Ilustración de Gustavo Doré, 1867.
  • Ilustración de Gustavo Doré, 1867.

Caperucita dialoga con el lobo en el bosque de la diversidad

Carlos Rubio

Con sorpresa y admiración, los estudiantes del curso Literatura infantil en la educación primaria de la Universidad de Costa Rica leyeron el cuento -Caperucita Roja , escrito por el francés Charles Perrault y publicado, por primera vez en 1697, en su célebre libro Cuentos de antaño con sus moralejas, considerada obra fundadora de la literatura dirigida a niños y jóvenes en Occidente. ¿Cómo puede ser posible que un relato, dicho y repetido tantas veces, como preámbulo del sueño, por bondadosas madres o afables abuelas se refiera al crimen, al horror, a la sangre? ¿Puede esta historia, que ha pervivido en los labios de bienintencionadas maestras, encerrar con violencia, el repentino encuentro con la sexualidad?

Fue tanta la exaltación que se vivió en la clase con la lectura del breve cuento, que fue necesaria la inversión de más de una hora en el diálogo para develar, a manera de un secreto, sus posibles orí­genes: las raí­ces que podrí­an encontrarse en textos bí­blicos o en mitos griegos y latinos.

Coincido con Goldin (2006) en que los escritos literarios y, especí­ficamente, los cuentos de hadas son más que sencillos relatos dedicados al entretenimiento o textos alternativos para -ilustrar  los hallazgos de cientí­ficos sociales. Más allá de representar, como lo dijera Bettelheim (1976), discursos en los que se puede estudiar la atemporalidad de las estructuras psí­quicas, los cuentos de hadas cumplen, por sobre todo, su función de llevarnos a la ensoñación y al disfrute, y también pueden ser -fuentes de singular valí­a para el conocimiento histórico . Darnton (citado por Goldin, 2006, p. 42), expresa: -Los cuentos de hadas son, de hecho, documentos históricos. Han evolucionado durante muchos siglos y han adoptado varias formas en diferentes tradiciones culturales. En vez de expresar el funcionamiento inmutable del ser interior del hombre, sugieren que las mentalités han cambiado .

Fundamentado en el hecho de que Caperucita Roja es un documento en el que se puede leer la historicidad, presento, a manera de una tesis, que más se parece a un pacto de lectura, la proposición de que en este cuento se entrecruzan los hilos de diversas culturas, y una evolución del concepto de niño. El texto es un tejido debidamente ajustado, semejante a la delicada prenda roja que creara la ficticia abuela del cuento, para cubrir la cabeza de su nieta, una niña que fue enviada a atravesar un bosque repleto de acertijos y de enigmas: el bosque que todos los seres humanos recorremos para encontrarnos con la razón de ser de nuestros anhelos, con la contención y el desamarre de las pasiones y los deseos sexuales.

Según su etimologí­a, la palabra -infancia  se origina en la voz latina infantia, la cual significa -mudez . Así­ como lo explican Gosio (1990) y Goldin (2006), se trata del participio presente del verbo fari. In, al igual que en español, es una negación, y fante quiere decir -puede hablar . Por tanto, un infante es un -no hablante . Por supuesto, no se sobreentiende que los niños, en la antigüedad, no articularan palabras, más bien se trataba de que no eran escuchados. Así­, se verá que en las versiones más antiguas de Caperucita Roja, la niña no expresa sus deseos, guarda un intolerable silencio, mientras que, en las escrituras más recientes, expresa sus sentimientos y toma decisiones. De esa forma, también se podrí­a decir que este cuento también es un documento que trata acerca de la evolución del concepto de la infancia.

Las dos versiones más conocidas de Caperucita Roja son: la que publicara Perrault en 1697, en la corte de Versalles, y la que dieran a conocer los hermanos Grimm, en Alemania en 1812. Debe anotarse que, entre los dos textos, no sólo median dos espacios geográficos y polí­ticos muy distintos, pues el primero es el del cortesano palacio francés de Luis XIV, también llamado Rey Sol, quien deseaba desconocer que se agitaban los vientos de la Revolución, y el segundo es el de los dos hermanos nacidos, casi un siglo después, en Kassel, Alemania, estudiosos del Derecho en la Universidad de Marbug, pioneros y abanderados de las ciencias germaní­sticas y recelosos del avance del Imperio napoleónico francés.

