'El sol de los venados', de Gloria Cecilia Dí­az. Madrid: SM, 1993.
  • 'El sol de los venados', de Gloria Cecilia Dí­az. Madrid: SM, 1993.

El niño en la literatura infantil colombiana

Beatriz Helena Robledo

Los personajes de los libros infantiles suelen cobrar vida quedándose en el imaginario de los lectores durante toda su vida. Pinocho, Alicia, Hansel y Gretel, Heidi, El gato con botas, Simón el bobito, Pipa Medias Largas, Matilda, Hamamelis, La bruja de la montaña, Naricita, Chanchito, Chigüiro, entre muchos otros, hacen parte de la reserva que cada lector guarda a la hora de convocar los sueños de la infancia y la adolescencia. Son su más preciado tesoro, porque quizás sean ellos quienes le ayuden a conservar vivo a ese niño que llevan dentro. Cada lector hace su propia lista de invitados a la fiesta.

Con la literatura para adultos es igual: un Hamlet vive a pesar de Shakespeare. Una Madame Bovary es recordada y citada con la precisión con que se rememora a una amiga, o al menos una persona conocida que genera asociaciones, imágenes entrañables.

Una literatura se vuelve plena cuando crea personajes. No caricaturas de papel, sino seres que encarnan sentimientos, sensaciones, deseos que cada lector vivencia de manera diferente. Los personajes en la literatura son como los amigos en la vida: están allí­ plenos, inmortales para el afecto, y son incondicionales.

En la literatura infantil los personajes se vuelven doblemente importantes: no solamente entran a vivir en el corazón y la imaginación de los niños lectores, sino que se vuelven interlocutores reales con quienes pueden identificarse, discutir o conversar. Los niños aman y odian a los personajes, son relaciones afectivas, con la posibilidad liberadora del imaginario.

Dos ejemplos muy elocuentes de esa relación que los niños lectores entablan con los personajes de los cuentos son estas cartas seleccionadas de las que niños de primaria de diferentes escuelas de las localidades de Usaquén y Chapinero, en Bogotá, escribieron a los personajes de los libros que habí­an leí­do.

Una carta escrita a Franz, el personaje creado por la autora austrí­aca Christine Ní¶stlinger, por un niño de cuarto grado de primaria:

Amigo Franz quiero decirte que quisiera tener una amiga como Lili, primero porque te ayuda a hacer las tareas, segundo porque te lleva a pasear y tercero porque se preocupa por ti. La profesora nos contó tu historia, qué triste es y que demalas eres cuando te caí­ste en la puerta de la bañera, se te mojó tu cuaderno muchí­simo, pero que que peinado tan chevere te hiciste tu mismo, qué pena lo de la mojada... todaví­a escribes los números al reves? yo estoy casi lo miso que tu, adiós que te vaya bien. 

Atentamente, Armando tu mejor amigo.

Otro niño de quinto de primaria, Harol Antonio Noy Robayo, convierte a Anthony Browne en personaje y le escribe:

Te digo que quisiera conocerte pero yo sé que eso no es posible porque tu eres famoso y yo soy solo un niño común y corriente como lo fuiste tú.
En fin lo que quiero decirte es que eres genial por tus libro como: Willy el mago, Willy el tí­mido, Willy el campeón, Cambios, etc.
Yo creo que tu cuando escribes tiene un niño adentro de ti, a veces me pongo a pensar qué serí­a de mi vida en tu lugar.
Anthony, te digo una cosa nunca cambies. Por último te deseo buena suerte Anthony. Se despide tu admirador,

Harlol Antonio Noy Robayo.

¿Qué tienen estos personajes que logran entablar comunicación tan estrecha con sus lectores? Quizás algo esencial: lograron desprenderse totalmente de su autor, para pasar a habitar el mundo de los lectores. Son personajes que adquieren autonomí­a, que tienen unas caracterí­sticas propias y singulares que les permite dar el grito de independencia frente a su creador y comienzan su propio recorrido en el imaginario de una cultura. Son personajes que encarnan sueños y deseos colectivos. Logran trascender la visión privada que su creador tiene de la infancia.

Al dar una mirada a la literatura infantil colombiana, en su conjunto, encontramos que es una literatura que ha logrado crear muy pocos personajes que hayan logrado cobrar autonomí­a y se hayan liberado de la mano conductora del adulto que los creó. Es decir, personajes que hayan sobrevivido al tiempo y al espacio y que continúen presentes en el repertorio de los colombianos.

