En Dido para Eneas, nos condujo a la milenaria Cartago; en El anillo de César, a la Roma de Julio César, y en Copo de Algodón, al antiguo Tenochtitlán. Buena parte de la narrativa para niños y jóvenes de la escritora mexicana María García Esperón se nutre del pasado de diferentes culturas, de su historia y de su mitología. Novelas como Querida Alejandría, El remo de Odiseo y Mi abuelo Moctezuma, por solo mencionar tres más, así lo ratifican, al igual que sus libros de recreaciones de leyendas Diccionario de mitos clásicos, Diccionario de mitos de América y Diccionario de mitos de Asia.
El Premio Fundación Cuatrogatos 2021 incluyó entre sus obras galardonadas El velo de Helena, una novela de esta reconocida autora, publicada por Ediciones El Naranjo con ilustraciones de Claudia Navarro. En este libro, García Esperón vuelve a visitar la mitología de la Grecia arcaica y convierte en protagonista y narradora de su relato a la célebre Helena de Troya.
Cuatrogatos hizo llegar un cuestionario a la destacada creadora para conocer detalles sobre su carrera literaria y sobre El velo de Helena. Compartimos a cotinuación nuestras preguntas y sus respuestas, que mucho agradecemos:
¿De dónde viene tu pasión por el pasado?
Del pasado, precisamente. De mi pasado. Siendo una niña me di cuenta de que tenía una capacidad especial para percibir esta dimensión del tiempo. Siempre me atrajeron la historia, la arqueología y la literatura, y de esta, los poemas épicos y la novela histórica. Entrar en construcciones antiguas, las del centro histórico de la ciudad de México, por ejemplo, me suscitaba estados de consciencia placenteros y alertas. Los vestigios arqueológicos del pasado prehispánico de mi país y las colecciones del Museo de Antropología me han deparado desde muy pequeña conexiones con el pasado.
Estudié Ciencias humanas en el claustro de Sor Juana en la década de los ochenta, el mismo edificio donde vivió la monja jerónima en el siglo XVII; entonces la experiencia estudiantil pude vivirla en un entorno privilegiado, en una especie de caja o estuche mágico conectado con el pasado de la ciudad de México, tanto el prehispánico como el virreinal, por estar el edificio en pleno centro histórico. Ahí estudié historia, filosofía, literatura, historia del arte y me sentía como en una máquina del tiempo.
Mi pasión por el pasado que atinadamente mencionan es la obsesión por un misterio que es el tiempo. ¿Y si todo ocurrió ya? ¿Si el futuro dibuja o diseña el pasado? ¿Es posible viajar en el tiempo? ¿Podemos conocer en profundidad a los personajes históricos que nos atraen, podemos invocarlos, escucharlos, amarlos? Unos días atrás, el 25 de marzo, se celebró en Italia el llamado Dantedì, el día dedicado a Dante Alighieri. Lo que él hizo en la Divina Comedia con Virgilio, atraerlo del siglo I a. C. al año 1300, cuando da inicio su viaje al más allá, es la expresión sublime de mi anhelo de alcanzar esas almas antiguas que nos han hecho ser lo que somos. Y con ese modelo excelso he intentado aproximarme a los personajes históricos que he tratado en mis libros.
¿Cómo una niña nacida en México se fascinó con el mundo helénico al punto de sentir que conoce a los dioses y héroes mitológicos como si fueran sus amigos y vecinos?
Me lo he preguntado muchas veces y he vuelto al momento preciso de mi infancia en que me sentí atravesada por el amor de Grecia, por la convicción de que yo pertenecía a ese mundo, que lo había perdido y que lo tenía que recuperar. Tenía cuatro años y en un libro vi una imagen de la diosa Atenea, de inmediato tiré del pantalón de mi padre, Jesús García, y le pedí que me enseñara a leer, para saber la historia que había detrás de la ilustración. Pienso también que es algo genético. Mis tíos paternos, que por cierto se llaman César y Horacio (más romanos imposible) y que actualmente tienen 89 y 93 años, se han hecho la prueba genealógica que revela ancestros en Grecia y España. La familia García procede de emigrantes sefarditas del siglo XVI que se asentaron en el árido norte de México.
