Juan Carlos Martín Ramos: poesía y títeres en “Mundinovi (El gran teatrillo del mundo)”

Juan Carlos Martín Ramos (Belmez, Córdoba, 1959) es uno de los más laureados autores de la poesía para niños en España. Con el libro Las palabras que se lleva el viento recibió el premio Leer es vivir 2002; un año más tarde, Poemamundi obtuvo el Premio Lazarillo, y con Mundinovi (El gran teatrillo del mundo), el Premio Internacional de Poesía para Niños Ciudad de Orihuela. Este último título fue merecedor, además, del Premio Fundación Cuatrogatos 2017. La bibliografía de este sobresaliente creador incluye también Érase una vez… y otra vez (2008), Canciones y palabras de otro cantar (2009), La alfombra mágica (2010), Buzón de voces (2011), La jaula de las fieras (2015) y Poeta eres tú (2016), un poemario que se propone desmostrar “que la poesía puede estar en cualquier parte y que cualquiera de nosotros puede conocer más profundamente la realidad a través de la poesía”.

“Exquisito libro, de gran inventiva y musicalidad”, expresó sobre Mundinovi (El gran retablillo del mundo) el jurado del Premio Fundación Cuatrogatos, y también: “Los poemas y las ilustraciones ponen de relieve un profundo conocimiento y amor por el teatro de muñecos”. Con el propósito de conocer detalles sobre la creación de esta significativa obra, publicada por Kalandraka con ilustraciones de Federico Delicado, hicimos llegar un cuestionario a Martín Ramos. A continuación, nuestras preguntas y las respuestas del autor:Titiritero y poeta son dos profesiones que parecen estar unidas por estrechos vínculos. En tu caso, ¿qué llegó primero: el amor por los títeres o por los versos?

Tal vez parezca un cuento de Augusto Monterroso, pero así fue. Cuando yo nací, los títeres ya estaban allí. La bruja, el lobo que aullaba, Chacolí y muchos otros personajes forman parte de los primeros recuerdos de mi infancia. Los recuerdo a ellos y recuerdo a mi abuela mientras los construía, aprovechando cualquier material que cayera en sus manos. Los títeres de mi abuela fueron mis más íntimos y fieles compañeros de juegos. Y he dicho bien, “compañeros de juegos”, que no “juguetes”. En ocasiones, incluso vestíamos igual y parecíamos hermanos, porque mi abuela, cuando el tamaño de la tela lo permitía, primero le hacía el traje al títere y luego, sin dar más explicaciones, me tomaba las medidas para hacerme una camisa con la tela sobrante.

La poesía vino un poco después, al menos de manera consciente. Fui un niño muy inquieto y muy travieso. Me gustaba correr detrás de una pelota, dejar a oscuras las calles de mi barrio, pisar los charcos, jugarme el tipo en heroicas batallas a pedrada limpia, pero, al mismo tiempo, desde que yo recuerdo, siempre me gustó dibujar, leer tebeos y cantar canciones, y me emocionaba profundamente leer y recitar en voz alta los poemas que aparecían al final de algunas lecciones de mi libro de Lengua.

Hablo, por tanto, por experiencia propia cuando repito una y otra vez que la poesía abre ventanas a una altura idónea para la mirada de un niño, o una niña, porque le ayuda a descubrir el mundo y a buscar el verdadero sentido de todas las cosas.

¿Cómo fueron tus inicios en el teatro de muñecos, cómo comenzaste a escribir poesía?

