De ferias, salones y otros encuentros con los libros

Joel Franz Rosell

Cuando a los 25 años comencé a trabajar como especialista literario municipal, entre mis funciones estaba la organización de los -Sábados del libro  en Santa Clara, al centro de Cuba. Antecedente de las actuales ferias del libro en la capital y provincias cubanas, estos actos semanales se limitaban a la presentación de una novedad editorial acompañada por la venta de parte del fondo de las librerí­as locales.

Fue en la II Feria del Libro de La Habana, en 1984, donde por primera vez, en vez de lanzar libros ajenos, me inicié en la no siempre apacible labor de presentar mis propias obras en un espacio comercial compartido con otros autores. Comenzaba entonces a circular mi primer tí­tulo, una novela detectivesca infantil que consiguió tanto éxito de público como desinterés por parte de la crí­tica. Cuando salió mi segundo libro no hubo feria; entonces la convocatoria era bienal, pero se suspendió la correspondiente a 1988, creo que por miedo a las polémicas generadas por Gorbachov con sus glasnost y perestroika.

Aquellas primeras ferias del libro cubanas no tení­an nada que ver con el bullicioso, prologando y geográficamente disperso evento actual, y pese a alguna participación extranjera (editoriales latinoamericanas de izquierda), eran bastante modestas.

Mi tercer libro se publicó directamente en portugués, en Brasil, cuando yo estaba a punto de marcharme a Dinamarca, donde no publiqué nada y solo recuerdo una feria terriblemente frustrante donde casi todo estaba impreso en la impenetrable lengua de Andersen.

Así­ que debí­ esperar hasta 1997 para gozar, en la Feria del Libro de Madrid, la embriagadora sensación de firmar, cada dí­a en una caseta diferente, tres tí­tulos distintos y una cantidad de ejemplares creciente. Ni siquiera la ingenuidad del debutante me ocultó el hecho de que aquella geométrica progresión se debí­a a que comencé un viernes en la caseta de una pequeña editorial, seguí­ el sábado en el espacio de una editorial mediana (que incluso habí­a anunciado mi libro por radio) y terminé el domingo en la doble caseta de la mayor editorial de literatura infantil de España. Lo que más me sorprendió entonces fue que, a diferencia de Cuba, donde los niños raramente compraban directamente sus libros, en la caseta de SM fui abordado por chicos de siete u ocho años que conocí­an perfectamente la colección y decidí­an qué libro comprar... con pesetas que a veces se sacaban del propio bolsillo.

Madrid-Parí­s

Para quienes solo conocen la Feria del Libro de Madrid, los encuentros entre las multitudes y los libros son inseparables de la transición primavera-verano. Un paseo entre casetas repletas de libros donde asoman algunos autores; como pájaros a quienes se ha dejado la jaula abierta para que puedan compartir sus plumas con un público afable, pero algo distraí­do por el codeo con adolescentes en patineta, atletas dominicales que trotan en ropa deportiva, señoras que pasean al nieto o al perro, y jubilados que fruncen el ceño al descubrir -su parque  tomado por el bullicio y la muchedumbre.

-Libros al sol  pudiera ser el lema de la feria de Madrid, como -Libros al abrigo de la grisura habitual  pudiera ser el lema del Salón del Libro de Parí­s. Que se llame -salón  y no -feria  no es puro esnobismo francés ni se debe exclusivamente al hecho de que se desarrolle entre -cuatro  paredes. El Salón de Parí­s coincide con el comienzo de la primavera y sus organizadores rezan para que el cielo se muestre suficientemente inclemente como para que la gente busque abrigo en las páginas que entibian las poco volubles lámparas halógenas.

Al ser más corto (dura cuatro dí­as), el ambiente del Salón del Libro de Parí­s es más concentrado, más nervioso. Algunos autores consiguen mal la sonrisa en su mesa de dedicatorias, y los visitantes parecen como -cargados  por la electricidad estática que producen sus zapatos al rozar la alfombra sintética que cubre los 22 000 metros cuadrados del parque de exposiciones de la Puerta de Versalles (¿a que suena menos descansado que -Parque del Retiro ?).

