Por Janina Pérez de la Iglesia
Perdido en las montañas de Santander, adormilado por las brumas, San Juan de Girón es un pueblito de fantasía. Un puente sobre el riachuelo, calles de piedra, casas encaladas, balcones que estallan en flores y farolas que se encienden, todas a una, a las seis de un atardecer tranquilo, ajenas al ruido del mundo.
Llegamos a media mañana, tronando en un Chevrolet del año, reluciente y presumido, arruinando la magia de la Plaza Mayor y su Capilla de las Nieves y su Basílica. Pisamos suelo con la sensación que debió soportar Neil Armstrong al ubicar su pie en la superficie de la luna. Con una diferencia: aguardaban por nosotros más de cien estudiantes reunidos en la recepción de la escuela principal, cuya sede es una casona antigua y majestuosa, con patio, y fuente de surtidores, y plantas que se aferran al musgo de las paredes por el que van trepando, tranquilas.
Que un adolescente lea, es un reto. Que lo hagan más de cien, es magnífico. Que lean un libro de tu autoría, es indescriptible. Y que logremos debatirlo, por casi dos horas, es el mayor desafío que un escritor puede encarar. Les gustó. No les gustó. Leyeron sin respiro. Todavía no lo terminan. Resultó simple. Fabuloso. Aburrido. Ese final estuvo de impacto. Ese final se veía venir. Adolescencia y sinceridad van de la mano, para dialogar con ellos debes mantener el ego bien guardado en un bolsillo.
Pero, al final, todos piden que les firmes su libro. Dedicatorias, las hay por miles. Van con el carácter del lector, se eligen lo mismo que eliges la ropa que vas a usar, o el sabor del helado, o el color de la mochila. Ellos forman una fila larga, más o menos organizada, con más o menos juicio. Tú, escritor, ocupas la silla, compruebas que al bolígrafo le queda tinta, suspiras, el momento es mágico, único. Entonces, se acerca por detrás un promotor de lectura y te sopla al oído: “Recuerde, los libros pirateados no se firman”.
De qué modo le dices a un chico que te mira con súplica desde su altura, y espera, que ese libro que lleva en la mano, su libro, es un proscrito, un fraude, una copia burda que vale menos que los otros libros.
Que no se firma.
Sucedió en San Juan de Girón, en una escuela pública. De esas que no poseen la pompa de un nombre ilustre. Donde asisten los chicos de pocos recursos. Firmé. Lo que debemos rechazar no envilece las hojas, porque se afinca y crece en la raíz.
La comercialización fraudulenta de libros es un problema común en los países de América Latina. Bajo la mirada permisiva de las autoridades que no toman cartas en el asunto, leyes para proteger el Derecho de Autor que jamás se aplican, y la desidia de los gobiernos para reducir el costo de los libros, florecen los mercados piratas donde te ofrecen un libro por menos de tres veces su valor, provocando pérdidas millonarias a editoriales, escritores y librerías. El Derecho de Autor pasó a mejor vida.
Las copias de libros constituyen el pan nuestro de cada día. Alrededor de colegios y universidades se instalan los negocios de fotocopiadoras, y no las librerías. Los estudiantes las prefieren. Los profesores las autorizan.
Un chico de clase obrera resulta el último eslabón de esta cadena. El más débil. El de menos culpa. San Juan de Girón es un pueblito de fantasía ajeno a los ruidos del mundo.
Janina Pérez de la Iglesia. Escritora y médica nacida en Guantánamo, Cuba, en 1969. Entre sus libros de narrativa para niños y jóvenes están El disfraz, Gatos en el tejado y Oro salvaje, publicados con Editorial Norma, y Los delfines están llorando, con Santillana. Su más reciente novela, Hormiga con corbata, acaba de vez la luz con el sello Loqueleo en Colombia. Ha residido en República Dominicana y Colombia, y actualmente radica en Estados Unidos.