Posiblemente, Jacob y Wilhelm Grimm nunca habrí­an deseado que sus nombres aparecieran, en antologí­as ni estudios, junto con el de un francés cortesano como Perrault, pero, no podemos atender sus demandas. Ellos están, como lo han hecho en infinidad de publicaciones, juntos hoy otra vez: Perrault y los hermanos Grimm, cuyas escrituras de Caperucita Roja median con 115 años de distanciamiento. Los recopiladores y biógrafos de Caperucita son Perrault y los Grimm, aunque en el siglo XX han proliferado reescrituras y relecturas de este cuento. De hecho, Perera Santana (2002) hace un cuidadoso acopio de las múltiples versiones que de este cuento se crearon en el siglo XX, en el artí­culo -Caperucita Roja en la literatura infantil y juvenil (LIJ) contemporánea .

í‰rase una vez una niña de pueblo ¦

En este ensayo, me ocuparé de las versiones antiguas. En la que Perrault (1987) diera a conocer en 1697 se cuenta que la madre le encarga a su hija, -la más bonita del pueblo , llevarle tortas y un tarrito de mantequilla a la abuela que vive en otro pueblo. La progenitora habí­a encargado la elaboración de una caperuza roja, la cual le quedaba tan bien a la niña, que en todas partes la llamaban Caperucita Roja.

En el bosque se encontró con el compadre Lobo, quien tuvo ganas de comérsela ahí­ mismo, pero no lo hizo porque sabí­a que por el monte andaban algunos leñadores. Así­ que conviene con la niña que ella se vaya por un camino, y él por otro.

El lobo llega primero a la casa de la abuela, finge la voz de la nieta, entra a la casa y la devora en un santiamén. Satisfecha su hambre, se acuesta en la cama y espera a que la pequeña llame a la puerta.

Haciéndose pasar por la abuela, el lobo la invita a entrar. Caperucita se desnuda y se mete en la cama y se queda -muy sorprendida de ver cómo era su abuela en camisón . Inicia de esa manera, el reconocido diálogo:

“¡Abuelita, qué brazos más grandes tiene!
“Son para abrazarte mejor, hija mí­a.
“¡Abuelita, qué piernas más grandes tiene!
“Son para correr mejor, hija mí­a.
Así­, continúa la conversación, hasta que Caperucita pronuncia:
“¡Abuelita, qué dientes más grandes tiene!
“¡Son para comerte!
Y diciendo estas palabras, el malvado Lobo se arrojó sobre Caperucita Roja y se le comió. (Perrault, 1987, p. 115).

Terminado el cuento, y tal como se acostumbraba en su época, Perrault creó una moraleja en verso. Es menester aclarar que un académico de la Corte de Versalles, como era el abogado Perrault, se atrevió a una verdadera osadí­a: la de componer un cuento en prosa y no en verso, como se esperarí­a de un hombre de su jerarquí­a. Agreguémosle el hecho de que este relato ya era contado por campesinos carentes de educación y que, en la jerga de su época, era tratado como un -cuento de viejas .

En su moraleja versificada, este escritor francés expresa que los adolescentes, y más las jovencitas, corren el riesgo en oí­r a ciertas gentes -y que no hay que extrañarse de la broma / de que a tantas el lobo se las coma . Reafirma que animales como el lobo -sin ruido, sin hiel, ni irritación / persiguen a las jóvenes doncellas / llegando detrás de ellas / a la casa y hasta la habitación , con lo cual deja explí­cita la estudiada interpretación de lo que podrí­a significar el ser devorada por el lobo, el encuentro sexual entre un hombre y una niña o muchacha, que aún se encuentra bajo la tutela materna.

Ciento quince años después, los hermanos Grimm (1977), tratando de disimular su distanciamiento de su antecesor francés, hicieron su versión de Caperucita Roja. Digo que trataron de disimular la familiaridad de la niña francesa con la alemana, porque una de sus principales informantes de los cuentos que recopilaron fue la señora Viehmann, tal como lo refiere Ruzicka Kenfel (1996), y aunque a Jacob y a Wilhelm no les agradara, esta mujer tení­a ascendencia francesa. Y puede que, debido a ello, la Caperucita de Perrault mantiene marcadas diferencias con la que se publicó en Alemania en 1812.

