Entrevistamos al ilustrador, escritor y cineasta uruguayo Alfredo Soderguit (Rocha, 1973) para conocer más sobre la trayectoria artística del creador de Los carpinchos, el estupendo libro álbum distinguido este año con el Premio Fundación Cuatrogatos, que fue publicado originalmente en España por Ediciones Ekaré en el 2020 y que ha comenzado a aparecer de varios países bajo otros sellos editoriales.
Alfredo Soderguit estudió Bellas Artes y Arquitectura en la Universidad de la República de Uruguay y, posteriormente, Dirección de arte en la Escuela de Cine de Uruguay. En 2005 creó el estudio Palermo Animation junto a Alejo Schettini y Claudia Prezioso.
A continuación, nuestras preguntas y las respuestas de Soderguit:
Tenemos entendido que vienes del mundo del cine, ¿cómo empezaste a crear libros para niños?
Lo cierto es que comencé ilustrando libros, pero mi primera obra con proyección internacional fue el largometraje animado Anina (2013), que, justamente, está basado en la novela Anina Yatay Salas, de Sergio López Suárez, que ilustré en 2001. Sin embargo, es cierto que fue mi trabajo como guionista y director el que encaminó mi faceta de autor de historias. Es un ida y vuelta permanente, como el nombre de Anina.
Comencé a ilustrar libros profesionalmente a los 22 años, luego de regresar de un viaje de varios meses por Europa. Durante un recorrido entre Kassel y Kiel, en Alemania, compartí parte de ese viaje en auto con una ilustradora que se dirigía a la Escuela de Ilustración de Fráncfort. Yo viajaba con un portafolio con fotografías de algunos dibujos y se los mostré. Ella fue la primera persona que me sugirió que contactara con editoriales. Le pregunté cómo podía hacer para identificar las editoriales que pudieran estar interesadas en artistas locales en mi país y ella me dijo que fuera a preguntar a una librería.
Meses después, cuando regresé a Uruguay, me dirigí a una librería bastante grande y me acerqué a un joven empleado, era menor que yo, y le mostré mi carpeta de trabajos como si estuviera frente a un agente importante en la Feria del Libro de Bolonia o de Guadalajara. La situación podría parecer absurda. Sin embargo, el joven me prestó mucha atención, me contó que Santillana estaba trabajando mucho en una colección con autores nacionales y me dio el número de teléfono de la editorial. Esa misma tarde llamé y hablé con la editora. Una semana después tuve la primera reunión, de la que me fui con dos manuscritos impresos bajo el brazo.
Hace algunos años pudimos ver en Miami, como parte de un festival de cine para niños, Anina, tu largometraje de dibujos animados con guion de Federico Ivanier y basado en la novela de Sergio López Suárez. El cine es un trabajo que por lo general involucra a muchas personas; escribir e ilustrar un libro suele ser un proceso más bien solitario. ¿Qué te atrae de cada una de esas experiencias, qué te aporta cada una de esas formas de trabajo?
Hacer una película es una aventura compartida de largo aliento. Incubar y realizar un libro es algo mucho más íntimo. A mí me gusta saltar de un estado al otro y aprovechar a fondo las características de cada proceso. Creo que hubo un gran avance cualitativo en la forma que tengo de vincularme con mi trabajo a partir de lo aprendido en el mundo audiovisual. El cine me enseñó a darle mucha importancia a cada detalle que compone la obra y a considerar todo como lenguaje: la historia, el equilibrio entre palabras, imágenes y sonido, la atmósfera, el tono, el ritmo, el formato, el público, etc. Pero también me enseñó a buscar constantemente la opinión de amigos y colegas. Tengo unos cuantos amigos de gran confianza con los que comparto libros en diferentes etapas del proceso creativo.
La realización de libros ilustrados suele ser un proceso de gran introspección en el que el autor prácticamente solo asume la responsabilidad por el resultado. Me gustan mucho los momentos de soledad, elijo música acorde a la emoción sobre la que quiero trabajar y trato de disfrutar de las ideas y las formas que van apareciendo con cada trazo.
