La escritora cubana Janina Pérez de la Iglesia nació en la ciudad de Guantánamo y estudió la carrera de Medicina y la especialidad en Medicina Familiar en el Instituto Superior de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba. Posteriormente, vivió durante ocho años en República Dominicana y en ese país dio inicio a su carrera como autora de narraciones para niños y jóvenes. Actualmente reside en Las Vegas, Estados Unidos, y cuenta con una amplia bibliografía que incluye títulos como Seis dedos, 15 tontos para Melissa, Un ángel en el cuarto de huéspedes y El disfraz, publicados por Norma en Colombia, y La rueda del hámster, Hormiga con corbata, Los delfines están llorando y Limón azul, publicados por Loqueleo en República Dominicana.
Su novela para jóvenes El lobo de Alaska, que forma parte del catálogo de Norma Colombia, fue uno de los libros ganadores del Premio Fundación Cuatrogatos 2024. Para conocer detalles sobre el origen y el proceso de escritura de esta obra, entrevistamos a Janina Pérez de la Iglesia.
¿Cómo nació El lobo de Alaska? ¿Fue una de esas historias que se “cocinan” durante largo tiempo o fue de “cocción” rápida?
De cocción rápida. Algo así como la caída de un rayo en cielo despejado. Abril de 2020, estaba iniciando la pandemia y ocurrieron dos cosas. Primero, sentía una angustia muy grande porque mi hija vive en Colombia y mi madre en Cuba. Siempre nos hacemos a la idea de que, ante cualquier imprevisto, podemos tomar un avión y viajar junto a nuestros seres queridos. De pronto, esa certeza se había derrumbado. Lo segundo fue el encierro. Por primera vez en la vida tenía todo el día para escribir. De hecho, estaba trabajando en otro libro, y una mañana a finales de abril me senté ante el computador y en vez de abrir el archivo en el que trabajaba puse una hoja en blanco y escribí la introducción de El lobo de Alaska. Surgió de la nada, pero tenía la imagen extraordinariamente nítida de un lobo al que le fui agregando espacio y personajes. Escribí la novela de un tirón, sin pausas, sin tomar notas como habitualmente hago, sin armar un esqueleto previo. En agosto había terminado el libro.
¿Cuál fue tu propósito al escribir esta historia?
No existía un propósito concreto. En ningún momento me propuse dirigir la trama del libro a un tema u otro, ellos fueron surgiendo y enlazándose entre sí. Es cierto que son temáticas que resultan importantes para mí. El amor a los animales. El acoso sexual. La violencia intrafamiliar. La pérdida. Sobre todo esto último. La vida es una constante pérdida, y no estoy de acuerdo con estas corrientes psicológicas que tratan de imponernos la felicidad a toda costa, como propósito de vida. Vivir es otra cosa. La vida es completa, total, avasallante en lo bueno, pero también en lo malo. La historia de Olivia, la protagonista del libro es una historia de pérdidas, y sin embargo es una historia hermosa y completa de vida.
¿Por qué el lobo como símbolo que recorre buena parte de la narración?
Buena pregunta. A veces también me he cuestionado eso. El lobo fue la idea original, la punta del hilo, y la seguí con total fascinación a tal punto que llega a convertirse en un arquetipo de esta historia. El lobo solitario de los bosques de Alaska, alejado de la manada, imponente, misterioso, se va transformando en el lobo interior del personaje con todo lo que esto conlleva. Nos llevamos muy bien con la parte hermosa dentro de nosotros, pero no tanto con nuestras oscuridades. A Olivia le ocurre lo mismo. Deberá transitar un camino difícil, incierto, espinoso, debatiéndose en el eterno amar-odiar, comprendiendo que el lobo oscuro de su interior, y el lobo blanco, son en realidad el mismo lobo, que no podría existir uno sin el otro.
¿Pusiste mucho de ti en los personajes de esta obra? ¿Cómo fue despedirte de ellos al concluir este proyecto y sumergirte en otro?
Siempre hay algo de mí en cada obra. Lo quiera o no, solo puedo escribir a través de las vivencias, aunque el libro sea de total ficción. Nunca he vivido situaciones parecidas a estas, y sin embargo sí las he vivido un poco, porque he observado con atención la vida de otros. Y sí, me cuesta bastante alejarme de las historias que voy terminando. Siempre. Pero con este libro me ha costado más que con los anteriores. Tal es así que no he podido terminar la novela que dejé a medias para escribir El lobo de Alaska.
¿Podrías hablarnos del proceso previo a la escritura de la obra? ¿Investigaste mucho? ¿Fuiste a Alaska?