Lo cierto es que en mis balbuceos de niña le puse a mi padre el nombre de Papo, y ese se le quedó. Pappo es “abuelo” en griego. Me inicié en la mitología griega yo sola, con libros, a los seis años y con una publicación a manera de cómic que muchos recuerdan, llamada Joyas de la mitología. A los once, en un parque en la ciudad de México tuve la sensación de estar en Grecia. Esto lo he recreado al escribir y cuando por fin pude tener una estancia larga en Atenas, en 2019, hice cotidianamente el ejercicio de percibir el pasado en el Monte de las musas, un parque ateniense que está frente a la Acrópolis y que posee una obra de arte arquitectónica que es un camino, creado por el arquitecto Dimitris Pikionis a mediados del siglo XX, que es una maravilla, y en la que el objetivo de ese genio poco conocido fuera de Grecia fue conectar el pasado con el presente y proporcionar una vivencia de proximidad con el mundo en el que vivieron Sócrates, Pericles y Aspasia.
Esto en cuanto a la historia. La mitología ha sido mi alimento cotidiano desde niña. Hablando de la griega, fue en ese viaje en el que en el parque mencionado, al ver agitarse unas ramas de un sauce, se me dibujó en la mente la figura perfecta de una hamadríada. Y en Heraklion, la capital de Creta, donde también estuve un mes, unas gotas de agua de mar en dos segundos me entregaron la figura grácil de Iris, parada de puntillas frente a mí, en una tarde dorada.
¿Qué te atrae de la mitología y las leyendas de la antigua Grecia? ¿Qué conexiones encuentras entre las vidas y las hazañas de esos personajes y el mundo de hoy?
La atracción ha sido y es irresistible. Para mí los mitos y las leyendas griegos son vida. Son vida viva. Por su valor de arquetipo, por su eterna frescura, por su verdad insuperable. Son el espejo en que podemos mirarnos para conocernos mejor. En el mundo actual, en el que la reivindicación de lo femenino se levanta cada vez más, el contemplar las figuras míticas de Helena, Medea, Circe, Calipso, Dido…, nos entrega su fuerza y su sentido, tanto a hombres como a mujeres.
Otro tema sería el sentido de los ideales, proyectos y empresas: el vellocino de oro, el viaje en el Argos, los trabajos de Hércules, las aventuras de Teseo, la misma guerra de Troya… el ser humano tiene un aliento en el que se refleja la chispa de lo divino; dejar pasar la vida, no solo la juventud sino cualquier etapa de la existencia, sin soñar ni acometer ni intentar un ideal para mí es terrorífico, vivir así no es vivir, es descorazonarse. El héroe en cualquier mitología es el que arriesga todo lo que tiene para hacer florecer su corazón.
¿Cuál es el mayor reto cuando se decide recrear literariamente una historia clásica conocida por muchos?
El reto es recrear a través de las letras una historia clásica sin desvirtuarla o empobrecerla. Siempre he intentado aproximarme con humildad y con el deseo de hacer honor y tributar agradecimiento a esas creaciones de lo colectivo que son los mitos, las historias clásicas. También debo decir que mi impulso es tan claro y mi vocación tan fuerte, que me he consagrado a esto, me he fundido en lo sagrado. La voz del mito es una voz que procede de la profundidad de las edades y lo que yo he hecho es ponerme a su servicio.
¿Investigas para cada libro o toda esa información que pones al servicio de tu escritura estaba ya procesada y guardada en tu cabeza?
Una combinación de ambas situaciones. Las semillas de esos libros han germinado en mí a lo largo de toda mi vida. Lo más fuerte en este sentido aconteció en mi ser durante mi infancia y adolescencia, cuando no existía internet y sus múltiples recursos.
