Entrevista con Lola Larra, autora de “Al sur de la Alameda”

Lola Larra

Foto: Cael Orrego.

Entre las numerosas novelas para jóvenes que leyeron los integrantes del jurado del Premio Fundación Cuatrogatos 2015, Al sur de la Alameda (Ekaré Sur) se destacó desde el principio como una de las favoritas, tanto por la originalidad de su tema (las protestas estudiantiles en Chile) como por su creativa conjugación de lenguajes (texto literario e imagen gráfica) para narrar la trama. Finalmente, el libro de la escritora y periodista Lola Larra (seudónimo de Claudia Larraguibel) y el dibujante Vicente Renamontes fue escogido como uno de los 20 ganadores de este reconocimiento a las mejores producciones para niños y jóvenes de creadores iberoamericanos.

Lola Larra nació en Santiago de Chile. Tras el golpe militar, su familia se exilió en Caracas. Allí estudió Literatura y trabajó como profesora y periodista. En 1995 se trasladó a Madrid, cursó el Master de Periodismo de El País/UAM y trabajó tres años para ese periódico. Fundó la revista ClubCultura de Fnac España y el portal cultural del mismo nombre. Ha sido redactora de revistas como Cinemanía y Vogue, y corresponsal para diversos medios de Europa y Latinoamérica. Ha publicado novelas como Reír como ellos (Madrid, 2004), Reglas de caballería (Barcelona, 2005), Donde nunca es invierno (Barcelona, 2008) y Puesta en escena (Barcelona, 2010).

Lola respondió las preguntas que le envió Cuatrogatos sobre su exitosa novela Al sur de la Alameda.

Háblanos sobre tu trayectoria en el mundo de la creación literaria.

Empecé a escribir muy joven, y en la adolescencia pasé por un taller literario al que le debo, sobre todo, un muy buen catálogo de lecturas iniciáticas. Nunca dejé de escribir pero recién comencé a publicar en España en el 2004. He publicado cinco novelas, tres de ellas para jóvenes, y algunos cuentos.

¿Qué te atrae de la literatura infantil y juvenil?

Nací en Chile pero crecí en Venezuela y tuve la grandísima suerte de que mi madre trabajara en el Banco del Libro. Allí pasaba muchas tardes después de salir del colegio y tuve acceso a todos los libros que llegaban, de todas partes del mundo. Fue una maravilla y me convirtió en una lectora fiel de la literatura infantilo y juvenil, hasta hoy. La LIJ siempre ha estado entre mis lecturas, mucho después de que dejara de ser niña o joven. La leo, la disfruto y me enfrento a ella de la misma manera que lo hago con los libros “adultos”. Es decir, sin prejuicios, con las mismas ganas, el mismo gozo, y también con el mismo ánimo crítico. No quiero que me decepcione, y busco en ella no solo pasar un buen rato sino también que me muestre inesperados puntos de vista, y que me cuente de manera hermosa, eficaz, intensa y verosímil una buena historia. De la LIJ me atrae la riqueza de lenguajes que tiene en la actualidad, pero me decepciona, justamente, la falta de buenas historias.

Al sur de la Alameda

¿Qué te decidió a escribir Al sur de la Alameda?

No sé bien cómo llegan las historias o cómo uno las elige. Esta comenzó en una libreta de notas que llevé a una de las tomas que visité. Dos años más tarde, con esos apuntes, comencé a escribir el diario de Nicolás, el estudiante protagonista de Al sur de la Alameda. Al principio no estaba pensando en reflejar un momento histórico: no pensaba en documentar para la posteridad la revolución de los pingüinos. No fue mi primera intención, en todo caso. Yo quería algo mucho más modesto, pequeño y sencillo. Quería contar cómo era una toma por dentro. Cómo era el día a día de una toma. La cotidianidad de una toma. Porque la toma me había parecido una escenografía literaria fascinante, me cautivó aquel microcosmos en que nosotros los adultos éramos unos intrusos.

¿Cómo definirías este proyecto?

Al sur de la Alameda ha sido, sobre todo, un proyecto comunitario. Y en ese sentido, como escribir suele ser un trabajo tan solitario, ha sido una experiencia muy reconfortante e interesantísima trabajar en grupo, con Vicente Reinamontes y con las dos editoras, con el director de arte, con la diseñadora y con el productor gráfico.

¿Cuánto hay de testimonial y cuánto de ficción en esa novela?

