Kraft, el arte de jugar con el papel

Por Antonio Orlando Rodríguez
Tomado de El Nuevo Herald, Miami

Después de presentarse en Boston y Pittsburgh, la compañía Bambalina viajó a Miami, gracias al Centro Cultural Español, para brindar en la sala Prometeo una única función de Kraft. Dos años atrás, este grupo de teatro de muñecos con sede en Valencia, España, nos había visitado con su memorable lectura del Quijote.

Kraft, con guión y dirección artística de Jaume Policarpo, es un divertimento que explora creativamente los vínculos del juego y la representación y, al mismo tiempo, reflexiona —evitando los peligros de lo didáctico y lo panfletario— sobre el tema del ambientalismo, una asignatura pendiente para la mayoría de los estados contemporáneos.

Kraft es, también, una suerte de homenaje lúdico al resistente papel, usualmente utilizado para labores de embalaje, que da título al montaje. Tres actores devenidos niños —Merce Tienda, Óscar Jareño y el propio Policarpo— se divierten y revelan las insospechadas posibilidades expresivas de un material que, por lo general, se mira con desdén. La exploración de las texturas, las formas, los movimientos e incluso los sonidos del papel sirven de fundamento a la dinámica puesta en escena.

Los intérpretes son de primera: bien entrenados, creativos y, sobre todo, muy desinhibidos. Tienda y Policarpo integran un efectivo dúo de clowns y el hilarante antagonismo entre ellos está matizado con detalles sutiles y felices, que evidencian una cuidadosa observación del universo de la infancia. Jareño asume su pintoresco personaje —testigo y cómplice de las travesuras de los otros dos— con un buen manejo de la voz y una peculiar vis cómica.

La música del espectáculo, que interpretan los actores recurriendo a sus voces y a poco tradicionales “instrumentos” de percusión y de viento (dedales, pitos, tiras de cinta adhesiva y casi cualquier cosa capaz de emitir sonidos), incluye desde desenfadadas corales polifónicas y arias operáticas hasta un simpático “rap ecológico” que nos alerta de que “el verde se quema, / el aire se gasta / (…) la tierra de vergüenza enloquece”.

“Todo es animable, cualquier objeto puede tener vida”, parece ser la premisa de esta propuesta de Bambalina. Para demostrarlo, un pliego de papel puede metamorfosearse, en un abrir y cerrar de ojos, en trineo, espada o pañuelo (en alegórica exhortación al reciclaje). Los estilizados títeres, inspirados libremente en la técnica del bunraku, resultan un hallazgo por su sencillez y elocuencia. Para destacar, la diva operática, el acróbata en zancos, la expresiva “bailaora” de flamenco y el japonés que hace gala de sus habilidades tanto para las artes marciales como para los tambores kodo.

Los creadores de Kraft saben bien que, como expresó el antropólogo Johan Huizinga en Homo ludens , no hay verdadero juego sin libertad (ni verdadera libertad sin juego, cabría añadir); por eso, la cuidadosa partitura escénica deja un refrescante margen para la espontaneidad que el ensemble usa discreta pero eficazmente. Las jitanjáforas y onomatopeyas que permiten que los diálogos sean “entendidos” por públicos de distintos idiomas, el trabajo limpio y sincrónico en la manipulación y, sobre todo, el humorismo, la poesía y la capacidad de sugerencia que lo recorren de principio a fin, hacen de Kraft un espectáculo ingenioso y lleno de sorpresas.

María de la Luz Uribe y la magia del idioma

 

“La magia del idioma puede ser percibida por todos los niños, que están ávidos de ella, pero hay que darles los elementos necesarios, las rimas, el ritmo, los disparates, los versos maravillosamente tontos. Cuando un niño empieza a jugar con las palabras por cuenta propia gozando con los sonidos, las sílabas, las onomatopeyas disparatadas, ha encontrado el camino de su propia libertad”.

María de la Luz Uribe
escritora (Santiago de Chile, 1936-Sitges, 1994)
(tomado del artículo “La magia de las palabras, Revista CLIJ No. 14).

El arte de Kvêta Pacovská

“Quise decir algo y lo pinté, y eso son mis libros, mi mundo pintado, mi comunicación visual, mi comunicación con niños distantes, que no necesita traducción”.

“¿Por qué dibujo? Porque lo necesito. Porque sin dibujar no puedo existir. Es como respirar. Un dibujo es tal como es. No debe ni puede fingir. Expresa nuestros sentimientos y nuestros pensamientos”.

“Prefiero todos los materiales. Son tentadores. Son inspiradores. Me gusta trabajar con todos”.

“Algunas veces trabajo todo el día o algunas veces toda la semana, y no estoy satisfecha. Así que tomo las tijeras y corto todas las cosas, y estoy de nuevo descontenta, así que vuelvo a unirlo todo. En un mundo de papel nosotros podemos: Pegar, Doblar, Apilar, Fijar, Hacer pedazos, Cortar, Humedecer, Secar, Tocar, Crujir, Añadir, Recortar, Atravesar”.