Los hermanos Grimm describen que la abuelita le regaló a su nieta una gorrita de terciopelo rojo. La niña nunca se quitaba la prenda, por eso la gente la empezó a llamar Caperucita Roja.

La madre le encarga a la niña llevar a la abuela, quien se encuentra -mala , un pastel y una botella de vino. En el bosque se encuentra con el lobo. Este animal la convence para que la niña recoja flores, mientras tanto, él se adelanta y llega a la casa de la abuela. Sin ninguna contemplación, se la engulle entera. A diferencia de la versión francesa, la niña expresa sentimientos de duda y extrañeza (recuérdese la etimologí­a de la palabra infancia y su relación con la nula expresión de la palabra hablada: la mudez. Ya en el siglo XIX era posible que un niño fuera, por lo menos, escuchado). Al entrar a la habitación, piensa: -¡Qué raro! No sé por qué estoy asustada, con lo que me gusta venir a la casa de la abuela .

El lobo se encuentra en la cama, muy tapado, con el gorro de dormir de la abuela metido hasta las orejas. Así­ inicia el consabido diálogo, ya descrito en párrafos anteriores: -Abuelita, ¡qué orejas más grandes tiene! . En el momento en que el lobo se levanta de la cama y grita: -¡Para comerte mejor! , se traga a la niña de un bocado. Satisfechos sus deseos, se acuesta en la cama a dormir. Tan fuertes son sus ronquidos, que llaman la atención de un cazador que camina por los alrededores. El hombre ingresa en la casa y piensa en matar a la bestia de un tiro, pero piensa en la posibilidad de que el lobo se haya engullido a la abuela, por lo que decide abrirle la panza a tijeretazos. La abuela y la nieta salen vivas del interior del oscuro estómago. Caperucita decide rellenar, con piedras grandes, la barriga de su agresor.

Cuando el lobo se despierta, desea correr, pero es tal el peso de las piedras, que cae al suelo y muere. Todos se contentan con el final de la historia. La abuela se come el pastel, se bebe el vino y se mejora, y su nieta concluye diciendo: -Ya no volveré a desobedecer a mi madre, y no saldré del camino cuando vaya al bosque .
Por supuesto, los editores, en múltiples libros que reproducen o deforman, a su conveniencia, el cuento milenario, han preferido apostar sus inversiones a la Caperucita Roja de los hermanos Grimm, pues la protagonista termina victoriosa el cuento, y se disimulan las evidentes connotaciones sexuales de la versión de Perrault, lo cual lo hacen, en palabras de Montes (1999), un cuento deliciosamente truculento y pasional.

¿Qué sustento hace que este cuento nos encante, a pesar de que perviva la posibilidad de leerlo como la agresión fí­sica, sexual y psicológica de un mayor hacia una menor? ¿Será que existe en la memoria de las culturas desde tiempos antiguos? ¿Lo habremos percibido en antiguos relatos bí­blicos?

Caperucita engullida por un lobo y Jonás, por un pez

Así­ como la madre le encarga a Caperucita que cumpla con la misión de llevar tortas y un tarrito de mantequilla (según Perrault) o un pastel y una botella de vino (según los hermanos Grimm) a la abuelita enferma, Dios le encarga a Jonás que se dirija a la ciudad de Ní­nive a anunciar su destrucción (podemos colegir que se trata de una ciudad -enferma ), tal como se refiere en Jonás 1:1-2 (versión Dios habla hoy). Pero, el hombre no desea cumplir el encargo de su padre (Dios), y navega en un barco en plena tempestad. Sabiéndose responsable del enojo del Creador, prefirió lanzarse al mar, donde se encontró con un pez, que se lo tragó, así­ como el lobo devora a la niña. -Y Jonás pasó tres dí­as y tres noches dentro del pez  (Jonás 1:3-17).

