Entrevistamos al escritor español, autor de la novela para jóvenes La versión de Eric. Esta obra, publicada por Ediciones SM, fue una de las ganadoras del Premio Fundación Cuatrogatos 2021 y con anterioridad había merecido el Premio Gran Angular 2020.
Nacido en 1977, Nando López es narrador, dramaturgo y doctor en Filología hispánica. Ejerció la docencia en bachillerato, pero desde 2014 está dedicado por completo a la escritura narrativa y teatral.
Para los lectores juveniles ha dado a conocer obras como Nadie nos oye, En las redes del miedo, El reino de las Tres Lunas y su continuación, El reino de los Tres Soles, y la novela transmedia Los nombres del fuego. Fue finalista al Premio Nadal con la novela para adultos La edad de la ira; a este público están dirigidos también Hasta nunca, Peter Pan, El sonido de los cuerpos y Las vidas que inventamos, entre otros títulos de narrativa.
Como dramaturgo, en España y en otros países, #malditos16, Los amores diversos, Cuando fuimos dos, De mutuo desacuerdo, Barro (coescrita con Guillem Clua), Federico hacia Lorca (coescrita con Irma Correa), Tour de force y Saltar sin red. También ha incursionado en el teatro infantil.
Nando López contestó un extenso cuestionario que le hicimos llegar para conocer mejor su trabajo en la literatura infantil y juvenil. A continuación nuestras preguntas y sus respuestas.
¿Qué es lo que más te atrae de la literatura infantil y juvenil?
La sinceridad de sus lectores y la pasión con la que reciben los textos que los emocionan. Escribir literatura infantil y juvenil supone tener la oportunidad de sentir una libertad creativa inmensa y, a la vez, es todo un desafío y una gran responsabilidad, ya que esas historias forman parte de nuestra biografía de un modo único. En mi caso, lecturas de aquellos años como La historia interminable, Las brujas o la poesía de Gloria Fuertes forman parte indeleble de mi memoria y de mi propio imaginario personal.
¿Qué esperas encontrar cuando empiezas a leer una novela para lectores jóvenes?
Espero exactamente lo mismo que cuando empiezo a leer una novela para adultos: encontrar un texto que no me aleccione, sino que me interpele y que, a ser posible, me haga preguntas incómodas. Creo que la buena literatura juvenil es la que, además de emocionarnos, también nos cuestiona nuestra visión de la realidad, obligándonos a reflexionar sobre nuestro lugar en el mundo y a adoptar la mirada crítica e inconformista propia de la adolescencia. Sé que estoy disfrutando de esa lectura cuando la historia que tengo ante mí, además de arrastrarme a su universo de ficción, consigue despojarme de mis certezas.
¿Cómo surgió la idea de escribir La versión de Eric?
Llevaba tiempo con ganas de escribir una novela que tuviese como tema central la identidad. Es uno de los motivos esenciales en toda mi obra, pero en este caso quería que fuera el eje de la historia: un thriller en el que, además de investigar sobre una serie de asesinatos, se indagara sobre la construcción del yo y todas las circunstancias que nos ayudan a dibujarnos tal y como somos: nuestra familia, nuestras amistades, nuestro paso por las aulas o los libros que leemos. Además, quería que la novela fuera un canto por la libertad de ser y que invitase a los lectores y lectoras más jóvenes a alzar el vuelo sin dejarse arrastrar por prejuicios o fantasmas ajenos. En ese sentido, la cita de la carta de Lorca que abre el libro —y que aparece dentro de la propia novela— me resultó muy inspiradora y la tuve muy presente mientras lo escribía.
Tenemos entendido que para hacer este libro te basaste o inspirantes en las experiencias de algunos jóvenes. ¿Podrías contarnos más sobre esto?
