Por Joel Franz Rosell, especial para Cuatrogatos.
Numerosos son los escritores españoles e hispanoamericanos que cada año a envían un manuscrito a un premio de literatura infantil y juvenil. Son certámenes prestigiosos por su dotación económica, por la difusión que proporcionan a las obras elegidas y por las perspectivas profesionales que abren a sus autores.
Lamentablemente, no es raro que la decepción acompañe la publicación de los títulos galardonados. Una decepción que raramente se expresa en la plaza pública porque… ¿quién se atreve a clamar: “¡El rey está desnudo!” cuando aspira a la corona más temprano que tarde?
Aún a riesgo de perder la cabeza, este crítico que también es autor ha decidido decir todo lo que, sinceramente, piensa de los libros recompensados en la edición 2011 de los premios Edebé.
Espíritu no faltó
El Premio Edebé de Literatura Juvenil recayó sobre El espíritu del último verano, de Susana Vallejo. Es una novela de personajes bastante convincentes y prosa eficaz que solo de tarde en tarde resbala sobre el escalón gastado de un lugar común. El adulto con muchas páginas en su haber anticipará el desenlace, pues cierto nivel de escritura y de elaboración de los personajes no suele acoplarse con el hallazgo de tesoros “contantes y sonantes”; pero los lectores adolescentes se dejarán atrapar por el “juego de roles”, el triángulo amoroso y la habilidad con que la autora desgrana los pequeños secretos del entorno afectivo del protagonista.
La nostalgia es ingrediente a manejar con prudencia en literatura juvenil. Los lectores de El espíritu… no tienen el mismo expediente de pérdidas que la escritora, nacida en 1968 (o que este crítico, que es de la década anterior), pero con indudable astucia ella encuadra a su narrador-protagonista entre los 14 años que tenía en la época de los hechos y la veintena del momento en que los evoca. La muerte de algún abuelo, las primeras decepciones amorosas, el descubrimiento de las aristas del mundo adulto o la pérdida de la casa familiar pueden preparar a muchos jóvenes para proyectarse en el héroe de Susana Vallejo.
En busca de…
No es la primera vez que me digo que Edebé posee mejor catálogo juvenil que infantil. Los premios de 2011 confirman la regla. Si a falta de obra de más quilates y desafíos El espíritu del verano no desmerece la faja dorada del Premio, a la elección en materia de literatura infantil no le encuentro circunstancias atenuantes.
La pregunta: “¿Qué es un buen libro?” no se puede responder con pesos y medidas, curvas de intensidad, gráficos y porcentajes. La calidad literaria no es una noción precisa, universal y objetiva. Pero eso no significa que los libros buenos se confundan con los malos y mediocres.
Pase que, dentro de la amplitud de la oferta literaria, aceptemos obritas que se limitan a repetir lo ya dicho (innovación cero en el lenguaje), recurrir a situaciones manidas (complejidad elemental en la trama), carecer de atmósfera (tensión mínima en los planos dramático, psicológico o social) y dibujar personajes que son meras marionetas de la trasmisión de un mensaje (verosimilitud y seducción inexistente)… Pero que los libros premiados no den el ejemplo, con originalidad, brillo y densidad en al menos parte de los componentes esenciales de una obra narrativa, ya es harina de otro costal.
… el Tesoro que no encontré
“Con pasión de antropóloga, Edna López (…) recrea un universo mágico y sorprendente lleno de misterios que esperan silenciosos que alguien les revele, y deja en las manos de un niño la decisión de descifrar todos los significados que esconde el Tesoro de Kola” dijo una periodista o comunicadora editorial al presentar En busca del Tesoro de Kola.
Esto huele a la vieja técnica de marketing consistente en afirmar que un producto posee precisamente aquellas virtudes de que más carece. Porque si algo está perfectamente ausente de En busca del… es la más elemental coherencia “antropológica” de un mundo fabricado mediante la arbitraria yuxtaposición de paisajes, contexto cultural y socio-económicos, flora, fauna y otros materiales que nada tienen que ver entre sí, y que no consiguen tejer una realidad estética aceptable.
