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Acerca de Fundación Cuatrogatos

Fundación Cuatrogatos es una organización sin fines de lucro, creada por los escritores Sergio Andricaín y Antonio Orlando Rodríguez en Miami, Estados Unidos, para trabajar a favor de la cultura y la educación, con énfasis en los niños y jóvenes. Fundación Cuatrogatos concibe y realiza proyectos que, a través de la literatura, el arte y las distintas formas del conocimiento, desarrollan las capacidades creativas, críticas y cívicas de la comunidad hispanohablante de Miami.

Sobre “Cuentos de todas las noches”, de Emilio Bacardí Moreau

Había una vez seis cuentos…

La labor del autor cubano Emilio Bacardí Moreau como narrador para niños sigue siendo, hasta hoy, una faceta de su obra opacada y mantenida en las sombras.

Por Carlos Espinosa Domínguez
tomado de www.cubaencuentro.com

Probablemente nuestros niños ya hará tiempo que habrán dejado de serlo,cuando yo, si Dios quiere, haya llegado a ser lo suficientemente sabio como autor, para escribir un libro infantil: un libro adecuado tanto para adultos como para niños. Esto no solo es ser exigente, sino que es la meta más alta a la que puede aspirar un autor que tenga como yo la debilidad de proteger a los adultos.
Heinrich Böll

Amalia E. Bacardí Cape, la menor de las hijas del escritor santiaguero Emilio Bacardí Moreau (1844-1922), ha recordado que durante su primera infancia, nunca se fue a la cama sin que antes su padre le narrara un cuento. “Cuántos imaginó, no lo sé. Pero por cientos han de haberse contado”, comentó. Tras la muerte del autor de Doña Guiomar, entre sus papeles apareció un cuaderno que decía Cuentos de Amalia, y que contenía seis de aquellas narraciones. La hija confiesa que no sabe por qué su padre escogió esos textos y no otros, aunque se inclina a pensar que fueron los primeros que escribió para un probable libro dedicado a los niños. Posiblemente fue así y el proyecto quedó sin ser concluido, quién sabe por qué razones.

Amalia entregó aquel manuscrito a la Sociedad Lyceum, que entonces dirigía Georgina Shelton. En diciembre de 1950, con motivo de las fiestas navideñas, la prestigiosa institución femenina lo publicó, con el título de Cuentos de todas las noches. Los primeros ejemplares los recibieron los niños de la Biblioteca Juvenil que desde hacía varios años funcionaba en el Lyceum. La edición llevaba una portada de Marta Arjona e incluía unas sencillas y simpáticas ilustraciones de María Luisa Ríos. Asimismo Amalia redactó un breve texto para presentar las narraciones, en el cual expresa: “Como el cuento infantil y nacionalista no abunda entre nosotros he pensado que estos cuentos míos, estos Cuentos de todas las noches, de Emilio Bacardí Moreau, podrían ser útiles a los niños de Cuba. Por eso, salen hoy a la luz”.

No creo que sean muchos los que conozcan ese libro. Aparte de esa primera edición, existe otra que apareció en España (Editorial Playor, Madrid, 1972), como parte de las obras completas del escritor preparadas por Amalia. En Cuba, la Editorial Oriente lo reeditó en 1993 (al parecer, antes se había publicado en Santiago de Cuba en 1985, pero las referencias que he hallado son poco precisas). Cuentos de todas las noches tampoco ha merecido la atención de la crítica bienpensante y sesuda, que se mantiene incólume en su convencimiento y su buena conciencia de ignorar la literatura dirigida al público infantil. Hay, no obstante, una excepción doblemente valiosa que quiero destacar. En marzo de 1949, Mirta Aguirre publicó en Bohemia un artículo titulado “Una faceta desconocida de Don Emilio Bacardí”, que además de ser un inteligente análisis del libro, posee el mérito adicional de haber visto la luz cuando el libro aún estaba inédito. En diciembre de 1950, desde las páginas de esa misma revista Aguirre volvió sobre el mismo, esta vez a propósito de su presentación en el Lyceum. Son dos textos críticos que aportan una justa y equilibrada valoración del libro y sesenta años después siguen siendo una referencia imprescindible.

