Nacido en Montevideo, Uruguay, en 1966, y residente en Vic, Barcelona, donde creó la librería El Petit Tresor, Germán Machado es un autor que escribe tanto para adultos como para niños y adolescentes. En el año 2009 creó el blog Garabatos y Ringorrangos.
Entre los títulos de narrativa y poesía que Germán Machado ha publicado para los lectores más jóvenes se encuentran ¡Baja de esa nube! (Ekaré), Salir a caminar (A buen paso), Suerte de colibrí (Edelvives), Breve historia de una pompa de jabón (Savanna Books), El señor Dino Hache y el canario dorado (Amargord), Tamanduá Killer (Fin de Siglo) y Ver llover, La Escuela de Gatos de la Señorita Cara Carmina y La jaula (Calibroscopio). Este último libro suyo, ilustrado por Cecilia Varela, fue uno de los ganadores del Premio Fundación Cuatrogatos 2019. Un buen motivo para entrevistar a este destacado escritor, librero y gestor cultural:
¿Qué te atrae de escribir para niños y jóvenes?
Soy de esos escritores que nunca tienen claro, cuando escriben, cuál es, o cuál será, la edad de los lectores destinatarios de sus textos. He sabido equivocarme con este asunto. En todo caso, sí es cierto que en algunos textos que he escrito he sabido trabajar con un lector implícito que es pensado por mí como un niño, o como un “yo-que-fui-ese-niño” a quien le gustaba mucho escuchar a sus adultos contando historias de muy distintos tipos. Y ese ejercicio, el de lograr una voz que sea tan cálida y tan clara como la de los adultos que me contaban cuentos en mi infancia, poner en juego los ecos de esas voces, es algo que me entusiasma y que me reconforta de una manera muy especial. Es como que al escribir para la infancia siento que estoy devolviendo algo de lo mucho que me dieron.
Eres uruguayo y vives en Vic (provincia de Barcelona), en España. Has publicado con editoriales de ambos lados del Atlántico. ¿Crees que esto ha influido o influye de alguna manera en tu trabajo literario?
En cuanto a eso de publicar en ambas orillas del Atlántico no creo que haya influido mucho en la escritura. En todo caso, lo que sí puede estar afectándome en la actualidad es el hecho de estar viviendo en un territorio con una lengua diferente a la mía: vivo en una región de Cataluña donde la lengua principal, al menos en el ambiente en el que yo me muevo, es el catalán, y eso, el vivir en otra lengua, quizás está condicionando mi vínculo con lo literario. De todas maneras, creo que hoy el mundo está lo suficientemente interconectado como para que la localización inmediata no afecte tanto a la cabeza que se dispone a escribir, aunque sí es cierto que muy a menudo me descubro a mí mismo deslizando en un texto construcciones gramaticales que son como una suerte de uruguayismos derivados del catalán, o algo así. Por otra parte, y siempre lo reconozco, haber abierto una librería especializada en literatura infantil y juvenil (El Petit Tresor), y trabajar allí como librero, ha significado un baño de humildad para mí como autor: estando detrás del mostrador uno entiende mucho mejor las dificultades y el milagro que comporta hacer llegar un título en concreto a las manos de un lector en concreto.
¿Podrías explicarnos cuál fue la génesis de La jaula y que te llevó a abordar un tema tan complejo como el de la responsabilidad del individuo por sus actos?
El origen del cuento es una frase que escribí el 7 de abril de 2012 en mi muro de Facebook. Lo recuerdo perfectamente, porque ese día murió un colibrí que yo estaba cuidando desde hacía un par de meses, y de cuyos cuidados iba haciendo reportes online para mi comunidad de lectores. Al escribir el reporte final, sobre la muerte del pequeño pájaro, solté una frase que sonó a epitafio: “No hubo que cavar mucho”. De inmediato, una poeta amiga, Alejandra Correa, comentó que esa frase podía ser un título. Y yo me quedé con eso, con un pequeño animalito que muere y con alguien que para enterrarlo no debe cavar mucho. De allí nace el cuento. Un rastro visible de ese origen está en la escena en la que el padre del niño comienza a cavar el pozo, cerca del final del libro. Y yo creo que el hecho de enterrar un ser vivo, un animalillo del que hemos tenido mucho cuidado por un buen tiempo, nos enfrenta, inevitablemente, con el concepto de la responsabilidad: ¿Hemos hecho bien lo que debíamos hacer bien? ¿Hemos fallado en algo? ¿Estaba claro cuál era el deber a cumplir? ¿Disponíamos de las condiciones y de los medios para ser responsables en el cumplimiento de ese deber? Cosas así, incógnitas, cuestionamientos y autocuestionamientos, que pueden llegar a desplegarse como para generar, en sus recodos, una ficción posible. Desplegarse como se desplegó aquella frase inicial hasta completar un relato como este de La jaula.
