La palabra: el más peligroso de los bienes

Marí­a Teresa Andruetto y Perla Suez

A mi hijo. 

A mi hijo nunca le gustaron los cuentos
Y le contábamos de ogros y del perro fiel
De los viajes de la Bella y del lobo feroz
Pero al niño nunca le gustaron los cuentos

Ahora, por las noches, me siento y le hablo
Llamo al perro perro, al lobo lobo, a la oscuridad
oscuridad,
Le señalo con el dedo a los malos, le enseño
Nombres y rezos, le canto a nuestros muertos.

¡Ah, basta ya! A los niños tenemos que contarles la verdad.

Manolis Anagnostakis
poeta griego contemporáneo


I. Hoy nadie puede llamarse escritor si no pone seriamente en dudas su derecho a serlo.
II. Quien no tome conciencia de la situación del mundo en que vivimos, difí­cilmente tendrá algo que decir sobre él.

 

I.

Hoy nadie puede llamarse escritor si no pone seriamente en duda su derecho a serlo.¿De quién es la palabra? ¿Del editor, del lector, del escritor? ¿Cómo y hasta qué punto la palabra es el más peligroso de los bienes?¿De qué modo sino a través de la escritura puede un escritor dar testimonio de lo que es? ¿Y qué es testimoniar sino declarar lo que pensamos y sentimos y mantenerlo con nuestra producción?

El oficio de escribir es una faena a través de la que puede ser dicho tanto lo profundo como lo vulgar. Y esto es válido para la literatura destinada a los adultos y para la destinada a los niños. ¿O acaso podemos separar al escritor del escritor para niños? ¿O cada vez que hablamos de escritores para niños hablamos de otra especie, de una especie menor? ¿Acaso no está instalado entre nosotros el consenso de que quien hace la diferencia es el destinatario?

Si los libros para niños escapan al drama de la vida acaban por resultar una negación de la literatura. La literatura es, y tiene que seguir siendo, una actividad sumamente incómoda. La ambigüedad es su función suprema. Un escritor avezado siempre se planteará un otro aspecto del problema, su contrario vital, porque hay verdades complejas que se alojan en lugares terribles y la función inquietante del arte es seguir recordándonos eso.

¿Y cómo se es fiel o traidor en la escritura? Lo valioso de ella es que sus respuestas son siempre nuevas preguntas. La literatura no existe para confortarnos o para darnos una postura equilibrada. Todo lo contrario, su propósito es amenazar nuestro equilibrio, desestabilizarnos, revolverlo todo. Cuando no es así­, cuando la escritura ha sido traicionada, se vuelve tan muerta como la carne frí­a, porque su fuerza está, precisamente, en la incertidumbre del pensamiento que contiene.

No hay quién nos ofrezca garantí­as de escribir una palabra esencial o estúpida. Hemos pregonado durante años que la literatura para niños es literatura, pero en los hechos cuántos libros editados en nuestro paí­s sostienen eso.

En el origen, saber escribir era un privilegio y un poder. Desde tiempos inmemoriales el hombre ha perseguido ese tesoro oculto que estalla dentro de la lengua escrita. Según los antiguos egipcios era el dios Thot, él mismo, quien habí­a creado la escritura para dársela a los hombres. Prometeo robó a los dioses el logos y el fuego para entregárnoslos. ¿Y qué es la literatura sino la combinación de fuego( eso que el diccionario de Marí­a Moliner califica como "materia ardiendo con o sin llama") y logos (que en griego quiere decir al mismo tiempo palabra y conocimiento)?

¿Qué estamos haciendo hoy los que tenemos el privilegio y el poder de escribir? ¿Quién de nosotros es capaz de apresar, como decí­a Hí¶lderlin, algo permanente para detenerlo en una palabra? De los cientos de tí­tulos para niños y jóvenes que se publican cada año en nuestro paí­s, sólo un puñado soporta el nombre de literatura: estamos depredando la escritura como se depreda la naturaleza.

Alguna vez la literatura infantil fue tierra de nadie. Trabajamos mucho para cambiar eso y cuando al fin se profesionaliza y se instala en la sociedad de modo que ya no puede negarse su existencia, las claudicaciones ideológicas, los coqueteos y complacencias con lo que el mercado demanda y la entrega abierta al capitalismo liberal la amenazan con el vaciamiento total de la palabra.

 

II.

De los cientos de tí­tulos para niños y jóvenes que se publican cada año en nuestro paí­s, sólo un puñado soporta el nombre de literatura. ¿Qué tiene ese puñado de libros? En principio, no hacen ofensas al ritmo narrativo y resuelven con agilidad, economí­a, precisión y austeridad la historia que cuentan: rapidez de estilo y de pensamiento puestos al servicio de lo que el escritor quiere decir.

El trabajo sobre la forma es siempre un trabajo sobre el sentido. Cuando la forma se debilita, la acción y la tensión del texto se vuelven laxas, la historia se repliega y no hay oficio que alcance para conmover y hacer pensar al lector.

En nuestro paí­s se escribe y publica para niños, quién lo duda, mucho. Y en general, todos hemos estado de acuerdo en rechazar un lenguaje estandarizado, oficial y didáctico. ¿Pero cuál es la alternativa que hemos creado? La insustancialidad de lo que hoy se cuenta, preocupa. El mercado demanda performance y lo consigue: escritores de oficio, ilustradores de oficio, ediciones impecables.¿Pero al servicio de qué ponemos todo eso? ¿Somos capaces de contarles la verdad a los niños, como dice el poeta griego Manolis Anagnostakis?¿Y cómo contarla de una manera necesaria, única, memorable?

La literatura nunca hubiera existido si una parte de los seres humanos no estuviera descontenta con el mundo tal como es. Olvidado de las horas y los dí­as, con la mirada fija en la inmovilidad de las palabras mudas, el escritor pretende construir un mensaje de inmediatez obtenido a fuerza de ajustes pacientes y meticulosos. Sólo el uso del mot juste permite acercarnos al drama de la vida con atención y respeto hacia aquello que la vida comunica sin palabras.