Ustedes dirán, pero tenemos a Rinrin Renacuajo, a la pobre viejecita, a Simón el bobito, al gato bandido, sí­ es cierto... quizás sólo los tengamos a ellos, pues a nuestro querido padre poético nadie lo ha logrado superar en cuanto a creación de personajes.

Pero muchos de los personajes de Pombo son animales y otros son prototipos. Es decir, son personajes que provienen de la cantera popular, de la tradición oral inglesa y que fueron recreados, -colombianizados  (si es posible usar ese término) y llevados a la literatura para ser devueltos nuevamente al ámbito de la tradición oral. Son personajes con larga trayectoria enriquecidos además por el ingenio de un escritor para quien el niño fue siempre un receptor importante.

La aparición del niño en la literatura: signo de modernidad

Pero lo que nos interesa ahora es mirar un poco la presencia del niño como personaje en la literatura escrita. Este es un fenómeno propio del pensamiento moderno. El niño, antes de la modernidad, era considerado como un adulto en pequeño, hací­a parte del engranaje de una sociedad y se educaba para ser adulto, para ayudar a conservar el grupo socialAl desintegrarse esa cohesión, se vuelca la mirada al sujeto individual. Dentro de esa concepción empieza a configurarse el niño como sujeto, como ser real capaz de percibir el mundo de una manera diferente a la del adulto.

Jean Chatea, citando a P. Ariés en su obra El niño y la vida familiar del Antiguo Régimen, dice:

Ariés nos ha mostrado que el término -niño  no ha tomado su acepción moderna sino hasta el siglo XVII. Antes, no se sabí­an distinguir las diversas edades, y el término de niño se aplicaba muchas veces incluso a los adolescentes de 18 años. Sólo en los siglos XVII y XVIII aparecen palabras de sentido más limitado, como -bambin  o -marmot , a las que el siglo XIX añadirí­a la de -bebé .

Esta conquista del niño ha sido paulatina y solo hasta principios del siglo XX, con los aportes de la psicologí­a congnitiva y del psicoanálisis, con los conceptos de desarrollo evolutivo, con la mirada hacia la infancia para descubrir los origenes de los complejos y los caracteres, con la plenitud de la conciencia histórica del hombre, es que la noción de niño llega a configurarse como un estatuto digno de ser mirado y estudiado desde todas las disciplinas.

Los saberes modernos privilegiaron la infancia como objeto de investigación cientí­fica y de intervención social y tuvieron como efecto una ampliación y complejización de la mirada sobre la infancia, la cual se convirtió en la etapa de mayor importancia en la vida del ser humano.

Colombia no es ajena a estos descubrimientos. La transformación del concepto de infancia va de la mano con los procesos de modernización del paí­s iniciados en los años 20 y 30: desplazamiento de los habitantes del campo a la ciudad, lo que implicó un proceso acelerado de urbanización, que a su vez conllevó la necesidad de alfabetizar a esa nueva población urbana. Se multiplican las escuelas, se hacen las primeras reformas educativas en las cuales el niño pasa a ser el centro, planteandose la necesidad de reformar la escuela elemental, las condiciones para el aprendizaje de los niños y la actualización de los métodos pedagógicos.

Dice Jaime Jaramillo Uribe al respecto:

Comenzó a plantearse la necesidad de tener buenas aulas, restaurantes escolares, bibliotecas, centros vacacionales, laboratorios de psicologí­a. Se planteó sobre todo la urgencia de cambiar la didáctica de la enseñanza, de sustituir el viejo sistema de aprender de memoria en textos escolares dificientes por el aprendizaje basado en la actividad y en la observación. Se inició también un cambio de actitud del maestro frente al discí­pulo, preparando a aquel para una mejor comprensión de la personalidad infantil, dándole una moderna formación basada en la nueva psicologí­a de las edades. En fin, desde las escuelas normales se inició la tarea de transformar, en primer lugar, al maestro como el verdadero fundamento del proceso educativo...

Los aportes de Piaget y en general los de la escuela de Ginebra, la pedagogí­a de Froebel y Montesori, la visita al paí­s de los miembros de la misión pedagógica alemana, entre otras influencias, generaron todo un movimiento de transformación que se reflejó no sólo en la mejora de las condiciones para el aprendizaje y en la amplitud de la cobertura, sino también en la concepción de la infancia.

