Continuamos publicando las respuestas que dieron a nuestro cuestionario los editores de los libros ganadores del Premio Fundación Cuatrogatos 2022. Toca el turno a Laura Leibiker, de Ediciones Norma Argentina, y a María Francisca Mayobre, de Ediciones Ekaré, a quienes agradecemos su amable colaboración.
Laura Leibiker habla de Graymoor, novela juvenil de Sebastián Vargas (Buenos Aires: Ediciones Norma, 2020):
¿Cómo llegó Graymoor a Ediciones Norma? ¿Qué te atrajo de esta obra, qué te decidió a publicarla?
Esta es una larga historia. Leí un original que llegó al Premio El Barco de Vapor cuando era editora de SM (y jurado del premio). El texto me impactó muchísimo: me pareció osado, perturbador, audaz… y extraordinario. No estaba segura de que fuera publicable (en la colección Gran Angular). Lo cierto es que en ese momento Sebastián Vargas también trabajaba en SM (en el sector de textos escolares, no había publicado literatura todavía), por lo que, como empleado, no podía participar del premio: había mandado la novela casi como un ejercicio. Y como la presentación era bajo seudónimo, recién después de ese impacto supimos que el autor era él. En aquel momento le dimos una devolución entusiasta, pero hasta allí llegamos.
Sin embargo, el texto me quedó dando vueltas en la cabeza. Yo llevo ya diez años en Norma, por lo que imaginen el tiempo transcurrido. Y al recordar la novela, volví a pedírsela. La había trabajado mucho, la había desdoblado y le había cambiado el título. En el ínterin, Sebastián había publicado muchísimo y se había transformado en un autor reconocido y premiado; yo seguía sintiendo que la novela estaba en el borde entre lo juvenil y lo adulto, pero también entre lo publicable y el riesgo. Y, francamente, me pareció que era un riesgo que debíamos tomar por lo extraordinario del texto. Y porque muchos jóvenes se sentirán indudablemente cerca de estos personajes oscuros, asustados, valientes, imperfectos, perseguidos, hijos de familias disfuncionales e inmersos en realidades que parecen de ciencia ficción. Pero sobre todo inolvidables.
¿Qué puedes contarnos sobre el proceso de edición?
Con Laura Linzuain trabajamos el texto y hubo un cambio importante, que fue el recurso de las desgrabaciones. La estructura de la novela demandaba diversas voces, y era difícil explicar por qué y cómo el narrador tenía tan diversas fuentes. Este fue un recurso que apareció en la edición. También había una versión en la que los cuentos que cuenta Luciano eran un texto aparte (otro libro posible), y definimos con el autor reincorporarlos en la novela. Por lo demás, Sebastián es un autor elástico, dispuesto a trabajar y retrabajar el texto y que confía mucho en el proceso de edición. Fue un placer y un honor trabajar con él. La obra, en todo caso, ya era extraordinaria desde el inicio. En cuanto a la tapa, Valeria Bisutti (nuestra jefa de Arte) leyó la novela y quedó fuertemente impactada. Los elementos de la portada sintetizan ciertos eventos y climas, pero sin develar nada de la trama.
A tu juicio, ¿qué podrán encontrar los lectores al abrir este libro?
Como dije antes, lo primero es que se trata de una obra inolvidable. Hay escenas, personajes, que se pegan a uno, que se sostienen en el recuerdo (aun cuando uno quisiera, en algún caso, olvidarlos). Van a encontrar una obra que los enfrenta como lectores, sin subestimarlos, sin ahorrarles sustos ni angustia. Creo que las buenas novelas sostienen el interés del lector, lo “agarran”: esta es una obra que no te suelta fácilmente. Es, en cierto sentido, hipnótica. Y seguramente hará a los lectores reflexionar sobre sus propias constelaciones familiares, sobre los vínculos y los sueños.
¿Qué aporta Graymoor al catálogo de Ediciones Norma?
