La escritora Sandra Siemens, autora de libros para niños y jóvenes como El hombre de los pies-murciélago, El último heliogábalo, Bombay, Animales en verso, Cocodrilo con flor rosa, Otto y Kimoti y Bostezo de sapo, entre otros, es una de las creadoras más significativas de la literatura infantil y juvenil de Argentina. Obras suyas han sido incluidas en la Lista de Honor de IBBY y en la selección anual de la Biblioteca Internacional de la Juventud de Múnich, y distinguidas en los certámenes El Barco de Vapor Argentina y Los Destacados de ALIJA. Dos de sus libros (La tortilla de papas, con ilustraciones por Clau Degluomini, y Esa cuchara, ilustrado por Bea Lozano) obtuvieron el Premio Fundación Cuatrogatos en los años 2016 y 2021, respectivamente.
Conversamos con Siemens sobre Esa cuchara (Buenos Aires: Limonero, 2020), una valiosa y original propuesta que, a juicio del comité de seleción del Premio Fundación Cuatrogatos 2021, puede “generar una reflexión sobre la transmisión de la memoria y la posibilidad de conservar los recuerdos familiares integrándolos a nuestras vidas”.
La memoria histórica social y familiar, la migración y la recuperación de los recuerdos son motivos con los que has trabajado antes en tu narrativa. En Esa cuchara reaparecen. ¿Por qué ese interés en el pasado y en ponerlo a dialogar con el presente?
Es verdad, mis novelas Lucía, no tardes, Tatuajes, La doncella roja, La muralla —en cierto punto— y La linternita mágica son libros que hacen pie en hechos históricos. Aunque tengo que decir que ninguno de ellos es una novela histórica. Nunca ha sido mi intención escribir una novela histórica. Creo que hay hechos, situaciones, escenas, que me movillizan y me despiertan ganas de ir con ellas a la escritura. Esos hechos a veces están en un pasado histórico, a veces en un pasado íntimo y a veces en la actualidad. Ese es el principio.
Y me preguntás por qué pongo el pasado a dialogar con el presente. Pienso que toda escritura es un diálogo permanente y multidireccional. Dialogamos con el pasado antiguo y con lo que ocurrió hace diez minutos. Con lo importante y con la nimiedades. Dialogamos con la pared contra la que nos damos la cabeza a diario y con lo leve, con lo efímero. La vida es una larga conversación.
¿Cómo surgió Esa cuchara. ¿Cuál fue el detonante? (¿Existió o existe esa cuchara llena de historias?).
No existe una cuchara. Un día pensé en un objeto que está en la casa de mi mamá. Siempre estuvo ahí, intocable. Es un jarrón de “cristal firmado”, así lo nombraba mi mamá. Se lo regaló para el casamiento un primo (al que nunca conocí) que en el momento del casamiento de mis padres era cónsul en Perú. Para la historia familiar, sonaba importante, asumo. Se cuidaba ese objeto por eso mismo, porque era importante. Nunca jugó ningún papel en las vidas de mis hermanos ni en la mía, ni siquiera en la de mi mamá, imagino. Mi mamá murió. El jarrón de “cristal firmado” sigue en el mismo lugar.
¿Cómo fue la escritura de Esa cuchara? ¿Cuál fue tu premisa y qué querías lograr?
La escritura fue lúdica. Esa instancia del juego está presente en muchos de mis procesos. Me gustan las cucharas. Son lindas. Y pensé que con los cubiertos o la vajilla ocurren esas cosas, se van desmembrando y a veces queda un platito, una taza, una cuchara que fue de alguien a quien queríamos mucho. Y cargamos al objeto con todo ese amor. Ese objeto pasa a ser importante. Intocable para ser preservado.
Supongo que de esa idea y de las posibilidades lúdicas que tienen las cucharas fueron apareciendo las escenas. Y como siempre ocurre, con cada palabra escrita, elegida para escribir, también van asomando otros matices, otras resonancias. El equipaje de la palabra. Nunca sabemos qué viene adentro de esa valija. Y claro, los sentidos se amplían, se extienden.
El texto es sintético, pero también muy rico en situaciones y sugerencias visuales. ¿Lo escribiste con la idea de que fuera el punto de partida para un álbum ilustrado? ¿Qué te atrae, como autora y como lectora, de ese tipo de libros?
Me fascinan los libros álbum. Son libros de posibilidades infinitas. Pero tengo que admitir que como autora de texto, si bien puedo imaginar vagamente lo que mis palabras podrían generar en imágenes, me quedo corta para pensar el álbum. Cuando el libro álbum no está concebido por un autor integral, se abre otra instancia de trabajo, una sociedad muy rica, en la que el escritor y el ilustrador negocian creativamente imagen, palabra y silencio.
¿Qué aportan las ilustraciones de Bea Lozano a Esa cuchara? ¿Tuvieron algún tipo de intercambio mientras ella creaba su propuesta gráfica?
No, no directamente conmigo. Sé que Bea se conectó de inmediato con el texto y que esa primera lectura la llevó a abrirse a otros textos como uno de Felisberto Hernández que habla acerca de los objetos. No sé cuánto habrá jugado eso en su proceso creativo. Entiendo que Bea trabajó muy codo a codo con los editores Lulu y Manuel. Ellos iban compartiendo conmigo parte de ese trabajo. Me consultaban cuando algunas zonas demandaban ajustes. Pero casi no hubo cambios. El libro fluyó feliz.
La ilustraciones de Bea le aportan hondura y belleza. La paleta de colores que Bea eligió carga al texto con un tono de nostalgia. Esas figuras alargadas me suenan a puentes que conectan (¿tal vez ese diálogo del que hablás entre pasado y presente?). Son figuras estilizadas y a la vez poderosas.
¿Cómo ha sido tu experiencia de trabajar con Limonero?
Es mi primer libro en Limonero. La experiencia ha sido y sigue siendo tan buena, que espero publicar muchos más bajo ese árbol.
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Sandra, que decir. Persona generosa, talentosa,y humilde como ninguna.
Tuve el placer de conocerla (en persona) gracias al placer que nos dió a mis alumnos y a mí, al leer “La muralla”.
Los niños pudieron conocerla y hacerles mil preguntas, que ella respondió gratamente.
Y el gesto de autografiar todo y cada uno de los libros.
Sandra, lo que dejaste en nosotros es imborrable.
Te auguro infinitos éxitos