En medio de este ambiente de renovación pedagógica y cultural, de revaloración del niño como ser social y cultural diferente del adulto, empezamos a encontrar un aumento en las ediciones de libros para niños por fuera del ámbito escolar, que aunque no sea numeroso, es significativo en la medida en que se empieza a pensar en el niño como un lector que puede acceder a los libros sin la mediación directa del adulto (maestro, padre de familia) y para quien se escribe con fines lúdicos y estéticos.

Y aunque en algunos de estos libros siguen vigentes las motivaciones moralistas y pedagógicas que generalmente acompañan a los adultos cuando escriben para la niñez también es cierto que hay un avance frente a la concepción de una literatura para niños que empieza a circular en los ámbitos propios de la cultura y que comparte con la literatura para adultos ese tratamiento estético propio del arte del lenguaje.

Resulta significativo que en 1933 existí­a en el lugar donde después fue construido el edificio de la Biblioteca Nacional, una biblioteca infantil, con sala de lectura especial para los niños, la cual fue retomada e incluí­da dentro del diseño de la biblioteca.

De igual manera comenzamos a encontrar los primeros niños erigidos en personajes en la literatura infantil colombiana. Este hecho también es un signo de modernidad: el niño comienza a ser sujeto activo en el imaginario y en la creación estética de los adultos.

El primer niño habitante del siglo XX en nuestra literatura infantil es Sonny. Sonny como personaje sólo aparece en un cuento del libro Cuentos a Sonny, escrito por Santiago Perez Triana para su hijo Santiago cuando viví­a en Europa. En el prólogo nos enteramos de que Sony es Santiago, el hijo de Pérez Triana, a quien le ha contado cuentos en las caminadas diarias por los jardines en España e Inglaterra, y de estos cuentos surge el libro.

La intención inicial de Pérez Triana al escribir este pequeño libro es afectiva. Sin embargo trasciende cualquier móvil afectivo o pedagógico, para convertirse en la primera obra literaria del siglo XX colombiano, dirigida a un lector infantil capaz de degustar estéticamente un universo imaginario creado a través del lenguaje.

Sonny, en el cuento en el que se erige como personaje entabla un diálogo con un arroyo y vive una experiencia de carácter bucólico con éste, descubriendo la magnificencia del paisaje natural a través de un viaje por la geografí­a supuestamente colombiana.

La lectura de este pequeño libro nos demuestra una valoración por parte de Pérez Triana del niño como personaje, del niño como interlocutor y del cuento infantil. Pero esto es explicable en la medida en que Pérez Triana era, para los años 20 un hombre moderno. Educado en Nueva York, quien vivió casi toda su vida en Europa, lector incansable, escritor, polí­glota.

En 1926 se publica el libro titulado Cuentos, de la escritora Eco Nelly. Encontramos por primera vez a los niños de la calle convertidos en protagonistas. Garoso, gamin que vive de embolar zapatos, y el niño que robó una dulzaina entre otros, son personajes anónimos, ví­ctimas de una sociedad indiferente y cruel. Una sociedad que discrimina al niño pobre, al niño trabajador, que lo inculpa desconociendo los verdaderos impulsos propios de la niñez. Pero, en un contraste de carácter social, encontramos otros niños que pueblan la literatura de Eco Nelly, son aquellos niños que viven en un espacio de interiores, rodeados de lujo, de sábanas blancas, envueltos en una burbuja de protección, de inocencia y que desconocen ese universo sórdido de la calle. La mayorí­a de estos niños son rubios y de ojos azules.

Dice Olga Castillo Barrios en su Breve bosquejo de la literatura infantil colombiana, refiriéndose a Eco Nelly:

Llama la atención en su libro la idea dominante de lo azul y lo rubio: de los 21 cuentos del libro, en 15 aparecen personajes con algunas de estas dos caracterí­sticas o con ambas...

Pero son sus cuentos realistas los mejores logrados, en la medida en que esos personajes niños están menos protegidos por el adulto. Su indefensión, su desamparo, les permite paradójicamente, una mayor libertad. Garoso, es un personaje que logra quedarse habitando las calles de esa Bogotá de finales de los años 20, ví­ctima de la desintegración familiar generada por los desplazamientos y los desordenados procesos de urbanización que se fueron volviendo caracterí­sticos de nuestro paí­s.

