'Historia de la literatura infantil española', de Carmen Bravo Villasante. Madrid: Editorial Escuela Española, 1985.
  • 'Historia de la literatura infantil española', de Carmen Bravo Villasante. Madrid: Editorial Escuela Española, 1985.

Carmen Bravo-Villasante, mensajera de las hadas

Manuel Peña Muñoz

Una de las personalidades más interesantes de las letras españolas ha sido la de Carmen Bravo-Villasante, autora de múltiples libros y especialista en literatura infantil y juvenil. Nació en Madrid en el barrio de los Austrias, entre el convento de la Encarnación, el Teatro Real y el Palacio de Oriente. Todo este entorno arquitectónico de aspecto señorial, le dio desde niña una especial predisposición hacia el mundo estético. Por otro lado, el ambiente familiar formó también su personalidad artí­stica y modeló en ella una sensibilidad literaria.

Su padre era óptico y tení­a una tertulia diaria en la casa con intelectuales y artistas de la talla de Enrique Lafuente Ferrari, el escultor Asuara, el arquitecto Mercadal, el torero Joselito y otros tertulianos amigos de Miguel de Unamuno y Pí­o Baroja. Sentada en un sillón, escuchaba las conversaciones que giraban en torno a la literatura, los libros de arte, la pintura y el teatro.

Su madre era ama de casa, pero era socia del famoso Lyceum Club Femenino que funcionaba como los clubes ingleses, con mucha actividad cultural y al que asistí­an muchas escritoras y mujeres de escritores, como Marí­a Baeza, Victorina Durán, las esposas de Juan Ramón Jiménez, de Martí­nez Sierra y de Enrique de Mesa. Este ambiente cultural de la primera mitad del siglo XX en el que se moví­a su madre le dio un sentido de la independencia de la mujer respecto al mundo intelectual. También ella podí­a cultivar una personalidad en el camino del pensamiento y la literatura. Por eso, desde joven se aficionó a la lectura, tomando libros de la inmensa biblioteca familiar en la que estaban las obras de Unamuno, Baroja, Marañón, Azorí­n... todos los clásicos españoles y europeos que le dieron una formación en el cultivo de la belleza y el buen uso de la palabra.

Allí­ aprendió a manejar libros bellos, a extasiarse con las ilustraciones, con los cantos dorados, con las viñetas... Sabí­a que en aquellas páginas podí­a encontrar un mundo hermoso en el que podí­a refugiarse y ser feliz a solas, especialmente leyendo los cuentos de los hermanos Grimm y de Hans Christian Andersen, su favorito. “Siempre me gustó leer”, decí­a. “A ser posible con paisaje al fondo”.

Realizó sus primeros estudios en el Colegio Francés para pasar después al Instituto-Escuela, uno de los más avanzados de la época, pues no tomaban exámenes, se estudiaban varios idiomas, se practicaban deportes y se hací­an excursiones donde aprendió a observar la naturaleza. En este ambiente culto leyó en francés “Cenicienta”, de Perrault, y de inmediato se sintió fascinada por la magia de la literatura infantil. Sabí­a que estaba predestinada por las hadas a escribir libros en torno a palacios encantados y castillos de Irás y No Volverás.

Más tarde inició estudios universitarios, doctorándose en Filosofí­a y Letras, con una tesis sobre “La mujer vestida de hombre en el teatro español del Siglo de Oro”, editada más tarde en la Revista de Occidente de Madrid. Apasionada de la cultura alemana, se especializó en filologí­a germánica, publicando sus primeros artí­culos sobre Karl Vossler y Rainer Marí­a Rilke, en 1945.

A partir de esta fecha, su actividad literaria serí­a incansable. Dictó conferencias, escribió artí­culos para la prensa, redactó prólogos, tradujo cuentos, publicó libros, rescató novelas olvidadas y se relacionó incansablemente con el mundo cultural de España, de Europa y de América, asistiendo a los congresos y ferias del libro de Frankfurt y de Bratislava, de donde regresaba siempre cargada de libros novedosos que habí­a descubierto.

Cultivó extensamente el género de la biografí­a, interesándose de manera especial en personajes literarios del siglo XIX. Es que ella misma era una mujer romántica. Por eso, no vaciló en identificarse con aquellos artistas decimonónicos, llenos de í­mpetu, espiritualidad y valor. Escribió Vida de Bettina Brentano (1959), con prólogo de Dámaso Alonso, la historia de una mujer avanzada para su época, ya que fue la primera mujer periodista que le hizo una entrevista a Beethoven. Luego se sintió atraí­da por Juan Valera, indagando en torno a su pensamiento humanista, a su personalidad, a su concepción de la vida, a su concepto de Andalucí­a y a su faceta como diplomático. De aquí­ resultó Biografí­a de Juan Valera (1959), a la que siguieron Emilia Pardo Bazán, vida y obra (1962) y Una vida romántica: la Avellaneda (1967). Se interesó, más tarde, en la apasionante vida de Pushkin, en sus amores y en el genio que puso en sus cartas. Tradujo del alemán a los grandes autores del siglo XIX: Goethe, Heine, E.T.A. Hoffmann, Hí¶lderlin, Heinrich von Kleist y difundió también sus vidas románticas.