¿Cuál fue el mayor reto durante la creación de La jaula?
Respetar al personaje del niño, que si bien puede resultar caprichoso a primera vista, resulta muy sensible respecto de su entorno y muy reflexivo sobre sus limitaciones y sobre las limitaciones que le van impuestas por las condiciones vitales. Porque hay que tener muy claro que la jaula estaba ahí, desde el principio.
¿Cómo fue el trabajo con la ilustradora Cecilia Varela? ¿Qué aporta su propuesta gráfica a la obra?
A Cecilia la conocí en 2011 en Argentina. Es una ilustradora cuyo trabajo me encanta desde antes de esa fecha. Y creo que siempre quise hacer un libro con ella, si bien no habíamos tenido otras oportunidades. A partir de un diálogo virtual que tuvimos a finales de 2016, le enseñé el cuento. A ella le gustó mucho e hizo una ilustración, como para buscar juntos una editorial que lo quisiera publicar. Tenía idea de publicarlo en España, pero surgió la posibilidad de publicarlo con Calibroscopio y no lo dudé. A Cecilia también le hacía ilusión publicar con esta editorial. Trabajar con Judith y con Walter, para mí, siempre es un gusto. En Calibroscopio yo me siento como en casa. Así que allá fuimos. Cecilia trabajó por su lado y me iba enseñando los resultados a medida que los enviaba a la editora, pero la ilustración corrió por su cuenta y yo no la condicioné prácticamente en nada, más allá de lo que el texto en sí podía condicionar su trabajo. Y su ilustración, de más está decirlo, sí que le aporta mucho al resultado final, porque hace un trabajo gráfico, sobre todo en su juego tan sutil con las formas triangulares, que subraya la tensión narrativa del relato de una forma impecable. Sí es cierto que a partir de sus dibujos, el trabajo de edición fue depurando el texto, como para que no hubiera tropezones entre las palabras y las imágenes.
¿Cómo definirías La jaula?
Yo pienso que es una alegoría, un relato alegórico. Una alegoría sobre las carencias de los vínculos entre el mundo adulto y el mundo infantil cuando está en juego la definición de la libertad, y de la responsabilidad de cada parte a la hora de hacer posible este ideal y los derechos que comporta. Y ya quisiera, en esa dirección, que fuera un buen sacudón para los lectores al momento de leerlo.
Como escritor, ¿qué te interesa de los libros álbum, qué posibilidades creativas y comunicativas ves en ellos?
Los libros álbum son, para mí, un soporte. Como escritor, en principio, me restrinjo más a los géneros que puede soportar un álbum: el cuento, el poema, los repertorios de costumbres… En todo caso, así lo creo, cuando llevas un texto a este soporte has de estar dispuesto a revisar todo el trabajo junto con el ilustrador, porque una de las premisas del soporte es que se genere una sinergia entre texto e ilustración de manera que ambos aspectos se potencien mutuamente. Y en esto, así lo pienso, está lo mejor de los álbumes, y también sus mejores posibilidades a la hora de comunicar una experiencia literaria y visual a un lector. La jaula, en todo caso, en lo formal, está más cerca del cuento ilustrado —o del álbum narrativo—, que del álbum strictu sensu.
¿Qué respuestas has recibido de los lectores de La jaula (aparte de la de los miembros del jurado del Premio Fundación Cuatrogatos 2019)?
De momento no he tenido muchas respuestas, pues no he salido a hacer lecturas públicas del cuento en las escuelas, que es donde recibo mis mejores retornos. Algunos amigos que lo han leído han sido muy entusiastas, eso es así, pero con los amigos ya se sabe cómo va esto. También leí una reseña muy elogiosa que se publicó en un periódico de Córdoba, Argentina. Y lo del premio de Cuatrogatos es de lo mejor que le ha pasado al libro por ahora. Ya me iré enterando de cómo continúa su andadura a partir de las repercusiones que tiene el premio.
¿Qué nuevos libros de Germán Machado están en camino?
Acaban de salir dos nuevos títulos que ya van llegando a librerías de España y que en breve cruzarán el océano: ¡Qué frío!, ilustrado por Marta Moreno, en la colección Caballo, de Combel, y Amaryllis, que es un álbum que hicimos con Anna Aparicio Català y que la editorial Thule publica en su colección Trampantojo. Estos dos han sido publicados en castellano y en catalán. Por otra parte, está en proceso de edición un libro de poesías que escribimos a cuatro manos con la poeta argentina Cecilia Pisos y que lo publicará la editorial SM de Argentina dentro de algunos meses. Y seguro que antes de finales de 2019 hayamos avanzado en otros libros que de momento solo son propuestas a concretar o bocetos incipientes. Ya veremos.