Tan pronto como uno comienza a leer el libro de Bacardí Moreau, lo primero que sorprende es la cubanía del escenario y los personajes: “Allá por las llanuras donde se asientan los Mangos de Baraguá —célebres en la Historia de Cuba porque en este lugar el General Antonio Maceo levantó su protesta contra el Pacto del Zanjón que puso término a la Guerra de los Diez Años, diciendo enérgicamente: ‘¡no!’”— el guajiro Liborio había construido su bohío de guano y yaguas. Allí con su burén de fabricar casabe, su pilón para pilar café tostado, sus taburetes de cuero sin curtir, una olla para el ajiaco, una buena mujercita, su caballito criollo y dos perros flacos, Liborio vivía feliz e independiente”. Como señaló Mirta Aguirre, ¿cuándo se había oído en nuestra prosa para la infancia algo similar? En esos cuentos Cuba es una presencia casi física que se saborea y se palpa: es la presencia que Cenicienta nunca sospechó.

Los seis cuentos recogidos en el libro se apartan de la concepción de la literatura para niños que hasta entonces predominaba. No hay en ellos hadas, princesas, duendes, dragones ni brujas, y los modelos que Bacardí Moreau siguió no son evidentemente Perrault, Andersen o los hermanos Grimm. Su autor, como señala Mirta Aguirre, mira más hacia la vieja tradición hispánica de origen orientalista, de la cual el Infante Don Juan Manuel extrajo su Libro de los Ejemplos del Conde Lucanor y de Patronio. Se nutre asimismo de las fábulas, lo cual se pone de manifiesto en el hecho de casi todos los personajes son animales. Pero también en ese aspecto el creador de Cuentos de todas las noches trató de buscar un camino propio. Su bestiario es criollo e incluye majaes malvados y astutos; gatas vanidosas que miran a sus semejantes por encima del lomo; guayabitos y ratones que cuando hablan utilizan citas en inglés, francés e italiano, por haber engullido libros en esos idiomas; caballos decentísimos que, como quien dice, tuvieron sus quince; jutías enamoradas de las hojas del caimito, que cambian de color con el viento.

Un humor poco frecuente en su obra anterior

Bacardí Moreau evitó dar cabida a paisajes y caracteres foráneos y prefirió buscarlos, por el contrario, en la realidad inmediata y en la campiña oriental. Cubanísimo es, por la historia y por el estilo con que está narrado, “Liborio, la jutía y el majá”, un cuento perteneciente a la tradición oral que él reelaboró y transformó en un texto delicioso que es una verdadera joyita. Quienes hayan leído Vía Crucis y Doña Guiomar, se asombrarán al descubrir a un escritor que esas novelas difícilmente permitían vislumbrar. Su prosa adquiere una flexibilidad, una capacidad de síntesis, un afinamiento literario y una fantasía poética que hasta entonces no había alcanzado. Asimismo hay una corriente de humor que rara vez había asomado en el resto de su producción literaria. He aquí un fragmento:

“Oírlo el majá, parar a Liborio y dirigir la palabra a la jutía fue todo uno: -Óigame, señora jutía, ¿por qué está usted tan encaramada?

“-Porque las hojas del caimito, según usted sabrá, varían de color con la dirección del viento. Y a mí, señor majá, eso me encanta.

“-¡Caramba —dijo el majá—, qué poética me ha salido usted, señora jutía!

“-Es de familia, señor majá: mi padre hacía unos versitos preciosos. Pero, dígame: ¿me hará su merced el favor de explicarme por qué ha dejado su arrastrada vida —dicho sea sin ofender, sólo porque usted no tiene pies— para andar montado a caballito, como un chiquillo, sobre el buen Liborio?”.

