Apuntes sobre la censura de autores y libros de literatura infantil y juvenil en Cuba (1960-1985)
"Me aplastan y vituperanrepitiendo no sé qué aberrante resolución que me atañe.Me han sepultado".(Reinaldo Arenas, Voluntad de vivir manifestándose)
A manera de pórtico
En La Habana de 1937, la autora Emma Pérez dio a conocer un libro de poemas para niños titulado Niña y el viento de mañana. Vinculada a la corriente de la poesía social que, dentro de la poesía para adultos, habían cultivado autores de la isla como Regino Pedroso y Nicolás Guillén, esta obra denunciaba la pobreza, la discriminación y la desigualdad de los grandes sectores desposeídos en la Cuba de aquellos años.
Nada impidió a Emma Pérez, quien por entonces trabajaba como mecanógrafa en la Universidad de La Habana, escribir su libro, publicarlo en los Talleres de P. Fernández –pagando ella la edición– y difundirlo, del mismo modo que nadie le impedía participar activamente en la defensa de la República Española y apoyar las reivindicaciones del movimiento sindical.
Pese a la indiferencia de las escasas empresas editoriales por las publicaciones para niños que no estuvieran destinadas expresamente a su uso en el ámbito escolar, los poemas de Emma Pérez Téllez se imprimieron y disfrutaron de la discreta, pero libre, circulación a que podía aspirar en el país, en aquellos años, la escasamente valorada literatura para niños.
Cuatro décadas más tarde, en la Cuba de 1976, la publicación de forma individual de ese u otro libro, utilizando los Talleres de P. Fernández y Ca. o cualquier otra imprenta, habría sido del todo imposible. Las razones son sencillas: para entonces, las condiciones sociopolíticas y la situación de las libertades individuales habían cambiado sustancialmente en el país.
Es cierto que existían ya políticas gubernamentales para fomentar la creación de obras de literatura infantil y juvenil (LIJ) y subvencionar su publicación a través de editoriales oficiales; pero la decisión de qué publicaba o no un autor no era tomada por este de modo autónomo, sino por representantes de las instituciones educativas, culturales e incluso de la seguridad del estado. Como parte sus acciones de la década de 1960, el gobierno había nacionalizado y monopolizado todas las imprentas del país –desde las grandes poligráficas hasta los más modestos talleres tipográficos– con el fin de tener la garantía de que nadie pudiera publicar libros, periódicos, revistas, folletos o hojas sueltas de forma independiente, sin requerir de la aprobación y la supervisión de una instancia oficial. De lo que se desprende que, si por cualquier motivo la obra literaria que se pretendía publicar no era del gusto de los representantes del estado, o si la persona que la había escrito no inspiraba suficiente confianza en materia de lealtad a los principios revolucionarios, no existía ninguna posibilidad de que se pudiera imprimir de forma privada ni de que alcanzara siquiera la mínima circulación que tuvo, en 1937, Niña y el viento de mañana, un libro combativo y contestatario, cuestionador del status quo de la burguesía y las clases dominantes del país.
Para 1977, el nombre de Emma Pérez había sido borrado con esmero de los anales oficiales de la literatura y la educación en Cuba: sus valiosos aportes a la cultura nacional eran desconocidos para una nueva generación que nunca había escuchado hablar de ella ni tenido acceso a sus libros. Al igual que toda la producción literaria de esta autora, Niña y el viento de mañana estaba relegado al más completo olvido, a pesar de tratarse de una obra que –como la Revolución que, muchos años después de su escritura, había llegado al poder– abogaba por la igualdad social y por una vida mejor para el pueblo.
¿Cómo sucedió esto? ¿Qué lo propició? ¿Y por qué se hizo?