Quien actúa como embajador de Dios, sin estar muy convencido de su misión, ora dentro del estómago del pez: -Me hundí­ hasta el fondo del abismo, ¡ya me sentí­a su eterno prisionero!  (Jonás, 2:6), así­ que -el Señor dispuso que el pez vomitara a Jonás en tierra firme  (Jonás 2:10), de manera semejante a como el leñador, después de dar tijeretazos en la panza del lobo, logra sacar vivas a la abuela y a la niña. La ciudad de Ní­nive se arrepiente de haber desobedecido a Dios. Sus habitantes ayunan y se visten con ropas ásperas en señal de dolor y logran, de esa manera, evitar su destrucción y su muerte (Jonás 3:1-10), de la misma forma que la abuela, en la versión de los hermanos Grimm, recupera su salud, y hasta puede disfrutar del pastel y de la botella de vino.

Podrí­a ser que los pueblos occidentales, influidos por la tradición judeocristiana, establecieran las relaciones intertextuales entre un antiguo cuento de hadas y un relato antiguotestamentario, divulgado en sinagogas e iglesias, pero, ¿podrí­a haber existido, también, Caperucita en las tradiciones griegas y latinas?

Hay un lobo en el bosque de la historia

No es nuevo el hecho de que un ser se engulla a niños de un solo golpe. Page (1990) y Colomer (1996) recuerdan cómo, en la tradición griega, Cronos devora a sus hijos por temor a ser destronado (y Goya supo plasmar ese horror en su lienzo, en 1823). Sin embargo, González Marí­n (2003), investigadora de la Universidad de Salamanca, hace referencia a dos antiguos mitos: uno griego y otro latino, los cuales merecen especial atención.

Según González Marí­n (2003), el poeta Pausanias escribió en el siglo II la obra Descripción de Grecia, en la cual figura el excursus 6, 6, 7-11, el cual se puede narrar de la siguiente manera:

Odiseo y sus hombres llegaron a la Temesa, ciudad de Sicilia. Uno de los tripulantes, borracho, viola a una virgen. Los habitantes del pueblo le impusieron la lapidación como castigo. Mas, su espí­ritu continuó molestando a la población, por lo que Apolo, por medio de un oráculo revelado a Pitia, recomienda que construyan un santuario para honrar al violador. De la misma forma, y siguiendo las instrucciones divinas, deben ofrecerle, año tras año, como sacrificio, a una doncella.

El poeta Calí­maco, del siglo III a. C., (referido por González Marí­n, 2003), precisa que se trataba de una -desfloración ritual : -la muchacha era conducida al santuario y al dí­a siguiente sus padres iban a buscarla y la llevaban de vuelta a casa convertida de niña a mujer . La pérdida de la virginidad (o el derramamiento de la sangre) era parte del sacrificio.

Para cumplir con el rito, una virgen serí­a sacrificada al temible espí­ritu. Sin embargo, Eutimo, campeón de pugilato en los Juegos Olí­mpicos del 476 a. C., entra, por curiosidad al santuario para mirar a la doncella. Quedó absorto por su belleza, así­ que le prometió salvarla y hacerla su esposa. El atleta combatió al espí­ritu y lo arrojó al mar -nunca más volvió a molestar a los habitantes de Temesa-, y se casó con la joven salvada de tan ominoso sacrificio. Pausanias explica que ha visto una pintura en la que se describe esta historia. El violador o el espí­ritu es representado como un ser negro, cubierto con piel de lobo. Al pie de su figura aparece su nombre: Licas, palabra que etimológicamente tiene relación con la palabra griega que significa lobo.

Existe un relato latino bastante parecido al griego, también recopilado por González Marí­n (2003). Este fue escrito por Antonino Liberal en el siglo II d. C. En este caso, la ví­ctima es un muchacho, un doncel. Su agresor no es un espí­ritu disfrazado de lobo, sino un monstruo femenino llamado Lamia. Si bien, el argumento del relato es similar al anterior, debe decirse que al joven, destinado al sacrificio, le cubrí­an la cabeza con unas guirnaldas. A pesar de que Liberal no indica el color de las guirnaldas, González Marí­n (2003) señala que a las novias romanas, quienes eran conducidas a la boda, se les cubrí­a con un velo llamado flammeum, cuyo nombre invoca el color del fuego. Por eso, se puede conjeturar que el doncel llevaba guirnaldas color rojo, color fuego.

