'Cantos para un mayito y una paloma', de Excilia Saldña, ilustraciones de Eduardo Muñoz Bachs. La Habana: Unión, 1984.
  • 'Cantos para un mayito y una paloma', de Excilia Saldña, ilustraciones de Eduardo Muñoz Bachs. La Habana: Unión, 1984.

Excilia Saldaña in memoriam

Antonio Orlando Rodrí­guez

La súbita muerte de la poetisa y ensayista cubana Excilia Saldaña (1946-1999) sorprendió por igual a amigos y a admiradores, a enemigos y a detractores. Los primeros sabían que la literatura cubana, y en especial las letras para la infancia, perdían un gran valor; los del segundo grupo también, aunque nunca lo lleguen admitir. Excilia era así, despertaba entre quienes la conocían pasiones de diferente signo, pero siempre borrascosas. Era una amiga incondicional, pero también podía odiar incondicionalmente. Como en distintas etapas fui objeto de su amistad y de su enojo, puedo dar testimonio de ello. 

Pero estos apuntes no son para contar anécdotas sobre Excilia y sus afectos, ni para comentar la importante labor a favor de la literatura infantil que desarrolló desde la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, el Comité Cubano de IBBY y la editorial Gente Nueva, sino para aproximarnos, brevemente, a lo que de ella va a perdurar: las páginas que publicó.
La obra dedicada a los niños y jóvenes por Excilia Saldaña fue amplia y abarcó diversos géneros: desde la monografía que daba cabida, novedosamente, a elementos de ficción, hasta el relato didáctico y la poesía concebida para la edad prescolar. En esta nota me ceñiré a su obra lírica.

En 1979, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba concedió su premio nacional de literatura infantil Ismaelillo, en el género de poesía, al cuaderno Cantos para un mayito y una paloma, de Excilia Saldaña. Esa obra enriqueció el panorama de las letras para niños en la Isla no sólo con el virtuosismo y la autenticidad con que la autora empleó algunas de las más añejas formas de la métrica tradicional hispana (zéjel, ovillejo, discor, cosante, sonetillo, entre otras), sino también con su abordaje de la naturaleza mestiza de la identidad cultural cubana y con la contribución a una vertiente temática poco cultivada: la ternura materna.

En Cantos para un mayito y una paloma se entrelazan versos y prosas poéticas, precedidos por una introducción en la que se presenta a la Sorda Tejedora del Río, personaje fabuloso, representación de la deidad yoruba Oshún (la Afrodita negra), pero también símbolo del indetenible decursar de la vida: “Se decía que sobre las aguas del río tejía nubes y ondas, tejía sueños, esperanzas, idilios y mantas primorosas. Tejía todo lo que la ternura teje cuando el corazón se ahonda". Desovillando el alba, trenzando los hilos de la existencia humana desde su cauce-tiempo, parte ella misma del río-historia, La Tejedora enhebra todos los personajes y las situaciones tristes o felices recreados en el poemario. La Tejedora trenza pregones, adivinanzas, canciones de cuna; y ata la memoria de las raíces africanas y españolas para configurar el tapiz de la nacionalida de Cuba, su telúrica urdimbre.

La obra incluye dos pequeñas suites que inaguraron sendas temáticas dentro de la poesía cubana para niños de los años ochentas. textos como “Jilguero”, "Cosante de los dos pájaros”, "Discor descortés", “El marinero” y “Zéjel de la soledad” se adentran con conmovedora limpidez en un terreno tan escaboroso como el desamor. (El niño de hoy sabe perfectamente que el devenir de la relación amorosa no resulta siempre tan sencillo como aquel “y por siempre vivieron felices” de los cuentos de hadas.) Por otra parte, el ciclo estructurado con “El dueño de los caminos", "Osaín de un pie", "El fondo del mar" y "Osará, el viento", rescatan personajes de la rica mitología negra, son poemas-leyendas despojados de toda connotación mística, presentados en su más pura acepción: fantasías de un pueblo niño.

