Beatriz Giménez de Ory habla sobre “Para ser pirata” (Ediciones SM), libro ganador del Premio Fundación Cuatrogatos 2017

Entrevistamos a la escritora española Beatriz Giménez de Ory a propósito de su poemario Para ser pirata (Ediciones SM, 2016), uno de los títulos ganadores del Premio Fundación Cuatrogatos 2017.

¿Tu primer recuerdo de un barco pirata?

Mi primo Jorge, que es solo un mes mayor que yo, tenía un maravilloso barco pirata de Famobil. Lo guardaba en una estantería alta, de forma que yo lo miraba desde abajo pero nunca pude tocarlo. Mi primo era un niño muy serio y formal, así que cuando jugaba a solas con su barco necesariamente tenía que transformarse: yo imaginaba que le brotaban una barba cerrada y un garfio y que diría muchas palabrotas con vozarrón de corsario.

¿Cómo surgió Para ser pirata y qué te hizo decidirte por ese universo como motivo poético?

Cuando mi hijo Daniel tenía tres o cuatro años, estaba fascinado por el mundo de los piratas. No sé de dónde le vino la pasión, probablemente de un parque que tenemos cerca de casa, donde hay un columpio grande que reproduce un barco pirata, con jarcias de cuerda para que trepen los niños, torre de vigía y un tobogán que desemboca en un mar de arena. Gracias a los juegos de mi hijo, me di cuenta de lo atractivo que le resulta a un niño el mundo de los piratas: desprecian las aburridas normas sociales, conviven con amigotes, se enfadan a sus anchas, viven rodeados por la naturaleza, pendientes del mar, los astros, los caprichos del viento; entierran tesoros, descifran mapas secretos sin apenas saber leer o escribir, no muestran interés por las complejas relaciones de pareja… Los piratas literarios son niños grandes.

¿Qué lecturas y referencias artísticas reconoces en este libro?

La isla del tesoro de Stevenson estableció definitivamente el imaginario del mundo de los piratas, con sus islas misteriosas, mapas secretos, peligrosos rufianes… Pero creo que mi poemario es aún más deudor de otra joya de la literatura para niños: Tom Sawyer de Mark Twain. Porque en la novela de Stevenson, los piratas son adultos, duros y malvados. El niño Jim Hawkins los rechaza moralmente y aspira a volver a Inglaterra para vivir junto a su madre una vida tranquila y convencional. Sin embargo, cuando Tom Sawyer decide abandonar la aburrida escuela, a su gruñona tía Polly y a Becky, que ya no quiere ser su novia, se convierte, durante unos días, en un auténtico forajido que incluso roba comida y prueba el tabaco. Juega a ser pirata, lo hace apasionadamente, se aleja de la realidad, se reinventa gracias al juego. Me parece que esa es más la intención de mis poemas: los concebí como juegos de piratas, juegos en solitario (“Con el ojo del parche”, “Nana del niño pirata”) o en grupo (“¡Ja!”, “Cambio de tripulación”, “¿Te has reído?”).

En cuanto a la métrica, rindo un homenaje muy consciente a la “Canción del pirata” de José de Espronceda. Por ejemplo, en el poema “Corro de piratas”, utilizo una escala métrica descendente, típicamente romántica, con la que quiero reproducir la velocidad que van alcanzando los piratas cuando giran y giran tomados de las manos.

¿Cómo describirías a los piratas que habitan en tu libro?

El único personaje que se describe explícitamente y que aparece en tres de los poemas es “el enemigo malvado”, Malatía: “Malatía no tiene una virtud/ es más malo que el propio Belcebú. /¡Ay, su única ceja!/ ¡Ese ojo marrón!/ ¡La risa sin dientes!/ ¡El aliento a ron!”

En el resto de los poemas, hay una voz poética constante (la de un niño o una niña protagonista de los juegos), que es apasionada, temeraria, amante de la naturaleza, humorística.

Al escribir, ¿qué te hace seleccionar determinado molde tradicional de la métrica española o decidirte por explorar nuevas estructuras? ¿Cabría, en tu caso, recordar a José Martí cuando escribió que “Así como cada hombre trae su fisonomía, cada inspiración trae su lenguaje”?

Me gusta experimentar con los límites que impone una determinada forma métrica, lo encuentro estimulante. Pruebo a componer sonetos, ovillejos, liras, además de otras formas tradicionales, mucho más naturales al oído de un hispanohablante, como el romance o la redondilla. A veces uso el verso libre, pero tiendo a potenciar el ritmo del verso con el metro y la rima. Estoy de acuerdo con José Martí: en poesía, forma y contenido están íntimamente unidos, por no decir que son la misma cosa.

¿Cómo fue la experiencia de publicar por primera vez con Ediciones SM?

Estoy feliz de haber publicado con SM. Es una editorial importantísima, donde trabajan grandes profesionales. La labor de mi editora, Paloma Muiña, fue impecable, y además tuvo siempre un trato cordialísimo y cercano. El hecho de que Paloma sea además una escritora excelente le proporciona un acercamiento sensible y generoso al trabajo literario de los demás.

