Hay una historia en mi familia que mi madre siempre cuenta, y que asegura ocurrió cuando yo cumplí tres años. No sé si será verdad o formará parte de esos recuerdos que se confunden a veces con la memoria o la ficción. El hecho es que ella dice que antes de soplar las velas del pastel, me preguntó que cuál era mi deseo. Y afirma que yo respondí, sin dudar un solo segundo, con la voz más firme y categórica que un crío de tres años puede tener: “Ser escritor”. Muchos años después, tantos como los que tengo en la actualidad, mi deseo sigue siendo el mismo cuando me enfrento a las velas encendidas de mi pastel anual. Claro que ahora la petición es “seguir siendo un escritor”. Ya se ha convertido en una tradición verbalizar mi deseo de poder continuar escribiendo libros que me acerquen a nuevos lectores, que me lleven aún más lejos en mis viajes y que me permitan seguir soñando con aventuras, personajes e historias.
Pero la pregunta que hoy me hago, de cara a ese recuerdo impreciso y algo fantasioso es: ¿de dónde le nace a un niño de tres años el interés por ser escritor? En mi caso, del hecho de haber sido un lector empedernido. De haber recibido libros desde el mismo día de mi nacimiento. De haber acumulado libros en cada cumpleaños, en cada Navidad. De haberme dormido cada noche escuchando alguna historia que hablaba de manzanas envenenadas, espejos parlanchines, casas de chocolate o lobos tramposos que se vestían de abuela. De haber visto en casa de mis familiares bibliotecas de techo a suelo. De haber presenciado manos de adultos entregando libros, recibiendo libros, recomendando libros. Libros en las mesitas de noche. Libros en los sofás. Libros. Libros. Libros.
Son pocas las certezas que tengo en mi vida. Pero hay una que se hizo evidente en mí a temprana edad y que he podido confirmarla con el paso del tiempo: a la lectura se llega por imitación. Nadie nace lector. A nadie le surge la lectura por generación espontánea. Un niño que crece en un ambiente de lectores tiene infinitamente más posibilidades de llegar a ser lector que uno que no tiene libros a su alcance.
Por eso es tan importante celebrar el Día Internacional del Libro Infantil. Porque es una manera de recordarnos que es nuestro deber, como adultos, dar el ejemplo a niños y jóvenes. No podemos exigirles a las nuevas generaciones que lean si nosotros no leemos, si ellos no nos ven a diario con un libro en las manos. En este caso la teoría no sirve de nada. No vamos a tener éxito si el fomento de la lectura se centra exclusivamente en discursos de buena intención, en posters donde algún actor o cantante de moda invite a tomar un libro, o en reprimendas que obliguen a los niños a leer a la fuerza. Nada de eso funciona. No ha funcionado nunca. La única solución es que los jóvenes nos copien la costumbre de abrir un libro y empezar a dar vueltas a las páginas.
Por eso celebro los libros y los colaboradores que ayudan a la noble tarea de poner alguno en las manos de un niño. Celebro a los escritores que cuentan historias con palabras, y a los ilustradores que cuentan historias con dibujos. Celebro la imaginación que produce leer un buen cuento. Y celebro –y agradezco– a todos esos libros que me convirtieron en el escritor que soy y que hoy, desde los anaqueles de mi biblioteca, me guiñan un ojo con cariño y complicidad por la misión cumplida.
José Ignacio Valenzuela, escritor, dramaturgo y guionista de televisión y cine chileno. Dentro de su producción literaria dedicada a niños y jóvenes se encuntran las obras Trilogía de Malamor (La raíz del mal, El árbol de la vida y El árbol de la vida), Mi abuela la loca, La calle más aburrida del mundo, Hashtag, Mi tío Pachunga, El caso de la actriz que nadie quería, El caso del crucero llamado Neptuno, El caso del cerro Panteón, ¿De qué color es tu sombra?, Conoce a Cantinflas y Un monstruo en la familia. Para adultos ha publicado, entre otros libros, El filo de tu piel, La mujer infinita, Salida de emergencia y Con la noche encima. Reside en Miami, Estados Unidos.
El gusto por la lectura se la debo a mi padre, a quien admiro, siempre que podía leía lo que encontraba a su alcance y así tenía tema de conversación. Mis maestros de español en secundaria y de literatura en preparatoria abonaron en ese sentido con su amor en su trabajo y el gozo cuando hablaban de un libro o nos contaban historias. Escribir es algo más complicado para mí, pero siempre aliento a mis alumnos y compañeros a expresarse a través de la palabra escrita y me doy el lujo particular de escribir de vez en cuando. Un gusto leerte.
me encantó esta afirmación : “a la lectura se llega por imitación”….cuanta verdad!!!!
Excelente, asi es, cada niñi son hojas en blanco, el entorno social es quien le brind aesos estimulos que van facilitando la creatividad en cada ser.