Pues no. Jamás he viajado a un sitio parecido a Alaska. Investigué poco. A medida que escribía, si me surgía alguna duda buscaba en internet, pero solo eso. Tampoco vi películas sobre Alaska ni documentales, aunque sí recordaba imágenes vistas en el pasado, lecturas de mi infancia que fueron quedando impresas en mí, pero obviamente Alaska debe haber cambiado mucho desde entonces.
¿Qué fue lo más complejo y retador de esta obra?, ¿qué lo más gratificante?
Lo más complejo fue terminar la historia, poner el punto final, sentía que quedaban muchas cosas por contar y a la vez sabía que era el momento de terminar. Y lo más gratificante fue la llamada del editor para decirme que era una novela hermosa y que había pasado dos noches sin dormir, incapaz de soltar la lectura. Fue un momento especial para mí porque él fue el primer lector de esta historia, y por tanto el primero en darme su opinión.
Como autora, ¿de qué manera enfrentaste y resolviste los duros y dolorosos episodios de violencia y de acoso sexual de que son víctimas la protagonista y su mejor amigo? ¿Fue tan perturbador e indignante escribirlas como lo ha sido, para algunos lectores, leerlas?
Indignante sí. Sobre todo porque existen muchas formas de abuso solapadas, tanto sexual como en las relaciones familiares que resultan difíciles de enmarcar. La víctima muchas veces no sabe que está siendo violentada, y hay entornos que favorecen al agresor. Incluso que alguien invada tu espacio personal sin tu consentimiento, es violencia. Hace años trabajé con chicos de bachillerato y pude darme cuenta de esto. Salías al patio de recreo, e incluso en las aulas, podías ver muestras de violencia muy claras que los chicos habían internalizado como algo normal, como simples juegos. Socialmente hemos ganado bastante en este sentido, exponiendo y persiguiendo estos abusos, pero lo difícil es que nos fuimos al otro extremo creando generalizaciones, por ejemplo, juzgar que todos los hombres son violentos.
¿Cómo te definirías como escritora: lo planificas todo o dejas que los personajes te tomen de la mano y te arrastren?
Ambas cosas. Por lo general planifico lo básico, eso que yo llamo el esqueleto y a partir de ahí trabajo. Hay personajes muy dóciles, pero otros se salen totalmente de control. El proceso creativo es esto y cuando la historia desea tomar otro camino lo mejor, por tu propio bien, es no oponerse.
¿Qué lugar ocupa esta novela en el conjunto de tu producción literaria y de qué manera crees que incidirá en tus futuras creaciones?
Me gustó el resultado, y esto de por sí la convierte en una novela distinta. Soy perfeccionista, angustiosamente perfeccionista, y podría pasar años corrigiendo un libro que he escrito, y cambiándole situaciones. Pero El lobo de Alaska me dejó satisfecha conmigo misma, no sé si esto suena prepotente, pero fue así. Incluso cuando en el proceso de revisión literaria me sugerían cambiar alguna palabra me sentía angustiada por ello. En cuanto a la segundo, no creo que incida en mis futuras temáticas a desarrollar. Me gusta improvisar con temas nuevos.
¿Qué quisieras que quedara en los lectores después de terminar la última página de El lobo de Alaska?
Deseo que sientan que leyeron un buen libro. Luego, si se animan a expresar su amor por la experiencia, será como un extra. En el colegio Normal de Bucaramanga, Colombia, después de leer el libro los chicos moldearon una máscara que era la cabeza de un lobo, y cada quien la decoró según su gusto y personalidad. Estaban muy entusiasmados mostrando su trabajo, dedicaron tiempo, esfuerzo, creatividad y recursos a estas manualidades inspirados en el libro, y cuando ocurren estas cosas uno sabe que la historia caló en ellos.
No estudiaste literatura ni filología, sino medicina. ¿Qué le ha aportado tu profesión al oficio de escritora?
Me especialicé en Medicina Familiar. Soy por naturaleza bastante introvertida, pero muy observadora. En la práctica médica de esta especialidad tuve acceso a una infinidad de historias, no solo en lo profesional sino en lo humano. Cada persona es un mundo, y también cada hogar es un mundo. De algún modo la enfermedad y la cercanía con la muerte nos vuelve vulnerables y afloran las contradicciones que logramos mantener a raya toda la vida. Además, ejercí mi profesión en un barrio de pocos recursos en mi ciudad de Guantánamo, Cuba, cuando caía el muro de Berlín y las condiciones económicas de la isla se deterioraban a extremos inimaginables. Todo esto me fue nutriendo para escribir, aunque yo no lo sabía entonces. Como escritor no puedes describir de manera contundente las carencias, la tristeza, el hambre o la desesperanza de las personas si no las viviste de primera mano, y créame que a mis escasos veintitantos años tuve que navegar a través de todo eso. Cada libro es distinto, pero mi pasado vive un poco, otra vez, en cada uno de ellos.