La ilustradora Cecilia Moreno nació “en Madrid, en enero de 1980 una tarde en la que nevaba”. Estudió Bellas Artes en la Universidad Complutense y “tras probar distintas ramas artísticas, me especialicé en ‘artes de la imagen’ (fotografía principalmente)”. En el año 2010, “un poco tarde”, según ella, llegó a la ilustración de libros para niños, especialidad en la que (esto lo afirma Cuatrogatos, no ella), ha logrado un indudable prestigio por la originalidad y calidad de sus propuestas.
De entonces a la fecha, Cecilia ha creado las imágenes para numerosas obras, como Ya. Nunca (texto de Grassa Toro, A buen paso); Cuéntame un cuento (texto de Anna Lavatelli, 3 Abejas); Mi cara (texto de Margarita del Mazo, Jaguar); Nariz, naricita (texto de Mar Benegas, Combel); 5 patitos (texto de Margarita del Mazo, Jaguar, Premio Fundación Cuatrogatos 2018) y La merienda del parque (texto de Pablo Albo, Narval, Premio Fundación Cuatrogatos 2019). En 2016 fue seleccionada para la Bienal Internacional ILUSTRARTE de Portugal.
Entrevistamos a Cecilia Moreno para conocer más acerca de su trabajo y, en especial, sobre la creación de La merienda del parque.
¿Cómo llegaste a la ilustración de libros para niños?
Al salir de la universidad la ilustración era para mí un campo bastante desconocido. Mis referencias en aquel momento eran ilustradores con líneas muy realistas, con mucho detalle… Ese tipo de dibujo se aleja mucho de mi línea de trabajo. Pero el caso es que, con el paso del tiempo, descubrí una serie de autoras y autores que utilizan otros tipos de lenguajes con los que me sentí más identificada, y en ese momento comprendí que la ilustración es un campo infinito en el que caben infinidad de estilos. Las obras de Cecilia Afonso, Bernardo Carvalho, Paloma Valdivia, Isidro Ferrer, Chris Haughton y Ana Ventura, entre otras, me abrieron los ojos, creando en mí una especie de necesidad por encontrar mi propia forma de contar historias.
¿Qué te atrae de esta especialidad? ¿Cuál es su mayor reto? ¿Cuál es la mayor gratificación que te brinda?
Lo primero que me atrae es el público al que va dirigido mi trabajo. Me parece fascinante trabajar para niños. Por otro lado, es un campo en el que me siento cómoda por la libertad creativa que permite. Puedes investigar y experimentar en cada proyecto y eso es una maravilla. Me siento afortunada por tener un trabajo así.
El mayor reto, poder vivir de la ilustración. Un proyecto, ya sea editorial o de diseño, requiere muchas horas de trabajo y no siempre se ven recompensadas económicamente de una manera justa. Al final, parte de nuestro trabajo acaba siendo luchar contra este problema: dignificar esta profesión que muchos parecen no respetar.
La mayor gratificación es ver como mis ilustraciones hacen disfrutar, pensar, reír o imaginar tanto a grandes como a pequeños.
¿Qué premisas estéticas guían tu trabajo como ilustradora?
Me he dado cuenta que desde hace un tiempo me intereso mucho por ordenar elementos, como si necesitara encontrar un equilibrio firme entre todos los ingredientes que forman mis ilustraciones. Quizá sea porque por lo general soy bastante caótica en mi vida diaria. Busco ese orden no solo a nivel compositivo, sino también a la hora de plantear la paleta de colores, los espacios, el ritmo.
En cada proyecto me planteo nuevas reglas que intentar cumplir y soy bastante rígida en este sentido. El reto es conseguir mantener esas reglas hasta el final. Bueno, y cómo dice Enric Jardí en uno de sus libros, romper las reglas cuando sea necesario.
También tengo muy en cuenta la contención a la hora de plantear qué cantidad de información aportará cada ilustración. El lema de “menos es más” está siempre muy presente.
¿Cómo fue el proceso de ilustración de La merienda del parque?