Cada vez que releo este admirable cuento (y confieso sin rubor que lo he hecho varias veces), digo para mí algo que mi admirado Borges comentó respecto a otra obra: toda improbable futura antología de la narrativa cubana para niños que no incluya “Liborio, la jutía y el majá” me parecerá, bien lo sé, un libro inexplicable y algo monstruoso.

El autor de Cuentos de todas las noches, ya lo hice notar, no acude a los elementos fantásticos y los personajes más habituales en la literatura para niños. Sitúa sus narraciones en un ámbito más real. Sus protagonistas se mueven en un mundo cotidiano y tienen que resolver pequeños conflictos. En “El manantial”, un señor que resulta ser el invierno se encarga de castigar a un manantial que se dedicaba a hacer maldades y burlarse de todo el mundo. En “Rafaelilla y Saturnina”, una gata aristocratizante y vanidosa, que cree que vale más que sus congéneres, aprende que la igualdad existe entre todos los animales de la tierra: “entre los grandes como entre los chicos; entre los que se arrastran como entre los que andan en dos patas; entre los que vuelan como entre los que nadan; entre los que son tortugas como entre los que son elefantes”. En “Picotazo, picotazo…”, un gato que planea subirse a un árbol y merendarse los huevos de un nido, recibe su escarmiento gracias a la valentía de una pareja de diminutos pajaritos. Y en “El plátano guineo”, un ratón viejo sacrifica su vida para salvar a sus conciudadanos. Les deja como lección además una sentencia que los padres dejaron escrita a sus hijos en cascaritas de nueces: No es oro todo lo que reluce.

Esta renuncia consciente a los ingredientes fantásticos no significa, sin embargo, que Bacardí Moreau cierre las puertas a la imaginación, que es, por cierto, algo bien distinto. En su libro los detalles de fantasía que aparecen son los que pueden andar implícitos en la propia naturaleza. En sus cuentos sin magia, como afirma Mirta Aguirre, los animales hablan sólo porque los pueblos y los niños hacen milagros sin interferencias sobrenaturales. El escritor santiaguero se decanta además por una fantasía poética e impregnada de una ternura que nunca llega a ser almibarada. Así, cuando describe a los hijitos de la gata Saturnina apunta que uno “blanquito como una taza de leche —sin café, claro—; y el último monísimo, una rareza, porque siendo blanco tenía el hociquillo de ébano y las cuatro paticas como metidas en botines blancos. Los seis eran juguetones y unos golosos de marca mayor”.

Bacardí Moreau concibió esos cuentos para su hija Amelia, con la finalidad de entretenerla y, también, de inculcar en ella valores y conceptos fundamentales. Ambos objetivos, el recreativo y el didáctico, se logran cumplidamente gracias a que están realizados de manera idónea. En el caso del primero, eso se consigue sin concesiones a la tontería, la banalidad y el mal gusto. Y en cuanto al fin educativo, Bacardí Moreau no cae en el frecuente error de que en cada página de su libro se levante un dedo moralizador o de aleccionar a los niños para que se muestren tranquilos y obedientes. Como ocurre con la buena literatura para el público infantil, Cuentos de todas las noches proporciona una lectura agradable, que no insulta la inteligencia de los destinatarios, al trasladarlos a un ámbito infantilizado en exceso.

Entre bromas y veras, Bacardí Moreau aprovecha para insertar con prudencia y tino breves comentarios acerca de conductas que su hija debía aprender a evitar desde pequeña. En “Liborio, la jutía y el majá”, al referirse a este último expresa: “Este majá —bueno es aclararlo— era muy ladino y podía engañar a cualquier bicho viviente, porque había vivido cerca de la casa de un abogado muy astuto de quien había aprendido a hacer que la gente viera lo blanco negro y viceversa, siempre que anduvieran por medio buenos honorarios”. Y en “Rafaelilla y Saturnina” comenta que lo platicado por que unas mininas quedó entre ellas, “porque las gatas, al revés de muchas mujeres, saben hablar poco y guardar un secreto como no siempre consiguen guardarlo los hombres que presumen de ser más discretos”.

