Lucía Serrano (Madrid, 1983), una de las figuras más destacadas de la literatura para niños en España, se licenció en Bellas Artes en la Universidad Complutense de Madrid y posteriormente realizó un posgrado de Ilustración Infantil en la Escola Eina de Barcelona. Entre las obras que ha escrito e ilustrado se encuentran Cuando estoy enfadado (Anaya), En blanco (Anaya), El día que olvidé cerrar el grifo (Anaya), ¡Qué niño más lento! (Fondo de Cultura Económica) y Un elefante rosa (Narval). También ha ilustrado textos de otros autores, como Pollo y Erizo (Anaya), Bolsillo (República Kukudrulu), ¿Rinoceronte? ¿Qué rinoceronte? (Leer es vivir) y Redondo (Thule), de Pablo Albo; La familia del ratón Pérez (Edebé), de Carmen Riera, y Así te quiero, mamá (Ediciones SM), de Gabriela Keselman, entre otros.
Entre los libros ganadores del Premio Fundación Cuatrogatos 2016 estuvo su El baño de Carlota, publicado por Anaya. Para conocer más sobre la carrera de Lucía y sobre la creación de esa obra, le hicimos algunas preguntas que ella tuvo la gentileza de contestar:
¿Cómo llegaste a la ilustración de libros para niños?
Cuando mi hermana y yo éramos pequeñas, mis padres nos contaban cuentos antes de ir a dormir. Cada noche nos sentábamos los cuatro en mi cama, y era uno de los mejores momentos del día. Ya entonces tenía la sensación de que aquellos libros eran algo muy importante. Y que la imaginación era un tesoro que nadie me iba a quitar (y esto no es un recurso narrativo: literalmente les dije a mis padres que, por más que creciese, nadie me quitaría La Imaginación). Además me gustaba dibujar. Así que… podría decir que ilustrar y escribir cuentos fue algo que decidí hacer cuando tenía seis años aproximadamente.
De los libros de otros autores que has ilustrado, ¿cuáles recuerdas con especial agrado?
Me encanta ilustrar a Pablo Albo, por ejemplo. Juega con las palabras y consigue que éstas cumplan con su trabajo realmente bien. ¡Además sus historias son geniales! Con él he hecho, entre otros, Pollo y Erizo, editado por Anaya, un libro con el que disfruté muchísimo. Y Redondo, editado por Thule, otro libro en el que jugué de lo lindo. Los cuentos de Pablo funcionan perfectamente para ser contados en voz alta, y esto no es fácil de conseguir. En general disfruto mucho ilustrando a otros autores. A menudo las editoriales me llaman para trabajar en libros donde hay que meter mucho humor, y claro, trabajar en estos textos es una gozada.
¿Cuándo y por qué empezaste a crear tus propias historias?
Empecé hace mucho tiempo. Antes incluso de dedicarme a esto. Escribir cuentos era mi manera de entender lo que me rodeaba. Y aún hoy me sirve para explicarme muchas cosas. Escribo para la Lucía niña, que aún anda por ahí. Y luego tengo la gran suerte de que algunos de esos cuentos gustan y los pueden leer otros niños.
¿Por qué tu preferencia por los más chicos como destinatarios?
Creo que se debe a varios motivos. Por un lado me encanta esa franja de edad. A veces se tiende a pensar que los más pequeños son un lienzo en blanco donde nosotros los adultos debemos imprimir cosas. No estoy de acuerdo. Me gusta hacer libros que no traten a los más chicos como proyectos de algo, sino como personas bien completitas que son cómplices de una historia.
Por otro lado siempre me ha gustado el formato corto. Igual que hay escritores que prefieren la novela y otros el relato corto, yo me siento a gusto contando historias con las palabras indispensables. El proceso es muy interesante. Es semejante al trabajo de un escultor: vas quitando lo que sobra, con mucho cuidado para no pasarte. Los libros para peques son un formato ideal para trabajar así, ya que la imagen tiene mucho peso, y se pueden escoger las palabras justas.
Ser a la vez autora e ilustradora es muy gratificante, ya que puedes ir moldeando la imagen y el texto en cada momento según lo que necesite el libro.