Un hombre ve pasar al muchacho y se enamora de él “esta es una historia de amor homosexual “, así­ que le arrebata las guirnaldas, se las coloca a sí­ mismo, vence a la Lamia y se une al mancebo salvado del sacrificio.

De esta manera, podrí­an leerse estos antiguos discursos como relatos que dan origen al cuento Caperucita Roja. En el texto griego referido por Pausanias, se presenta el encuentro de la virgen con un hombre-lobo, así­ como su salvación o redención por parte de un personaje masculino, quien es campeón del pugilato, o bien un leñador, tal como lo contaron los hermanos Grimm (1977) en 1812. Por su parte, la historia narrada por Antonino Liberal, señala que el joven imberbe tení­a puestas unas guirnaldas sobre su cabeza, atuendo que se presume, pudo haber sido de color rojo o color fuego, así­ como describiera Perrault (1987), la prenda que la niña usaba en su cuento publicado en 1697.

La imagen del fuego sobre la cabeza, como sí­mbolo de unión con Dios, fue retomada por el cristianismo. En la fiesta del Pentecostés se conmemora la -venida del Espí­ritu Santo  sobre los creyentes que estaban reunidos en un mismo lugar. En Hechos 2:3 se describe: -Y se les aparecieron lenguas como de fuego, repartidas sobre cada uno de ellos , por lo que podrí­a interpretarse que Caperucita Roja es el sí­mbolo de la pureza, de la unión entre un ser terrenal y el Creador.

De un reino donde no todo era encanto

Resulta inverosí­mil pensar, en nuestros dí­as, que se le encomiende a una niña la tarea de atravesar, sola, un bosque lleno de peligros. Todaví­a menos coherente es la idea de que una menor confunda a su abuelita con un lobo, y acepte desnudarse, sin ofrecer ninguna resistencia y compartir el lecho con su agresor.

De hecho, Perrault, descrito por Soriano (1995) como un académico de la corte de Versalles, partidario del arte cristiano moral, alejado del paganismo, un arte que enseñara lo que él llamó -las verdades sólidas , pudo haber visto en Caperucita Roja la oportunidad de alertar acerca de -los peligros del amor , de propiciar un aprendizaje acerca del cuidado de sí­ mismo, de no caer en las trampas de lo que él, en su moraleja versificada, denominó como -lobos melosos , rimado con la frase adjetiva -los más peligrosos . Soriano confirma la hipótesis de la intención moral de los cuentos. Dice que en 1953 se descubrió un manuscrito de Caperucita Roja, fechado en 1695 (dos años antes de su publicación), en el que Perrault escribió, en el margen de la página en la que aparece el pasaje del angustioso diálogo de la niña con el lobo en la cama, la advertencia: -Estas palabras se pronuncian con voz fuerte, para asustar al niño, como si el lobo estuviese por comérselo .

Aunque actualmente podrí­amos tildar a la madre de Caperucita de -irresponsable  por encomendarle la tarea de adentrarse en el bosque, esta idea no era descabellada en los tiempos de Perrault. Recuérdese que, en el siglo XVII aún no habí­a mayor claridad acerca del concepto de niñez, ¿lo existe hoy? Aún eran -tiempos infantiles , épocas en las que la palabra del niño carecí­a de valor o significado. Además, una persona menor no era distinguida, con mayor precisión, de un adulto.

De Mause (1982) en su obra Historia de la infancia, hace referencia al testimonio de Robert Penell, quien en 1653 (apenas 44 años antes de la primera edición de Cuentos de antaño), se quejaba de que las -mujeres de alta y baja condición acostumbraban a enviar a sus hijos al campo, confiándolos a mujeres irresponsables  y agrega que en 1780 (a escasos 83 años de que Perrault dio a conocer su obra), según -estimaciones del Jefe de la Policí­a de Parí­s , de los 21.000 niños nacidos en esa ciudad, 17.000 eran enviados al campo con nodrizas, 700 eran criados en hogares por amas de leche y tan sólo 700 pasaban su niñez al lado de sus madres. Desde ese punto de vista, no se contempla como inusual el hecho de que la madre le pidiera a Caperucita, en aquellos tiempos, que se aventurara sola por el bosque y se expusiera a los peligros del campo, pues la mayorí­a de los niños de su tiempo lo hicieron.