¿Cómo nació la idea de Los carpinchos? ¿Cómo fue el proceso de creación de ese libro?
Suelo comenzar mis trabajos con una idea difusa que más que una idea es la inquietud que me provoca algún asunto, pero, aunque la idea inicial sea una nebulosa, el tema suele ser nítido y está anclado en alguna observación concreta de la realidad, una reflexión, un recuerdo o una experiencia reciente.
Por lo general voy registrando estas ideas en forma de bocetos de portadas de libros. Es algo que me ayuda mucho a conectar con la intención que tuve en el momento en que la idea apareció.
Mis abuelos maternos vivían en un complejo de viviendas, un multifamiliar como se llaman en algunos lugares. Eran viviendas viejas, herencia de un Uruguay próspero que se ocupó de la dignidad de la clase trabajadora y al que llamaban “la Suiza de América”. Pero ese Uruguay ya no existía cuando nací y algunas piezas de esa estructura se caían a pedazos, estábamos en dictadura y la sensación, con la perspectiva del tiempo, era de una precariedad perpetua y pausada, una letanía silenciosa de necesidades. Mis abuelos eran pobres, pero algunos de sus vecinos eran aún más pobres y a esas personas se les llamaba los “capinchos” (así sin la r). Gente muy pobre discriminada por gente un poco menos pobre. Era una situación completamente naturalizada por todos los habitantes de ese barrio. Los padres de los capinchos habían sido capinchos y sus hijos eran también capinchos. A mis siete u ocho años me resultaba difícil comprender esa barrera invisible, pero infranqueable, que me separaba de ellos.
Tuve también algún vínculo directo con los carpinchos del reino animal. Estos pacíficos roedores son bastante comunes en el interior del Uruguay, donde yo crecí y, aunque actualmente están protegidos, en mi niñez los conocí como presas de caza.
Decidí mezclar las dos cosas, tal vez para entender por qué se les llamaba así a estas personas o para intentar hacer evidente algo que parecía invisible, la humanidad detrás de ese mote peyorativo y naturalizado.
Comencé a bocetar escenas mezclando a los personajes y sus entornos; carpinchos (animales) en situaciones semihumanas: tenían ropa, estaban metidos en el agua hasta la cintura y cargaban bolsas de plastillera con sus pertenencias. A orillas de ese curso de agua se alzaba, como un muro, un complejo de viviendas similar al de mis abuelos, un edificio en bloque lleno de ventanitas con habitantes temerosos y suspicaces.
Entonces empecé a hacerme preguntas: ¿Quiénes son estos personajes, todos iguales y todos encerrados en su seguridad? ¿De dónde vienen estos carpinchos? ¿Qué necesitan? ¿De qué huyen?
Me resultaron muy llamativos algunos contrastes; el comportamiento nervioso y curioso propio de las gallinas y el modo calmo y alerta de los carpinchos, diferentes formas de desconfianza. También hay contraste entre el medio acuático y salvaje donde viven los unos y el corral donde viven las otras. Entonces encontré que se podía potenciar la analogía con el mundo humano aun haciéndolo menos evidente, llevando todo a un registro naturalista y minimizando todo rastro de caricatura excepto por algunos gestos sutiles.
Y entonces emergió esta historia de animales que escapan de la violencia que invade sus territorios y que buscan refugio en un lugar donde parece haber mayor seguridad y confort.
El resto es lo que se puede ver y leer en el libro, cada detalle responde a alguna observación o deseo de representar una idea o una opinión sobre aspectos del mundo que nos rodea.
¿Cuál fue la técnica que usaste para crear las ilustraciones y que te hizo optar por una paleta de colores tan limitada?
Mi intención inicial fue bocetar usando un lápiz electrónico sobre una tableta de dibujo digital y luego realizar los originales con lápiz de grafito y algo de tinta, que son herramientas con las que me siento cómodo. Sin embargo no fue necesario. Trabajo muchísimo en los bocetos y en el armado del libro antes de hacer los dibujos definitivos, tal vez eso viene de mi experiencia en realización de dibujos animados donde bocetos conceptuales, storyboard y animatic son fundamentales, entonces estoy yendo y viniendo constantemente entre el papel y la pantalla.