La novela es una ficción. Los dos narradores (tanto Nicolás, como el otro narrador, el que cuenta con imágenes) son invenciones al igual que el colegio en el que se desarrolla la acción y las cosas que ocurren. Sin embargo, y esto se hace explícito en una nota al final de la novela, el marco es “real”, digamos. La novela se desarrolla en un momento concreto y por eso hay referencias históricas reales.

¿Desde el inicio tuviste en mente establecer un diálogo entre texto y gráfica?

No. Al principio iba a ser una novela tradicional, de solo-palabras. Pero cuando terminé una primera versión del manuscrito pensé que le faltaba algo, que le faltaba otro punto de vista que diera un contrapunto al diario de Nicolás. Y se me ocurrió que sería interesante y bonito que ese otro punto de vista se contara en imágenes (había leído las cosas de Brian Selznick, por supuesto). Así que hice un pequeño guión de la historia que se podría contar ilustrada. Las editoras encontraron a Vicente y allí empezó de verdad el trabajo duro. Nos reuníamos todas las semanas. Y en el proceso cambió mucho el manuscrito: el final, varias escenas, varios personajes… Muchas cosas se modificaron en el texto según se iba construyendo el relato en imágenes. Pasamos un año y medio trabajando juntos, los cuatro, y luego también con el diseñador y el productor gráfico, para decidir cosas como el color de las páginas, las viñetas o el troquel de la portada; todos los detalles tienen un sentido y aportan a la historia, no son gratuitos ni decorativos. Así terminó siendo una novela ilustrada, o novela híbrida, como también la llaman, y con esa factura de libro-objeto tan hermosa que tiene.

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¿Qué aportan las ilustraciones a Al sur de la Alameda?

Es que conforman la novela tanto como el texto, son indisolubles, cuentan tanto como el texto. Y Vicente Reinamontes, con mucho talento, trabajo e inteligencia, logró establecer un diálogo maravilloso con lo que yo había escrito, con su elección de la paleta de colores, con las texturas que usó, con la creación de ambientes y personajes. Creo que las ilustraciones le dieron un vuelo inesperado al libro. Y para mí, el resultado fue mucho más hermoso de lo que había podido imaginar.

¿Tuviste alguna relación personal con la revolución pingüina o con las protestas estudiantiles a las que hace referencia el libro?

Aparte de visitar tomas, ir a marchas, leer muchos libros y artículos y entrevistar a muchos ‘pingüinos’, no tuve una relación estrictamente personal con el movimiento estudiantil chileno. Lo viví, como muchos otros aquí en este país: con mucha emoción y mucha admiración por esos jóvenes de 14 y 15 años que tuvieron la valentía de plantarle cara a la sociedad y mostrar que las cosas no estaban tan bien como creíamos. Aquellos estudiantes del 2006 nos enseñaron (o nos recordaron) que no basta con la felicidad individual. Que el bien común es algo de lo que no podemos prescindir. Y esa toma de conciencia, ese paso, esa transformación de lo individual a lo comunitario, de lo privado a lo público, es lo que le sucede a Nicolás en la novela.

¿Qué reacciones quisieras que despertara en un lector joven la lectura de la novela?

Que ojalá se entretenga, que la disfrute, que lo haga querer seguir leyendo otras cosas.

¿Cómo se inserta este libro en el panorama actual de la LIJ de Chile?

No soy yo la mejor para contestar esa pregunta porque no sé bien cómo o dónde se inserta nuestra novela. Pero sí puedo decir que hay una muy buena producción de novela gráfica chilena reciente. Y que es muy interesante lo que está pasando con ella, es muy interesante y muy significativo que nuestras novelas gráficas estén hablando de los problemas de nuestra sociedad, que recurran a la memoria histórica y que estén contando nuestra historia de manera diferente a los libros o a los periódicos. Ahí están novelas sobre el golpe de estado del 73, sobre los años de Allende, sobre conflictos políticos y sociales que remecieron el país y que nunca antes se habían narrado en la LIJ, excepto contadas y honrosas excepciones, como por ejemplo La composición, de Antonio Skármeta.

¿Qué escribes ahora?

Estoy terminando otra novela, a punto de entregarla, una en la que he trabajado muchos años porque soy muy lenta. Y luego, como también soy una escritora muy desordenada y empiezo muchas cosas a la vez, tengo varios frentes abiertos, entre ellos un par de cosas juveniles. A ver con qué sigo.

Y con Vicente estamos trabajando en una especie de pequeño spin-off de Al sur de la Alameda, un fanzine que no es sino un facsímil del cuaderno del Gordo Mellado, uno de los personajes de la novela, el que da clases de historia de las movilizaciones estudiantiles durante la toma. Debería estar listo a fines de este año.

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