En cuanto a magia y sorpresa, la novel autora da aquí y allá muestras de una imaginación que su falta de audacia estrangula sistemáticamente: la isla se llama Kola (puesto que nada tiene que ver con la septentrional península homónima, ¿será una alusión a la multinacional gaseosa…?) y los personajes llevan nombres tan insípidos como Silverio, Isa, Ernesto, Omar, princesa Papina o maga Atlantis. Sin embargo, el paisaje ha sido introducido por esta prometedora primera frase: “Más allá del Desierto Rojo, inmerso en el espeso bosque de baobabs, se hallaba el carcomido esqueleto de un viejo buque…”, mientras que Silverio es un cartero que vive dentro del oso que se lo comió para protegerlo, Isa es una muchacha menguante, y la maga no lo es; simplemente se apropió el nombre de la antigua dueña de la cabaña que ocupa…
Lejos de explotar las excelentes posibilidades de estos rasgos básicos, la trama cojea entre trucos manidos (los malos que dan la espalda cuando los buenos lo necesitan), situaciones pueriles (la relación entre Omar y la langosta Marquesita), copiadas de dibujos animados (la llantina del estoico aviesa Ernesto en la página 211) o emparentadas con la novela de aventura fantástica que no se atreve a ser ésta que leemos. Todo viene servido por una prosa plana que, regularmente, desciende a frases convencionales (“Este fue el final del malvado Ministro, encarcelado por los mismos hombres a los que mandaba”) o estereotipadas (“sus dientes eran como sables y sus ojos parecían inyectados en sangre”), y diálogos insulsos (no sé cuántas veces el protagonista se presenta y dice los nombres de sus amigos), por no hablar de una que otra declaración grandilocuente… como la que, sin el menor arredro, sirve de exergo:
“Si algo pretendo compartir con esta novela, es la idea de abrir la mente, despojarla de prejuicios y llegar a valorar la esencia de las cosas más allá de lo puramente material, porque las apariencias son una barrera para encontrar auténticos tesoros. Vida y sabiduría.”
Semejante declaración de principios le queda ancha al esmirriado cuerpo de En busca del Tesoro de Kola (la innecesaria mayúscula del substantivo central ¿tendrá que ver con la retórica citada?). Pero en cualquier caso, sean cuales sean las ideas que quiere defender una novela, éstas han de ser desarrolladas y sostenidas por la trama y el discurso; de nada valen sermones previos ni moralejas postreras. El gran sabio chino No Tsé-Quieng enseña que las novelas se escriben con palabras, no con ideas. De buenas intenciones, bien sabemos, está empedrado el camino del infierno… incluido el de los escritores.
Confío en que nadie arguya que En busca del… merece premio por abordar la importante y actual temática de la escasez de agua. Un tema solo es destacable en la medida en que esté consecuentemente traducido por el argumento, y mientras más importante sea ese tema, más riguroso ha de ser su tratamiento. La desaparición del agua de la isla de Kola no tiene ni explicación, causas ni consecuencias trasferibles –de una u otra manera- a la realidad de los lectores. Y si tanta importancia se concede, en el campo del libro infantil, a la temática y los valores es supuestamente por ello, ¿o no?
En la novela que nos ocupa, el problema hidrológico está abordado con la misma ligereza que el resto de una trama que se caracteriza por las soluciones facilistas, convencionales y previsibles, sin lógica, continuidad ni preparación. Ejemplo: la princesa Papina, tan buenita, hace secuestrar a cuanto animal se pone a tiro para, evitando que consuma agua, preservar el recurso más valioso de la sedienta isla de Kola. Pero en lugar de ejecutarlos in situ, esos animales son trasladados a palacio… sin que sepamos de ejecución o medida alguna que les impida gastar agua. Solo se nos cuenta el encierro y juicio del oso-hombre Silverio porque eso permite demostrar lo cruel y alevoso que es el Ministro (que manipula a la princesa) y dar a la niña menguante la oportunidad de justificar su papel de co-protagonista: es ella quien encuentra en el libro que les dio la falsa maga, las leyes que impiden al Ministro cumplir sus propósitos. Sin dar coherencia a las problemáticas presentadas en el nudo de la historia, llegamos así a los insubstanciales episodios que conducen al previsible desenlace.
Premio = modelo = desafío
Repito mi convicción de que la autora no carece de imaginación. Lo que le falta es el trabajo, tiempo y reflexión… que hubieran dado a este libro, o a otro posterior, las posibilidades de merecer realmente un premio. Todos nos hubiésemos ahorrado esta crítica despiadada de una joven autora que tenía derecho a iniciar su carrera literaria con la discreción necesaria a un oficio por adquirir. Que Edna López no me reclame a mí, sino al jurado que le impuso un premio que expone su obra a una la cruda luz de la notoriedad.
Me resisto a creer que entre los 452 originales (285 en la modalidad infantil y 167 en la juvenil) procedentes de todas las comunidades autónomas y de Hispanoamérica que fueran presentados al premio Edebé 2010, no hubiera ninguna obra más original que El espíritu del verano y, sobre todo, más consistente que En busca del Tesoro de Kola. Los libros premiados no pueden ser siempre radicalmente innovadores y fascinantes, pero al menos han de ser irreprochables; consensuales, si no da para más.
En ningún caso, un premio puede evitarse el ser visto como modelo. Modelo para los demás escritores, a quienes el jurado dice implícitamente: “este libro es mejor que el tuyo”; modelo para los bibliotecarios, maestros y libreros a quienes se les dice “esto es lo mejor que se recibió, lo mejor que publica nuestra editorial”; modelo para los chicos, sobre todo los que tienen poca experiencia lectora, que concluirán: “Si este es un libro de premio, para qué mirar el resto”; modelo incluso en el extranjero (le oí decir a un editor francés, tras decidir no publicar libro español alguno: “¡Y mire que todo lo que leímos eran premios…!”).