Comencé a construir la novela motivado por los mensajes que, a través de las redes sociales, me llegaron de lectores de mis libros anteriores. La verdad es que me siento muy afortunado, porque recibo muchos correos de adolescentes que leen mis novelas y mis obras teatrales y que me escriben para compartir conmigo tanto sus impresiones como sus inquietudes e historias. Entre esos mensajes hubo tres que me provocaron la necesidad de crear un personaje como Eric: uno de ellos era de un chico trans que me hablaba de su felicidad y de lo bien que se sentía desde que había dado el paso de visibilizarse gracias al apoyo familiar y de su entorno educativo; otro, el de una chica trans que, por desgracia, me describía todo lo contrario: la terrible situación de odio e incomprensión que vivía en su casa; el último, el de un chico con altas capacidades que se quejaba de sentirse invisible en un sistema educativo y social que se finge inclusivo pero que, en realidad, no lo es. De repente, sentí que esos tres testimonios compartían una misma raíz, pues todos ellos hablaban de la identidad, del yo, del camino que recorremos hasta que conseguimos encontrarnos y mostrarnos en una sociedad que es mucho menos abierta de lo que cree ser, y ahí fue cuando vi que eran el corazón de un nuevo personaje: Eric. Lo que sí tuve claro en todo momento es que quería que Eric —que es un chico trans con altas capacidades que se dedica al mundo de la interpretación— fuera un personaje luchador, positivo, un ejemplo de esa felicidad de la que me hablaba el primero de los tres correos y un referente para quienes alguna vez hemos sentido miedo de mostrar nuestro yo por el motivo que sea.
¿Cómo fue el proceso de escritura de la obra? ¿Qué fue lo más difícil y lo más gratificante durante esa etapa?
Fue un proceso complejo, porque es una novela que requería aunar dos géneros aparentemente lejanos y que, sin embargo, aquí forman una unidad cohesionada: la novela negra y la novela intimista. Era importante medir el ritmo, de modo que se jugase tanto con la velocidad de las acciones como con la calma que requerían ciertas reflexiones; además, la voz de Eric, que está muy influida por su pasión lectora y su vocación actoral, también suma lo cotidiano con lo poético. Por otro lado, la novela navega entre dos marcos temporales: la noche en la que Eric se presenta en la comisaría y toda su vida anterior. Ese reto formal, al combinar géneros y tiempos, no es ajeno a mi literatura y está muy presente en todos mis libros juveniles, como En las redes del miedo o Nadie nos oye, pero siempre intento que cada uno de ellos presente una estructura narrativa diferente, de modo que la manera de contar se ajuste a lo que se está relatando. Y, por último, otra dificultad añadida fue dar con la voz de Eric: es una novela contada desde el yo, tal y como indica su propio título —Eric nos cuenta su versión—, así que resultaba esencial encontrar una voz personal, única y que nos permitiera asomarnos a la conciencia y las emociones del personaje.
¿Por qué un thriller? ¿Qué te atrae de ese género, qué buscaste al escogerlo?
Es un género que está muy presente tanto en mi literatura juvenil (En las redes del miedo, La edad de la ira, Nadie nos oye…) como en la adulta (El sonido de los cuerpos, Cuando todo era fácil…). Lo peculiar de mis thrillers es que son novelas policíacas sin policías: aunque estén presentes, todo el peso de la investigación recae sobre personajes corrientes y ajenos a ese mundo, de modo que eso me permite investigar sobre cómo nos comportamos en situaciones que nos superan y hasta dónde somos capaces de llegar para dar con la verdad (o para ocultarla). De este género me interesa la posibilidad que me ofrece de jugar con la investigación para convertirla en un hecho que adquiera un sentido polisémico: por un lado, estamos ante un misterio que se ha de resolver; por otro, dar con esa solución nos lleva a investigar sobre nuestra sociedad y las cicatrices que encontramos en ella. En el caso de La versión de Eric ese thriller nos acabará llevando a hablar de temas como el bullying o la ciberviolencia y a preguntarnos por cómo se supera, con el paso del tiempo, esa violencia y si es posible el olvido o incluso el perdón. De algún modo, lo policíaco se vuelve filosófico y se lanzan preguntas al lector que solo estará en su mano responder.
Tenemos entendido que en creaciones anteriores has abordado también la temática de los adolescentes, la sexualidad y la identidad de género. ¿Por qué?