Son personajes anónimos que empiezan a habitar la literatura. Se diluye el concepto de heroí­smo, estamos frente a un antihéroe que además es ví­ctima de las injusticias del mundo de los adultos. Es el niño que se robó una dulzaina y por eso fue llevado a la cárcel. El héroe de los cuentos de hadas perdió su investidura. La travesí­a no tiene retorno.

Esta imagen descarnada de la infancia inicia una corriente realista en la literatura infantil colombiana. Es una vertiente no muy desarrollada, pero encontramos libros posteriores como Aventuras de un niño de la calle, de Julia Mercedes Castilla; Catalino Bocachica y Fortunato, de Luis Darí­o Bernal Pinilla; Pelea en el parque, de Evelio Rosero Diago; El sol de los venados, de Gloria Cecilia Dí­az; La ballena varada, de Oscar Collazos; Paso a paso, de Irene Vasco, y El terror de sexto "B", de Yolanda Reyes, entre otros.

Aunque podamos caracterizar estas obras como literatura narrativa de carácter realista, su tratamiento es diferente, y lo es también la concepción del niño que se refleja en ellas.

Joaquí­n, el muchacho que vive de pedir limosna en la calle del libro de Julia Mercedes Castilla, es presentado como un personaje propio de la picaresca. Joaquí­n vive una serie de aventuras con personajes del hampa de la ciudad, quienes habitan un mundo sórdido lleno de intrigas, violencia y muerte. Sin embargo, Joaquí­n sale indemne de todas las situaciones.

Joaquí­n pierde fuerza como personaje con la presencia de un amigo imaginario Pingo-pingo, a quien recurre cada vez que se encuentra en aprietos. Además de ser un manejo forzado de la imaginación del niño, le resta suspenso a la trama, pues cuando estamos en el nudo de una situación aparece Pingo-pingo tranquilizando al niño y explicándole que pronto saldrá del apuro. No sólo resulta un recurso literario fallido, sino que denota una falta de confianza en el personaje, pues queda la sensación de que no es gracias al ingenio o a la astucia de Joaquí­n, sino a una fuerza sobrenatural que logra salvarse de las situaciones más difí­ciles, incluso de la muerte. También denota una desconfianza con el lector a quien parece que la autora necesita tranquilizar y bajarle los niveles de suspenso y tensión antes de tiempo.

A Joaquí­n y a Garoso los separa la distancia en el tiempo. Los separa además, su permanencia para la literatura. Garoso encarna al primer gamí­n que apareció en la ciudad, Joaquí­n pudo haber sido el representante de aquel niño de la calle quien 60 años después, en una ciudad más desordenada, caótica y cruel que aquella de los años 20, aprendió a sortear las inclemencias de la intemperie y la defención. Sin embargo, Pingo-Pingo y su creadora no lo dejaron vivir.

Catalino Bocachica y Fortunato son los protagonistas de dos novelas de Luis Darí­o Bernal tituladas con los nombres de los personajes respectivamente. Ambos niños comparten su deseo por el triunfo: Catalino quiere ser boxeador y Fortunato, campeón de ciclismo. Ambos son niños que provienen de hogares humildes para quienes el deporte competitivo se convierte en el medio para salir de la pobreza y el anonimato.

Sin embargo, Catalino es más verosí­mil, quizás porque a lo largo de la obra, el lector se hace partí­cipe de sus esfuerzos por conseguir el triunfo. En Fortunato, la mano poderosa del autor y un increí­ble golpe de suerte convierten a este pequeño campesino de ruana y sombrero, y como por arte de magia, en la estrella de la vuelta a Colombia. De las heladas y aburridas laderas del Cocuy, ví­a directa al cálido sueño de la fama en España. Triste destino el de Fortunato, quien no sólo debe cumplir los mágicos designios de su creador, sino que no pasa de ser un pobre tí­tere de papel.

En La ballena varada, de Oscar Collazos, el lector es trasladado a la costa pací­fica colombiana. Allí­ los niños son buenos y entre los adultos están los buenos y los malos. Los buenos son aquellos que quieren salvar la ballena varada, y los malos quienes quieren aprovechar su carne para venderla. Además del tratamiento maniqueí­sta, encontramos una idealización de los niños, en especial del protagonista. Es evidente además, la intención del autor de mostrar a los niños como los defensores de la naturaleza y dejar explí­citamente un mensaje ecológico al lector.