Los visitantes, decí­a, no vienen de paseo. Han pagado la entrada y tienen un propósito concreto: conseguir una dedicatoria del escritor admirado, completar su colección de historietas “para adultos “ con el tí­tulo del año, asistir a determinado debate o hacerse una idea clara de tal o más cual editor... para proponerle su propia obra inédita (se afirma, exagerando apenas, que uno de cada diez franceses aspira a publicar un libro).

En el Salón de Parí­s no exponen libreros, solo editores o instituciones como la Biblioteca Nacional, el Ministerio de Cultura o las asociaciones de autores. Se distinguen los vistosos stands de los grandes grupos editoriales y los de las regiones, que reúnen una plétora de pequeños editores locales. En los puntos cardinales hay estudios desde donde se trasmiten, en directo, las más reputadas emisiones culturales y literarias, o auditorios que acogen a los invitados de honor (en 2014, la República Argentina y la ciudad de Shanghái, respectivamente) y, desde hace algunos años, los fabricantes de tabletas electrónicas de lectura promueven sus productos.

Se firma poco en el Salón de Parí­s. Puede ser porque la gran salida de novedades es en otoño y porque los precios son los mismos que en cualquier librerí­a; pero también porque son demasiados los autores presentes, y solo emergen los más mediáticos (polí­ticos, deportistas, polemistas). Cualquier autor hace más dedicatorias en uno de los 300 salones de provincia. Por no hablar del extranjero ¦

De mi experiencia argentina y más

No es solo cuestión de tipo de espacio y acceso. La Feria del Libro de Buenos Aires es probablemente la más populosa del mundo (un millón 120 mil visitantes en 2013) y sin embargo tiene lugar en un espacio cerrado y se abona la entrada. Pasear la feria es tradición porteña y muchos de los visitantes no van a comprar libros (o se contentan con las mesas de rebajas) sino que acuden a los numerosos debates, conferencias, lecturas, recitales, homenajes ¦ que a veces no tienen la menor relación con los libros y la literatura. En consecuencia, las ventas de libros no son proporcionales al número de entradas y un autor puede ver desfilar la mayor muchedumbre de su vida sin dedicar un solo ejemplar. Una amiga a quien tal cosa ocurrió, me decí­a, desconcertada, que en México, donde ha desarrollado su carrera, casi no hay librerí­as y nadie parece leer, pero que ella suele salir de la feria del libro infantil del Distrito Federal o de la Feria Internacional de Guadalajara, con la mano acalambrada de tanto firmar ejemplares de sus obras.

Durante los cuatro años y medio que viví­ en Argentina, a principios de este siglo, no solo asistí­ a cada edición de la -feria grande  (la internacional, que acoge el centenario centro de exposiciones La Rural) sino que participé en la -feria chica , la que se consagra a los libros para niños y jóvenes. En mi doble condición de autor y directivo de la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina, tuve ocasión de dedicar mis libros españoles y argentinos, compartir mi trabajo con los chicos, intervenir junto a otros especialistas en las excelentes Jornadas para maestros y bibliotecarios, y difundir el trabajo de la propia asociación desde el stand que, a cambio de nuestra colaboración y asesorí­a, nos ofrecí­a gratuitamente la Feria.

