Cartel ilustrado por Rafael Yockteng.
  • Cartel ilustrado por Rafael Yockteng.

Libros: una red de casas encantadas

Ana Marí­a Machado

Yo era chica, pero no recuerdo exactamente qué edad tení­a...

Sólo sé que era lo suficientemente alta como para estar de pie frente al escritorio de mi padre, apoyar los brazos encima y colocar el mentón sobre las manos. Frente a mis ojos, bien grande, habí­a una estatuilla de bronce: un caballero muy delgado con una lanza en la mano y montado en un caballo esquelético, seguido por un burrito que cargaba a un hombrecito gordinflon con el brazo extendido y dando vivas con el sombrero.

En respuesta a mi pregunta, mi padre me los presentó:

“Don Quijote y Sancho Panza.

Quise saber quiénes eran y dónde viví­an. Me enteré que eran españoles y que durante siglos habí­an vivido en una casa encantada: un libro. Luego mi padre interrumpió su trabajo, tomó un libro enorme de la biblioteca y comenzó a mostrarme las ilustraciones mientras me contaba las aventuras de esas dos personas. En una de las ilustraciones aparecí­a Don Quijote rodeado de libros.

“¿Y quién vive dentro de esos libros? “pregunté.

De la respuesta de mi padre, comprendí­ que existí­an toda clase de libros y dentro de ellos, existí­an infinitas vidas. A partir de ese momento, de la mano de mis padres, empecé a conocer algunas, como las de Robinson Crusoe en su isla, Gulliver en Liliput y Robin Hood en su bosque. Luego descubrí­ que las princesas y las hadas, los gigantes y los genios, los reyes y las brujas, los tres chanchitos y los siete cabritos, el patito feo y el lobo feroz, todos mis viejos conocidos de los cuentos de hadas que solí­a escuchar, también habitaban en libros.

Cuando aprendí­ a leer, fui yo quien pasó a vivir en los libros. Conocí­ a personajes de cuentos populares de todo el mundo en colecciones que me llevaron de viaje desde China a Irlanda, desde Rusia a Grecia. Me sumergí­ tanto en los libros de Monteiro Lobato que podrí­a decir que me habí­a mudado a la Quinta del Benteveo Amarillo y que me habí­a quedado allí­. Era un territorio libre, sin fronteras.

Con la misma facilidad pude vivir en el Mississipi con Tom y Huck, cabalgué por Francia junto a D'Artagnan, me perdí­ en el mercado de Bagdad con Aladino, volé a la Tierra de Nunca Jamás con Peter Pan, sobrevolé Suecia montada en un ganso con Nils, me metí­ por una conejera con Alicia, fui devorada por una ballena como Pinocho, perseguí­ a Moby Dick con el capitán Ahab, navegué por los mares con el Capitán Blood, busqué tesoros con Long John Silver, di la vuelta al mundo con Phileas Fogg, me quedé muchos años en China con Marco Polo, viví­ en ífrica con Tarzán, en la cima de una montaña con Heidi y en una casita de la pradera con la familia Ingalls, fui una chica de la calle con Oliver Twist en Londres y con Cosette y los miserables en Paris, escapé de un incendio con Jane Eyre, fui a la escuela de Corazón con Enrico y Garrone, seguí­ a un santo varón en la India con Kim, soñé con ser escritora igual que mi querida Jo March, formé parte de los Capitanes de la Arena con Pedro Bala en las laderas de Bahia y a partir de entonces cada vez fui leyendo más libros para personas grandes.

Así­ de simple. Sin fronteras geográficas ni franja etaria. Sólo yendo de un lado a otro, todo vinculado en una red de casas encantadas.

Hasta que, con tantos mundos, fui construyendo los mí­os. Y comencé a compartir con otras personas, en los libros que escribo, todo aquello que vive dentro de mí­...


Traducción de Laura Canteros.