Por Daisy Valls
Sucedió hace más de veinte años. Era el mediodía de un verano en La Habana. A la hora de la canícula di con los nudillos de mis dedos los toques en la puerta de la casa de Reinaldo y Mavi. El abrió y entré a una sala donde el orden y el buen gusto eran señores, para sentarnos luego en el balcón sombreado por los árboles del Vedado. Allí había dos sillones y una mesita y, sobre la pequeña mesa, las ilustraciones. Nos sentamos. Entonces Mavi apareció con un vaso de limonada a cuyo borde llegaban los pequeños trocitos de hielo. De más está decir que aquel gesto hospitalario me tonificó el cuerpo, pero también preparó mi mente para la razón de ser de mi visita: Ver por primera –y única– vez las ilustraciones que el artista había hecho para mi libro El cuento del tomillar.
Y así, mientras él me mostraba cada ilustración yo iba relacionándola mentalmente con mi texto sin decir palabra. Allí estaban las flores, los paisajes, la llanura malva. Sobre el blanco de la cartulina, incorporado como un elemento ilustrativo más, podía casi tocarse el pálpito de la naturaleza pre-sentida. En la cubierta, hecha a la manera de un retrato o una fotografía, estaba acodada La Pocha, mi personaje, con una dulzura y delicadeza que le salían del rostro como si se tratara de su propia respiración. Al final de la reunión, cuando se supone que se emitan juicios, gustos, preferencias y hasta disgustos, yo –que soy persona de no muchas palabras cuando me emociono–, solo le dije: “Bellas, hermosas ilustraciones. Muy poéticas”. A lo cual él, quien tampoco se excedía, me contestó: “Tu libro es muy poético también”.
Mi libro no llegó a publicarse en La Habana, pero Reinaldo Alfonso lo ilustró; quiero decir que le dio lustre, esplendores. Lo mismo hizo con todos los que pasaron por sus pupilas y sus manos. Desde las ilustraciones para la edición de Platero y yo en 1964, él se convirtió en nombre fundamental entre los ilustradores de libros para niños en Cuba, iluminando el libro cubano. Con sus imágenes él revivió para nosotros el mundo de la infancia mediante la creación de una atmósfera de suave nostalgia, como si tratara de reencontrar amables recuerdos, mientras el colorido vibrante daba luz al texto, ampliando sus significados. Fue la otra parte de la ecuación, el binomio perfecto para cualquier autor, por muy exigente que este fuera. Y fue, sobre todo, un hombre inteligente y sensible, capaz de convertir la imagen literaria de otros en su propio lenguaje visual, una labor de magos.
Ya Reinaldo no está entre nosotros pero ha quedado su obra, un legado que lo hace vivir para siempre.
Gracias por la maravilla y la ternura de Cuatrogatos.
Gracias por darnos a conocer a este gran imaginador, Besos desde esta tierra de Platero y Usero.
Daisy Valls lo ha dicho todo sobre Reinaldo. El fue unos de los mejores ilustradores cubano de libros para niños.¿ Por que fue uno de los mejores, o tal vez el mejor? Por que Reinaldo puso el alma en cada ilustración.
Yo estaba cerca de él cuando hizo muchas de sus ilustraciones, sobre todo cuando
ilustró “Platero y yo”, y vi como volcaba todo su ser en cada ilustración, como ponía toda su ternura en cada pincelada.
Va a ser muy difícil que alguien pueda remplazar a Reinaldo en la ilustración infantil…EL YA LO PUSO TODO…
Gracias por tu testimonio, Hugo. Coincidimos en la admiración por este gran artista, de inusual sencillez.
Así era Reinaldo gran artista, excelente persona y amigo de sus amigos, siempre prestando ayuda a quien la necesitase, tanto en lo gráfico como en lo fílmico.
Gracias por tus palabras sobre Reinaldo Alfonso, Félix.