En este también populoso evento (300 mil visitantes el año pasado) pude estudiar detenidamente un fenómeno frecuente en ferias infantiles (o en la programación infantil de las ferias generales) de muchos paí­ses: los organizadores parecen verlas como ferias INFANTILES del libro y no como ferias del LIBRO infantil. Es decir que el medio se convierte en el fin y los recursos festivos acaban ahogando el protagonismo que deberí­a corresponder al libro, los autores y la lectura. En mis cinco participaciones en la Feria del Libro Infantil de Buenos Aires, ¿cuántas veces la voz de los autores que intentábamos dialogar con los lectores no acabó vencida por el ruido ambiente?, ¿cuánta pena perdida en explicar que un desfile de murga (carnaval rioplatense) estaba bien en el exterior del espacio ferial, para atraer al público, pero muy mal dentro, desconchinflando la atmósfera sutil en que respiran libros y lectores?, ¿cuánta saliva gastada en hacer comprender que un cuentacuentos no tiene nada que ver con un payaso o que, cuando la narración oral se utiliza como instrumento de promoción del libro y la lectura, el cuentero debe identificar los libros y autores (de quienes se sirve) a quienes sirve ¦?

De nuevo en Francia

La confusión entre populismo y popular ha sido siempre evitada por el Salón del libro y la prensa infanto-juvenil de Seine-Saint-Denis (más conocido por el nombre de la localidad que lo acoge hace 29 años: Montreuil). Es la más importante reunión del libro infantil en Francia y Europa (después de la Feria Internacional de Bolonia, en Italia), y alcanzó 161 000 visitantes en noviembre pasado. Salta a la vista que el Salón de Montreuil rebasa apenas la mitad de la frecuentación de su equivalente argentino. Pero si las regiones capitalinas de Francia y Argentina tienen una demografí­a similar (unos 12 millones de habitantes), ha de tenerse en cuenta la competencia (a lo largo y ancho de Francia, departamentos de Ultramar incluidos) de medio centenar de salones y festivales especializados y una cantidad aún superior de eventos generalistas donde la LIJ dispone de un espacio destacado.

Hasta comienzos de la pasada década, el Salón de Montreuil contaba con un -paí­s invitado  y una -librerí­a extranjera  donde se poní­an a la venta obras del territorio en cuestión, tanto traducidas al francés como en edición original. Así­ tuvo lugar en 1998 una memorable edición -América Latina  con invitados de lujo como Eduardo Galeano, Ana Maria Machado, Graciela Montes, Francisco Hinojosa, Gloria Cecilia Dí­az, Ví­ctor Carvajal y otros (tuve la suerte de publicar ese año mi primer libro francés) y, en 2002, la consagrada a España con la presencia de una quincena de autores e ilustradores, entre ellos Agustí­n Fernández Paz, Alfonso Ruano, Andreu Martí­n, Manuel Vázquez Montalbán y Arnal Ballester. Lamentablemente, aquella interesante ventana a la edición internacional se reduce hoy a una simple -librerí­a europea  con tí­tulos de la UE en lengua original y en traducción ¦ si bien se mantienen, aunque menos sistemáticamente, los encuentros entre autores extranjeros y colegiales que han trabajado su obra, en versión original, con sus profesores de lengua extranjera.

Durante los seis dí­as del Salón de Montreuil se producen centenares de firmas de autores, ilustradores e historietistas, exposiciones de ilustración de vanguardia y debates sobre lectura, creación literaria, ilustración, nuevas tecnologí­as, traducción, edición, mercado de derechos, situación socio-económica de los autores, etc. En semana predomina el público escolar, sobre todo de los barrios populares (he comprobado que muchos chicos descubren entonces que el libro existe no solo en la escuela y las bibliotecas, donde su acceso es gratuito, sino que se trata de un producto como los otros, que hay que pagar). Sábado y domingo son los dí­as de mayor venta puesto que los chicos vienen con sus familiares; pero no puede desdeñarse la importancia del lunes, -jornada profesional  en que predomina ese lujo de la escuela francesa que es el bibliotecario escolar, que uno ve “cuaderno en mano “ tomando febriles notas en los debates y haciendo la lista de la compra que, posteriormente, abonará el presupuesto del colegio.

