El escritor y traductor Josep Sampere, nacido en Igualada, Barcelona, en 1963, ha publicado libros como Aquesta nit no parlis amb ningú! (2015), Sis cors a l’altra banda del mirall (2015), La nit dels ocells transparents (Premio Barcanova 2012), El demonio de la tarde (finalista del Premio Gran Angular 2007), El mar de la Tranquil·litat (Premio El barco de vapor 2004) y Leyendas ubarnas en España (en coautoría con Antonio Ortí, 2000).
Su novela para jóvenes El pozo detrás de la puerta (Anaya, 2015) fue una de las obras que recibió el Premio Fundación Cuatrogatos 2016. Acerca de este libro (que en 2008 obtuvo el Premio Barcanova) y de otros temas, entrevistamos a Sampere:
¿Cómo llegaste a la narrativa juvenil?
Llegué por obra del azar y de la suerte, que vienen a ser lo mismo. Cuando llevaba casi veinte años traduciendo literatura infantil y juvenil, mi pareja me aconsejó, tomándome por un especialista en la materia, cosa que no soy ni seré jamás, que escribiera una obra destinada a los jóvenes y la presentara a uno de los numerosos concursos que se convocan anualmente en España. No sé si sería por aquello de la suerte del principiante, pero el caso es que mi obra El mar de la Tranquilidad se alzó con el prestigioso premio El Barco de Vapor, en su edición catalana del año 2004. Ese éxito inesperado me animó a seguir navegando por las aguas turbulentas de la LIJ.
¿De dónde proviene tu interés por las llamadas leyendas urbanas y que influencia han tenido en tu producción literaria?
Mi interés por este género, que los estudiosos denominan folklore contemporáneo, surgió como una «epifanía» a raíz de la lectura de The Vanishing Hitchhiker, obra del folklorista estadounidense Jan Harold Brunvand. Entre los relatos analizados en esta recopilación pionera de urban legends, figuraban, aparte de las andanzas de la famosa autoestopista titular, un gran número de ficciones narradas como si fueran sucesos de índole sensacional y truculenta, falsos «hechos verídicos» que había dado por ciertos en muchas ocasiones, a pesar de su escasa verosimilitud, atraído por su carácter chocante y su perfección narrativa. El descubrir que estas presuntas noticias no eran sino temas tradicionales que se iban «renovando» para reflejar el espíritu de cada época, sus temores y deseos más recónditos, me causó una impresión tan viva que me propuse escribir, junto con Antonio Ortí, una versión autóctona del libro de Brunvand, Leyendas urbanas en España, publicada precisamente en el legendario año 2000.
Puesto que todo lo que he escrito tiende a lo fantástico, y todo lo fantástico deriva de «motivos» tradicionales (recogidos minuciosamente en los seis volúmenes del célebre «índice» de Aarne-Thompson), es innegable que en mi vida de autor no he hecho otra cosa que seguir añadiendo senderos, desvíos, cruces y ramales a a ese maravilloso jardín de bifurcaciones infinitas que es la literatura imaginativa.
¿Cuál fue la génesis de El pozo detrás de la puerta?
El ascensor del edificio en el que residí varios años mostraba «comportamientos» imprevisibles: se detenía en el piso que no tocaba, capturaba periódicamente a algún que otro vecino (entre ellos a un servidor), sus puertas se abrían de pronto para poner a la vista una inquietante pared ciega… Desajustes de la maquinaria propios de cualquier edificio antiguo, que me habrían dejado frío de no ser por el vago temor que me han inspirado siempre las salas donde se aloja, en la oscuridad, dicha maquinaria. Un día en el que el ascensor dejó de funcionar, mi mente llevó a cabo la asociación de ideas que sería la génesis de la novela: en la sala de máquinas se escondía alguien… o algo. Una presencia desapercibida pero omnipotente, un ser que provocaba presuntas averías que en realidad era otra cosa: «microfenómenos». Así empezó el viaje.
¿Cómo fue el proceso de escritura de la novela?