Una niña abandonada a su suerte en el bosque; nadie podrí­a comprender en nuestros dí­as tal indiferencia por parte de los adultos. Pero, esa situación era cotidiana en la época de Perrault, en unos tiempos en los que la concepción de niñez era muy distinta a la que tenemos en el siglo XXI. Robert Darnton (citado por Goldin, 2006), registró que, en la Francia del siglo XVII, 236 de cada 1.000 bebés morí­an antes de cumplir el primer año. La situación era aún más trágica de lo que podrí­amos imaginarnos, pues el 45% de los franceses fallecí­an antes de cumplir los 10 años.

Así­, no era de extrañar que los pequeños deambularan por bosques y que desaparecieran sin mayores explicaciones. Tal vez, la ausencia de una persona menor podrí­a representar un alivio para las penurias económicas de una familia, pues Darnton señala que -un nuevo hijo significaba, a menudo, la diferencia entre pobre e indigente . Asimismo, la irrupción de un miembro en la familia podí­a ser la causa de penas en la generación próxima: mayor número de herederos, la tierra de los padres repartida entre más hijos. De esa forma, es posible comprender el hecho de que un niño o una niña recibiera la orden de adentrarse en un peligroso bosque, sin protección de ningún adulto. Nótese el hecho de que la niñez está desprovista de palabra y de cuidado alguno. En los tiempos de Perrault la infancia era un territorio confuso, en el cual no se tení­a derechos ni se hací­a uso de su palabra, sin que existiera, como respuesta, un insoportable silencio.

Mucho sorprende el hecho de que, en la versión de Perrault (1987), Caperucita voluntariamente se desviste y se acuesta con el lobo en la misma cama. Es más, Colomer (1996) hace referencia a una antigua versión aún más agresiva que la francesa, como la que Volkte y Polivka dieron a conocer en 1963, en la que la niña se desprende de cada una de sus prendas y las lanza al fuego, a la manera de un strip-tease milenario. Pero, en los años en los que Perrault (1987) elaboraba su manuscrito, el asunto no era ajeno. Las familias, estudiadas por Darnton (citado por Goldin, 2006) se amontonaban en una o dos camas, y se rodeaban de animales domésticos y ganado para mantenerse calientes. Por tanto, los hijos compartí­an su intimidad con los adultos y se convertí­an en observadores de las actividades sexuales de sus padres; y aquello no era considerado ninguna forma de atrofiar el desarrollo de un menor.

De la misma forma, los hijos trabajaban junto a sus padres, tan pronto comenzaban a caminar. Los niños, en un tiempo en que la infancia no era nuestra infancia, debí­an sobrevivir al trabajo cruel y desproporcionado, a las emociones brutales, tal como lo hace la pequeña Caperucita en un texto imaginario que representa no sólo la ficción, sino la representación del acontecer histórico, hace poco más de 300 años. De Mause (1982), afirma que en el siglo de Luis XIV, en los tiempos de Perrault, los adultos solí­an someter a las personas menores al castigo corporal. No se trataba solamente del uso de la palabra soez ni del azote, sino también del abuso sexual, el cual era practicado como una -venia general, más o menos explí­cita , aún a principios del siglo XVIII. Así­ pues, no es de extrañar que el lobo del cuento se encuentra con una jovencita, sin protección y se apreste a -devorarla , sin que exista ninguna regulación ni castigo.

Las niñas y los niños que vivieron en la época de Perrault estaban sometidos al desamparado legí­timo por parte de sus padres, a compartir el espacio de los adultos y hasta a ser ví­ctimas del abuso sexual, esto sucedió a Caperucita, en tiempos en que su palabra resultaba acallada. Era la infancia, era el silencio, fueron tiempos dichosamente idos, pero que podrí­an ser saludablemente traí­dos a la memoria por medio de un cuento de hadas, un juego, una invitación al disfrute de la palabra.