La idealización de la infancia como un estado de pureza y de inocencia ha perdurado en nuestra literatura infantil. Esta noción se evidencia en la creación de este tipo de personajes golpeados por las injusticias de la vida adulta, enfrentados a la maldad y la crueldad del mundo de los mayores y quienes la mayorí­a de las veces triunfan gracias a las fuerzas sobrenaturales de otro personaje o a la magnificencia y bondad de la mano poderosa de sus creadores.

Los niños nacen buenos e inocentes y la sociedad intenta corromperlos. Sin embargo, mientras sigan siendo niños, los escritores se encargarán de protegerlos, de que nos les pase nada. Aquí­ Rousseau puede dormir tranquilo mientras sigan existiendo adultos capaces de crear una muralla protectora o de otorgarle a estos pequeños protagonistas los dones suficientes para defenderse mientras les llegue a su vez el turno de ser adultos.

Un escritor que encontró la fórmula del estereotipo del niño bueno e inocente y la reprodujo en la mayorí­a de sus obras infantiles es Hernando Garcí­a Mejí­a. Sus personajes son generalmente campesinos, niños o jóvenes, quienes llevan una vida de escasez y de duro trabajo, dotados de las mejores virtudes católicas, quienes se enfrentan a aventuras o retos poniendo a prueba su valor, su valentí­a, su honradez o su nobleza de sentimientos.

Personajes idealizados convertidos en héroes en virtud de su bondad. Tomasí­n Bigotes, o Joselí­n, Maco y Clarita, los niños protagonistas de Cuando despierta el corazón, enfrentados a pruebas que los sobrepasan y que al superarlas se convierten en superhéroes. Hay en Garcí­a Mejí­a un maniqueí­smo extremo en la caracterización de los personajes. Los buenos son demasiado buenos y los malos demasiado malos.

Esta polarización entre el reino del bien y del mal funciona en los cuentos de hadas, por ser una estructura subyacente que proviene de esas conception mí­tica y polarizada del universo de las sociedades primigenias, y que viene viajando a través de los tiempos y las culturas, cargándose de simbologí­a. Pero en construcciones más modernas, como la novela realista, se convierte en una estructura estereotipada que hace que el relato pierda verosimilitud, o en su defecto, apele a los sentimientos más manejables del lector.

Una gran diferencia dentro de la corriente realista se marca con El sol de los venados, de Gloria Cecilia Dí­az. Conocemos el mundo familiar de Jana, niña de diez años, a partir de su propia visión. Jana tiene una particular manera de ver el mundo de los adultos y lo hace desde su sensibilidad y desde sus 10 años. Jana critica continuamente un mundo que no termina por comprender. Hija de un matrimonio de clase media habitantes de una ciudad de provincia, nos va llevando de la mano por la interioridad de su mundo afectivo y familiar, hasta desembocar en el dolor por la muerte de su madre.

Hay un gran acierto en el manejo de la perspectiva narrativa del yo-testigo-narrador, (narración en primera persona) que ha sido utilizada por algunos autores de la literatura infantil universal, pero poco explorada en la literatura infantil colombiana.

En este caso no se trata de un recurso técnico bien utilizado, sino de una visión de mundo que logra encarnar el personaje. Lo que la niña ve y vive, lo que la niña cuenta no es algo ajeno a su percepción de las cosas, no es algo diferente a su manera de concebir el mundo.

La voz narrativa del autor desaparece por completo, dándole la palabra al personaje, e insertándola en una corriente más moderna de la literatura infantil “al menos dentro del marco realista “ que es la de la realidad interior de los niños como personajes y su visión del mundo. (Este descubrimiento del fluir de la conciencia lo hizo la literatura en los años 20, 30 con el monólogo interior y la perspectiva subjetiva del personaje narrador, léase Virginia Woolf, James Joyce, Marcel Proust. ) Y aunque no estemos ante una autoexploración interna del niño, sí­ estamos frente a una visión del mundo de los afectos mediada por la sensibilidad y la conciencia de una niña de 10 años.

