La producción de libros para niños y jóvenes es hoy una columna vertebral del mercado editorial. Este sector concentra altas cifras de ventas y experimenta con una amplia gama de recursos: papeles de distinta gama, encuadernaciones en formatos y con características diferentes, ilustraciones a todo color, aditamentos y nuevas narrativas. En parte, este florecimiento tiene que ver con el desarrollo de planes lectores y políticas públicas que han impulsado la lectura entre la población más joven, lo que redunda en el aumento de los índices académicos y el consumo espontáneo de libros.
Sin embargo, gran parte de estos esfuerzos han estado centrados tradicionalmente en el ámbito de la ficción, especialmente en la narrativa y el libro ilustrado. Así, se privilegia la formación del lector literario: aquel que cultiva la sensibilidad hacia la palabra estética, que se conecta con distintos universos ficticios, acompaña a los personajes en su devenir, emprende viajes hacia mundos alternativos o busca comprender los resortes del comportamiento humano.
La no ficción, en este contexto, ha quedado relegada dentro de la producción editorial y a menudo no se le considera como una opción relevante para la formación de lectores. A pesar de que hay un crecimiento en los catálogos editoriales de este tipo de libros, todavía falta romper paradigmas y reconocer su versatilidad para atrapar lectores y su fuerte capacidad para conectar con intereses en muchas áreas del saber.
La no ficción para niños. Cartografías de un género en expansión, escrito por el venezolano Fanuel Hanán Díaz y publicado en Colombia, en una coedición del Cerlalc y el Fondo de Cultura Económica, es un valioso estudio sobre el libro de no ficción para la infancia en Iberoamérica. Incluye una visión historiográfica, además de la exploración de este concepto editorial y la revisión de la producción más reciente en el sector.
Para conversar sobre algunas ideas centrales que se desarrollan en este ensayo, hemos querido conversar con su autor, uno de los más destacados especialistas en el ámbito de los libros para niños, quien sido jurado del prestigioso premio Hans Christian Andersen, del Bologna Ragqazzi y de la Bienal de Bratislava, y en 2023 fue nombrado miembro correspondiente de la Academia Venezolana de la Lengua por méritos intelectuales y aportes al estudio de la literatura infantil.
¿Por qué surge la idea de dedicarle un libro a la no ficción para niños y jóvenes?
En realidad es un tema que me ha interesado desde siempre, pues como lector me inicié con libros de ciencias. Recuerdo la asombrosa colección de Jacques Cousteau que exploraba los mares del mundo e incluía fotografías del fondo marino y de grandes cetáceos. Y una serie de libros que todavía conservo, Naturalia, que exploraba la fauna en todos los continentes, con ilustraciones de monos exóticos, de insectos muy extraños y de toda clase de mamíferos de las selvas del mundo. Fascinación, realmente esa era la sensación que estos libros me transmitían, no solo por trasladarme a mundos desconocidos, sino por los datos tan curiosos que ofrecían. Creo que eso era lo que más me atrapaba al leer esos libros: los datos curiosos.
Más adelante me interesé por la escritura de no ficción para niños. Escribí un libro sobre el reciclaje en Venezuela que se llama La basura… problema de todos y que ganó el primer premio que se otorgaba a la categoría infantil en los premios nacionales. Luego desarrollé otro libro, Cuaderno de extinción, sobre especies endémicas con la particularidad de poder asumir algunas licencias literarias en los textos. Y para la Fundación Polar, trabajé alrededor de dos años en un proyecto de no ficción sobre la geografía humana y natural del país. Creo que en esa oportunidad me entrené como “traductor” de contenidos para niños: recibía de los expertos e investigadores textos muy técnicos que luego tenía que convertir en dos párrafos atractivo, llenos de curiosidad y poesía.
La no ficción para niños. Cartografías de un género en expansión partió de una investigación que me encargó el Cerlalc sobre este tipo de obras en Iberoamérica. José Diego González, el editor, me sorprendió gratamente cuando un día me comentó que se había logrado una alianza con el Fondo de Cultura Económica para publicarlo nada más y nada menos que en la colección Espacios para la Lectura. Se conectaron mi lejano origen como lector de obras de no ficción, mis búsquedas como escritor y esta investigación que tomó un curso inesperado.
Cuando hablamos de libros de no ficción para niños, ¿a qué nos estamos refiriendo exactamente?
Esa es una buena pregunta porque es una categoría editorial que a veces se confunde con las enciclopedias o con los libros de textos. Es interesante el hecho de que el primer libro para niños en el mundo occidental publicado en 1658, el Orbis sensualium pictus, sea el punto de partida de estos libros, ya que para ese momento se pretendía utilizar la imagen como una fuente de conocimientos. El libro de no ficción ha pasado por una evolución en su concepto y en su ecosistema visual; los referentes más notables son los libros de la colección Père Castor publicados en Francia por la editorial Flammarion hacia los años 40 del siglo XX, que destacan por su belleza gráfica y, posteriormente, en los años 90 el concepto impuesto por la editorial inglesa Dorling Kindersley. Menciono ambos referentes porque tienen que ver con la evolución de este género y su encabalgamiento con nuevos modelos educativos.
