'La otra cara del sol', de Gloria Cecilia Dí­az. México DF: Ediciones SM, 2007.
  • 'La otra cara del sol', de Gloria Cecilia Dí­az. México DF: Ediciones SM, 2007.

Para una lectura de Gloria Cecilia Dí­az

Leonardo Torres Londoño

Antes que nada debo decir que no soy un lector de literatura juvenil, por lo consiguiente, poco sé acerca de sus preocupaciones, ámbitos o logros. Mis lejanos recuerdos de lector que abandonaba el mundo maravilloso de los cuentos de Grimm o de Perrault al salir de la niñez, me llevan por entre las páginas de las cartillas de lectura y los dos libros que más recuerdo: La isla misteriosa y Veinte mil leguas de viaje submarino del inevitable Julio Verne, que me causaron gran impresión. Hago esta salvedad para poner de relieve el alto grado de subjetividad y de atrevimiento que supone acercarse así­ a la obra de Gloria Cecilia Dí­az. 

De ella he leí­do tres libros: El sol de los venados (SM, 1993), La otra cara del sol (SM, 2007) y í“yeme con los ojos (Anaya, 2000). Yo sé, por habérmelo contado ella misma, que una de las cosas más apreciadas en sus libros es el punto de vista adoptado en sus narraciones, el logro de ponerse a la altura de un(a) preadolescente que cuenta su propia vida, en particular en El sol de los venados y en La otra cara del sol, pero no sólo en ellos. No es difí­cil percatarse de lo mucho que hay de la propia autora en su obra, en particular en estos dos relatos. El nacimiento a la vida de su protagonista debe de ser una adaptación, apenas trastocada por los gajes de la literatura, de la niña que fue Gloria Cecilia Dí­az. Allí­ está su entusiasmo, su amor por los libros, por la imaginación, su apetito por el mundo y la comprensión de su marcha, su sensibilidad, sus aprehensiones, sus innumerables preguntas acerca del comportamiento, a menudo extraño, de los adultos, así­ como su capacidad para entrever y "comprender" las fallas de las personas grandes que rodean a sus personajes-narradores.

Por lo general, cuando se es adulto, al penetrar en una obra juvenil nuestra sensibilidad trata de blindarse ante toda emoción posible aunque la obra nos remita a alguno que otro fragmento de nuestra propia historia. Tomamos cierta distancia analí­tica de personas mayores, serias, como un filtro que nos pusiera al abrigo de un retorno súbito de la sensibilidad adolescente que con tanto ahí­nco hemos intentado dejar atrás.

Pues bien, si Gloria Cecilia Dí­az logra quebrar esta coraza, se debe tanto a la ambigüedad de la voz narradora como a la del tiempo del relato. Me explico: a mi parecer, el punto de vista adoptado va más allá de la visión convenida de una niña-adolescente; en realidad se trata del punto de vista adulto que todo niño posee y que viene a reflejarse en el niño que cada adulto conserva, suscitando así­ una emoción particular. Encuentro que ha de darse en el autor, en el proceso de escritura, y viene a repetirse, a hacer eco, en la intimidad del lector.

A esto se suma una doble ambigüedad en la que, quizás, resida la clave; si, por una parte, resulta difí­cil establecer la edad de la narradora, a pesar de algunos indicios, el tiempo del relato tampoco parece determinado. Una oscilación constante entre el pasado y el presente refuerza este sentimiento. ¿Cuándo escribe Jana, con respecto a lo relatado? ¿Qué edad tiene al escribir? Es algo que aparece, por ejemplo, desde la primera página de La otra cara del sol: "Me di cuenta de que también habí­a algo apacible dentro de mí­. Tres años atrás me habí­a dicho: que pase rápido el tiempo para no sentir esta pena tan terrible" (aludiendo a la muerte de su madre en El sol de los venados) y unas lí­neas más allá: "Sé que lo dijo con rabia...", una frase donde el presente dilata el tiempo del narrador ¿hasta cuándo? (y los ejemplos pueden multiplicarse). Estas frases, esta presencia intermitente del presente, deja suponer que la continuación de la vida de Jana va a ser narrada desde un hoy próximo a los hechos, sólo que ese presente goza de una gran elasticidad, la narradora podrí­a ser, por momentos, una Jana adulta. Del mismo modo, muchí­simas de las reflexiones que florecen en el texto resultan atemporales, no sabemos si pertenecen a la voz narradora (una Jana de edad indefinida que vuelve sobre su pasado) o si pertenecen a la niña-personaje que empieza a salir de su infancia.

En este juego de indeterminación, creo, reside parte del secreto de fabricación y del manantial de emociones. El autor se instala en el tiempo de la evocación, reencuentra su voz de niña (la voz principal) pero sin dejar de ser el adulto preexistente en la protagonista. La madurez que sentimos, a menudo, en su visión de las cosas, en su incesante inquietud, es, a la vez, la del adulto y la de una niña enfrentada a las dificultades de la vida. La literatura le permite a Jana formular lo que quizás no sabí­a o no podí­a formular con tanta claridad en la época de los hechos, pero se trata de un punto de vista humano, más allá de toda edad; no es un punto de vista "infantil", no, porque, sin duda, Gloria Cecilia sabe muy bien que no hay nada más serio que un niño.

Así­ las cosas, no es difí­cil que se le ablanden al lector sus defensas y comparta sin complejos las vicisitudes de la vida con Jana a través de los fragmentos de vida con los que nos regala. En realidad no sólo hallamos en la voz de Jana ecos de la voz de nuestra infancia, reencontramos, sobretodo, la voz de la sabidurí­a a la que aspira y alcanza todo niño y que, tantas veces, perdemos por el camino de la vida adulta.