Interesada en el ser humano y en su psicologí­a, indagó acerca de las vidas de varias escritoras a través de sus epistolarios y diarios í­ntimos. Su libro Biografí­a y literatura (1969) da cuenta de sus lecturas y reflexiones en torno a las confesiones y secretos de Emily Dickinson, Willa Cather, Edith Warton, Hilda Doolitle, Edna Saint Vicent Millay y Edith Sitwell, entre otras autoras. Más tarde, cotejó la correspondencia amorosa entre Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán. Se apasionó con las cartas de Madame de Staí«l, con las de Charlotte Brontí«, con las memorias de Cristina de Suecia y con los cuadernos de viaje de Lady Montagu. Como ella y como la emperatriz Elizabeth de Austria, Sissi, Carmen Bravo-Villasante fue una incansable viajera. Serpenteó por el Rhin, admiró las iglesias de estilo rococó en Baviera, visitó Niza, Berlin, Venecia...donde siempre tomaba un aperitivo en el histórico café Florian...

Acudí­a siempre a la Feria del Libro Infantil de Bolonia para reunirse con los editores y para ponerse al dí­a respecto de las nuevas corrientes de la literatura infantil. Allí­ asistí­a siempre a las recepciones literarias en el palacio D´Accurzzio, disfrutando del ambiente teatral de las veladas.

Permanentemente visitaba el Schloss Blutenburg de Munich, el “castillo de los cuentos de hadas”, la Biblioteca Internacional de la Juventud, donde tomaba apuntes para sus investigaciones, curioseaba libros y se reuní­a con coleccionistas de libros infantiles de todo el mundo. También estaba presente en las ferias del libro en el parque El Retiro de Madrid, donde le encantaba firmar libros y conversar con los lectores.

Estuvo en Rusia, en los paí­ses de Europa del Este, en Latinoamérica, en Chipre, en Oslo, en Estocolmo y en muchos otros sitios, donde paseaba por las calles, visitaba librerí­as, frecuentaba los cí­rculos literarios, asistí­a a presentaciones de libros, a estrenos teatrales, a exposiciones de pintura y a conciertos. Era una mujer que siempre estaba al dí­a, interesándose por todo. También le gustaba visitar palacios, museos y las casas de los escritores famosos en una permanente necesidad de satisfacer su curiosidad intelectual y estética.

Su propio vestuario era también exigente y artí­stico. Carmen Bravo-Villasante sabí­a vestirse con distinción, prefiriendo los tonos rojos. Siempre llevaba sombreros llamativos, vestidos de telas finas con estampados de colores vivos y siempre al cuello, como un distintivo personal, un collar de gruesas perlas de una sola vuelta.

Siempre sonriente y teatral, era una conversadora brillante de gran sentido del humor. Sabí­a observar y escudriñar las personalidades de quienes la rodeaban. Atrapaba una frase al vuelo y disfrutaba plenamente de cada situación que viví­a a plenitud.

Se hospedaba en buenos hoteles, prefiriendo siempre los de encanto antiguo. Hablaba idiomas. Gustaba de la buena mesa y de la conversación cordial y amena. Sabí­a hablar de libros, de los buenos salones de té, de los cafés literarios y de las personalidades curiosas a las que captaba inmediatamente con un solo vistazo.

Carmen Bravo-Villasante era viuda. Su esposo habí­a sido ingeniero agrónomo, y con él tuvo cuatro hijos; uno de ellos tuvo a su cargo, por muchos años, la óptica familiar muy cerca de la Puerta del Sol. Su hija Carmen Ruiz Bravo siguió sus pasos literarios, especializándose en literatura árabe y escribiendo ensayos y reseñas sobre este tema. Ella fue la que escribió el capí­tulo “La literatura infantil árabe” en la obra magna de su madre: Literatura infantil universal (1978), dos tomos que reúnen una copiosa información en torno a las letras de todo el mundo destinadas a la niñez. A Carmen Bravo-Villasante le gustaba la música, especialmente las óperas italianas y las de Wagner. Le encantaba el buen cine, especialmente las pelí­culas de Visconti que admiraba por la elegancia de las puestas en escena, la teatralidad de las situaciones y los ambientes históricos. Disfrutaba con el teatro de Pirandello y con la poesí­a de Luis Cernuda y de Vicente Aleixandre.