Como puede deducirse de lo que he comentado al principio, mis primeros pasos en el mundo de los títeres fueron exactamente eso, mis primeros pasos. Pero, al margen de las pequeñas funciones que organizaba de niño para el aplauso fácil y resignado de los miembros de mi pandilla, mi primera experiencia seria, por llamarla de alguna forma, fue en la universidad, donde algunos compañeros de la facultad de filología hispánica formamos el grupo de teatro de títeres El Cambaleo. Nuestra intención era seguir el ejemplo de La Barraca, el gran proyecto cultural del gobierno de la República Española, codirigido por Federico García Lorca y Eduardo Ugarte. Entre bromas y veras (teníamos dieciocho años) pusimos en escena, en la pequeña escena de un teatrillo de títeres de guante, el entremés de Cervantes La guarda cuidadosa, una provocadora versión de El retabillo de don Cristóbal, de García Lorca, y una obrita que escribí para el consumo inmediato de aquella incipiente compañía, Toma y daca con la estaca. Mi abuela ya no estaba y me tocó a mí asumir la difícil tarea de construir todos los títeres, pero, eso sí, al dictado de su precisa e imaginativa técnica de titerera andaluza y recicladora. Mi experiencia realmente profesional como titiritero llegó pocos años después, cuando mi compañera, Lurdes López, y yo creamos la compañía Titiritaina. Durante varios años, fuimos de un lado a otro con nuestro teatrillo a cuestas y nuestra maleta llena de títeres. Todo lo hacíamos nosotros: títeres, decorados, textos y música. En esa época la poesía entró a formar parte fundamental de nuestro quehacer como titiriteros en forma de pregones, diálogos rimados y, sobre todo, canciones, muchas canciones.

Mi inclinación natural hacia la poesía se convirtió, cuando era un adolescente, en verdadera y profunda pasión gracias en gran parte a la voz, la sensibilidad y la rebeldía de un gran músico y cantante, Paco Ibáñez, que me descubrió poetas y poemas que en aquel entonces, los años finales de la dictadura franquista, estaban total o parcialmente prohibidos. Estoy seguro de que por un camino o por otro habría llegado al mismo sitio, pero Paco Ibáñez me ayudó a llegar hasta allí por la calle de en medio. Fue entonces cuando me compré con mis ahorros mi primer libro, una antología de Miguel Hernández, y pocos meses después el segundo, una antología de la generación del 27. Desde aquellos días no he dejado de leer y escribir poesía.

Nos gustaría que nos hablaras sobre la génesis de Mundinovi y sobre el proceso de escritura del libro.

Desde hacía unos años, me rondaba la idea de escribir un libro relacionado con el mundo de los títeres. No tenía muy claro si sería una obrita de teatro, un cuento o, como finalmente ha sido, un libro de poesía. Mientras tanto, la verdad es que en algunos de mis libros anteriores han ido apareciendo frecuentes referencias al mundo de los títeres.

Debo confesar que la idea inicial del libro era que fuera exclusivamente el diario de un títere. Un diario donde uno de los personajes de la compañía, en este caso el bufón (un personaje que nunca ha faltado en la maleta de Titiritaina), nos hablase por sí solo, con su propia voz, sin la intromisión del titiritero, de cómo era su vida dentro del teatrillo, de cuáles eran sus ideas, sus sentimientos, sus ilusiones, de cómo era la convivencia con sus compañeros durante y al margen de las funciones. Pero muy pronto, según iba avanzando el bufón en las páginas de su diario, me di cuenta de que era necesario hacer hueco, a pesar de las estrecheces propias de los teatrillos, a otros personajes y añadir un apartado con pequeñas escenas fácilmente representables. De esa forma estarían presentes en el libro la voz interior de los títeres, parte de su historia con la inclusión de algunos personajes tradicionales y el momento cumbre de su existencia, el de la representación.

Nos encantó el homenaje y el rescate que hiciste de personajes clásicos del universo titiritero. Cada uno de ellos representa una cultura y una época, pero, además, tienen personalidades y sicologías diferentes. ¿Cuál fue el principal reto al crear esa suite de retratos?

Mundinovi es, en efecto, un homenaje al mundo de los títeres y de los titiriteros, y es a la vez el pago de una deuda que tenía conmigo mismo o, para ser más exactos, con todo lo que ha hecho que yo sea lo que soy. Una deuda que he pagado, eso sí, no por obligación, sino por el placer de rebuscar en el trastero de todos mis sueños.