Precisamente de esa jugosa porción africana del folclor de Cuba se nutrió otro título clave escrito por Excilia Saldaña: Kele Kele (1987), un conjunto de poemas narrativos en prosa. Personal recreación de los patakin del universo yoruba, leyendas lucumíes que la autora rescató del olvido para insuflar a la tradición oral la singularidad de su voz poética. Rescató, y eso es encomiable, pero su trabajo no se limitó a volcar los mitos en las páginas de un libro como quien colocar piezas arqueológicas de extraordinario valor en las vitrinas de un museo. Saldaña se sirvió de las leyendas. Indagó, las restauró, las recreó, las utilizó; se valió de sus esencias para, a través de ellas, comunicarse con los jóvenes lectores, entablar un diálogo contemporáneo acerca de ese tema tan antiguo como la sensibilidad humana: el amor. (Kele Kele es una expresión sensual que podría traducirse del yoruba al castellano como "suavemente" o "suavecito".)

"Quise con Kele Kele que los jóvenes se pusieran en contacto con una cultura muy bella de la que somos depositarios. La cultura lucumí no era pedestre cuando arribó a nuestra Isla. El conocimiento del mundo que poseía, las estructuras sociales que manejaba el negro yoruba eran muy complejas. A pesar de la esclavitud, pudo mantener su fuerza e insuflarla a nuestro acervo cultural. Develar todo lo que tiene de bello desde el punto de vista artístico y filosófico esa porción del folclor cubano es uno de los propósitos de la obra. Pienso que desde el punto de vista formal es el mayor de los retos que me he impuesto. En cada relato se mantiene siempre la cadencia del octosílabo y el lenguaje se propone dar testimonio de nuestro mestizaje", me comentó la escritora en una entrevista grabada en 1988, y que ha permanecido inédita desde entonces.

En una época en que se habla con creciente preocupación de una crisis de valores en las relaciones de la pareja, Kele Kele propuso sutilmente una revalorización del sentimiento amoroso, una reflexión acerca de la ética del amante. Como un griot moderno, Excilia Saldaña exploró la magia de los ancestros desde la perspectiva del presente. En su libro reaparece ese contrapunteo entre las raíces africanas y españolas que distinguió lo más significativo de su producción literaria. Simbiosis de culturas, integración, fusión de los cantares de juglaría con los cantos polifónicos lucumíes, con el inquietante diálogo del apkwon y su coro.

Un tercer libro vería la luz en 1989. El más suyo, pues en él plasmó su concepto del libro infantil no solo en el aspecto textual, sino también gráfico, de ilustración y editorial. Aunque ni temática ni estilísticamente implicó una renovación en su quehacer, La noche le permitió volver sobre algunos de sus motivos recurrentes, como el protagonismo de la abuela en el universo familiar ("Ovillejo ovilado", "Madrigal de abuela"), la relación madre-hijo ("Nana de la retahila", "Viejo amigo", "Eres"), la fusión entre lo africano y lo hispánico ("El güije", "Frenta a la Alameda"), el amor de pareja ("Romancillo del rey", "Yo sé de un rey"). Como producto editorial, La noche es un libro sumamente hermoso, muy coherente en su vinculación imagen gráfica-propuesta lingüística. Páginas negras (el color de la noche), textos manuscritos en azul o blanco y viñetas que testimonian, con la presencia de determinados objetos, el paso de la niñez a la adolescencia.

En La noche, Excilia Saldaña volvió a entregar a niños y jóvenes no la periferia de su poesía, sino lo medular, lo más auténtico y permanente. Con esa obra demostró ser, a su modo, otra silenciosa Tejedora del Río que desataba el ovillo de la fantasía y la realidad, del juego y el desgarramiento. Otra cosa cosa no cabía esperar de una intelectual convencida de que los mejores poetas que han escrito para el público infantil en nuestra lengua (léase Martí, Lorca, Mistral, Guillén), no hicieron nunca una escisión entre el público infantil y el adulto, puesto que temas y formas se correspondieron con exactitud a sus respectivas poéticas.

Con su desaparición, la poesía para niños en castellano pierde una voz singular y el movimiento de la literatura infantil cubana uno de sus más importantes propulsores.