Creo que la literatura debe ser tan diversa como lo es nuestra realidad, de modo que en sus páginas encontremos tantas identidades y orientaciones como en nuestro día a día. Además, en la adolescencia vivimos con especial intensidad los temas de la sexualidad y la identidad: la pregunta sobre quiénes somos, sobre cómo nos relacionamos y sobre quiénes —y junto a quiénes—queremos ser es constante y nos conduce a una introspección en que la literatura puede ser una gran aliada. En ese sentido, creo que las personas LGTBIQ necesitamos referentes y la literatura juvenil también puede ofrecérnoslos: en mi caso, desde luego, si hubiera leído una novela como La versión de Eric con 14 o 15 años, me habría entendido mucho mejor a mí mismo y habría tenido menos miedo a mostrarme tal y como soy. Encontrarnos en las páginas de un libro nos ayuda a comprendernos, nos ofrece palabras para expresarnos y nos permite fortalecer nuestra autopercepción. Además, creo que un personaje como Eric no solo es un posible referente para personas LGTBIQ por el hecho de ser trans, sino que también puede ser un referente para personas no LGTBIQ por sus reflexiones sobre esa búsqueda de su lugar, de su vocación, de su propio destino: dentro de mis libros, es uno de los personajes que tiene más claro lo que quiere y a lo que aspira y, en ese sentido, es uno de los que más admiro. Me gusta su manera de luchar por aquello en lo que cree, así como su sentido de la amistad y de la lealtad, que demuestra en todo momento en su relación junto a Tania.
¿Qué importancia tiene la presencia de personajes LGTBIQ y el abordaje de sus conflictos en la narrativa infantil y juvenil?
Por suerte, cada vez va teniendo una mayor importancia, aunque los personajes LGTBIQ han sido prácticamente inexistentes en la literatura infantil y juvenil durante demasiado tiempo. Es más, aún hoy, en los encuentros literarios que hago con institutos, a menudo me dan las gracias por incluir protagonistas LGTBIQ porque, como me decían ayer mismo, “no son frecuentes”. Este comentario, de una chica de 16 años en pleno 2021 demuestra que aún queda mucho por hacer, pero también que la adolescencia actual tiene una mayor sensibilidad y conciencia de la diversidad, algo que creo que los escritores jamás deberíamos olvidar.
Quienes fuimos niños en los 1980 y adolescentes en los 1990 no tuvimos la suerte de contar con personajes LGTBIQ en los libros que llegaban a nuestras manos, lo que nos impedía tener referentes propios que nos habrían ayudado a entendernos y aceptarnos de una manera mucho más sencilla y espontánea. Creo que desde la literatura infantil y juvenil podemos ayudar a construir una sociedad mucho más abierta y respetuosa. En mi caso, considero que mi oficio de escritor me permite arrojar luz sobre temas de los que no se habla o que mantenemos ocultos, como si nos hubiéramos acostumbrado a ellos, por eso abordo cuestiones como la transfobia en La versión de Eric, la homofobia interiorizada o la LGTBIQfobia en el mundo del deporte en Nadie nos oye o el repunte de los movimientos fascistas en En las redes del miedo. Pero, ante todo, quiero que mis personajes LGTBIQ sean tan complejos y poliédricos como cualquier otro: las personas LGTBIQ no nos definimos solo por nuestra orientación e identidad de género, de modo que la literatura tampoco debe presentarnos como protagonistas planos y, a menudo, victimizados. Por esos mis personajes suelen ser como Eric, luchadores y llenos de contradicciones y aristas, y quiero que estén dentro de todo tipo de historias: thriller, suspense, drama, comedia… Este 2021, por ejemplo, comenzaré a publicar una trilogía infantil-juvenil en la que se combinan la ciencia-ficción y la mitología (La leyenda del Cíclope) y, entre sus protagonistas, hay por supuesto una familia homoparental. Necesitamos que la galería de personajes de la LIJ refleje la diversidad identitaria y familiar que constituye nuestro mundo.
A lo largo de tu carrera has desarrollado también un importante trabajo en la escritura para teatro. En el caso de La versión de Eric, ¿en qué medida esa experiencia dramatúrgica te resultó útil en tu faceta de narrador?
