra entrañable “cigarra”, sobreviviente de tantas adversidades, se ha ido. Nos deja las canciones que compuso y las páginas que escribió para chicos y para grandes: una obra monumental, que ha dejado una huella indeleble en varias generaciones y que, a no dudarlo, seguirá haciéndose sentir.

Además de ser grandes admiradores de la obra artística de María Elena Walsh, y de su compromiso con la democracia y la libertad, tuvimos la suerte inmensa de conocerla y de poder compartir, con ella y con Sara Facio, algunos momentos inolvidables en Argentina y en Estados Unidos. Momentos que, al conocer la noticia de su fallecimiento, hemos revivido detalle a detalle, con fruición. Primero, en Buenos Aires, aquel té, acompañado por una conversación afectuosa y una entrevista “a regañadientes”, en su acogedor piso de la calle Scalabrini Ortiz, y el lanzamiento en una feria del libro de varios títulos publicados por La Azotea. Más adelante, en Miami, tuvimos el gusto de convertirnos en sus “choferes de lujo”, como ellas nos catalogaron, y llevarlas de un lado a otro de la ciudad en nuestro Toyota: una charla vespertina junto a la gigantesca piscina del hotel Biltmore (sí, esa donde nadaba Tarzán, o mejor dicho, Johnny Weissmuller); un delicioso desayuno de domingo en un café al aire libre de Coconut Grove; una escapada relámpago a South Beach, a pasear por Ocean Drive, para complacer a Sara, que no quería volar de regreso a casa sin haber visto aunque fuera por unos minutos el mar. De esa visita al sur de la Florida son un par de fotos simpáticas, “del corazón”, con una Marielena despreocupada y sonriente, que tenemos en casa.

En este momento de pérdida y tristeza, nos gusta imaginar que, como Juan Derramasoles, el personaje de su poema “El juglar”, Marielena se despide de nosotros diciendo:

He cantado para siempre,
la esperanza me mandó.
Quien me busque por el tiempo
me hallará en el ruiseñor.

Fallece María Elena Walsh

 Hoy lunes 10 de enero falleció en Buenos Aires, a los 80 años de edad, la escritora, poetisa y compositora argentina María Elena Walsh, una de las m’as influyentes figuras de la literatura infantil hispanoamericana.

En 1985 fue nombrada Ciudadana Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires y en 1990 recibió el Doctor Honoris Causa de la Universidad Nacional de Córdoba y Personalidad Ilustre de la Provincia de la capital argentina. En 1991 fue galardonada con el Highly Commended del Premio Hans Christian Andersen de la IBBY (International Board on Books for Young People).