Por Adriana Herrera, tomado del suplemento dominical Artes y letras, del periódico El Nuevo Herald, Miami.
Hace una década, Pablo Cano (La Habana, 1961) hizo en el Museum of Contemporary Art (MOCA), Once Upon an Island, una función de marionetas que narraba la malograda historia de amor entre el Príncipe Miami y la princesa Habana. Desde entonces, Bonnie Clearwater, la directora del museo, se involucró con ese camino propio que Cano había proseguido con su proyecto de graduación del Queens College de Nueva York en 1985. Como escribe en el libro Pablo Cano. Full Circle, “en una época en que el arte conceptual dominaba el mundo del arte, Cano siguió su corazón y su pasión buscando tesoros en la basura y trayendo así a la existencia inolvidables caracteres”.
Ciertamente Cano tuvo el respaldo del crítico e historiador de arte Robert Pincus-Witten; pero su relación con las marionetas no depende de la validación de la crítica o de las tendencias dominantes. Cano ama ser el hacedor de universos que contienen esos personajes surgidos de sus manos que pueden sorprenderlo cuando cobran vida y expresan en el escenario sus propias búsquedas existenciales o, como ocurre en The Seven Wonders of the World, actualmente en el MOCA, su percepción del presente.
El niño que a los seis años comenzó a imitar los dibujos que su madre hacía del paraíso perdido de la isla de origen, descubrió a los 18 la obra de Alexandra Exter, cercana a las cooperativas de artesanos y cofundadora del taller de producción Kiev. Como ella, que se involucró en el diseño de escenografías y de vestuarios, Cano, quien ya había descubierto el extraño poder de los juguetes –fabricados para sus sobrinos- de encarnar la vida; hizo escenografía y utensilios para el Nutcracker comisionado por el Ballet Concerto Company. Esa experiencia de construir un mundo que se anima al subir los telones fue definitiva para iniciar su teatro de marionetas, cada vez más poblado.
Su modo de producción involucra -como en los talleres medievales- a familia y amigos, y evoca a George Sand que confeccionaba los vestidos de las marionetas que su hijo Maurice esculpía para su teatro de marionetas en el castillo de Nohant. Esta década de apoyo del MOCA le ha permitido una expansión y la mayor flexibilidad de sus marionetas gracias a la incorporación de la danza en sus performances, con la crucial colaboración de la coreógrafa Katherine Kramer y sus bailarines.
Cano combina lo sublime y lo humorístico. La continua presencia de objetos trascendentales como los altares -en la actual obra el bellísimo personaje, La Madonna del DNA, se presenta sobre uno-; se balancea con el uso de los materiales de desecho en cada escultura figurativa: papeles de cajetillas de cigarrillos, empaques de todo género, pedazos de muebles. Evoca la influencia de Duchamp en esa visión del mundo como un depósito de objetos que funcionan como ready mades. Y, como la pareja que conformaron Sophie Taebuer y Jean Arp, rompe la división entre artes finas y aplicadas, creando obras fabricadas con objetos ordinarios y usando el collage. Sus marionetas revelan su origen de detritus y por eso maravillan tanto.
La obra en escena, como dijo un espectador, “tiene la cualidad de la familiaridad: hace de la figura de Barack Obama, ‘el vecino de la puerta del lado’ ”. Lo convierte en un presidente-presentador que “en una atmósfera de musical de Broadway transmite el optimismo de una era”. Y si bien su figura se exalta -apartándose de la mordacidad frente al poder de los títeres-esperpentos de Valle-Inclán- también recuerda que el tiempo del gobierno corre: el cuerpo de Obama está construido con un reloj.
El guión, escrito por Carmen Peláez, celebra desde los mínimos inventos -el cepillo de dientes, o los ganchos de pelo que se convierten en Fred Astaire y Ginger Rogers, y el teléfono celular que encarna un sapo plateado-; hasta los sofisticados desarrollos, como los avances genéticos, vueltos personajes en la celestial Madonna del DNA que contrasta cómicamente con los payasos clones. También se agradecen las redes virtuales personificadas en tres “chismosas”: Googleina, Face Booka y Amazona. Festejan la libertad de expresión que rebasa las posibilidades de control estatal.
De hecho, puede verse una ironía en la conversión de la Strategic American Defense Initiative en la Bailarina Satélite, Sadi, que danza con Rudi Goblen en una magnífica escena. En el trasfondo de los cohetes fabricados con tarros de café y galletas, el vocalista Jeni Fleming interpela el poder destructor de las bombas. Y no hay que olvidar que el narrador de quien brota toda esta historia de exaltación de las maravillas del mundo contemporáneo, es un homeless que, en su carruaje de supermercado, trae el universo entero de la obra, inspirada en la sensación de esperanza que rodeó a las últimas elecciones.
De allí sale la alfombra roja en donde caminan el presidente-presentador y el Louis Armstrong que entona, al final, “What a Wonderful World”.
Los niños aplauden sin dudar de la vida que han cobrado lámparas, ganchos, y toda una parafernalia de objetos encontrados. Y, mientras, Clearwater recuerda que otros artistas como Dan Graham, Wiliam Kentridge, Paul McCarhty y Anne Chu han incorporado las marionetas, Pablo Cano inscribe el espíritu de su obra posmoderna en el arte folclórico americano.•
La exposición The Seven Wonders of the Modern World, de Pablo Cano, puede visitarse hasta el 29 de mayo en el Museum of Contemporary Art (MOCA) de Miami. El día del cierre el artista ofrecerá performances con sus marionetas a las 2:00 y a las 4:00 p.m. La exhibición cuentas con el patrocinio de la Jim Henson Foundation, de laKatzman Family Foundation y de Dr. Shulamit y Chaim Katzman.