Como se puede advertir en los fragmentos que hasta aquí he citado, en Cuentos de todas las noches hay una presencia constante del humor. Se trata, vale recordarlo, de un recurso de una probada eficacia entre los lectores infantiles, y Bacardí Moreau sabe emplearlo con muy buen criterio. Véase este texto en el cual usa lo que Aguirre llama su sonreída gracia, para insertar unas breves pinceladas de historia y geografía: “Llegó el día en que sólo quedaron en el establecimiento tres: dos gatas ya de mediana edad que hacían en todo y por todo su real gana y un gatazo muy orondo, haragán, haraganísimo, totalmente negro y gran egoísta, que se pasaba el día durmiendo y respondía al nombre de Marco Aurelio, sin que nadie supiera por qué un gato más bien de ruines sentimientos y nacido en Cuba, la mayor de las Islas Antillas, llevaba el nombre del sabio emperador romano, estando Roma tan lejos —capital del país que hoy es Italia— y habiendo muerto Marco Aurelio hace tantísimos años”.

Cuentos de todas las noches viene, pues, a completar y enriquecer la figura literaria y humana de Bacardí Moreau. Es además una obra en la que dio lo mejor de sí y en la cual su prosa alcanzó su mayor pulcritud estilística. Pudo conseguirlo precisamente porque, como comenta Heinrich Böll, acometió ese proyecto cuando su hija era ya una persona adulta y él, un hombre ya en su vejez, pero muy maduro por dentro. Son además textos que corresponden a un hombre que tenía ideas muy claras respecto a cómo proteger y educar a los niños. Me parece oportuno recordar que acontecimientos políticos que entonces se produjeron en la Isla, impidieron que Bacardí Moreau presentara en la Alta Cámara un proyecto redactado por él sobre el funcionamiento de los asilos infantiles, que iban a beneficiar a los más pobres. Todo eso explica que con su libro pudiera señalar con firmeza el camino que debía seguir nuestra literatura para niños, para poder crear una expresión propia.

Si en 1949 Mirta Aguirre escribió que el libro representaba una faceta desconocida de Emilio Bacardí Moreau, hay que decir que, lamentablemente, sesenta años después de su primera edición esa faceta sigue estando opacada y mantenida en las sombras. Esos seis cuentos son verdaderas perlas que es necesario arrebatar de las manos del olvido y poner al alcance del público lector para el cual fueron escritos.

Releyendo a Gabriela Mistral

 Algunas ideas de la poetisa y educadora chilena Gabriela Mistral sobre la formación de lectores, expresadas en el artículo Reflexiones en torno a la lectura. En una página habla de:

“Hacer leer, como se come, todos los días, hasta que la lectura sea, como el mirar, ejercicio natural, pero gozoso siempre. El hábito no se adquiere si él no promete y cumple placer”.

Luego añade:

“Dicen que lo mejor suele ser enemigo de lo bueno; también lo solemne anticipado puede empalagar de lo serio y por toda la vida. El fastidio lleva derecho a la repugnancia”.

Y también:

“Lo único que importa es cuidar los comienzos: el no hastiar al recién llegado, el no producirle el bostezo o el no desalentarle por la pieza ardua. Ciencia de editor, o de bibliotecario, o de maestro: astucia de la buena, manejo de persona difícil, habilidad de entrenador”.

El eterno Rodari

“Definir el libro como un ‘juguete’ no significa en absoluto faltarle el respeto, sino sacarlo de la biblioteca para lanzarlo en medio de la vida”.

“No hay que olvidar que un niño no es una flecha que va en una sola dirección, sino muchas flechas que, simultáneamente, van en muchas direcciones”.

“Para ser útil al niño lector, el adulto que escribe ha de seguir siendo él mismo. No se ha de fingir niño, pretender ver el mundo a través de los ojos infantiles, hacer niñerías o revivir su infancia”.