Todos los personajes que aparecen en el libro, salvo Maese Trotamundos, a quien descubrí junto a Javier Villafañe hace algunos años, me acompañan desde la infancia. Por tanto, me ha sido muy fácil hacer la selección. Mi intención no era hacer un inventario exhaustivo (sería interminable) de personajes representativos de la historia de los títeres, sino una simple galería de aquellos que a lo largo de mi vida he sentido más cerca de mi sensibilidad, de mi formación y de mi propia experiencia.

¿Las escenas en verso que incluye Mundinovi fueron creadas pensando en el libro o fueron representadas antes de incluirlas en él?

Todas las escenas las escribí para Mundinovi. Todas, menos una, el diálogo “El bufón y el rey”. Esta escena formaba parte de un espectáculo que mi compañera Lurdes y yo representábamos en nuestra época de Titiritaina. Aquel espectáculo se abría con este diálogo, que era más largo y que desembocaba en la huida del bufón del palacio del rey y en sus posteriores peripecias. Ahora, cuando me llaman de algún sitio para hablar de Mundinovi, Lurdes y yo volvemos a representar esta escena y nos proporciona una experiencia muy curiosa y conmovedora, porque nos ha permitido comprobar que los niños y las niñas de hoy reaccionan ante esta escena exactamente igual que los niños y las niñas de hace treinta años.

¿Cómo se sumó el ilustrador Federico Delicado al proyecto? 

Tuve la suerte de que la editorial Kalandraka me dio la oportunidad de sugerir algún posible ilustrador o ilustradora para Mundinovi. El primero de mi lista era Federico Delicado. Siempre he admirado su obra y estaba convencido, sobre todo después de disfrutar de su extraordinario álbum Ícaro, de que ese estilo de ilustración, su sensibilidad, su capacidad de sugerencia y su visión poética de los pequeños detalles encajarían perfectamente con el tono y la intención del libro.

Cuando lo propuse me parecía un sueño imposible, pero afortunadamente confluyeron varias circunstancias que permitieron que se hiciera realidad: Kalandraka aceptó la propuesta y Federico Delicado aceptó el reto, entre otras cosas porque él es un gran amante y conocedor del mundo del teatro.

¿Qué se pierde quien nunca haya asistido a una función de títeres?

Una de las principales cualidades del teatro de títeres es su capacidad de que los titiriteros, los títeres y los espectadores sean verdaderos cómplices dentro y fuera del espectáculo, compartiendo su protagonismo con tanta intensidad que las sensaciones de unos no se entienden sin las de los otros.

El lenguaje de los títeres –las palabras que salen de su boca, el tono de su voz, sus gestos, sus movimientos– habla directamente al corazón de cualquier persona, sea niño o niña, joven o anciano, y tiene la capacidad de despertar la sensibilidad, las emociones, y de sembrar en quien lo escucha un profundo amor por el teatro, por la poesía, por los cuentos, por las canciones y, por qué no decirlo, por la dimensión mágica de la vida.

¿Qué es para ti un títere?

Hay quien dice que los títeres no son muñecos, que son personajes mágicos que viven de verdad la vida que supuestamente representa el titiritero, y que la tarea del titiritero es solo, y nada menos, la de despertar esa vida. Posiblemente nunca sepamos con absoluta seguridad qué hay de cierto en estas afirmaciones. Lo que sí parece incuestionable es que los títeres son unos seres que saben con total exactitud cómo transmitir ideas, emociones, sentimientos, tradiciones, valores…

Con los títeres se aprende mucho de la vida, y no puede ser de otra manera. Los títeres reflejan la vida de los seres humanos de manera transparente, con absoluta libertad, rascando el fondo de nuestros sentimientos y pensamientos más ocultos, poniendo en solfa las apariencias y las falsedades. Los títeres dicen en público lo que piensan, son directos, sinceros, irónicos, dicen lo que los seres humanos decimos y dicen también lo que callamos.

Una cosa tengo muy clara, sin lo que los títeres me han enseñado, yo no sería la misma persona.