El sol de los venados, además de entregarnos esta interioridad sutil, afectiva y tierna de Jana, logra romper con el estereotipo del niño bueno, o el niño malo en el que usualmente cae el adulto.

En esta misma lí­nea de la narración subjetiva de un hecho real, se encuentra el libro de Irene Vasco titulado Paso a paso (Carlos Valencia, 1995). Es la historia del secuestro de un hombre narrada por su hija mayor, de 15 años, Patricia. A medida que la niña va contando los sucesos relacionados con el secuestro, desarrolla una reflexión crí­tica “desde su mirada adolescente “ acerca de los comportamientos y las reacciones que genera un hecho tan dramático como éste.

En un lenguaje í­ntimo, preciso y contenido se entretejen los hechos con los afectos y las alusiones a la realidad de un paí­s que ya se ha acostumbrado a las desapariciones y a los secuestros. A través de su re-cuento va configurando las relaciones afectivas de su familia y va caracterizando a cada uno de los personajes afectados con el hecho.

Pero quizás lo más profundo y bello de este libro sea la manera como el padre se va haciendo más presente a medida que crece la certeza de su muerte. La vida continúa construyéndose dí­a a dí­a, con los momentos más pequeños y más cotidianos, en la espera (dos años en el tiempo interno de la obra) de un ser de quien nunca se logra corrobar su muerte y a quién se seguirá esperando siempre, cada vez que alguien toca a la puerta.

El terror de sexto "B", primera publicación de la escritora Yolanda Reyes, es una obra renovadora para la literatura infantil colombiana. Siete cuentos desenfadados, que relatan situaciones “unas divertidas, otras románticas, otras terribles “ que le suceden a diferentes niños o adolescentes en el colegio. Es una obra "transgresora" en la medida en que las historias están contadas desde la perspectiva a veces perversa, a veces crí­tica, de los niños frente a la rigidez del colegio.

Y es aquí­ en la visión, en el punto de vista, en donde está el mayor acierto. La autora logra darle autenticidad a las situaciones y vida real a los personajes, porque son ellos, los niños-adolescentes, enamorados, tí­midos, gordos, inseguros, burlones, perversos, los que cuentan, y cuentan de la manera como ellos viven y perciben el mundo. Es una obra que resulta reveladora para los adultos (quizás incómoda para algunos, transgresora, para otros), pero que ha logrado capturar a muchos jóvenes lectores, quienes se han identificado, no sin cierta complicidad, con los personajes y las situaciones.

Quizás sean estas tres obras El sol de los venados, Paso a paso y El terror de sexto "B" obras que marcan camino en cuanto a la concepción de los personajes niños o jóvenes, en la medida en que las diferentes realidades vividas por ellos son entregadas al lector desde su propia perspectiva. Es el sentido crí­tico de Jana, su dolor e incomprensión por la muerte de su madre; o es el desconcierto y la tristeza de Patricia al acercarse poco a poco a la certeza de la desaparición de su padre pero sin terminar de perder la esperanza... son realidades entregadas al lector a través de la voz narrativa del personaje. Finalmente los autores (en este caso las autoras) se han decidido soltar de la mano a sus personajes, dejarlos vivir su propia vida, permitirles que sean ellos quienes entreguen su propia visión de mundo.

En los cuentos de El terror de sexto "B" hay ingredientes adicionales que nos acercan a una narrativa más moderna: el humor, por una parte, tan escaso en nuestras letras para niños, y esa posibilidad de conocer los verdaderos sentimientos de los niños en su mundo escolar. Estamos frente a una desmitificación de aquellos estereotipos de la infancia: la bondad, la inocencia, la indefensión...

Con el tratamiento de la fantasí­a se evidencia en nuestra literatura una situación similar a la del realismo: un desconocimiento del niño y de su manejo de lo fantástico. Además encontramos un equivocado tratamiento de una corriente literaria, que ha tenido en la literatura universal exponentes tan excelsos como un Borges o como Poe, o sin irnos a la literatura para adultos, de Lewis Carroll.

Algunas obras comienzan por plantearse un mundo real (generalmente de un realismo social mediado por una mirada paternalista) que nos presentan un niño o varios que viven en la pobreza, las limitaciones materiales, la dureza de ser pobres, y optan por lo fantástico como un escape, se transforman en literatura fantástica o maravillosa generalmente de una manera poco verosí­mil, creando un exceso de fantasí­a y un atiborramiento de imágenes y situaciones fantasiosas que no logran crear un sentido simbólico, o una puerta liberadora hacia lo imaginario. En esta lí­nea podemos mencionar Aviador Santiago, de Jairo Aní­bal Niño, y Tobí­as, el capitán de los delfines, de Miguel Angel Pérez.