Al principio dudaba de que el dibujo digital pudiera llevarme al destino deseado, sin embargo me fui acostumbrando al lápiz rígido, a la base vidriosa y a pinceles digitales que cada vez son más sensibles a los pequeños gestos del pulso y a la presión de la mano. Llegué a un punto en el que no tenía sentido volver a realizar las ilustraciones en otra técnica. Valoro mucho el trabajo sobre los originales físicos, pero mi objetivo final no era tener originales en papel, sino imprimir un libro. A su vez el dibujo digital brinda un rango muy amplio de edición y previsión del comportamiento de las tintas.
El paisaje del campo uruguayo no se caracteriza por una gran diversidad de colores y formas, aquí no hay altas montañas ni vegetación exuberante. Por otra parte, la zona del país donde he tenido más contacto con este paisaje, los arroyos y lagunas del departamento de Rocha, es más bien costera y principalmente llana. Estos paisajes de campo abierto, especialmente en zonas de lagunas cercanas al océano con orillas cubiertas de juncos y totoras, son territorios bastante hostiles durante la mayor parte del año, sobre todo si no es verano. Son espacios abiertos que dejan gran libertad de movimiento a los vientos que la vegetación dura y achaparrada parece resistir constantemente.
Si bien los colores predominantes, el verde del pasto y el celeste del cielo, podrían llegar a ser intensos en alguna época del año, hay una tendencia a la homogeneidad y a la luminosidad. El agua suele verse grisácea o amarronada debido a sus componentes minerales y las praderas extensas tienen pasturas rústicas de un verde poco intenso, lo que provoca la sensación de un espacio poco colorido.
Todos estos elementos relatados entraron en juego al construir el paisaje para la historia, sin embargo la decisión final responde al deseo de construir una atmósfera de intemperie continua y homogénea que de alguna forma denote soledad, exposición al peligro y escasez de lugares de refugio.
Al leer Los carpinchos nos decíamos que ese libro es lo que muchos aspiran a lograr y pocos consiguen: un libro álbum que cumple todo lo que puede pedírsele, en términos narrativos y de interrelación del lenguaje visual y verbal, a una obra de ese género. ¿Cómo llegaste a esa depuración narrativa? ¿Eres un conocedor de este tipo de libros o simplemente conectan con tu bagaje cinematográfico?
No soy un gran conocedor de teorías ni de técnicas, aunque he leído algunas cosas y observo con atención a algunos autores. De quienes más aprendo es de las personas con las que trabajo y también de los procesos colectivos.
He trabajado como ilustrador de libros desde hace 20 años, comencé en un tiempo en que éramos pocas personas queriendo hacer esto en Uruguay. Siempre me gustaron los libros en los que participé, sin embargo hubo algunos muy especiales que me ayudaron a conectar con mis propias intenciones y a profundizar en el manejo de la ilustración como lenguaje. Uno de ellos fue Anina Yatay Salas, la novela de Sergio López Suárez, que luego convertimos en película junto a un equipo de amigos tan talentosos como aventureros; otros fueron Mirá vos, escrito por Fabio Guerra, el primer libro de poemas en el que trabajé, y Tan mareado está el barco, un poema de Alfredo Mario Ferreiro. Tal vez, en esos casos, fue el desafío de ilustrar poesía sumado al de ilustrar una novela tan introspectiva con Anina Yatay Salas lo que me ayudó a explorar recursos de imagen sugerentes y expresivos. Ilustré unas cuantas novelas en las que la influencia del lenguaje cinematográfico es más evidente, pero en algunos casos he optado por propuestas mucho más esquemáticas o conceptuales.
Sin dudas algo que le debo al trabajo en audiovisual es haber adquirido el hábito de depurar, de pensar en el lenguaje como algo que se construye con signos y recursos simbólicos habituales y no tanto, de interrelacionar cada parte y cuestionar detalles que parecen incuestionables pero que pueden ser la traba o la llave para que una historia funcione y el haber aprendido a darle mucha importancia al tiempo de lectura y observación.