En un bosque tan diverso, tan lleno de colores ¦

Las madres y los padres podrí­an angustiarse al pensar que -debajo  de la escritura de un cuento de hadas pueda correr tanta sangre. Antes de que Perrault escribiera el cuento que añoramos y que Jacob y Willhelm Grimm lo reformularan, tal como lo conocemos en nuestros tiempos, se creó un imaginario que dio cabida a una amplia lista de violaciones a los derechos humanos. De la misma forma, Caperucita Roja es también un testimonio histórico de un tiempo en que la infancia era silenciada y sometida a desarrollarse, a veces brutalmente, en los mismos escenarios de los adultos.

Por ello, no serí­a de extrañar que muchos profesionales en educación consideren perniciosos y nocivos estos antiguos -cuentos de viejas . ¿Para qué oscurecer la infancia con historias que encierran tanto horror? Más de un adulto, con buenas intenciones, colocarí­a los Cuentos de antaño de Perrault en el rincón más alto de la biblioteca, en un sitio inalcanzable para una persona menor.

Sin embargo, los cuentos de hadas representan un patrimonio cultural, pues aparte de ser textos literarios leí­dos en diversas culturas, se consideran textos que representan un patrimonio común de la humanidad, que retratan -los modos de vida , -los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias , tal como lo reconoce la Declaración Universal sobre Diversidad Cultural de la UNESCO (2001). En el Artí­culo 7 se dice que -( ¦) el patrimonio, en todas sus formas, debe ser preservado, valorizado y transmitido a las generaciones futuras como testimonio de la experiencia y las aspiraciones humanas, a fin de nutrir la creatividad en toda su diversidad e instaurar un verdadero diálogo entre las culturas.

Por eso, una -extranjera  como Caperucita Roja me habla de la diversidad que me habita y me rodea. Como lo dijo el poeta francés Edmond Jabí¨s (citado por Goldin, 2006): -Un extranjero me ha revelado mi extranjerí­a . Esa diversidad que me hace uno con el mundo la pude percibir en mi niñez, cuando cantaba la ronda, tan provocativa, enigmática y maravillosa como el cuento:

Juguemos en el bosque
mientras el lobo no está.
¿Lobo está?


Referencias:

Bettelheim, B. (1990). Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Madrid: Crí­tica.
Biblia, con Deuterocacónicos. Dios habla hoy. (2ª ed.). México D.F.: Sociedades Bí­blicas Unidas.
Colomer, T. (Octubre, 1996). "Eterna Caperucita". En: Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil (CLIJ). Año 9, Nº 87, pp. 7-19.
Goldin, D. (2006). Los dí­as y los libros. Divagaciones sobre la hospitalidad de la lectura. México D. F.: Paidós.
González Marí­n, S. (Marzo, 2003). "¿Existí­a Caperucita antes de Perrault?". En: Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil (CLIJ), año 16, Nº 158, pp. 16-22.
Gosio, L. (Julio, 1990). "Trabalenguas, retahí­las ¦ Significado de lo insignificante en la literatura infantil". En: Parapara, Nº 14, pp. 11-20.
Grimm, J. y Grimm, W. (1977). Cuentos de los hermanos Grimm. Barcelona: Noguer.
Mause, L. de. (1982). Historia de la infancia. Madrid: Alianza.
Montes, G. (2001). El corral de la infancia. (2ª ed.). México D.F.: Fondo de Cultura Económica.
Montes, G. (1999). La frontera indómita. En torno a la construcción y defensa del espacio poético. México D.F.: Fondo de Cultura Económica.
Page, M. (1990). Enciclopedia de las cosas que nunca existieron. (6ª ed.). Madrid: Anaya.
Perera Santana, A. "Caperucita Roja en la literatura infantil y juvenil contemporánea". En: Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil (CLIJ). Año 15, Nº 151, pp. 15-22.
Perrault, Ch. (1987). Cuentos de antaño. (5ª ed.). Madrid: Anaya.
Ruzicka Kenfel, V. (Noviembre, 1996). "Hermanos Grimm, clásicos de la literatura universal". En: Cuadernos de Literatura Infantil y Juvenil (CLIJ). Año 9, Nº 88, pp. 23-34.
Soriano, M. (1995). La literatura para niños y jóvenes. Guí­a de exploración de sus grandes temas. Buenos Aires: Colihue.
UNESCO. Declaración universal sobre la diversidad cultural. Recuperado el 21 de junio de 2005, de www.biotech.bioetica.org/d102.htm