El nombre de Gloria María Rodríguez constituye una referencia obligatoria cuando se habla de bibliotecas públicas y fomento de la lectura en Latinoamérica. Su trabajo de 25 años al frente de las bibliotecas públicas de Comfenalco Antioquia, en Medellín, Colombia, convirtió a la red de bibliotecas públicas de esta institución en un referente internacional y en un paradigma de compromiso con la comunidad. Pero, además, de ser una autoridad en materia de bibliotecas, Gloria María es una gran conocedora del universo de los libros para niños; su agudeza como lectora de ese tipo de obras la ha llevado a formar parte de los jurados de importantes certámenes nacionales e internacionales de literatura infantil.
Sus artículos han aparecido en revistas y publicaciones especializadas de Colombia y otros países. Entre sus principales publicaciones están Cara y cruz de las bibliotecas públicas escolares y otros textos (2005); La biblioteca pública: análisis a manifiestos y directrices (2007); Ideas para formar lectores: 30 actividades paso a paso (2009), libro escrita junto a un equipo de Comfenalco Antioquia, y Bibliotecas vivas: Las bibliotecas públicas que queremos, en coautoría con Irene Vasco, obra encargada por la Biblioteca Nacional de Colombia con el fin de ofrecer capacitación a los miles de pequeños bibliotecarios públicos y fortalecer la Red Nacional de Bibliotecas Públicas en Colombia.
Desde el 2006, se desempeña como asesora y consultora independiente y ha desarrollado proyectos con la Fundación Bill & Melinda Gates, de Estados Unidos; NIDA, Network of Information and Digital Access, con sede en el Reino Unido; la Biblioteca Nacional de Colombia y la Secretaría de Cultura del Municipio de Medellín, entre otros organismos.
A continuación reproducimos algunas apartes de la larga entrevista con esta destacada bibliotecóloga que hemos publicado en nuestro sitio web www.cuatrogatos.org
¿Existe tu biblioteca ideal? ¿Qué características debería reunir?
No sé si existirá la biblioteca ideal, pero si existen unos mínimos que toda buena biblioteca debe alcanzar: contar con unos funcionarios competentes y sensibles; estar organizada y bien dotada con equipos y materiales de lectura en distintos formatos y soportes; estar conectada con las nuevas tecnologías; disponer de un local cómodo y atractivo; estar articulada con la comunidad a la que sirve y ser capaz de llegar con sus programas y servicios fuera de sus cuatro paredes. Si a lo anterior se le suma la capacidad de generar en los visitantes una sensación de libertad para que se sientan libres para deambular por sus diferentes salas, para recorrerla, para ojear materiales, para descansar, para pasar el rato, para no sentirse vigilados ni restringidos por prohibiciones y reglamentos absurdos, creo que ahí si estaríamos muy cerca de una biblioteca ideal.
¿Qué esperas de un bibliotecario público?
De un bibliotecario público esperaría lo mismo que de cualquier otro buen profesional: que reflexione sobre cómo hacer las cosas mejor, que se haga preguntas y que tenga inquietudes sobre su labor que lo hagan investigar, pensar, analizar, cuestionarse, que sea capaz de trabajar con personas de otras disciplinas y en diferentes contextos. Alguna vez en una intervención hablaba de las cualidades que caracterizan a un grupo de profesionales y lo diferencian de otros: un ingeniero debe ser bueno en matemáticas, un botánico debe sentir inclinación por las plantas, al ornitólogo le deben apasionar las aves, el geólogo debe ser un entusiasta de las rocas y… ¿qué se espera del bibliotecario? Bueno, mínimamente que se interese por la lectura y que si no es un buen lector, al menos no sea indiferente al compromiso que le ha conferido la sociedad de vincular la vida cotidiana de las personas y las comunidades con la lectura, la información y el conocimiento.
¿Cuándo y cómo comenzó tu interés profesional por la literatura infantil y juvenil? ¿En algún momento de tu formación universitaria recibiste clases sobre literatura infantil?
Nunca tuve formación universitaria sobre literatura infantil y juvenil. Mi interés profesional en el tema empezó en 1985 cuando estábamos iniciando la compra de libros para dos nuevas bibliotecas de la red de Comfenalco, a las que se quería dotar con buenas salas infantiles. Este proyecto de dotación coincidió con la llegada al país de las colecciones amarilla y roja de Alfaguara, la colección Altea Benjamín, Austral Infantil, Noguer, y otras, que incluían títulos de autores contemporáneos como Maria Gripe, Erich Kästner, Michael Ende, Roald Dahl, Christine Nöstlinger, entre otros. Cuando empezaron a llegar todos estos libros de autores de los que no sabía nada, se me abrió un apetito enorme por leerlos, fue como encontrar una mina de oro, creo que este ha sido uno de los períodos de más intensa lectura en mi vida. A partir de ahí se me despertó una avidez por seguir leyendo, explorando, descubriendo autores y profundizando sobre el tema. A la distancia veo que esta aproximación a la literatura infantil no solo marcó y le dio nuevas perspectivas a mi vida profesional sino que contribuyó también a darle un carácter particular a lo que después íbamos a hacer en las bibliotecas de Comfenalco.
¿Qué valoras más en un libro para niños?
Tanto en los libros de carácter informativo como en los literarios valoro altamente la capacidad de atrapar y mantener la atención y el interés niño. En los que son netamente de carácter literario, valoro lo mismo que en la literatura para adultos: que despierten emociones, sentimientos, sensaciones; que sean capaces de sacudir el equilibrio cotidiano, y que, por lo que cuentan y la manera como lo cuentan, logren que nos confrontemos con nosotros mismos, con los demás y con el mundo.
¿Qué echas de menos y qué aprecias más en la literatura infantil actual?
Echo de menos las buenas historias bien contadas, sin la obligada cuota de valores y mensajes morales que abundan hoy para ayudar a niños y jóvenes a superar problemas y a aprender lecciones de vida. Eso me cansa y me ha alejado de lo que se cataloga como literatura juvenil contemporánea. Por eso adoro la literatura para niños y jóvenes que se escribía en los años 1960, 1970 y 1980, cuando aún no se había extendido el virus de los valores.
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