En Aviador Santiago encontramos un manejo desaforado de lo fantástico (desconociendo el elemento de verosimilitud que debe tener toda ficción “no se confunda con verdad), generando un atiborramiento de situaciones incoherentes, que se suceden una tras otra con el facilismo que da el pensar que la categorí­a de lo fantástico se crea a partir de la suma de situaciones absurdas, dando rienda suelta a la imaginación, como se hace en los ejercicios de escritura automática.

Cuando Alicia se introduce en el Paí­s de las maravillas, el universo de lo fantásitco es creado allí­ con un rigor casi matemático, con una lógica interna, y lo más importante, generando un universo simbólico que le dá sentido a la fantasí­a. Cuando Monteiro Lobato le permite a Lucí­a en el libro Naricita, visitar el Reino de las Aguas Claras, acompañada por el propio Monarca, el Prí­ncipe de las Escamas Azules, asistimos a un universo fantástico donde con sutileza e ironí­a se reproducen situaciones propias del mundo social de los humanos, pero encarnados en animales del fondo del mar, o nos econtramos con elementos transgresores como la rebelión de los personajes de los cuentos. No hay gratuidad en la creación, cada personaje, cada situación, cada elemento en ese universo fantástico tiene una razón de ser dentro de la coherencia del relato.

Esto no sucede en Aviador Santiago, donde después de un realismo social mezclado con situaciones fantásticas como la aparición del pájaro parlante, o los enigmas de las lecciones enviadas por correo, los niños, Santiago y su amigo Emilio, parten en compañí­a del gato Cuarto Bate, en un camión Fargo 1940 en un viaje imaginario a un lugar llamado Otrolado, en busca del conocimiento suficiente para poder volar.

De allí­ en adelante asistimos a una serie de escenas surrealistas, como la pelea de los bolí­grafos en una plaza, el encuentro con la tortuga voladora, la aparición de la tigresa metálica recién parida, con tigrecitos que en vez de patas tienen cuatro ruedas, el gusano hecho de basura y desperdicios, o con situaciones que se van generando una tras otra con el recurso facilista que dá el hecho de estar sostenido por una estructura de viaje y con las licencias de aparente libertad que otorga la fantasí­a.

Una vez Santiago ha aprendido a volar gracias a las clases del profesor Fajardo y del Barón rojo, el viaje de regreso no tiene nada que envidiarle a las mejores pelí­culas de acción producidas en Hollywood: tiburones, ballenas, aguamalas, peces ponzoñosos, persiguiéndolos y tratando de todas las formas posibles de impedir su viaje de regreso, sin ninguna razón ni causa justificada.

Un pequeño personaje que resulta innolvidable a los niños lectores es Socaire, del libro Socaire y el capitán loco, de Pilar Lozano. Socaire es una pequeña niña traviesa y curiosa quien viaja en la oreja del capitán loco, y quien encarna los sueños de aventura de los niños pequeños. La obra trasciende estas divisiones de realismo y fantasí­a y su protagonista logra convertirse en un sí­mbolo de la curiosidad de la infancia, de su transparencia, su desenfado y su espí­ritu lúdico.

Es hora de concluir estas reflexiones que no pretenden agotar el tema, sino abrir el debate, convidar a la reflexión y para ello nada mejor que poner punto final con una serie de preguntas:

¿Es el niño que reflejan nuestras obras literarias el niño que nos rodea en la vida cotidiana?

¿Los niños y jóvenes de nuestras escuelas y hogares se reconocen en esos personajes?

¿En qué medida es indispensable ese reconocimiento?

¿Los problemas de los niños de nuestra literatura se corresponden con las dificultades y situaciones que confrontan los niños reales?

¿Es posible que nuestra literatura infantil continúes desarrollándose ajena a elementos tan propios de la visión del niños y el joven como son el humor, el terror, el suspenso, el desenfado, el coloquialismo?

¿Puede haber una narrativa infantil sin personajes contundentes que sobrevivan una vez que terminamos la lectura del libro?