¿Y un buen poema para niños?

Sé que me repito, pero no sé contestar esta pregunta de otra manera. Lo primero que suelo decir en estos casos es que no encuentro diferencias entre escribir para niños y escribir para adultos. En ambos casos, el proceso creativo hasta poner en claro lo que se quiere decir debe ser exactamente el mismo.

La obra de cualquier escritor es fruto en gran medida de sus lecturas, al margen de que haya o no haya en ella huellas reconocibles de otros autores. Con el tiempo se va soltando lastre, pero ese entramado de fondo, que en el mejor de los casos se vuelve invisible, es su principal tesoro.

Precisamente por eso, cuando se escribe un poema para niños, el autor no se despoja de su bagaje lector, no olvida de pronto haber leído, por ejemplo, la poesía medieval, o a Quevedo, o a Machado, o a García Lorca, o a Neruda, o a César Vallejo, o a Nicanor Parra.

Incluso me atrevería a decir que en ningún otro ámbito literario es más necesario que en el de la poesía infantil echar mano de todos los recursos propios de la creación y de la tradición literaria, oral y escrita, porque en ella, en la poesía infantil, siempre hay sitio para hacer un guiño de complicidad o incorporar cualquier tipo de lance que anime el juego de la lectura.

Por eso es tan importante que quienes escribimos poesía para niños afilemos bien nuestros lápices y seamos exigentes con nosotros mismos. Debemos tener claro que la literatura infantil debe ser, en primer lugar, buena literatura, y que la poesía infantil si no es buena poesía, tal vez pueda ser infantil pero, desde luego, no será poesía.

Un buen poema para niños es aquel que se escribe, antes que con cualquier otra cosa, con el máximo respeto hacia sus posibles lectores.

¿Cabe el mundo en un teatrillo?

Como ya he contado, el mundo de mi primera infancia tenía aproximadamente el tamaño de un teatrillo. Allí crecí poniéndome de puntillas y cambié de voz antes de cambiar los dientes. Pero la pregunta merece otra respuesta.

Mundinovi se subtitula “El gran teatrillo del mundo”, jugando con el título de la obra de Calderón. El subtítulo encierra, naturalmente, una clara intención, la de desvelar que el mundo interior de los teatrillos es un universo en sí mismo donde cabe todo, donde todo se vuelve pequeño, pero donde, bajo la lupa escrutadora e inteligente del teatro, todo adquiere su verdadero tamaño y alcanza su verdadero significado.

Por último, ¿qué te propusiste al crear esta obra y qué comentarios te han hecho los niños acerca de ella?

Haré un pequeño recuento de mis más íntimas intenciones: cumplir un deseo, sacar a la luz un mundo mágico que forma parte de lo que soy y que es cada vez más necesario conocer y compartir.

Los comentarios de los niños y las niñas sobre Mundinovi son, como suelen ser siempre sus comentarios, especialmente sugerentes, estimulantes y emocionantes. Doy brincos de alegría cada vez que me cuentan y en ocasiones compruebo que el libro les ha permitido, a ellos y a sus profesores, acercarse al mundo de los títeres, conocer personajes que no conocían y (esto me hace especialmente feliz) construir sus propios títeres para representar las escena del libro

También son muy gratificantes los comentarios de los adultos –profesores, padres o abuelos– que acompañan a los niños. En muchos casos hablan por los niños, pero en otros muchos hablan por ellos mismos. Como autor no puedo pedir más.

Javier Villafañe dijo que “el títere nació el primer día que el hombre vio su sombra”. Sería necesario que los seres humanos nunca dejásemos de crecer a la sombra de los títeres.

2 pensamientos en “Juan Carlos Martín Ramos: poesía y títeres en “Mundinovi (El gran teatrillo del mundo)”

  1. Muy hermosas las palabras de este escritor sobre los títeres. Como maestra, sé la magia que pueden despertar los muñecos en los niños más chiquitos y la aprovecho para enseñarles el español.

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