Kvêta Pacovská
Artista checa nacida en Praga, en 1928. Ha ilustrado más de un centenar de libros, entre los que se encuentran El señor de los anillos, de J.R.R Tolkien (publicado en 1968); Momo, de Michael Ende (en 1979); El valiente soldado de plomo, de Hans Christian Andersen (en 1985) y El mundo de los cuentos de hadas, de los hermanos Grimm (en 1986). Ha publicado también cuentos de su autoría como El pequeño rey de las flores (1991), Teatro de medianoche (1992) y Flying (1995), y libros-objeto como Unfold/Enfold (2005). Ganadora de la Manzana Dorada de la Bienal de Bratislava en 1983, del Gran Premio de la Bienal de Cataluña en 1988 y del Premio Andersen de Ilustración 1992.

Alice Vieira y su literatura sin edades


Por Antonio Orlando Rodríguez, tomado de El Nuevo Herald, Miami

Nadie pone en duda que, desde antes de ganar el Nobel, José Saramago era ya el escritor portugués contemporáneo más conocido en Hispanoamérica. António Lobo Antunes, ganador del Premio de Literatura en Lenguas Romances de la última Feria Internacional del Libro de Guadalajara, le sigue los pasos. El tercer vórtice en esta suerte de “triángulo de oro” es una mujer que se dio a conocer hace 30 años en el mundo de los libros para libros y niños y jóvenes: Alice Vieira. Varias novelas traducidas a nuestra lengua –entre ellas la inolvidable Los ojos de Ana Marta– la han convertido en una autora de culto para muchos lectores, chicos y grandes, de España y América Latina.
El primer contacto de Vieira con la escritura para niños surgió de forma inesperada. “Un día, mi hija Catarina, que por entonces tenía nueve años de edad, me dijo: ‘No tengo nada para leer, ¿qué hago?’”, relata. “Entonces les propuse a ella y a mi hijo Andrés que escribiéramos un libro entre los tres. Lo hicimos en veinte días. Estábamos de vacaciones y nos divertimos mucho”. La experiencia la animó a escribir su primera novela, titulada Rosa, mi hermana Rosa, y presentarla a un concurso convocado por la editorial Caminho, donde resultó ganadora.

Ese fue el inicio de una larga bibliografía que incluye títulos como A vueltas con mi nombre, Cuaderno de otoño y Portal 12, 2º centro, y de numerosos reconocimientos nacionales e internacionales. En sus libros, la autora nacida en Lisboa, en 1943, aborda las complejas relaciones entre los niños y los adultos. Su interés al escribirlos nunca es transmitir mensajes morales a sus lectores, sino “ayudarlos a ser más fuertes y tener mayor capacidad de resistencia, a creer más en ellos mismos”. Al charlar con Vieira, resulta evidente que una de sus grandes inquietudes es el desconocimiento que existe entre las jóvenes generaciones sobre la historia reciente de Portugal. “Los niños no saben nada sobre la dictadura ni sobre el proceso de restauración de la democracia”, explica. “Ese blanqueamiento de la memoria histórica me preocupa mucho”. Por eso escribió Veinticinco a siete voces, novela en la que se rememora la llamada Revolución de los Claveles desde la perspectiva de siete personajes de diferentes edades.

Su libro más reciente, titulado La vida en las palabras de Inês Tavares, apareció el año pasado y Alice Vieira lo cataloga como “completamente de hoy”. En sus páginas, asegura, trató de reflejar la vida de los adolescentes de su país. “Utilicé su lenguaje actual, los muchachos de ahora tienen una manera de dialogar muy rara y me encanta llevarla a los libros. La capto bien porque, además de visitar mucho las escuelas, mis nietos llenan la casa de amigos y escucho como hablan. Es un libro, muy crítico, porque mis personajes observan su realidad y lo cuestionan todo. Entre otras cosas, a esas personas que no tienen ni cinco minutos para hablar con sus vecinos, pero que se pasan todo el día delante de la computadora, ‘salvando el mundo’ con sus clics. Un clic y salvan los animales de la Amazonía, otro clic y salvan a los niños de Gaza. Apretar una tecla y hacer clic es muy fácil, pero hacer algo concreto para que el mundo real sea mejor resulta más difícil…”

El pasado año, Alice Vieira dio una sorpresa al ganar el premio Maria Amália Vaz de Carvalho con Dois corpos tombando na água, su primer libro de poesía para adultos. “Nunca antes había escrito poesía”, comenta. “Fue algo tan raro, tan inesperado, que al terminarlo no se lo quise mostrar a mis amigos, sino que preferí enviarlo al concurso con un seudónimo”. Sin embargo, Vieira ha colaborado con un grupo de amigos en la creación de cuatro novelas “colectivas” para adultos. “Son un juego, una broma, pues cada uno escribe un capítulo y se lo entrega a otro para que prosiga la historia”.

La calidad de su prosa y la profundidad de sus historias han hecho que mucha gente se pregunte por qué Vieira no ha escrito aún una novela “en serio” para el público adulto. La respuesta, según ella, es simple: “Creo que esa novela no sería muy diferente de las que ya he publicado. Cuando escribo, nunca pienso en la edad del público ni en lo que pueden entender o no los jóvenes lectores. Soy muy egoísta: escribo para mí; mientras trabajo, solo existimos la historia y yo. Por eso, si un adulto quiere leerme, que lea cualquiera de mis libros”.