El libro ha sido traducido a distintos idiomas, ¿a qué atribuyes la acogida que ha alcanzado una historia que tiene como protagonistas a animales escasamente conocidos en otras latitudes?
Ya se ha acordado la publicación en una docena de lenguas; español, francés, catalán, inglés, alemán, italiano, luxemburgués, coreano, chino complejo, chino simplificado, holandés, turco y estamos a punto de acordar la decimotercera.
Para mí ha sido una gran sorpresa y le atribuyo mucho de este resultado al hecho de que Los carpinchos esté en el catálogo de Ekaré, que es como estar en una vidriera que garantiza mucha visibilidad.
Respecto al libro, la historia y sus protagonistas, creo que el hecho de que los carpinchos se reconocen como extraños por parte de lectores de otras latitudes tiene mucho que ver con la propuesta. La historia interpela a las gallinas que son animales muy bien conocidos en todo el mundo y que en alguna medida nos representan a todos nosotros. El carpincho es el otro, el vecino pobre o el desconocido.
Los carpinchos es un libro que admite diferentes lecturas, ¿fue algo que te propusiste al desarrollar el proyecto?
Creo que la historia y la forma de contarla a través de la interacción de texto e imágenes que se van entrecruzando admite diferentes abordajes; desde lo literal, los detalles, los gestos, las metáforas, etc. Los principales abordajes que hemos identificado hasta ahora varían según el contexto del lector. En primer lugar está el drama de los personajes relacionado con las migraciones forzosas. Esta es la principal lectura en territorios en los que la migración es un tema central como Estados Unidos, Latinoamérica y Europa. Por otra parte, la edición china agrega unas notas del traductor en las que profundiza con lujo de detalle en los aspectos que representan el contexto de la historia como un sistema de conformidad y control. Y también está la lectura que destaca el impulso hacia una vida de mayor contacto con la naturaleza. Sin embargo creo que es siempre la misma historia y los diferentes lectores llegan, por diferentes caminos, a lugares muy parecidos.
Para mí lo central durante todo el proceso fue construir una fábula que represente, mediante una historia de animales, un punto de vista sobre asuntos humanos, y uno de los mayores desafíos fue convertir en metáforas, algunas más evidentes que otras, a un montón de detalles que a su vez son bastante corrientes y verosímiles en la dimensión más literal de la historia. Esa cantidad de información y opiniones es, tal vez, lo que habilita todas esas diferentes lecturas.
Tu libro anterior, Soy un animal, publicado por Libros del Zorro Rojo, era una propuesta lúdica muy diferente, en lenguaje y estilo de ilustración, a esta. Sin embargo, conecta con Los carpinchos en el acercamiento al mundo animal y, de manera más general, a la relación de los seres humanos y la naturaleza. ¿Es un tema que te interesa especialmente?
Los animales tienen la capacidad de generar fascinación en mucha gente y proyectamos mucho de nuestros deseos, miedos o ilusiones en ellos. Nos elogiamos y nos insultamos llamándonos como diferentes animales: caballo, cerdo, burro, tigre, sapo…, y adjudicamos valor moral al comportamiento o características de muchos de ellos. Soy un animal es un libro de propuesta/respuesta que propone un verbo, una acción, y una forma de realizarla que nos asemeja a un animal que se caracteriza por el modo en que hace esa acción. Lo que el libro propone es que al hacer algo de determinada manera podemos ser como ese animal valorizando el impulso instintivo y la naturaleza salvaje. Soy un animal pretende ser una observación sobre la libertad de ser lo que uno es o lo que uno quiera ser cuando quiera serlo. Los carpinchos, en su origen, se relaciona también con la comparación de personas con animales, pero funciona a la inversa, no es una expresión de libertad e identidad desde la persona en cuestión, sino que son otros quienes le adjudican a estas personas el mote de modo estigmatizante debido a su condición.
Entonces sí, hay una conexión en ese aspecto, pero también prefiero relacionarlos a través del interés en la búsqueda y comprensión de la libertad.