Me hizo una ilusión tremenda que Para ser pirata apareciera en la colección El barco de vapor, que tantas alegrías me proporcionó de pequeña. Cómo disfruté con Cucho, De profesión, fantasma, La hija del espantapájaros, El rey de Katoren y con muchas otras novelas.

¿Tenías algún tipo de ilustraciones en mente mientras creabas los poemas? ¿Cuál fue tu reacción ante el trabajo de Carole Hénaff?

La verdad es que no tenía en mente ninguna ilustración en concreto. Mi lenguaje es el literario; el de los ilustradores es visual. Prefiero que me sorprendan con su interpretación de mi texto, que lo enriquezcan a su manera, con su talento y su técnica. El trabajo de Carole Hénaff me entusiasmó. Esa portada vibrante, con una niña o niño pirata que parece mirar al lector con su catalejo me gustó tanto que le pedí a Carole una impresión. Amablemente me mandó una estupenda y firmada, que enmarqué y tengo colgada en casa.

Cada página está ilustrada muy vivamente, con dinamismo, sensibilidad y humor. No se me ocurre mejor ilustradora para mis piratas. El libro ha resultado un objeto bello y mis versos se han vestido de color y alegría.

¿Qué aportó la gráfica al universo del libro?

Creo que ha elevado al libro a la categoría de objeto artístico, un objeto que nos gusta disfrutar también sensorialmente, y que por ello resiste mejor las embestidas del libro electrónico y del pirateo, que tanto daño hace a la industria editorial de mi país. El ilustrador es, en principio, un lector del texto, y lo recrea con otro lenguaje también artístico. Si la simbiosis entre texto e ilustración es buena, el lector disfruta doblemente. En el caso de libros ilustrados para niños, considero que la imagen cumple además una función esencial: favorecer la comprensión.

¿Por qué tu gusto por la creación de personajes que viven dentro de los libros y que se mueven de uno de sus poemas a otro?

Ocurre así, sin duda, en Los versos del libro tonto, donde se cuentan las historias de tres personajes, y con Bululú, que podría ser teatralizado. Creo que Garciniño y Para ser pirata son más líricos, con menor mezcla de géneros. Por eso los poemas no tienen un entramado argumental, pero sí un contexto (la Edad Media, el mundo de los piratas) que los determina y unifica. Crear un personaje me facilita el contexto, proporciona mayor coherencia y tal vez acerca al lector más emocionalmente a lo que escribo.

Si repasamos tus libros anteriores de poesía para niños (Canciones de Garciniño, Los versos del libro tonto, Bululú) y ahora este título más reciente, ¿qué relaciones puedes establecer entre ellos? ¿Qué hay de común y en qué difieren? ¿Qué ha representado, en su momento, cada uno de ellos?

Creo que en todos ellos predomina la alegría como elección vital. Garciniño desiste de ir a la guerra, como le exigen sus padres, y escoge ir de pueblo en pueblo compartiendo “risas y canciones nuevas”. Esta es en esencia la profesión de Bululú, un titiritero vagabundo. A su vez, los versos del libro tonto deciden escapar de su encierro, y viajan por tierra mar y aire para hacer felices a los personajes que los encuentran. Para ser pirata es un canto a la camaradería, el gozo y la desinhibición a través del juego. Me vienen a la cabeza unos versos de José Hierro, de su soneto “Alegría”:

Llegué por el dolor a la alegría.
Supe por el dolor que el alma existe.
Por el dolor, allá en mi reino triste,
un misterioso sol amanecía.

El soneto del que procede este cuarteto es uno de mis poemas preferidos. La alegría espontánea, de la que deberían gozar todos los niños, es un regalo. Pero hay otra alegría que llega después de haber conocido el sufrimiento y que se escoge voluntariosamente, con tesón. Creo que esa es la alegría de la que habla José Hierro y también la de mis poemarios, aunque nunca me había parado a pensarlo. Me resulta mucho más fácil reparar en lo que diferencia unos poemarios de otros, porque cada vez que abordo la escritura de un nuevo texto me esmero por probar cauces distintos de expresión. Así, desde el punto de vista de la métrica, la ambientación, incluso de la edad de los receptores, veo que los cuatro poemarios difieren bastante entre sí.

¿Cómo describirías a Beatriz Giménez de Ory?

¡Vaya pregunta difícil! Creo que he contestado acerca de una parte esencial de mí en la pregunta anterior. Mi amor por la literatura es una parte fundamental de cómo me veo. Los muchos libros que leí de pequeña y  de adolescente me proporcionaron no solo placer estético, sino una visión ordenada y comprensible  de la vida, patrones de conducta admirables, personajes que terminaban encontrando su camino a pesar de tremendas dificultades iniciales. Y escribir es una de las cosas que más feliz me hacen. A menudo me reprocho no escribir con mayor disciplina y fe en mí misma. Cuando escribo para niños, me divierto enormemente. No me bloqueo con autoexigencias, como sí hacía cuando escribía para adultos. Recupero la alegría de niña lectora. Para terminar de explicar por qué escribo para niños, le robo una cita a la gran Astrid Lindgren: “Si he sido capaz de iluminar una sola infancia triste, estoy satisfecha”.

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