Gianni Rodari (1920-1980)

De libros, lecturas y lectores (II)

“El único consejo sobre la lectura que una persona puede darle a otra es no seguir ningún consejo; que siga solo sus instintos, use su razón y llegue a sus propias conclusiones”.
Virginia Woolf

“Los libros tienen su orgullo: cuando se prestan, no vuelven nunca”.
Theodor Fontane

“La poesía, a mi modo de ver, es una manera peculiar de mirar el mundo. Casi siempre, tenemos ojos y no vemos. Cuando, de pronto, miramos de veras, nace ya la poesía”.
Eliseo Diego

“Hay aquellos que mientras leen un libro, recuerdan, comparan, reviven emociones de otras lecturas anteriores. La lectura es una de las más delicadas formas de adulterio”.
Ezequiel Martínez Estrada

“En los tiempos de La Fontaine los animales hablaban; hoy escriben”.
Antonio Fogazzaro

De libros, lecturas y lectores (I)

“Un libro no existe si lo ignoran. No le basta que alguien lo escriba. Tiene que ser, enseguida, publicado. Es decir, dado al público. A la publicidad, a la popularidad, todas palabras de la misma familia, vecinas del sentidio de población pueblo, su verdadero dueño. Y, después de publicado, tiene que ser leído. Si no lo es, no existe, salvo potencialmente, en estado latente, como un genio en una botella. Un total y absoluto despilfarro. Alguien tiene que abrirla”.
Ana María Machado

“Lo cierto es que los libros que leímos de niños cambian con nosotros. No sólo las sobrecubiertas se desagarran, las cubiertas se ajan, el papel se vuelve amarillo, la tinta empalidece: las palabras mudan de sentido, los detalles se multiplican, los personajes se hacen más complejos, la acción cambia de rumbo. Los libros de nuestra infancia son más fieles a nosotros, sus lectores, que a aquellos que los han creado”.
Alberto Manguel

“Recuerdo el extraordinario enriquecimiento que significó para mí empezar a leer, es decir, empezar a vivir a través de la lectura muchas más vidas de las que yo podía aspirar a tener, poder viajar en el tiempo, en el espacio, cambiar de identidades y de situaciones. Y cuando digo vivir otras vidas, digo realmente vivirlas, porque la lectura significó y ha significado para mí, sobre todo, esa identificación total con los personajes de aquellos libros que eran capaces de aturdirme, de embriagarme y de arrancarme totalmente de esos confines dentro de los que se mueve una persona en el mundo objetivo”.
Mario Vargas Llosa

“Las palabras sirven para liberar una materia silenciosa, mucho más vasta que las palabras, que cada lector lleva en su interior”.
Nathalie Sarraute

Presentarán libro de Daisy Valls en el Centro Cultural Español de Miami

Como parte de su programa para la promoción de la lectura y la escritura, el Centro Cultural Español de Miami realizará el próximo lunes 12 de abril, a las 7 de la tarde, la presentación del libro Mi última clase, de la escritora cubana Daisy Valls, cuento ganador del certamen de narrativa Migraciones Mirando al Sur.

Participarán en el acto la autora, Javier Usero Vilchez y Sergio Andricaín. La entrada es gratuita. La dirección del CCE es 800 South Douglas Road No. 170, Coral Gables.

Cuatrogatos envió cuatro preguntas a Daisy, que ella tuvo la amabilidad de contestar sin tardanza:

¿Qué es Mi última clase?

Mi última clase es un cuento que presenta una experiencia difícil para una adolescente de catorce años: La deportación de su madre a Honduras, su país natal. La protagonista, Solángel Murillo, vive de golpe esta situación mientras echa mano a los recuerdos de la infancia, a los recursos que le proporcionan ciertos personajes de la literatura infantil que aún la acompañan y que hacen posible un final esperanzador. El Pájaro Azul, en un sueño o una visión, es quien la guía. No es una historia real, pero se basa en elementos de la realidad combinados con matizaciones y rejuegos propios de la fantasía infantil.

