Poeta, narradora y traductora, Roxana Méndez es una de las voces más destacadas de la literatura contemporánea de El Salvador, su país, donde nació en el año 1979. Es Licenciada en Filología Inglesa con especialización en Traducción, y estudió una maestría en Literatura Española e Hispanoamericana. Es autora de los libros de poesía para adultos El cielo en la ventana, Mnemosine y Memoria. Para los niños ha dado a conocer las obras de narrativa Clara y Clarissa, La historia de Grimilda y El gato mecánico, y los poemarios El libro secreto y Máquinas voladoras. Este último fue distinguido con el Premio Fundación Cuatrogatos 2019 por un jurado que destacó: “Un libro para descubrir que la auténtica poesía, como las voces de las hadas viejas, es un misterio siempre en espera de ser revelado”.
Máquinas voladoras, de Roxana Méndez, publicado en San Salvador por el sello Valparaíso Ediciones, constituye un aporte de gran relevancia a las letras para niños de toda Centroamérica; es una propuesta que, por su imaginación y su belleza, remite al vuelo artístico de la gran escritora salvadoreña Claudia Lars y de su clásico Escuela de Pájaros.
Agradecemos a Roxana su amabilidad al responder el siguiente cuestionario que le envió Cuatrogatos:
¿Cómo llegaste a la poesía y cómo la poesía llegó a ti?
Empecé a escribir poemas a los trece o catorce años, pero la poesía llegó a mí mucho antes, a través de mi madre, quien me leía cada noche antes de ir a la cama. Por ello, me gusta pensar que llegué a la poesía sin darme cuenta, quizá mientras dormía. Mi niñez transcurrió durante la época de la guerra civil salvadoreña, en los años ochenta, en ese entonces padecía de sonambulismo, y un día sí y otro también, a altas horas de la noche, me paraba en la cama y recitaba los poemas que había escuchado a mi madre. Cuando pienso en ello, suelo tener la sensación de que la literatura siempre estuvo conmigo.
¿Cuándo y por qué tu deseo de escribir libros para niños?
Escribir para niños se derivó de mi deseo de escribir fantasía, que llegó antes. He sido una amante de la literatura de fantasía y de ciencia ficción desde mi adolescencia, y ya entonces empecé a escribí algunas breves historias fantásticas para jóvenes. El deseo de escribir para niños vino después, alrededor de 2009. Mi primer cuento infantil salió publicado en esos días en un libro de texto de editorial Santillana; en 2012 publiqué mi primera novela, Clara y Clarissa, en Alfaguara infantil.
Dentro de la poesía para niños, ¿qué autores han sido tus referentes o te han servido como paradigmas?
A pesar de que ahora me gustan muchos autores para niños de diversos lugares e idiomas, mis primeros referentes en este género fueron poetas centroamericanos como la salvadoreña Claudia Lars, con libros para niños de una gran altura y belleza como Escuela de pájaros o La casa de vidrio. De igual manera, Rubén Darío me influyó desde muy temprana edad con poemas como “Sonatina”, “A Margarita Debayle”, “Las hadas” o “La cabeza del Rabí”.
A ellos podría sumar poetas como Gloria Fuertes, Maria Elena Walsh, Antonio Machado, o Federico García Lorca, quien es uno de los mejores poetas que ha habido en español y que ha sido un referente tanto con su poesía para niños como con su poesía para adultos.
¿Cómo nació Máquinas voladoras? ¿Cómo fue el proceso de creación de los poemas?
Máquinas voladoras fue un libro que nació con la idea de contar pequeñas historias en verso. Aunque ahora escribo narrativa y acabo de terminar una novela, siempre he sido principalmente una escritora de poesía y los primeros cuentos infantiles que recuerdo estaban escritos en verso. Lo primero que amé de la poesía fue su música y creo que, a diferencia de lo que piensan algunos docentes, la poesía no es difícil para los niños, al contrario, el ritmo que se logra con la métrica y la rima no solo les resulta divertido, es incluso un recurso mnemotécnico. Eso sin mencionar esa otra sensibilidad que se despierta y se desarrolla en los niños al leer poesía.
El proceso de creación de este libro se parece un poco al de escribir otro libro de poesía, salvo que fue un poco más rápido. Escribir un libro de poesía puede llevar años y escribir este libro llevó algunos meses. Incrementé las lecturas de poemas métricos, sobre todo octosílabos y heptasílabos para nutrirme de este ritmo que llevaba un tiempo sin usar. No escribía todos los días pero tenía el libro siempre en la mente, así como las historias que quería contar. También se escribe un libro mientras no se está escribiendo, como decía T. S. Eliot: si lo dejo en un cajón, sigue siendo lo mismo, pero si está en la memoria, se transforma en otra cosa.