Su casa de cinco balcones en el quinto piso de la calle Arrieta de Madrid era un verdadero museo de libros antiguos, en su mayorí­a de arte e infantiles de todos los paí­ses y de todas las épocas. En las altas estanterí­as de madera, se alineaban ediciones históricas bellamente encuadernadas con lomos de piel y letras doradas en medio de objetos de arte, antigüedades y curiosidades de sus viajes. Allí­, en ese salón iluminado, repleto de plantas y divanes de color amarillo oro, se reuní­a con sus amigos escritores y editores a hablar de los libros que se apilaban por todos los rincones.

Su horario de trabajo era diurno. Le gustaba levantarse temprano y trabajar hasta el mediodí­a. Luego de almorzar, descansaba. “Después de comer, ni un sobre leer”, solí­a decir con una sonrisa. Luego continuaba trabajando por la tarde. A veces salí­a a investigar a las bibliotecas y regresaba a su mesa, que siempre estaba llena de papeles y revistas literarias.

Le gustaba escribir sus libros a mano, con pluma fuente, en unos cuadernos grandes, con una letra un poco ladeada y siempre con tinta azul. Cuando escribí­a, siempre se iba inclinando un poco a mano derecha, dejando amplios márgenes en la parte inferior de la página. Así­ también escribí­a sus cartas y tarjetas postales desde los rincones que visitaba alrededor del mundo o desde su refugio en Santander, en la playa El Sardinero, donde solí­a pasar todos los veranos.

Era una mujer que jamás abandonó a sus amistades lejanas y pese a su constante actividad, se daba tiempo para responder cartas, contando de sus libros y viajes, apoyando al escritor lejano o, incluso, dando recomendaciones técnicas por escrito respecto de una edición, con todo detalle. En este sentido, fue una escritora que se preocupó de sus discí­pulos con quienes mantuvo una permanente correspondencia a través de muchos años. Le gustaba ir ella misma al correo y despachar personalmente sus cartas que salpicaba con sellos multicolores. Hasta en este detalle buscaba siempre lo estético.

Fue una mujer generosa, dinámica, llena de vida, conocedora profunda del ser humano y muy independiente. El diseño de su ex libris era precisamente un ángel de alas desplegadas que volaba desnudo sobre el mundo. Liberada de convencionalismo y ataduras, fue una mujer que siguió un camino propio, sin abanderizarse con una postura feminista. “Cada uno que consiga las cosas por su inteligencia, sin esgrimir el sexo como un derecho a nada”, solí­a decir. “Tampoco me gusta ese feminismo de enfrentamiento y repudio a los hombres. A mí­ me encanta estar con los hombres y me encanta trabajar con ellos”.

Amaba la naturaleza y el arte. Sabí­a distinguir los árboles por su nombre y preguntaba siempre cómo se llamaba cada flor o arbusto. Cuando llegaba a una ciudad nueva, siempre pedí­a el periódico local para enterarse del alma del sitio. Disfrutaba con los anuncios, con los rótulos de las tiendas, con la decoración de un escaparate o con la historia de un pequeño restaurante. Todo le parecí­a novedoso y de interés. Y esta curiosidad la trasmití­a a sus alumnos, algunos de los cuales fueron sus discí­pulos y, actualmente, son especialistas en literatura infantil, entre ellos Jaime Garcí­a Padrino, Ana Garralón y Juan Antonio Ramí­rez Ovelar, quien ha completado en Madrid su bibliografí­a en 1991.

Famoso fue su Curso de literatura infantil y juvenil iberoamericana y extranjera, que impartió por muchos años en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid. Este curso fue un semillero de investigadores y divulgadores de la literatura infantil en el ámbito iberoamericano. Profesores, escritores y bibliotecarios de España y América se formaron con ella y aprendieron que el buen libro para niños educa en la escuela de la sensibilidad, de la belleza y del lenguaje.

En Ediciones Cultura Hispánica publicó precisamente Cuentos populares de Iberoamérica (1984), con ilustraciones de Carmen Andrada, que reúne hermosas narraciones de Perú, Costa Rica, Venezuela y otros paí­ses latinoamericanos. Sus libros fueron leí­dos en toda América y dieron pie para que en cada paí­s se escribieran las historias de la literatura infantil y se difundiera el rico folclore de los niños, las tradiciones, las leyendas, los romances...

En América, su obra fue notable pues gracias a su iniciativa, se fundaron en cada paí­s las respectivas secciones del IBBY (International Board on Books for Young People) para divulgar los libros infantiles de alta calidad y estimular la literatura para niños a través de cursos, seminarios, talleres, premios y revistas especializadas.