La novela nos permite recibir a uno de los autores más importantes de la LIJ argentina de hoy. Y, en particular, con una novela que expande los límites de lo considerado juvenil, que desafía al lector y al mediador ya que aborda un tema tabú como el de la violencia intrafamiliar. A su vez, permite atravesarlo del modo más cuidado: a través de la literatura.
María Francisca Mayobre habla de Cajita de fósforos. Antología de poemas sin rima, selección de Adolfo Córdova e ilustraciones de Juan Palomino (Barcelona: Ediciones Ekaré, 2020).
¿Cómo llegó Cajita de fósforos a Ediciones Ekaré?
Adolfo Córdova, antologador de este Cajita de fósforos, estaba en Alemania, en la Biblioteca Internacional de la Juventud, haciendo una investigación sobre la poesía no rimada en la LIJ, y desde allá nos escribió para ver si lo podíamos ayudar a encontrar los poemas originales de Aquiles Nazoa de Método práctico para aprender a leer en VII lecciones musicales con acompañamientos de gotas de lluvia. Adolfo suponía (y suponía bien) que, siendo Aquiles Nazoa un autor venezolano previamente publicado por Ekaré, nosotros en Caracas podríamos darle pistas. Ediciones Ekaré tiene la suerte de tener una estrecha relación con el Banco del libro y, aún más, que su sede en Venezuela queda justo al lado de su magnífico Centro de Documentación. Así que Araya Goitia solo tuvo que dar unos pasos para hallar el preciado libro. Nos lo devoramos. Al leer la poesía no rimada de Nazoa, nos cercioramos, entonces, de que algo muy importante se traía Adolfo entre manos. Este fue el momento insignt. Pensamos de inmediato en Taquititán de poemas, una antología de poesía para la primera infancia con ilustraciones de Ana Palmero Cáceres que habíamos publicado un par de años atrás, y que nos trajo grandes satisfacciones. ¿Y si hiciéramos una antología de poesía hispanoamericana no rimada a partir de la investigación de Adolfo? En ese momento nos arropaba un genuino e ingenuo entusiasmo: no estábamos conscientes de los enredos en los que nos íbamos a adentrar.
¿Qué puedes contarnos sobre el proceso de edición?
Hacer una antología nunca es tarea fácil. Se suelen subestimar las complicaciones y complejidades logístico-administrativas, por así decir. Sin embargo, creo que todo ese minucioso y enmarañado esfuerzo vale la pena. Además, con Cajita de fósforos logramos pasar por encima de esos escollos y logramos centrarnos en el divertimento editorial. Es decir, asumimos con estoicismo y organización todo el tema de derechos, por ejemplo. No es sencillo (aunque sin duda interesante) tramitar derechos para publicar treinta y seis poetas, cada uno con circunstancias y territorios particulares. Pero, como digo, nuestro trabajo editorial se concentró en la pasión por la poesía, en el novedoso hallazgo de la poesía no rimada y en lo que este género es capaz de detonar, o encender si consideramos que cada poema es un fósforo.
Disfruté muchísimo con Adolfo, revisando su investigación y realizando la selección final para darle un carácter y una forma determinada a la antología. Buscábamos un balance dentro de la diversidad. Queríamos todo: representar un siglo de poesía, el canon hispanoamericano, el canon de la LIJ, nuevas voces, voces diversas, voces representativas, mirada de género. Y, claro, como es una antología con características determinadas y no una enciclopedia, hay que vivir con la contrariedad de tener que elegir. Y así, dejar para otra ocasión excelentes poetas y poemas que por alguna u otra razón no formaron parte de la selección final.
Comunicarse con cada uno de los autores vivos fue un placer y un gran aprendizaje. Adolfo y yo revisamos con ellos cada uno de sus poemas. En algunos casos se actualizaron los poemas para esta edición. María José Ferrada nos consintió con un poema inédito que cierra el libro. La generosidad y el entusiasmo de los autores fueron enriquecedores y de vital importancia para el espíritu de este proyecto. También los herederos, agentes, editores e instituciones que nos han acompañado. Este especial entusiasmo quedó plasmado en el libro y en el recital virtual que está colgado en YouTube.