¿Cómo definirías este libro?
Como un regreso a mi propia niñez. Alguien de la Fundación Cuatrogatos escribió que este libro contenía dieciséis poemas-puertas, para mí también lo son, puertas a otros mundos pero también puertas a la infancia. En el poema “La abuela” está mi propia abuela; en “Máquinas voladoras”, mi abuelo; en “El mercado” está mi madre o los recuerdos de mi antigua casa o el cerro de San Jacinto, al sur de San Salvador, ese lugar lleno de historias que me vio crecer.
El jurado que otorgó el Premio Fundación Cuatrogatos a tu obra destacó su contrapunteo entre lo cotidiano y lo fantástico, entre la realidad y el sueño. ¿Esto responde a una voluntad creadora?
Lo cotidiano y lo fantástico están mezclados en este libro por dos razones, la primera es porque este intenta reflejar el mundo infantil, un niño puede estar sentado en el piso con un juguete en las manos e imaginar que se encuentra en una estación espacial en medio de una batalla que repele una invasión de insectos mutantes; y luego, diez minutos después, volver a la realidad cuando lo llaman para cenar. De igual manera puede estar viendo la televisión e imaginar que una ola se sale de la pantalla, que se llena de sal el pelo y de espuma toda la casa, como en el poema “La TV”.
La otra razón tiene que ver con el hecho de que en nuestros países latinoamericanos lo cotidiano y lo fantástico están mezclados todo el tiempo, y eso es algo que me parece fascinante. El poema “El mercado” dice que “un viejo contaba historias / del pueblo de los Izalcos / de su príncipe guerrero y de su padre el rey mago / que era amigo de los duendes / y del viento sobre el lago” y eso es bastante cierto, todavía hoy en día hay gente en El Salvador que va al pueblo de Izalco, en el occidente del país, a visitar a algún personaje que practica la magia de sus antepasados indígenas de origen maya. La antigua ciudad de Izalco es conocida como la ciudad de los brujos.
¿Qué opinas sobre el trabajo de la ilustradora argentina Claudia Degliuomini? ¿Qué aportan sus imágenes gráficas a Máquinas voladoras?
El trabajo de Claudia me parece exquisito. Creo que tiene una sutileza que complementa muy bien a la poesía, pues es a la vez etérea y misteriosa. Creo que sus ilustraciones aportan magia de otro tipo, hablan de lo mismo que hablan los poemas, pero amplían su significado y llevan la imaginación más allá de lo que lo que ya lo han expresado los poemas. Con esa delicadeza, Claudia ha logrado hacer su propia versión visual de los textos.
¿Cómo piensas que se inserta tu libro en la literatura infantil actual de El Salvador?
En El Salvador hay un auge de la literatura para niños. Incluso existe una gremial de autores que escriben libros infantiles y es evidente el aumento de las publicaciones de esta clase de libros. Máquinas voladoras está en algunas librerías de El Salvador y este año ha empezado a leerse en algunos colegios. Es uno de los pocos libros actuales de poesía para niños que hay en mi país y todavía falta mucho trabajo por hacer con aquellos maestros que piensan que la poesía infantil es difícil o que no saben muy bien qué hacer con ella.
Cuando abres un libro de versos publicado para el público infantil, ¿qué esperas hallar en sus páginas?
Historias, fantasía, magia y música. Algo que me lleve a otros mundos.
¿Cómo recibiste la noticia de que Máquinas voladoras había sido escogido como uno de los libros ganadores del Premio Fundación Cuatrogatos este año?
Con una ilusión infinita, pero también con sorpresa. Sé que la oferta de libros infantiles que hay en español es muy buena y muy extensa, que hay editoriales que tienen una larga trayectoria y autores para niños con más experiencia que yo y por eso trataba que mis expectativas fueran realistas. Así que cuando supe que mi libro había sido seleccionado y que se encontraba entre esos 20 títulos, me asombré mucho, pero sin duda me alegré muchísimo más. Este premio está siendo algo muy importante para mí y cada vez más. Puedo decir que me ha abierto puertas que no había imaginado. Y quiero enfatizar, más allá de todo esto, que ganar el premio ha sido una alegría y una satisfacción muy profunda.
Es un orgullo ver a poetas contemporáneas muy jóvenes que se destacan a estos niveles, vivimos en un mundo en decadencia moral y tenemos la necesidad de mirar el mundo en otras formas, agradecemos el noble oficio de poetas que hoy día desempeñan muchos.
Muchas felicidades por los grandes logros.