¿Cómo nació este libro?

Lo escribí para participar en el concurso Migraciones: Mirando al Sur, auspiciado por el Centro Cultural Español de Miami y la AECID. El día que salió la convocatoria tuve tres llamados: Temprano en la mañana Eduardo Carballo me la puso en mis manos; al mediodía, Javier Usero me habló del concurso, y por la noche Marta Cabrera me la envió por correo electrónico. Esos tres amigos me dieron no solo la noticia, sino el impulso. También mis estudiantes del Programa Internacional en Coral Way K-8 Center, a quienes leí el cuento. Recuerdo la opinión de Patricio Acevedo, quien dijo que el final era hermoso porque la niña tenía esperanzas.

¿Qué significado tiene este premio?

En lo personal, el premio me ha servido como un motorcito que ha roto la inercia de varios años no solo sin publicar, sino aun sin escribir. Una urgencia interior me iba dictando el texto. Con solo haber sentido nuevamente el proceso de creación, ya era más que suficiente; pero ver que luego las cuartillas se convirtieron en libro ha sido doblar el premio.

¿Proyectos literarios inmediatos?

Sí, el motorcito aún tiene combustible. Y de la combustión han salido algunas cosillas todavía inéditas: Poesía para niños, una novelita de aventuras para adolescentes, etc. Están en mi gaveta. Ojalá pronto pasen a la del editor.

Kraft, el arte de jugar con el papel

Por Antonio Orlando Rodríguez
Tomado de El Nuevo Herald, Miami

Después de presentarse en Boston y Pittsburgh, la compañía Bambalina viajó a Miami, gracias al Centro Cultural Español, para brindar en la sala Prometeo una única función de Kraft. Dos años atrás, este grupo de teatro de muñecos con sede en Valencia, España, nos había visitado con su memorable lectura del Quijote.

Kraft, con guión y dirección artística de Jaume Policarpo, es un divertimento que explora creativamente los vínculos del juego y la representación y, al mismo tiempo, reflexiona —evitando los peligros de lo didáctico y lo panfletario— sobre el tema del ambientalismo, una asignatura pendiente para la mayoría de los estados contemporáneos.

Kraft es, también, una suerte de homenaje lúdico al resistente papel, usualmente utilizado para labores de embalaje, que da título al montaje. Tres actores devenidos niños —Merce Tienda, Óscar Jareño y el propio Policarpo— se divierten y revelan las insospechadas posibilidades expresivas de un material que, por lo general, se mira con desdén. La exploración de las texturas, las formas, los movimientos e incluso los sonidos del papel sirven de fundamento a la dinámica puesta en escena.

Los intérpretes son de primera: bien entrenados, creativos y, sobre todo, muy desinhibidos. Tienda y Policarpo integran un efectivo dúo de clowns y el hilarante antagonismo entre ellos está matizado con detalles sutiles y felices, que evidencian una cuidadosa observación del universo de la infancia. Jareño asume su pintoresco personaje —testigo y cómplice de las travesuras de los otros dos— con un buen manejo de la voz y una peculiar vis cómica.

La música del espectáculo, que interpretan los actores recurriendo a sus voces y a poco tradicionales “instrumentos” de percusión y de viento (dedales, pitos, tiras de cinta adhesiva y casi cualquier cosa capaz de emitir sonidos), incluye desde desenfadadas corales polifónicas y arias operáticas hasta un simpático “rap ecológico” que nos alerta de que “el verde se quema, / el aire se gasta / (…) la tierra de vergüenza enloquece”.

“Todo es animable, cualquier objeto puede tener vida”, parece ser la premisa de esta propuesta de Bambalina. Para demostrarlo, un pliego de papel puede metamorfosearse, en un abrir y cerrar de ojos, en trineo, espada o pañuelo (en alegórica exhortación al reciclaje). Los estilizados títeres, inspirados libremente en la técnica del bunraku, resultan un hallazgo por su sencillez y elocuencia. Para destacar, la diva operática, el acróbata en zancos, la expresiva “bailaora” de flamenco y el japonés que hace gala de sus habilidades tanto para las artes marciales como para los tambores kodo.

