Historia del jabuti sabio y del mico entrometido
Ana María MachadoEl jabuti (tortuga de tierra) puede parecer un animal medio tonto, así, pesado, lento. Pero, nada de eso: los indios saben que no es así. Tanto lo saben que cuentan un montón de historias de la habilidad del jabuti. Y tantas han contado que mucha gente que no es india aprendió también a contar historias. Hay historias hasta inventadas. Historias como esta que tenemos aquí.
Dicen que era una vez un jabuti muy hábil que vivía en el matorral, en el borde de un río. Dentro del matorral vivían también otros animales más grandes, como la danta. Había animales fuertes, como el jaguar, animales cariñosos como el oso hormiguero y animales tan malolientes como el zorrillo. Pero no había ninguno tan astuto como el jabuti.
Algo que con frecuencia sucede con aquel que no es astuto, es que justamente se cree el más astuto del mundo. Y eso era lo que pasaba en el matorral. Todos los animales se creían los superastutos del lugar y pensaban que lo del jabuti era pura fama. Por eso resolvieron hacer un concurso, concurso muy reñido, para averiguar quién era el más inteligente. Y escogieron al hombre para ser el juez. Más exactamente a Curumin, cachorro de hombre.
Curumin llegó y vio a todos los animales reunidos. Enseguida comenzó a preguntar:
–¿En qué eres experto tú?
Cada uno contó lo que quiso. La liebre inventaba cómo había engañado a la paca. El conejo se acordaba de cómo un día ensilló al jaguar. La zorra celebraba recordando que una vez se había disfrazado de insecto. El mico se ufanaba de un montón de embustes.
El jabuti no decía nada. Cuando Curumin le preguntó, el jabuti dijo:
–No sé nada… Soy un tonto. Cualquiera me engaña.
Curumin enseguida se dio cuenta de que se trataba de un astuto disfrazado de tonto para que nadie le pusiera atención. Entonces cambió de tema y dijo:
–Vamos a hacer una cosa. Voy a hacer una pregunta muy difícil. Quien la conteste gana el premio a la astucia.
–¿Cuál es el premio?
Curumin pensó un poco para ver qué era lo mejor del matorral y contestó:
–Las mejores frutas del bosque. El que gane escoge las que quiera.
Hubo gran animación y alborozo. Todos se pusieron de acuerdo. Entonces Curumin preguntó:
–¿Qué será, qué será, lo que está sobre el cielo?
La onza, que era el más fuerte, contestó de primeras y gritó:
–¡El huevo!
Nadie entendió. Y es que la onza creía que todas las preguntas que comienzan con ¿qué será, qué será? tienen la misma respuesta: el huevo. Solo porque casi todas las adivinanzas que él había oído eran así: ¿qué será, qué será, una casita blanca sin puerta y sin tranca? O, ¿qué será, qué será, una casita blanca de buen parecer, no hay carpintero que la pueda hacer? O, ¿qué será, qué será, que para poderlo usar se tiene que quebrar? O, ¿qué será, qué será, algo que en la vida es un tesoro, se tira para arriba y es de plata, se tira para abajo y es de oro?
De no haber sido la respuesta de la onza, todos habrían soltado una carcajada. Pero todos le tenían mucho miedo. Por eso se hicieron los que no habían oído nada. Solo Curumin fue capaz de decir que había fallado.
Entonces cada uno comenzó a contestar. Uno decía que era la nube, otro creía que era el buitre, otro respondía que era el arcoíris, la luna, el sol, una estrella, todo lo que brillaba en lo alto.
Ninguno acertaba. Hasta que el mico dijo:
–Es Dios.
Y el jabutí dijo:
–Es el punto de la letra “i”.
Se armó una gran discusión, unos decían que podía ser cualquiera de las dos respuestas, otros garantizaban que solo uno tenía la razón. Y Curumin habló y pidió que le prestaran atención:
–Vamos a desempatar el premio. ¿Cuántas frutas quieres tú, mico? ¿Y cuántas quieres tú, jabuti?
El mico, muy goloso, dijo enseguida:
–Ahora no quiero ninguna, pues tengo la barriga llena. Voy a esperar hasta mañana por la mañana para comerme todas las frutas que me quepan en ayunas.
El jabuti no se afanó y fue con toda calma que dijo:
–Quiero una.
Todos se asombraron:
–¿Una?
El jabuti confirmó:
–Eso mismo. Junten todas las frutas que tengan y cuéntenlas. Una es mía. Se pueden quedar con las otras.
Al día siguiente, bien temprano, se reunieron todos los animales frente a una enorme piña de frutas. Había guayaba, coco, mango, banano, piña, patilla, zapote. Había papaya, tamarindo, maracuyá, chirimoya y todas las frutas que uno se pueda imaginar. El mico, que no comía desde la víspera, fue diciendo:
–Yo empiezo.
Y de veras que comenzó, riendo, pensando que después de comerse todas las frutas que pudiera en ayunas, no le iba a quedar ninguna al jabuti. Pero cuando iba a comenzar el segundo banano, oyó que el jabuti decía con voz mansa:
–No más. Se acabó tu turno.
–¿Cómo que se acabó mi turno? Apenas estoy empezando…
–Nada de eso. Tú podías comer todo lo que pudieras en ayunas. Pero ya no estás en ayunas porque te comiste un banano. Se acabó.
Hubo una carcajada general, todos burlándose del goloso. El mico se fue, malencarado y furioso.
Curumin anunció:
–Ahora le toca al jabuti. Vamos a contar las frutas, para que él coja la suya.
Y comenzó a contar:
–Uno, dos, tres…
–Puedes parar de contar –interrumpió el jabuti–. Déjame coger la mía, esa que contaste “una”.
Y la cogió. Después dijo:
–¡Sigue contando!
Cuando Curumin comenzó otra vez, dijo de nuevo:
–Una…
El jabuti interrumpió otra vez:
–¿Una? Entonces es la mía…
Y así fue hasta el final. Curumin no lograba contar porque cada vez que decía “una”, el jabuti cogía la fruta y decía:
–Es mía. Solo quiero una.
De una en una, se quedó con la pila. Y tuvo fruta de sobra para compartir con los amigos y con toda la familia.
Cuento puesto en línea en octubre de 2000.