Con más de quince años vividos en Francia, no sorprenderá que siga hablando de la promoción del libro en este paí­s. Sobre todo porque aún no me he referido al aspecto quizás más interesante: a diferencia de los salones capitalinos, los salones y festivales que se desarrollan en el resto del territorio nacional anticipan la cita pública, que por lo general tienen lugar sábado y domingo, con un par de jornadas durante las cuales los autores e ilustradores invitados visitan las escuelas. Es algo que nos envidian los escritores para adultos: ese privilegio que tenemos los autores para chicos de conocer a nuestros lectores y recibir de ellos no solo testimonios orales sino textos, dibujos, objetos artesanales y recreaciones artí­sticas de esos libros nuestros que han leí­do.

Algunas experiencias singulares

Me complace recordar el Festival del libro infantojuvenil de Cherbourg-Octeville de 2001, cuando recorrí­ nueve escuelas con la ilustradora de la versión francesa de mi novela Mi tesoro te espera en Cuba. En cada escuela el abordaje de la obra fue diferente: unas veces hablamos mucho de Cuba, otras, de mi oficio de escritor y de la novela misma, pero también hubo una ocasión en que el encuentro se centró en la técnica de ilustración. La obra gustó tanto que los chicos de 29 escuelas de las dos localidades auspiciantes le concedieron el Premio de la Ciudad. Ese fin de semana, en mi mesa de dedicatorias, recibí­ numerosos niños que traí­an a sus padres para mostrarles quién era el autor que ellos habí­an galardonado ¦ ¡y me correspondí­a a mí­ darles humildemente las gracias! La propia organización de este premio merece comentario: un equipo de bibliotecarios públicos y escolares escoge, en función del tema del salón y entre la producción reciente, tí­tulos de todos los géneros (álbum, narrativa, poesí­a, historieta, libro informativo) para tres grupos de edades y los presenta a todas las escuelas de la zona al comenzar el curso. Cada clase vota por uno de los libros leí­dos y designa dos o tres chicos para representarlos en la discusión a nivel de escuela, de la que salen no solo los libros elegidos sino los dos o tres chicos que van a defenderlos en el jurado municipal, que se reúne en el ayuntamiento. La premiación, el primer dí­a del Salón, es la culminación de todo un año de trabajo. Los premios por categorí­a de edad son encabezados por el Grand Prix, cuyo trofeo es uno de los famosos Paraguas de Cherburgo (marca registrada) que en aquella ocasión se abrió sobre la talentosa cabeza de Kitty Crowther.

Las ferias del libro tienen muchas cosas en común, pero siempre hay algo que las distingue, ya sea por el modo de organización, por una peculiaridad temática, geográfica o cultural, o por una experiencia personal que nos la vuelve especial. En el Salón Regional del Libro Infantil y Juvenil de Troyes (hermosa ciudad medieval a un centenar de kilómetros de Parí­s) me llamó la atención que los encuentros entre autores y lectores no ocurrieran ni en la escuela ni en el salón, y ni siquiera en espacios tradicionalmente vinculados al libro como una biblioteca o casa de cultura, sino en sitios tan singulares como un hospital, un night-club o un banco (es donde me tocó a mí­, y entré a la sala de cofres tan impresionado como los chicos). Cada autor era acompañado por un voluntario del Salón, por lo general vinculado profesionalmente al lugar donde tení­a lugar el encuentro. De esta manera, el Salón de Troyes trasmite la idea de que en todas partes hay lugar para el libro.

También he visitado eventos exóticos como el Salón de Cayena (Guayana Francesa): la primera vez me tocó reunirme con los niños Regina, poblado situado en la frontera con Brasil, y cuatro años después fui en una avioneta de 8 plazas hasta la remota localidad de Maripasoula, en plena selva amazónica, para conversar con mis lectores adolescentes. En ambos casos me encontré la mayor diversidad étnica: aborí­genes, descendientes de esclavos africanos fugitivos, franceses -metropolitanos , emigrantes brasileños o de Surinam y refugiados polí­ticos hmong (minorí­a étnica de Vietnam).