Los creadores de Kraft saben bien que, como expresó el antropólogo Johan Huizinga en Homo ludens , no hay verdadero juego sin libertad (ni verdadera libertad sin juego, cabría añadir); por eso, la cuidadosa partitura escénica deja un refrescante margen para la espontaneidad que el ensemble usa discreta pero eficazmente. Las jitanjáforas y onomatopeyas que permiten que los diálogos sean “entendidos” por públicos de distintos idiomas, el trabajo limpio y sincrónico en la manipulación y, sobre todo, el humorismo, la poesía y la capacidad de sugerencia que lo recorren de principio a fin, hacen de Kraft un espectáculo ingenioso y lleno de sorpresas.

María de la Luz Uribe y la magia del idioma

 

“La magia del idioma puede ser percibida por todos los niños, que están ávidos de ella, pero hay que darles los elementos necesarios, las rimas, el ritmo, los disparates, los versos maravillosamente tontos. Cuando un niño empieza a jugar con las palabras por cuenta propia gozando con los sonidos, las sílabas, las onomatopeyas disparatadas, ha encontrado el camino de su propia libertad”.

María de la Luz Uribe
escritora (Santiago de Chile, 1936-Sitges, 1994)
(tomado del artículo “La magia de las palabras, Revista CLIJ No. 14).

El arte de Kvêta Pacovská

“Quise decir algo y lo pinté, y eso son mis libros, mi mundo pintado, mi comunicación visual, mi comunicación con niños distantes, que no necesita traducción”.

“¿Por qué dibujo? Porque lo necesito. Porque sin dibujar no puedo existir. Es como respirar. Un dibujo es tal como es. No debe ni puede fingir. Expresa nuestros sentimientos y nuestros pensamientos”.

“Prefiero todos los materiales. Son tentadores. Son inspiradores. Me gusta trabajar con todos”.

“Algunas veces trabajo todo el día o algunas veces toda la semana, y no estoy satisfecha. Así que tomo las tijeras y corto todas las cosas, y estoy de nuevo descontenta, así que vuelvo a unirlo todo. En un mundo de papel nosotros podemos: Pegar, Doblar, Apilar, Fijar, Hacer pedazos, Cortar, Humedecer, Secar, Tocar, Crujir, Añadir, Recortar, Atravesar”.

Kvêta Pacovská
Artista checa nacida en Praga, en 1928. Ha ilustrado más de un centenar de libros, entre los que se encuentran El señor de los anillos, de J.R.R Tolkien (publicado en 1968); Momo, de Michael Ende (en 1979); El valiente soldado de plomo, de Hans Christian Andersen (en 1985) y El mundo de los cuentos de hadas, de los hermanos Grimm (en 1986). Ha publicado también cuentos de su autoría como El pequeño rey de las flores (1991), Teatro de medianoche (1992) y Flying (1995), y libros-objeto como Unfold/Enfold (2005). Ganadora de la Manzana Dorada de la Bienal de Bratislava en 1983, del Gran Premio de la Bienal de Cataluña en 1988 y del Premio Andersen de Ilustración 1992.