Lineal y fluido como un trayecto en ascensor, hasta que llegué a los últimos capítulos. En ese momento quedé completamente atascado y, para salir del apuro, escribí un desenlace poco convincente en el que el «monstruo» mostraba su rostro y los protagonistas libraban con él una especie de duelo. De haber conservado ese final un tanto «made in Hollywood», la novela no habría funcionado. Después de darle muchas vueltas, me vino a la memoria el tema tradicional (uno más) de las «plegarias atendidas» y sus peligrosas consecuencias. Entonces vi clarísimo, a pesar de las objeciones que le han puesto algunos lectores, que el desenlace tendría que ser sutil, equívoco y abierto a interpretaciones varias.
El jurado que concedió a tu novela el Premio Fundación Cuatrogatos asoció tu obra con el espíritu de maestros como Poe y Lovecraft. ¿Fueron referentes para ti al crear esta novela?
Aunque Poe me apasiona desde niño, creo que sería un poco forzado establecer similitudes entre el decadente rascacielos del libro y la casa Usher, los entierros prematuros y demás pesadillas urdidas por el maestro de Boston… En cambio, «El Que Acecha En La Sala De Máquinas», invocado mediante sacrificios humanos, podría muy bien haber salido del universo de terror cósmico de Lovecraft, poblado de abominaciones que desafían toda descripción y no profesan por nosotros, miserables títeres, más que una indiferencia radical. En cierto momento aludo incluso a sus «tentáculos», apéndices que el «solitario de Providence» tenía en gran estima. Para no limitarnos a los clásicos de siempre, añadiría a la lista al gran Fritz Leiber, creador de atmósferas urbanas góticas por las que pululan «fantasmas de humo» y seres «paramentales» engendrados por la alquimia tóxica de los residuos industriales y la contaminación. También podría mencionar a mi admirado Ramsey Campbell, el maestro británico del relato de fantasmas sutil a lo M. R. James.
¿Por qué las historias fantásticas de terror continúan cautivando en un mundo donde la realidad es pródiga en horrores de diverso tipo?
Nos cautivan las historias de miedo porque nos distraen, entretienen y estimulan, al igual que el humor y el melodrama, pero siempre dentro de ciertos límites. Lo que no desearíamos es morir de miedo o de risa, o llorar hasta perder el juicio, que es lo que podría llegar a ocurrir (y ha ocurrido) en la realidad. El miedo, para resultar digerible, debe ser «entretenido». Si un relato de terror rebasara el límite de lo soportable, como sostiene el escritor Thomas Ligotti, nadie estaría dispuesto a leerlo. El elemento de distracción es la clave. Lo demás es el horror que nos depara a diario la realidad, que nada tiene que ver con el arte ni el entretenimiento.
¿Qué te atrae del lector joven? ¿Cómo ha reaccionado ese público a El pozo detrás de la puerta?
Todos sabemos que el lector joven suele ser más difícil de «contentar» que el adulto. Lograr atraparle con un libro es toda una proeza, y cuando se apasiona por alguno es capaz de defenderlo con verdadero fervor. He tenido ocasión de conocer a numerosos lectores de mi novela, y, a no ser que mintieran piadosamente, creo que la mayoría de ellos ha disfrutado de la lectura. Lo único que me han discutido algunos ha sido el final «demasiado abierto», alegando que algunas piezas no terminaban de encajar a su gusto, o la posibilidad de que toda la historia fuera fruto de una alucinación febril. En estos casos trataba de convencerles asegurando que los finales abiertos son mejores que los cerrados, porque te invitan a recapacitar acerca de lo leído, te hacen volver a la historia como vuelve la lengua a un diente cariado, etcétera, etcétera.
¿Cómo es tu relación con los ascensores? ¿Varió después de la publicación de este libro?
Una relación de amor y odio. Gracias a ellos he obtenido dos premios ─el Barcanova y el vuestro─, pero después, diabólicamente, se han cobrado el favor atrapándome tres veces entre sus cuatro paredes de ataúd vertical. Como sufro de claustrofobia, es evidente que se trató de un microfenómeno con todas las de la ley. Anteriormente, mientras asistía a varias presentaciones del libro, los ascensores de los hoteles se divertían creando encuentros falsamente «casuales» entre un servidor y una de las colaboradoras de la editorial. Aunque algunos lectores me lo han pedido, no voy a escribir jamás una continuación. Jamás. Por muchos papelitos que dejéis en los buzones.