“Una plática que cruza los siglos”, por Verónica Murguía

La reconocida escritora mexicana Verónica Murguía habla a profesores de español en la inauguración del segundo laboratorio de escritura creativa Por los caminos de la eñe 2017.

Por Verónica Murguía

Antes que nada, quiero dar las gracias al Departamento de Educación Bilingüe y Lenguas Extranjeras de las Escuelas Públicas del Condado Miami-Dade y a los amigos de la Fundación Cuatrogatos por haberme invitado a recorrer con ustedes los caminos de la eñe.

En estos momentos que nos han tocado, pocas cosas pueden ser más importantes que hablar de libros, escribir, leernos los unos a los otros. Porque leer y escribir son una conversación: la más amplia conversación que se puede dar: una plática que cruza los siglos. Puedo afirmar que la semana pasada escuché algunas ideas de Sófocles, pues leí fragmentos de Edipo en Colona. Y Sófocles vivió en el siglo IV a. C. Pero sus obras quedan. Quedan, gracias a la escritura, hasta aquellas que fueron creadas y compuestas antes de que la escritura fuera de uso común, como la Ilíada y la Odisea, poemas del siglo VIII a. C. repetidos y memorizados por los bardos hasta que fueron consignados en papiros por orden de Aristarco en el siglo V a. C.

Podría hablar horas enteras sobre esos dos poemas que me obsesionan, pero solo diré que son tan vigentes ahora como cuando fueron compuestos y que me dio muchísimo gusto buscar una Ilíada para mi Kindle y descubrir que decía best seller. No sé qué hubiera dicho Homero de esto, pero Aquiles le pidió fama a su madre en el primer canto, así que supongo que estaría satisfecho.

Talleres de narrativa de Verónica Murguía para maestros de español de escuelas públicas de Miami: una enriquecedora experiencia literaria y cultural.

Hay un célebre soneto de Francisco de Quevedo que explica en versos fulgurantes lo que digo: “Retirado en la paz de estos desiertos, / con pocos pero doctos libros juntos, / vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos”. Eso es lo que hacemos al leer: conversar con los muertos y con los vivos. Escribir es sumarse a esa conversación. Y en este momento me gustaría hacer una pequeña anotación etimológica: la palabra escuela significaba ocio. Tiempo libre, tranquilidad para conversar. Ocio para conversar, para comunicarnos e intercambiar ideas. Y un simposio, lo saben aquellos que han leído a Platón, era un banquete. Un banquete donde hablaban los amigos. Estos orígenes remotos de las palabras que usamos ahora para designar lugares y actividades que tienen que ver con el saber son muy reveladores, porque muestran hasta qué punto es natural el querer escuchar, el desear decir, la transmisión del conocimiento.

La lectura y la escritura son las dos caras de la misma moneda. La moneda es la comunicación: el sístole y diástole de nuestro espíritu; la, perdón por la solemnidad, inhalación y exhalación de la inteligencia verbal. Pocas cosas son tan desesperantes como no poder darse a entender. La escritura, desde la más personal y para consumo propio e íntimo, un diario, la carta de amor, el recadito furioso, hasta la profesional, esa que se convierte en pública, ayuda a darle forma a lo que sentimos, nos ayuda a comprender el mundo.

No leemos de la misma forma cuando escribimos, así como –supongo– no se escucha igual la música cuando sabemos tocar algún instrumento. Y como la música, el lenguaje le da forma al mundo. Hay mucha sabiduría en el lenguaje: mientras más palabras usemos, más cosas podemos, si no entender, nombrar. No permitamos, como dijo alguien, que las pobres palabras se vayan al glosario debido a nuestra indiferencia; no permitamos que nuestro mundo interno quede desertificado por la televisión, por los realities; no permitamos que la belleza del idioma sea destruida por la ignorancia, por la publicidad, por el miedo al saber. Poder expresarse en compañía nos hace sentir humanos.

Hoy puedo decir, por ejemplo, que el mundo de estos años recientes me parece amenazante, que día con día confirmo que la vida es belleza y terror, que Borges tenía razón cuando afirmaba que casi no hay hombre que en el mismo día experimente, aunque sea por brevísimos momentos, el Infierno y el Paraíso… Puedo tratar de nombrar todo. Fracasaré muchas veces, pero en ese proceso está uno, entre el deseo de expresarse y el logro, ahí está el arte.

¿Qué fue lo primer que nombramos? Supongo que el agua. No sé de dónde viene esa suposición, y no tiene importancia. Lo que quiero decir es que el lenguaje es un sistema de conocimiento del mundo. Mucho se habla de las treinta formas de decir nieve de los inuit y de las muchas formas de hablar sobre la guerra de los sajones. Yo doy fe de que en el árabe hay mil formas de hablar del agua, no porque hable árabe, sino porque hablo español.

En el mundo antiguo el poeta era considerado un mago porque nombraba las cosas, las sacaba de la confusión del mundo. Leer y escribir es ejercitarse en esa magia de nombrar y de tratar de descifrar la anarquía, el caos.

Tengo que contar aquí una anécdota que me impresiona por su rudeza y por la intensidad de la revelación: cuando en el año 2000 el submarino ruso Kursk tuvo una falla que derivó en su destrucción, uno de los tripulantes escribió la terrible peripecia de escuchar cómo poco a poco todos iban muriendo porque el agua invadía cuarto por cuarto. El pobre hombre se pregunta mientras escribe la razón de su desesperada bitácora y no sabe contestar: tenía que dejar constancia de aquello que pasaba. Gracias a él, esa tragedia nunca será el nombre de un submarino asociado a una falla que lo destruyó: siempre será una tragedia humana.

Y por eso estoy aquí. Porque quiero compartir con ustedes mis experiencias en la escritura. Quiero ayudarlos a perder el miedo a la página en blanco, ese desierto que podemos cultivar. Como decía Gianni Rodari, “no para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo”.

Miami, junio 12 de 2017.

(Palabras en la charla inaugural del laboratorio de escritura creativa Por los caminos de la eñe, realizado en Miami, del 12 a 16 de junio de 2017, por el Departamento de Educación Bilingüe y Lenguas Extrajeras de las Escuelas Públicas del Condado Miami-Dade, con la colaboración de la Fundación Cuatrogatos).

3 pensamientos en ““Una plática que cruza los siglos”, por Verónica Murguía

  1. Rayuela

    Con el adios de Veronica en La Jornada, se olvido aquello de don Jesus, “lo que resiste apoya”. Extrañaremos -y mucho- las rayas de la cebra…quincenal.

  2. Realmente muy interesante lo dicho/escrito en el discurso de Verónica Murguía.
    Felicitaciones por su publicación.
    ¿Dónde encuentro el discurso completo?
    Agradecido
    Amadeo

  3. Que invitada de lujo.
    Maravillosas palabras mi querida Verónica, como dijo Neruda del español : “Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras”.
    Un abrazo,

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