Los libros de conocimientos, libros de información o libros complementarios han pasado por muchos cambios hasta llegar a un modelo que hoy día se ha impuesto, en relación con el molde híbrido entre lo estético y lo científico
Pero para responder a tu pregunta, un libro de no ficción es aquel que desarrolla un tema de las ciencias sociales, de las ciencias naturales, de las artes, de la tecnología… en fin, del conocimiento humano, y lo dispone para un público lector joven. Esto tiene muchas implicaciones, porque en un principio estos libros no se desprendían de un corsé pedagógico o un diseño cuadriculado, con diagramas, esquemas, infografías e ilustraciones científicas, muy exactas, pero frías en un sentido. Cuando vemos hoy un libro de no ficción, podemos sentir un cambio notable, quizás ya Paul Faucher, el editor de Flammarion, lo había presentido: no desligar la belleza del conocimiento.
¿Qué tipos de recursos se incluyen en estos libros para conducir a los lectores hacia ellos, tomando en cuenta que, en la actualidad, el acceso a internet les permite tener acceso inmediato a muchos temas de ciencias, de historia, de geografía, de tecnología…?
Efectivamente, uno de los grandes retos para los editores es hacer libros de no ficción en un ecosistema altamente tecnologizado. Si un lector puede obtener a la distancia de un clic toda la información, digamos sobre las ballenas jorobadas, qué sentido tiene para él recurrir a un libro sobre este asunto. Pues justamente el libro, por su valor estético, porque acoge un contenido curado —validado por expertos y trabajado literariamente por un escritor, en algunos casos, o ensamblado de manera atractiva por un editor especializado— ofrece una experiencia muy distinta a la del navegante errabundo que encuentra datos desarticulados, muchas veces sin alma y sin pasión.
Los creadores de obras de no ficción cuentan con recursos maravillosos: las metáforas visuales, las preguntas poderosas, esquemas narrativos como el del viaje, la dosificada administración de datos curiosos, las comparaciones inesperadas, el humor y la belleza, entre otros, como un arsenal de elementos que pueden transformar la lectutra de este tipo de obras en una experiencia única e irrepetible.
¿Por qué crees que los libros de no ficción no tienen una acogida tan cómoda como sí la tienen los libros de ficción, los libros álbum o la narrativa gráfica, por ejemplo?
En mi opinión, existen muchas razones para explicar esta modesta presencia de la no ficción en los anaqueles de las librerías y en las bibliotecas. Antes quisiera decir que la no ficción ha estado vinculada a los libros para niños desde hace siglos. De hecho, hay muchos testimonios de hombres y mujeres de ciencias, de arqueólogos, de biólogas o paleontólogos, que han definido su destino profesional porque cuando eran niños tuvieron la suerte de leer un libro de no ficción. Quizás el caso más notable sea el de Heinrich Schliemann, quien recordaba vívidamente haber recibido como regalo de su padre una Historia universal para los niños, libro que desde ese momento lo hizo soñar con descubrir el mítico lugar donde se encontraba Troya, sueño que logró hacer realidad años después siendo ya adulto.
Desde hace tiempo, hay estudios que demuestran que los niños sienten una enorme atracción por el conocimiento y, también, se sabe que hay grandes lectores de no ficción que, de manera espontánea, buscan ese tipo de lecturas. Pero en buena parte de las dotaciones escolares estos libros no tienen aún una presencia significativa ni tampoco los mediadores reciben entrenamiento para usarlos en los procesos de mediación lectora.
Editar libros de esta naturaleza requiere contar con profesionales capaces de ofrecer información curada y exacta para que otros puedan divulgarla y darle el tratamiento literario adecuado; del mismo modo, se necesitan ilustradores capaces de plasmar en sus dibujos la información que se desea compartir con los lectores infantiles. La tradición en la producción de estos libros existe, pero al investigar lo que ocurre en Iberoamérica, se concluye que todavía quedan muchos retos por afrontar.
Ha sido muy ilustrativo conversar contigo sobre este tema. ¿Podrías darnos unas palabras finales para invitar a los lectores a leer tu ensayo La no ficción para niños. Cartografía de un género en expansión?
Aunque la mayor producción de estos libros se realiza en España, en América Latina hay editoriales pioneras como Tecolote, en México, e Iamiqué, en Argentina, las cuales han desarrollado conceptos propios y novedosos, y que mantienen un catálogo activo. No quería dejar pasar por alto algo muy importante: uno de los grandes aciertos de la no ficción es poder construir una voz local, hablar de nuestros temas, tradiciones, personajes, geografías, tecnologías… De hecho, tenemos países biodiversos, mestizos, con enormes aportes de culturas ancestrales y geografías inauditas, este caudal puede permitirnos publicar muchos libros de no ficción para niños y jóvenes que pongan es sus manos este rico patrimonio. Es cierto que se necesitan muchos apoyos y formación, pero eso forma parte del esfuerzo que debemos hacer.
La no ficción es vital para que muchos lectores encuentren su vocación tempranamente, para que dejen entrar el asombro en sus vidas, para que sean más sensibles ante los otros seres que habitan el planeta, para que amplíen su mente y se hagan universales, para que no pierdan nunca esa curiosidad por saber de lo grande y de lo pequeño, de lo visible y lo invisible, de lo real y lo que no parece real. De la vida y de lo que hay más allá de lo que percibimos por los sentidos. A fin de cuentas, estos libros, como dice el título mi obra, son cartografías de un mundo en expansión.