Meñique

Eddy Dí­az Souza

Este breve texto está inspirado en el cuento homónimo de Laboulaye, que tradujera José Martí para los niños de La Edad de Oro. La pieza puede ser interpretada por un actor o narrador, e incluir títeres, música y decorados.

NARRADOR. Andar, viajar, partir… Unos llegan, otros van… El mundo es un constante ajetreo, un ir y venir, a veces bullicioso, a veces silente. En este correr de aquí para allá y de allá para acullá, por suerte, siempre ha habido algo de tiempo para mirar, escuchar y aprender de las historias. Incluso de los cuentos de magia, como este que ocurrió en un país muy extraño, hace ya mucho tiempo.
En aquel país vivía un campesino que tenía un hijo pequeño, asombrosamente pequeño, tan pequeño que, aunque se llamaba Juan, todos lo decían Meñique. El padre de Meñique era un campesino pobre, realmente pobre, así que un día no tuvo ni pan para poner en la mesa.

PADRE. Meñique, hijo mío, por más que desyerbo y siembro, no hay semilla que crezca en esta tierra. No hay remedio. Tienes que dejar esta choza y buscar fortuna por el mundo.

MEÑIQUE. ¿Cómo? ¿Irme? ¿Irme y dejarte?

PADRE. Vete tranquilo, Meñique. Yo estaré bien.

MEÑIQUE. Pero, ¿acaso no soy muy pequeño para este mundo?

PADRE. Tú verás.

NARRADOR. El padre le dio un beso. Meñique hizo un bulto pequeñito con sus pocas pertenencias y salió al camino. En algún momento se volvió a ver la casa en que había nacido y entonces descubrió a su padre, aun en la ventana, diciendo adiós. Lo vio por un momento y luego siguió adelante, siempre adelante, sin mirar atrás; porque si insistía en ver la casa a sus espaldas, el jardín, la ventana y la mano de su padre, entonces avanzaría muy poco.
Y andando, Meñique se encontró un caminante.

MEÑIQUE. ¡Hola, amigo! ¿Cómo estás?

HOMBRE 1. Tengo prisa.

MEÑIQUE. ¿A dónde vas?

HOMBRE 1. Voy al palacio del rey a cortar un roble encantado. Si derribo el árbol, podré casarme con la princesa. Si me caso con la princesa seré rico, muy rico. Soy fuerte. Soy el tipo. Lo haré. Yo lo haré… 1, 2 y 3.

NARRADOR. Y sin decir ni una palabra más, echó a correr el hombre. Meñique trató de alcanzarlo, pero algo lo distrajo. Un ruido extraño, como el tan-tan de un tambor que se multiplicaba en el aire. Y Meñique fue a ver. Era un hacha encantada que cortaba un recio pino.

MEÑIQUE. Buenos días, señora hacha, ¿no está cansada de cortar tan solita ese árbol tan viejo?

Texto íntegro de la obra en PDF.