En un mundo lleno de carpinchos, gallinas y cazadores, ¿qué te gustaría que dejara Los carpinchos en los niños y en todos aquellos que la lean?
Una sonrisa al terminar de leer y unas cuantas dudas y preguntas.
¿Cómo ha sido la experiencia de trabajar con una editorial como Ediciones Ekaré?
Algo que se menciona siempre entre autores, agentes y editores es que hay que aprender a identificar en qué catálogo o propuesta editorial encajan las diferentes obras que uno pueda proponer. Desde que completé el primer boceto de Los carpinchos tuve la intuición de que podría interesarle a Ekaré y me preparé para presentarles el proyecto durante la Feria del libro de Bolonia 2019.
Ese año era la segunda vez que asistía a esta feria y me enfoqué en conseguir unas pocas reuniones con editoriales muy específicas entre las que estaban Didier Jeunesse y Libros del Zorro Rojo, con las que había publicado anteriormente Soy un animal, y Ekaré porque me interesaba conocerlos y tenía un pálpito respecto a los carpinchos.
Desde que hicimos el primer contacto durante la Feria del libro les planteé que quería someter el proyecto a un proceso de análisis y edición con su equipo. Ekaré es una editorial de referencia en el ambiente hispanoamericano y me daba mucha confianza escuchar sus opiniones.
El proceso fue muy enriquecedor para mí y aunque no hicimos demasiadas modificaciones, las opiniones de Carmen Diana Dearden, Araya Goitia y Alejandra Varela me ayudaron a desatar algunos nudos para llegar a la forma final del libro.
¿Qué creadores de dibujos animados e ilustradores influyeron en la formación del artista que eres?
Voy cambiando de referentes constantemente dependiendo de la inquietud de cada momento y proyecto. Hay muchos autores de los que podemos llamar “universales” que me gustan mucho y me han influenciado de diferentes maneras, desde la observación de pequeños detalles gráficos hasta el abordaje de temáticas o las características de los universos que crearon: Moebius, Dave McKeen, Quentin Blake, Shaun Tan, Miyazaki, Takahata, Schomet, otros de tiempos más lejanos como Peter Newell o incluso los grabados de Albrecht Dürer y las pinturas de Goya. Sin embargo lo que más le hace justicia a mi formación son las personas cercanas con las que he trabajado en procesos signados por el compromiso con la obra; los ilustradores Sebastián Santana, Claudia Prezioso, Dipacho, Alejo Schettini (animador, ilustrador), los escritores Sergio López Suárez y Federico Ivanier, los cineastas Germán Tejeira y Julián Goyoaga y unas cuantas personas más que me han brindado, tanto opiniones concretas sobre mi trabajo como observaciones generales sobre la tarea artística. Los profesores de arte que tuve en la secundaria y en la universidad: Eduardo Saldain y Anhelo Hernández, y también mi paso por la Facultad de Arquitectura y, brevemente, por la Escuela de Cine del Uruguay dejaron rastros que identifico claramente en mi trabajo.
Una pregunta cuya respuesta anticipamos, al menos en su primera parte: ¿es difícil ser director de cine de animación e ilustrador en Uruguay? ¿Cuál es el secreto para mantenerse en activo como creador?
Casi todo parece difícil de hacer en Uruguay, excepto criar vacas y jugar al fútbol, pero creo que las dificultades en cuanto a las artes no son algo exclusivo de este país.
Uruguay es un país singular en varios de sus aspectos, principalmente su escala y escasa población hacen que muchas cosas no sean ni tan buenas ni tan malas. La expresión popular “suavemente ondulado” se refiere a la topografía del país, pero se usa para señalar muchas otras de sus características.
Uruguay es también un país que, si bien es algo cada vez más difuso, aún mantiene una base cultural fuerte que es resultado de un modelo de educación pública de calidad y de gran alcance. Es un país que no solo ha dado buenos jugadores de fútbol, también científicos, músicos, escritores, pintores y artistas destacados en diversas disciplinas. No es un camino fácil, pero tampoco faltan las oportunidades. Un profesor de la Escuela de Bellas Artes nos decía constantemente: “Está todo por hacer”.