Alice Vieira y su literatura sin edades


Por Antonio Orlando Rodríguez, tomado de El Nuevo Herald, Miami

Nadie pone en duda que, desde antes de ganar el Nobel, José Saramago era ya el escritor portugués contemporáneo más conocido en Hispanoamérica. António Lobo Antunes, ganador del Premio de Literatura en Lenguas Romances de la última Feria Internacional del Libro de Guadalajara, le sigue los pasos. El tercer vórtice en esta suerte de “triángulo de oro” es una mujer que se dio a conocer hace 30 años en el mundo de los libros para libros y niños y jóvenes: Alice Vieira. Varias novelas traducidas a nuestra lengua –entre ellas la inolvidable Los ojos de Ana Marta– la han convertido en una autora de culto para muchos lectores, chicos y grandes, de España y América Latina.
El primer contacto de Vieira con la escritura para niños surgió de forma inesperada. “Un día, mi hija Catarina, que por entonces tenía nueve años de edad, me dijo: ‘No tengo nada para leer, ¿qué hago?’”, relata. “Entonces les propuse a ella y a mi hijo Andrés que escribiéramos un libro entre los tres. Lo hicimos en veinte días. Estábamos de vacaciones y nos divertimos mucho”. La experiencia la animó a escribir su primera novela, titulada Rosa, mi hermana Rosa, y presentarla a un concurso convocado por la editorial Caminho, donde resultó ganadora.

Ese fue el inicio de una larga bibliografía que incluye títulos como A vueltas con mi nombre, Cuaderno de otoño y Portal 12, 2º centro, y de numerosos reconocimientos nacionales e internacionales. En sus libros, la autora nacida en Lisboa, en 1943, aborda las complejas relaciones entre los niños y los adultos. Su interés al escribirlos nunca es transmitir mensajes morales a sus lectores, sino “ayudarlos a ser más fuertes y tener mayor capacidad de resistencia, a creer más en ellos mismos”. Al charlar con Vieira, resulta evidente que una de sus grandes inquietudes es el desconocimiento que existe entre las jóvenes generaciones sobre la historia reciente de Portugal. “Los niños no saben nada sobre la dictadura ni sobre el proceso de restauración de la democracia”, explica. “Ese blanqueamiento de la memoria histórica me preocupa mucho”. Por eso escribió Veinticinco a siete voces, novela en la que se rememora la llamada Revolución de los Claveles desde la perspectiva de siete personajes de diferentes edades.

Su libro más reciente, titulado La vida en las palabras de Inês Tavares, apareció el año pasado y Alice Vieira lo cataloga como “completamente de hoy”. En sus páginas, asegura, trató de reflejar la vida de los adolescentes de su país. “Utilicé su lenguaje actual, los muchachos de ahora tienen una manera de dialogar muy rara y me encanta llevarla a los libros. La capto bien porque, además de visitar mucho las escuelas, mis nietos llenan la casa de amigos y escucho como hablan. Es un libro, muy crítico, porque mis personajes observan su realidad y lo cuestionan todo. Entre otras cosas, a esas personas que no tienen ni cinco minutos para hablar con sus vecinos, pero que se pasan todo el día delante de la computadora, ‘salvando el mundo’ con sus clics. Un clic y salvan los animales de la Amazonía, otro clic y salvan a los niños de Gaza. Apretar una tecla y hacer clic es muy fácil, pero hacer algo concreto para que el mundo real sea mejor resulta más difícil…”

El pasado año, Alice Vieira dio una sorpresa al ganar el premio Maria Amália Vaz de Carvalho con Dois corpos tombando na água, su primer libro de poesía para adultos. “Nunca antes había escrito poesía”, comenta. “Fue algo tan raro, tan inesperado, que al terminarlo no se lo quise mostrar a mis amigos, sino que preferí enviarlo al concurso con un seudónimo”. Sin embargo, Vieira ha colaborado con un grupo de amigos en la creación de cuatro novelas “colectivas” para adultos. “Son un juego, una broma, pues cada uno escribe un capítulo y se lo entrega a otro para que prosiga la historia”.

La calidad de su prosa y la profundidad de sus historias han hecho que mucha gente se pregunte por qué Vieira no ha escrito aún una novela “en serio” para el público adulto. La respuesta, según ella, es simple: “Creo que esa novela no sería muy diferente de las que ya he publicado. Cuando escribo, nunca pienso en la edad del público ni en lo que pueden entender o no los jóvenes lectores. Soy muy egoísta: escribo para mí; mientras trabajo, solo existimos la historia y yo. Por eso, si un adulto quiere leerme, que lea cualquiera de mis libros”.