¿Cómo surgió la idea de El baño de Carlota? ¿Cuál fue tu inspiración?
Anaya me encargó un título para esta colección, y me apetecía hablar sobre el hábito de bañarse (un momento del día muy divertido). Pero me resultaba difícil darle una vuelta para que no fuese una historia ya contada. Tengo otro libro llamado El día que olvidé cerrar el grifo en el que ya había jugado con el momento del baño y sus consecuencias imprevisibles. Así que pensé: ¿Y si no es la niña la que se tiene que bañar? De pequeña quería a mis peluches como si fuesen seres vivos, así que pensar en un peluche aterrorizado por la lavadora salió solo. Hacerse preguntas ayuda mucho a la hora de encontrar historias.
¿Cómo fue el proceso de creación?
Como comentaba, cuando estoy pensando una historia las preguntas juegan un papel muy importante. El ¿qué pasaría si…? Mirar alrededor, recordar mi infancia, son partes imprescindibles del proceso. En cuanto a las ilustraciones, no tengo un estilo muy cambiante por ahora. Llegué a un tipo de línea, personajes, fondos y color que me permiten transmitir movimiento y sensaciones, y con este lenguaje puedo contar historias que es lo que me encanta.
¿Qué te propusiste al crear esta obra?
No tengo muchos propósitos cuando me siento a trabajar.. Ahora que ya llevo un tiempo haciendo libros me voy dando cuenta de que esa parte se descubre una vez que el libro llega a los lectores. He hecho cuentos que a mí me servían para explicarme algo y luego quien los lee los ha interpretado desde otro lugar. Y eso es fantástico. Mi propósito fue disfrutar, jugar (pero jugar en serio, como cuando éramos pequeños), siendo honesta y respetuosa con quién luego leerá el cuento. A partir de ahí surge todo lo demás.
Tus libros conectan con los más chicos, pero también con los padres. ¿Cómo logras esa comunicación con lectores de diferentes experiencias?
No estoy muy segura, pero a lo mejor tiene que ver con que mi primera lectora soy yo misma y tengo treinta y tres años. Y que en realidad crecer no quiere decir mucho, seguimos teniendo dudas, y los cuentos sirven para explicar lo que no sabemos explicar de otra manera. Hay muchos lugares donde los adultos escuchan cuentos igual que los niños. Cada uno luego hace su interpretación a partir de la experiencia vivida, pero las historias son las mismas para unos y para los otros.
La necesidad de escuchar historias es inherente a nosotros en todas las etapas de la vida. De adultos sustituimos los cuentos por novelas, o por el cine. Pero eso no impide que podamos conectar con este otro formato: la literatura infantil. Aunque de esto sólo te das cuenta cuando tienes un niño o niña cerca y le lees un cuento. Entonces te sorprendes al comprobar que te ha llegado algo que en un principio no está hecho para ti… ¿o tal vez si?
¿Cómo definirías tus libros? ¿Qué los distingue?
Uf, ¡qué pregunta más difícil! No sé.. Cuando empecé me bloqueaba mucho el pensar que tenía que hacer cuentos que se distinguiesen. Entonces decidí simplemente disfrutar y hacer libros que me interesasen a mí. Y así desapareció el bloqueo. Así que no sé muy bien qué distingue a mis libros.
¿Qué hace falta para crear buenos libros ilustrados para los más chicos?
Respetar mucho a los niños. Se merecen que pongamos todo nuestro saber y cariño en los libros que les van a acompañar. Para ello ayuda recordar la propia infancia, y así sabremos al nivel de exigencia a la que nos enfrentamos. Ninguno nos sentíamos tontos o incompletos a los tres, cuatro, cinco años. Ellos tampoco.
¿Cómo recibiste la noticia de que una fundación con sede en Estados Unidos, dedicada a promover la literatura infantil y juvenil en español, había premiado El baño de Carlota?
¡Me hizo mucha impresión! Y una ilusión enorme. Pensar que una historia puede viajar tan lejos… eso sí que es mágico. Estoy muy agradecida por el premio y por toda la labor de difusión que estáis realizando, de verdad. Y espero que los niños de allá disfruten con la historia de Carlota. Es la parte más bonita de este trabajo.