Ya con la selección, casi final, yo tenía la ilusión de que esta antología se ilustrara como un libro álbum. También quería que las dobles páginas tuvieran un sentido narrativo en sí mismas: textual y visual, como un afiche. La idea era que la ilustración contara una historia, que tuviera una narrativa propia, capaz de hilvanar los treinta y seis poemas y crear un solo corpus, como una urdimbre.
Quisimos que el libro que íbamos a publicar ofreciera múltiples lecturas: se puede leer toda la antología de un tirón, abrir una doble página y encontrar una narrativa específica entre dos poemas en contrapunto enlazados por una ilustración, pasar las páginas y adentrarse en un recorrido e historia visual solamente, entre otros caminos. En cualquier caso, no queríamos editar un libro de poesía ilustrado con viñetas, cosa que tampoco hicimos con Taquititán.
Optar por el trabajo del ilustrador Juan Palomino ha sido un gran acierto editorial. Trabajar con Juan, de la mano de la directora de arte Ana Palmero, fue fascinante. Juan es brillante, un gran artista plástico que sabe bien lo que implica ser ilustrador, y que es capaz de encontrar un acertado balance entre una cosa y otra. Además, maneja referencias vastas y fantásticas. Pudimos emprender el proceso de ilustración de este libro tal como se hizo porque Ekaré es una editorial muy particular. Es de las pocas que todavía apuesta por un director de arte que trabaje con profundidad y profesionalismo al servicio del ilustrador y del proyecto. Además, siempre trata de que el balance entre el tiempo de creación y de mercado se incline del lado del proceso de creación.
Juan tardó mucho más tiempo del que teníamos pautado, pero esto sirvió para que pudiera madurar sus ideas. También para que pudiera replantearse varias veces las ilustraciones y la técnica. Sus bocetos y cuadernos para este libro son geniales, demuestran la ardua y concienzuda labor de un ilustrador para abordar un proyecto.
A tu juicio, ¿qué podrán encontrar los lectores al abrir este libro?
Abrir Cajita de fósforos es adentrase en un mundo sensorial y lúdico. Un espacio impreso lleno de posibilidades. Las formas de lectura y juego son muy variadas. Eso es así, al menos para mí, y claro, eso es lo que me gustaría que encontraran también los lectores. No en balde el primer poema de María Elena Walsh, el que abre la antología (y que ha inspirado el título del libro y al ilustrador) habla de un espacio ficcional que es capaz de contener de todo, por más irrelevante, fantástico, intangible y absurdo que parezca. Atisba un reducto del inconsciente. Lo que coloca cada quien en su cajita es muy personal, es único, no hay censura ni predeterminaciones. Igual, al abrir el libro cada lector leerá como quiera, no hay un solo camino certero ni impuesto.
¿Qué aporta Cajita de fósforos al catálogo de Ekaré?
Cada libro de Ekaré es especial. Todas las ediciones son muy cuidadas: a la usanza tradicional que sugería que los créditos del editor fueran: “libro al cuidado de…”. Quiero decir, que cada libro de la editorial tiene un lugar determinado y propio en el catálogo y en los lectores. No en balde, se publican pocos libros que se reimprimen constantemente y muy rara vez se descatalogan. Ekaré, desde sus inicios, hace ya más de cuarenta años, ha optado siempre por originales formas de editar poesía, como por ejemplo Margarita, de Rubén Dario; Chamario, de Eugenio Montejo, la colección Rimas Adivinanzas… y ahora esta nueva Cajita de fósforos que dentro del catálogo de la editorial se suma a una forma particular de abordar y leer poesía hispanoamericana original sin subestimar a los autores y a los lectores, cualquiera que sea su edad.
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Otras respuestas de editores:
Jesús Félix Sacristán, de Nórdica Libros (España), y Lola Rubio, de Fondo de Cultura Económica (Argentina).