Me resultó utilísima para encontrar la voz de Eric: tenía que buscar el lugar exacto entre la angustia de la noche del crimen y la reflexión introspectiva que lo lleva a contarnos toda su vida y eso me requería indagar en él como si, más que un narrador, fuera uno de los personajes de mis obras teatrales. Además, el mundo profesional del personaje —que es un actor de éxito— también pude dibujarlo gracias a mi conocimiento de ese entorno y a mi trabajo con actores y actrices muy jóvenes en montajes como #malditos16 o Nunca pasa nada. Además, el hecho de que Eric comience a descubrir su propia voz en su paso por el instituto gracias al teatro de Lorca y a la labor de un profesor de Literatura es un pequeño homenaje a las profesoras que, en mi adolescencia, me hicieron amar el teatro y me dieron, con ello, una herramienta para sacar de mí todo lo que no sé si, de otro modo, habría sido capaz de contar y compartir. Gracias a esos años hoy soy dramaturgo, sin duda alguna.
Según tu experiencia como educador, ¿cómo describirías la relación de los adolescentes con la literatura y a qué lo atribuyes?
Honestamente, pienso que leen mucho más de lo que habitualmente se dice. Y no solo les interesan los libros, sino también otras formas igualmente narrativas y ficcionales como las series, las películas, los videojuegos… El problema es que a veces, desde el sistema educativo, se plantean los libros como una prueba que debe ser sometida a exámenes y pruebas supuestamente objetivas que pueden llegar a arruinar su experiencia lectora. Por suerte, cada vez conozco más docentes que impulsan el fomento de la lectura con propuestas creativas y en las que se intenta que cada adolescente comparta lo que siente e interpreta de manera mucho más libre. Lo esencial es despertar su curiosidad y presentarles historias que los atrapen y emocionen, pero para ello también hemos de ser conscientes de que competimos con otras formas de comunicación y ocio que llenan su tiempo —TikTok, YouTube, las plataformas de streaming…—, de modo que es importante que nos esforcemos al máximo por ofrecerles mundos literarios atractivos, complejos y que puedan ser de su interés. Para mí, como escritor, es clave estar pendiente de sus inquietudes, leer sus opiniones y, a la vez, mantener muy vivo al adolescente que fui: creo que esa verdad es esencial a la hora de comunicarse con los lectores más jóvenes.
¿Has podido recibir respuestas de lectores jóvenes que hayan leído la novela?
¡Muchas! ¡Y muy generosas! La reacción de los lectores jóvenes con la novela está siendo muy emocionante, porque no solo me hablan de lo que han sentido al leerla, sino de las situaciones en que se han visto identificados con el personaje. Comentan cómo les intriga el misterio con que se abre el libro y las ocasiones en que Eric habla de realidades que ellos también reconocen como propias. Como persona LGTBIQ que en su adolescencia tuvo que buscar referentes en personajes que no lo eran, confieso que siempre he tenido una ambición: crear personajes LGTQBI con quienes cualquiera, sea o no LGTBIQ, se pueda identificar. Y estoy feliz porque, por los comentarios que recibo, creo que hay al menos dos personajes con que, hasta la fecha, lo he logrado: Eric, en La versión de Eric, que gracias a haber sido Premio Gran Angular está llegando a muchísima gente, y Marcos, en La edad de la ira, que desde que fue finalista al premio Nadal también está teniendo un amplio recorrido.
¿Qué te gustaría que dejara en los lectores la lectura de La versión de Eric?
Me gustaría que les ayudase a abrazar su propia identidad y a aceptarse con todas sus complejidades e interrogantes. Me haría feliz que les invite a no tener miedo jamás a expresarse tal y como son y a asumir que no tenemos por qué encajar en molde o etiqueta alguna, porque esas casillas no son más que clasificaciones artificiales que nos limitan y que dan lugar a la segregación y la marginalidad. Además, en el viaje que hacen Tania y Eric también se habla mucho del perdón, del rencor, del odio como motor y de sus consecuencias, y me gustaría que pensaran sobre hasta qué punto permitimos que esa violencia se adueñe de nuestra vida. La literatura, además, puede ser una gran aliada para impedir que eso suceda.