Cuando acometo un proyecto sobre una historia clásica, busco más información y la voy incorporando a la escritura. Sin querer (si es que eso existe) me fui formando como una rapsoda griega: involucrando trozos de literatura, historia, arqueología y arte a mi memoria que luego son “cosidos” en los cantos de un nuevo poema. (Aunque yo escribo novelas, en realidad las estructuro y compongo como poemas épicos, de ahí que el paso del libro a la oralidad y la representación teatral, en el caso de Copo de Algodón, Dido para Eneas y El velo de Helena, sea algo natural.)
¿Por qué Helena? ¿Qué te atrajo de este personaje y de su historia? ¿Cómo quisiste presentárnosla?
¡Ah, Helena! Porque Helena soy yo. O siempre he querido ser Helena. La belleza es nuestro ideal. El amor nos pone en movimiento. En nuestro ser hay ánimus y ánima como dijo Jung, el eterno masculino y el eterno femenino. Mi eterno masculino ama a Helena. Mi eterno femenino es Helena. La belleza está en nosotros y nos tenemos que poner en movimiento para ganarla.
En una segunda intención en mi proceso creativo estaba el darle voz. El Poeta, el Master Narrator que es Homero, la pinta magistral y le da palabra: “si todo no ha sido un sueño…”, dice Helena a Príamo en las Puertas Esceas. Quise desde mis adentros que ella se expresara, que dijera lo que a sí misma le significó lo que todos decían de ella: ser la mujer más bella del mundo. Y que expresara su amor por el eterno masculino, que se le presenta por mandato de Afrodita y que tiene el rostro y el cuerpo de Paris. Helena es cambio porque todos somos cambio. Y deja de amar a Paris…
En los momentos más terribles de la destrucción de Troya y de la guerra, ella se funde con la misma Afrodita, y Menelao no tiene más remedio que caer de rodillas ante quien ya es una diosa y honrarla para siempre. Por eso él será el único varón inmortal y habitará en los Campos Elíseos junto a “su” Helena. Quise presentarla como esta mujer que se va dando cuenta de que su ser inmortal consiste en entregarse a los designios del Amor Universal. Alejarla de juicios de “moral burguesa”, del estigma del adulterio y poner énfasis en su condición heroica. Helena permite que su corazón se incendie, que arda… y el fénix siempre renace de sus cenizas.
¿Por qué darle a Helena la oportunidad de que su voz y su visión de los hechos sean compartidas a través de su subjetividad?
Porque necesitamos que los libros nos hablen de nosotros mismos. Helena como objeto de la literatura, o de las representaciones pictóricas, se ve como algo externo, admirable y lejano. Pero cuando es ella misma la que habla, la que se abre a nosotros con toda la sinceridad del mundo, que llora y tiembla, que arde y desea, que ama en plenitud en las inestables coordenadas de un mundo que se deshace en el horror de una guerra, que se atreve a admitir cuando ama que ama y cuando no ama, que no… entonces la percibimos en su humanidad entera, con su grandeza y su debilidad, como somos todos.
¿Hubiera sido concebible, en los tiempos de Homero, una mujer narrando una historia épica desde su sensibilidad? ¿Qué reacciones podría haber generado algo así, de haber ocurrido, y por qué?
No, yo no lo creo. La épica es varonil predominantemente. Samuel Butler en el siglo XIX con un gran conocimiento del griego antiguo, de los poemas y después de viajes agotadores por Asia Menor y Sicilia publicó su libro La autora de la Odisea. Habría sido una mujer siciliana, de esto hace tema Robert Graves en La hija de Homero: la Odisea la habría escrito Nausícaa. Es verdad que en la Odisea se refleja el mundo femenino más que en la Ilíada, y aparecen los grandiosos personajes femeninos de Penélope, Calipso, Circe y Nausícaa, sin olvidar a la reina Arete de los feacios, que es un avatar de Atenea y a quien se recomienda hacer honor antes que a su marido, el rey Alcínoo. Pero tanto Butler como Graves hacen una lectura tan admirable como válida en sus respectivos siglos XIX y XX.