Durante los últimos años ha habido algunos apoyos para el desarrollo artístico que generaron un clima de cierta efervescencia: ley de cine, fondos concursables y premio de ilustración, entre otros. Algunos de estos apoyos se han reducido mucho, otros aún persisten, pero al igual que en muchas partes del mundo, la emergencia sanitaria y los vaivenes políticos han aumentado el riesgo de que queden en suspenso.
Depender de las convocatorias y premios es algo arriesgado pero, aunque no siempre obtengamos los mismos beneficios de estas oportunidades, son estímulos fundamentales para motivar la actividad en el sector cultural y promover el desarrollo. Mantenernos activos y enfocados más allá de las circunstancias cuesta mucho trabajo, sin embargo es un esfuerzo que debemos hacer.
Como dice el productor, guionista y humorista argentino Pedro Saborido, el secreto es el TEO que combina tres cosas fundamentales: Talento, Esfuerzo y Suerte (aunque él utiliza otra palabra para referirse a la suerte).
Si no fueras Soderguit, sino alguien que lo conoce bien, ¿cómo definirías a Alfredo Soderguit? ¿Cuáles dirías que son sus fortalezas y sus puntos débiles como creador artístico?
Diría que sus fortalezas son también sus debilidades; le gusta mucho trabajar y no se siente satisfecho con facilidad, lo que lo lleva a explorar muchas posibilidades para cada propuesta. Necesita mucho tiempo para dudar, incluso sigue dudando después de publicados sus trabajos. Es muy obsesivo con los detalles y cambia constantemente de estilo. Se esfuerza por aceptar sus propias inseguridades y convertirlas en una herramienta de trabajo, a veces le funciona bien y a veces no.
¿Podrías contarnos sobre tus proyectos en camino, cinematográficos o editoriales?
Desde 2018 estuvimos trabajando en un nuevo proyecto audiovisual bastante ambicioso, se trata de la serie Dos pajaritos, que toma como punto de partida el libro álbum del autor colombiano Dipacho, que es un gran amigo. Este proyecto, del cual soy guionista y director junto a Alejo Schettini, completó recientemente su primera etapa en la que se realizaron 20 episodios mediante una coproducción entre Estudio Palermo de Uruguay, Can Can Club de Argentina y el canal de TV pública colombiana Señal Colombia.
Es una obra que mezcla un estilo de animación de personajes muy dinámico en 2D tradicional con escenarios y objetos construidos y animados en stop motion. Fue un enorme desafío, y estamos muy contentos con el resultado. Actualmente estamos delineando un plan para producir un mayor número de episodios y así acceder a nuevos mercados internacionales. Esperamos poder comenzar a compartir esta serie muy pronto.
En las próximas semanas comenzaremos con el desarrollo de una adaptación de Los carpinchos a cortometraje animado junto a la casa productora francesa Autour de minuit.
Y mientras tanto estoy desarrollando un par de proyectos de álbum, uno de ellos basado en una idea original de mi pareja Mariale Ariceta y el otro a partir de la secuencia de dibujos con la que gané el premio de ilustración de Uruguay en 2016 y que luego fue seleccionada para la muestra de ilustradores de la Feria del Libro de Bolonia 2019. Este último lo estoy realizando en colaboración con el escritor uruguayo Horacio Cavallo.
Ambos proyectos se encuentran en ese estado en que todo parece ser una bola de nieve (o bollo de masa, como le llamábamos al animatic de Anina) y que hay que tratar de encaminar o detener para poder observar hacia dónde se dirige.
Entrevista puesta en línea en abril del 2021.
Cuando terminé de leer “Los Carpinchos” me dije que ese librito estaba llamado a convertirse en un clásico. Espero no haber fallado en el vaticinio, pues merece ser conocido por otros muchos lectores. Alfredo Soderguit logra enamorar con sus personajes.
Una entrevista de primera, con información y gráficas muy interesantes. Estoy deseosa de leer los nuevos libros del autor de Los carpinchos. Enhorabuena a Soderguit por este premio y por las traducciones.