La merienda del parque es de esos proyectos en los que se une que tanto el escritor como la editorial te dan carta blanca. Lo único que me pidieron es que me divirtiera, y eso hice. Salió del tirón. Tengo que agradecerles muchísimo tanto a Pablo Albo como a Narval Editores la confianza que demostraron. Fue un placer trabajar con ellos.
En este caso mi propio reto fue encontrar la manera de representar todos los personajes que relata Pablo; que aparecieran todos. Si no me equivoco, ¡son más de 250! Para ello tuve que simplificar al máximo y crear un código para que las lectoras y lectores fueran entrando en el juego de la abstracción y que de repente una botella de zumo se convirtiera en un punto naranja, un bocadillo de chorizo en un punto rojo, o que un estanque lleno de peces quedara reducido a un semicírculo lleno de puntos de colores y que en ningún caso se perdiera significado. Disfruté mucho dibujando este libro.
Las imágenes de La merienda del parque parecen estar estrechamente relacionadas con los símbolos gráficos, la señalética y la representación vectorial, ¿por qué ese camino?
Bueno, creo que en este libro encontré el lugar perfecto para desarrollar esa tendencia de la que hablaba antes: la de ordenar elementos. La historia propone un caos un tanto surrealista de personajes que van apareciendo como quien no quiere la cosa e interactúan con el protagonista. Necesitaba encontrar un lenguaje muy limpio para que las imágenes no resultaran demasiado cargadas de información y que incluso fuera posible encontrar y contar todos los personajes que el texto va relatando. La mejor solución que encontré fue el uso de la línea sencilla, una paleta de colores muy pequeña y una representación muy esquemática pero que a la vez tuviera un toque de humor y ternura, que no resultara fría.
¿Has tenido respuestas de los niños a tu trabajo de ilustración para este libro?
La respuesta ha sido muy buena. Es maravilloso ver cómo enseguida entienden el código que propone el libro y entran en la historia. Incluso van mas allá y hacen nuevas interpretaciones sin salirse del juego, de las reglas que propongo. Además, el tema del parque y las posibilidades que tiene les encantan, ya que todos van al parque. Cada uno a su manera, se siente identificado con Alberto.
En general, ¿qué esperas de un ilustrador de libros para niños?
¡Qué pregunta más difícil! Pues particularmente me gusta que me sorprendan, encontrar propuestas novedosas, ya sea en la parte gráfica, en el modo de narrar o en el formato. Me gusta ver esa parte de locura que anima a probar un camino nuevo. Que sean valientes y no se queden en territorios comunes que ya están muy trillados. Que aporten nuevas experiencias a los pequeños lectores.
¿Qué artistas han sido tus referentes en este terreno?
Pues estoy fascinada con la obra de Paul Cox, Anouck Boisrobert y Louis Rigaud, Olivier Douzou, Florie Saint-Val, José Quintanar, Ana Bustelo, cualquiera del Planeta Tangerina, por daros algunos ejemplos.
En tu bibliografía sobresalen los libros para los más chiquitos. ¿Por qué?
Bueno, el campo de la literatura para prelectores es uno de mis preferidos. Es tan interesante… Cómo oí decir una vez a Květa Pacovská, los bebés son un lienzo en blanco y lo que le aportemos se quedará marcado con gran intensidad. Esos libros son el comienzo de su educación visual.
En el 2018 un libro para bebé ilustrado por ti, 5 patitos, recibió el Premio Fundación Cuatrogatos. Un año después recibes de nuevo esta distinción por La merienda del parque. ¿Qué podrías comentarnos sobre esto?
Pues mucha felicidad, claro. Supone una gran alegría ver que los libros funcionan. Y que de entre más de 1000 títulos hayan sobresalido dos míos es un orgullo y un aliciente para seguir trabajando tanto cómo ahora. Ojalá, gracias a estos premios, los libros lleguen a más niños, eso sería fantástico.
¿En qué nuevos proyectos trabajas actualmente?
Pues sobre la mesa tengo (además de algún proyecto personal que me encantaría poder publicar) proyectos con Libre Albedrío, Jaguar, Canica Books y Nube Ocho. ¡No me puedo quejar!
Me encantan sus ilustraciones.