La sociedad micénica que canta Homero era patriarcal con ciertos resabios minoicos matriarcales expresados en la misma Helena: la reina de Esparta es ella y los tesoros que se lleva a Troya le pertenecían, no eran el patrimonio de los Atridas. La mujer “de hermosas mejillas”, “de hermosa cintura” “de lindas trenzas”, “de rozagante pelo”… es en la guerra el premio del guerrero. Calipso y Circe avasallan a Odiseo, pero son diosas, una es hija de Atlas y la otra, hija del Sol. Como estaba estructurada la sociedad micénica no era viable una mujer rapsoda como lo fue Homero: viajero de ciudad en ciudad, con los peligros que el viaje conlleva. Pero lo que debe ser cierto es que la voz de la mujer narradora: madre, nodriza, abuela… forma parte de esas creaciones colectivas que son los poemas épicos.
Es notable, en otro mundo, el islámico, con sus mujeres veladas hasta la actualidad, que la voz narradora por excelencia sea la de Scherezada en Las mil y una noches. Volviendo al mundo griego, se dijo en el siglo clásico que los discursos de Pericles en realidad los escribía su esposa Aspasia… Yo pienso que los discutían los dos y que tocaba al estadista emitirlos en público. Pues de la misma manera la sensibilidad femenina está presente en los poemas de Homero, que tienen ánimus y ánima, eterno masculino y eterno femenino, como todos nosotros, porque son universales.
La literatura, el cine, las series de la televisión han acuñado una imagen estereotipada de Helena (y también de su mundo). ¿Cómo te propusiste desafiar esas construcciones que forman parte del imaginario de muchas generaciones?
¡Es que esto es lo mío! Para ello tengo un don y mi responsabilidad, mi deber, es ejercerlo. Aprendí en las mejores fuentes: los poemas homéricos. Estos son insuperables por ello, por ser la fuente. Hay películas que no sé si por estar consagradas por el tiempo son muy fieles a la fuente, estoy pensando en el Ulises de Kirk Douglas, que vi de niña, donde Silvana Mangano interpretaba tanto a Penélope como a Circe, lo que me pareció una genialidad digna de Homero. ¡El eterno femenino! Vi Troya con Brad Pitt en los noventa y no me desilusionó del todo, la figura de Helena me pareció tratada dignamente, pero en este filme añoré el sabor de mito que sí tenía el Ulises de Kirk Douglas. Una serie de la televisión italiana de los años sesenta del pasado siglo, con Irene Papas como Penélope, que yo pude conocer hasta ahora con YouTube, emociona por su fidelidad al espíritu de ese mundo que nos hechiza.
Pienso que nuestra Helena de El Naranjo, de la literatura infantil y juvenil latinoamericana, del Premio Cuatrogatos, acaba casi de nacer y que ha surgido de la fuente homérica, a la que es fiel, es sincera, misteriosa y apasionada, una rama joven y fresca en el poderoso árbol de los mitos.
¿Qué le puede aportar a las nuevas generaciones tu recreación de la historia de Helena y de la guerra de Troya?
Una visión sin tiempo de la naturaleza humana. Los conflictos forman parte de esa misma naturaleza. La guerra es la madre de todas las cosas, dijo el filósofo Heráclito. Pero hay maneras de hacer guerras y enfocarlas, la humanidad evoluciona o debe evolucionar hacia el amor y la conciencia. La antítesis debe conducir a una síntesis, en el lenguaje hegeliano. El amor funde los contrarios y nos libera de nuestras cargas, nos despoja de nuestro egoísmo.
La guerra de Troya para las nuevas generaciones podría enfocarse como los esfuerzos que tenemos que ejecutar para recuperar el equilibrio ecológico y, en estos momentos, la guerra de Troya es la pandemia del coronavirus. En ella debemos hacer florecer el corazón como los héroes homéricos, llorar a nuestros muertos con esperanza en el sentido profundo que subyace en todo y en la esperanza de la vida eterna, en la que palpitan todos los mitos.