Como antologadora fue excepcional, publicando hermosas compilaciones de cuentos populares, adivinanzas, rimas, arrorroes, acertijos, oraciones, trabalenguas, canciones de corro y retahí­las. Cada uno de estos libros pioneros fue una verdadera obra de arte, ya que siempre contó con buenos ilustradores y cuidó personalmente de todo el proceso de edición, teniendo siempre grandes afinidades con sus ilustradores, entre ellos con Miguel íngel Pacheco. Entre sus recopilaciones más hermosas figuran Una, dola, tele, catola. El libro del folklore infantil (1976), Adivina, adivinanza (1978), China, china, capuchina (1981), Colorí­n, colorete (1983) y muchos otros.

También fue amiga de sus editores, entre ellos, de José J. Olañeta y de Mallorca, con quien publicó muchos libros, en su mayorí­a facsimilares de los famosos Cuentos de Calleja, con prólogo suyo, o las ediciones completas de textos clásicos como Peter Pan y Wendy, de J.M. Barrie, o El serpentón verde y otros cuentos de hadas, de Madame D´Aulnoy. Estas ediciones han sido bellí­simas, con cubiertas simulando el pergamino y hermosos grabados y láminas.
En el campo del ensayo y la investigación de la literatura infantil, su labor es extensí­sima y referencia obligada para especialistas, destacándose un completo Diccionario de autores de la literatura infantil mundial (1985) y el volumen Ensayos de literatura infantil (1989). 

Su labor como historiadora comprende obras fundamentales en las letras hispánicas, entre ellas, la Historia de la literatura infantil española (1959), una Antologí­a de la literatura infantil en lengua española (1962), una Antologí­a de la literatura infantil universal (1971) y una completa Historia y antologí­a de la literatura infantil iberoamericana (1988), obra única en su género. También publicó los ensayos ¿Qué leen nuestros hijos? (1975) y Dos siglos de libro infantil (1980), entre otros.

Por su vasta obra literaria, recibió importantes distinciones a lo largo de su trayectoria, entre ellas, el premio Fray Luis de León por su trabajo como traductora y el Premio Nacional de Literatura Infantil en 1980 por su labor de investigación.

Incansable y llena de vitalidad, fue fecunda y optimista hasta sus últimos dí­as. Estando en Dinamarca en abril de 1997 con motivo del premio Andersen, se sintió repentinamente mal y tuvo que ser hospitalizada de urgencia. Allí­ la visitaron sus amigos internacionales que estaban en Copenhague con motivo del premio y que eran entusiastas, como ella, del buen libro infantil; entre ellos, el canadiense Ronald Jobe, especialista en literatura infantil y quien fuera presidente del IBBY. Con ellos habí­a departido en muchas ocasiones en diversos paí­ses hablando siempre de libros infantiles.

Nunca la dejaron sola y la acompañaron hasta que regresó a Madrid a cuidarse junto a los suyos. Su hija Carmen la acompañó siempre y la llevaba, aún pocos dí­as antes de morir, a reuniones literarias para planificar revistas y organizar artí­culos especializados. Pese a que estaba decaí­da, nunca faltó a sus compromisos y siguió escribiendo con entusiasmo. La literatura y el arte la mantení­an viva.

Su fallecimiento meses más tarde causó gran conmoción entre quienes la querí­an y la estimaban como una persona de gran capacidad intelectual y simpatí­a humana. Recibió un homenaje póstumo en el Congreso de IBBY, en Sevilla, en 1998, en el que seguramente le hubiese gustado estar.

Actualmente, su importante biblioteca personal ha pasado a formar parte de la Universidad de Castilla-La Mancha. Todos sus magní­ficos libros antiguos y modernos están ahora situados en el campus de Cuenca, dependiente del CEPLI (Centro de Estudios de Promoción de la Lectura y Literatura Infantil) para servir a los futuros investigadores y crí­ticos.

Quienes la conocimos y tuvimos el privilegio de tratarla podemos dar fe de que era una persona de gran riqueza interior, entregada de lleno a su profesión, gran apasionada de los libros bellos y dedicada por entero a la literatura. Ha dejado una huella importante en las letras españolas y un recuerdo muy bello entre quienes fuimos sus discí­pulos y amigos.

Estamos seguros de que desde otra galaxia o cuando menos, desde el territorio mágico de las hadas, Carmen Bravo-Villasante, que creí­a en los duendes y en las sirenas, sonrí­e y escribe con tinta azul un nuevo libro de fantasí­a y asombro para que se entretengan los ángeles...

Artículo puesto en línea en julio de 2000.