Un mundo de ferias

Por lo general, me invitan a paí­ses donde mis libros han sido publicados; pero también participé en la Feria Internacional del Libro de Tesalónica sin haber sido traducido al griego, para un taller con estudiantes de francés que habí­an trabajado con alguno de mis libros o se aprestaban a hacerlo. Varias paradojas viví­ en la Feria Internacional del Libro de Panamá, dedicada a Francia en 2012. Viajé como escritor francés, pero evidentemente aventajado por mi abundante bibliografí­a en castellano... casi totalmente ausente del mercado local. Finalmente, no hice actividad alguna en francés, pero vendí­ todos mis libros galos, mientras ofrecí­a varios talleres y conferencias a chicos y adultos panameños.

Vaya a donde vaya, suelo llevar algún ejemplar de mis libros traducidos. Si no tiene nada de raro que alguien se interese en un tí­tulo en lenguas internacionales como el castellano, el francés o el inglés, también me ha ocurrido que en el pequeño salón de algún perdido rincón de Francia haya quien adquiera mis libros en portugués o euskera. La dificultad de encontrar ediciones en lenguas extranjeras, incluso en las librerí­as de las grandes capitales, en este mundo de emigrantes que es el nuestro, explica probablemente la cuestión.

Menos glorioso es cuando te invitan a un evento donde tus libros no están ¦ o apenas. Y no consigues saber si es que los organizadores no hicieron la divulgación necesaria, si las librerí­as se ahorraron la gestión o si tus editores no respondieron como debí­an (aunque luego te descataloguen un libro porque se vende mal). Me ocurrió en el Encuentro de la Palabra, en Puerto Rico, que sin ser propiamente una feria del libro, incluye la venta de ediciones principalmente locales, pero no solamente. De mis 25 tí­tulos solo hallé los de Ediciones SM (los dos que tengo actualmente en su catálogo e incluso el que me descartaron hace tres años). Algo similar pasó en Medellí­n, a donde llegué para conferencias y talleres en el XXII Seminario Internacional de Literatura Infantil, en el XXI Juego Literario y en el no-recuerdo-cual Encuentro de Abuelos Cuentacuentos. Fui acogido con excepcional cariño e interés, pero en la Feria del Libro, donde estaban presentes varios de mis editores, solo encontré un triste tí­tulo en una mesa de saldos. Es otra incongruencia de la época; cuando cualquier librerí­a virtual te garantiza el enví­o, a corto plazo y bajo costo “o gratis “ de cualquier libro publicado en cualquier lugar del mundo, el comercio tradicional es incapaz de asegurar un puñado de obras de un escritor invitado varios meses antes a un evento público, a veces altamente concurrido.

Es que la promoción del libro y la lectura todaví­a arrastra el viejo sueño del -derecho a la cultura  y algunas meritorias y lúcidas instituciones sienten una especie de vergüenza en asegurar la venta de ejemplares. No hay duda de que las bibliotecas y las escuelas participan en el fomento de la lectura, pero ¿cómo concebir un lector verdadero sin contacto directo y permanente con los libros? ¿Cómo desarrollar un hábito de lectura sin poseer una biblioteca propia, por modesta que sea? Una feria del libro no puede confundirse con las rebajas postnavideñas ni con el mercadillo de frutas y hortalizas de la esquina, pero tampoco con una jornada -puertas abiertas  de la Biblioteca Nacional. Cultura y Mercado no tienen más remedio que entenderse, o andarán cada uno por su lado... para prejuicio sobre todo de la primera.

Por algo el dios greco-romano de los escritores fue Hermes/Mercurio, el mismo que presidí­a los destinos de los comerciantes (y los ladrones... pero este es otro tema).

Entre tanto, las ferias y salones del libro, como he podido comprobarlo en los más diversos puntos de Europa y América, son la mejor conjunción imaginable entre el mercado y la cultura literaria.