¿Estamos en lo cierto si decimos que Héctor es tu personaje preferido del libro y que, al igual que Helena, experimentaste profundos sentimientos por él?
¡Absolutamente! Héctor es mi personaje favorito de la Ilíada y si El anillo de César es la expresión de mi profundo amor por Julio César, la Helena que yo he sido en este libro descubre en su ser un sentimiento muy hondo hacia el hombre que salvaba a Ilión, el domador de caballos.
Helena, mi Helena, ama a Héctor de manera más misteriosa que Andrómaca, que para él es entrañable, pues es la madre de su hijo, su esposa, entretejida con su alma. Pero ese beso que Helena, impelida por Afrodita le da en las páginas de El velo… es la luz azul del eterno femenino, que lo envuelve y acoraza para el encuentro final con Aquiles.
¿Qué fue lo más difícil a la hora de escribir este libro?
Lo escribí en 2017, a principios de año. Entonces fui a Londres por una semana —exactamente del 31 de diciembre de 2016 al 7 de enero de 2017— y culminé el libro entre el vuelo y esos días de enero. Yo tenía jet lag y estaba muy cimbrada pues mi hijo Ian se iba a quedar en el Reino Unido a estudiar el último semestre de su carrera de Letras inglesas en la UNAM. Era un momento de final y de principio.
El libro lo terminé en lágrimas en un pequeño hotel, más bien microscópico, el Rose Park Hotel en Paddington, en un Londres helado y simplemente maravilloso que me enamoró para siempre. Fui todos los días de esa semana al Museo Británico. Vi los mármoles del Partenón y con la luz de esa belleza terminé de perfilar a Helena. Después volví, a principios de 2020, y en el mismo Museo Británico había una exposición dedicada por entero a Helena. Gracias por esta entrevista y por permitirme compartir ese asombro.
A tu juicio, ¿qué le aportan al libro las ilustraciones de Claudia Navarro? ¿Dialogaste con ella durante el proceso de creación?
¡Amo a Claudia Navarro y a su arte! Nunca hablé con ella ni la conocía hasta que publicamos el libro. Me encontré con una hermana del alma, con una sensibilidad exquisita y con una artista que hizo florecer el corazón de Helena a través de su ilustración. Me siento afortunada por este encuentro propiciado por Ana Laura Delgado y El Naranjo. La visión de Claudia aporta delicadeza y contemporaneidad. Transmite, además, el placer con que realizó el trabajo y su propio encuentro con el corazón de Helena.
¿Volverás a escribir de nuevo inspirándote en el mundo antiguo? ¿Hacia qué personajes y mitos te sientes más atraída?
Tengo comenzada una novela sobre Edipo, le di inicio en Delfos en 2019, impregnada del misterio del centro del mundo, la Sibila, el oráculo, la fuente Castalia, los dioses dormidos… En estos días me encuentro en Bolonia y siento el espíritu de Dante y estoy escuchando la voz de Beatriz. Chi lo sà? El pasado siempre me aguarda en el futuro.
Excelente entrevista con una excelente escritora. No he leído aún El velo der Helena, pero buscaré el libro sin falta.
Gracias siempre admirables Cuatrogatos por apoyarnos en este camino y por dar voz a nuestros sueños y luz a nuestras sombras. Helena y yo quedamos agradecidas y felices por la distinción del Premio Cuatrogatos y por esta entrevista tan cercana en la distancia y tan humana a lo divino. Un abrazo muy grande desde Bolonia.
Gracias a ti, querida María.
Una belleza cada línea escrita por María y cada pregunta !!!! Gracias por compartir tanta belleza.
Y por mis raíces y mi nombre, espero que mi querida María escriba sobre la Beatrice del Dante. Es mi anhelo.
¡Qué maravilla de reportaje!
Abrazo grande a María y a los Cuatrogatos!