Abuela cuenta cuentos por Skype

Irene Vasco

Abril tiene cuatro años y ya sabe leer en inglés y en castellano. Benjamí­n tiene dos años y pronto hablará bien en los dos idiomas. Viven en Ithaca, Nueva York. Sus padres son colombianos, así­ como sus bisabuelos, tí­os, primos y abuelos.

La abuela vive muy lejos, en su paí­s. Quisiera abrazar a los niños pero no es posible. Lo que sí­ es posible es que ayude a Abril y Benjamí­n a instalar dentro de ellos el castellano, la lengua materna, la de la cultura familiar. La abuela quiere estar cerca de sus niños ausentes y busca una alternativa para abrazarlos con la palabra, con la narración, con la poesí­a, para cumplir a cabalidad con su obligación de transmisora. El Skype es su solución.

Cada semana hay reunión familiar a la hora del desayuno dominguero. Emiliano, Jerónimo y Antonio se asoman a la pantalla del computador de la abuela, en Bogotá, y se conectan con sus primos hermanos que viven en los Estados Unidos para ponerse al dí­a en chistes, bailes, canciones. Se hacen muecas, demuestran sus habilidades, juegan un poco.

El abuelo también hace su parte: saluda, dice unas palabras cariñosas y desaparece de la escena.

Llega por fin el momento que la abuela espera. Abril y Benjamí­n se sientan muy quietecitos en su escritorio de Ithaca y la abuela comienza la sesión de cuentos en Bogotá. En su mesa tiene dos o tres libros que ha escogido para este dí­a. Eso sí­, sabe que su selección puede cambiar rápidamente: sus nietos son lectores formados, con criterio propio, con gustos establecidos. Con seguridad harán variaciones a su repertorio pidiendo un libro leí­do un domingo anterior. Las repeticiones bajo solicitud le confirman a la abuela que sus lecturas previas han sido aprobadas.

La abuela pone el libro frente a la cámara. Lee despacio, mostrando las ilustraciones. Espera las reacciones de Abril y de Benjamí­n, que no se hacen esperar: Benjamí­n corre a buscar un monstruo de peluche apenas ve que Max llega a donde viven los monstruos. Abril pide que le alcancen su libro de Elmer, en inglés, y lo muestra con orgullo mientras la abuela lee. Cuando quieren, intervienen con comentarios o con rugidos. No despegan la atención.

Luego, con su desafinada voz, la abuela canta. No importa que los adultos la critiquen. Ella sabe que su obligación es la de transmitir la cultura materna a estos niños que andan lejos de su paí­s. Así­ no habrá desarraigo. Así­ se sentirán tan colombianos como sus primos cuando se reúnan en vacaciones. Su mundo será más amplio, en dos lenguas, en dos formas de relacionarse con el universo. Esa será una ventaja.

Pero para la abuela lo importante es que Abril y Benjamí­n no pierdan el contacto con la familia, con el equipaje lingüí­stico y cultural que se entrega a través del afecto y que se nutre de encuentros, juegos, canciones, lecturas y risas.

Mientras llega la hora del encuentro real, con abrazos prolongados, el ciberespacio es el mejor aliado de una familia que está y no está reunida. Los desayunos domingueros seguirán siendo para todos, a la misma hora. A la abuela le parece mentira pero termina por aceptar que así­ es, solo cuestión de vida moderna.

¿Qué cuentos leerá la abuela este domingo? Se aceptan sugerencias.