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  • Ilustración de Hugo Díaz para 'Cocori", de Joaquí­n Gutiérrez.

Cocorí­ entrevista a Joaquí­n Gutiérrez

Sergio Andricaí­n

Cierto dí­a, Cocorí­ se despertó más temprano que de costumbre, se despidió con un beso de mamá Drusila, dijo "hasta luego" a doña Modorra la tortuga y al monito Tití­, y emprendió el camino en busca de nuevas aventuras.

Andando y andando, se alejó de su hermosa playa y llegó a la ciudad capital. Después de sortear los peligros del tránsito —que no son menores que los de la selva—, dio por fin con la casa del más famoso de los escritores de Costa Rica. Llamó a la puerta y preguntó:

—¿Aquí­ vive don Joaquí­n?

—Sí­ —le contestó una señora bajita, canosa y de mirada cálida—. ¿Qué se te ofrece?

—Dí­gale que aquí­ está Cocorí­.

En cuanto supo de su visita, don Joaquí­n Gutiérrez lo mandó a pasar a su biblioteca y allí­, entre libros y fotos, el autor y su personaje conversaron.

—¿A qué se debe esta sorpresa, muchacho?

—Hace tiempo que quiero saber algunas cosas sobre mi libro y decidí­ venir a entrevistarlo.

—Pues pregunta lo que gustes. ¡Adelante!

El niño se quedó pensativo un instante y luego indagó:

—¿En qué año escribió usted mis aventuras?

—Ufff..., de eso hace ya un buen tiempo. Fue en 1947. En aquella época me encontraba viviendo en Santiago de Chile y supe que se habí­a convocado a un concurso de novela para niños. Y aunque la información me llegó con tardanza, de todas formas me animé a participar. Así­ fue como escribí­ tu libro, Cocorí­, ¡y con tan buena suerte que obtuvo el premio!

—¿Cuánto demoró en escribirlo?

—Apenas una semana. Llegaba del banco donde trabajaba y me poní­a a escribir. Claro que Nena, mi esposa, me ayudó muchí­simo. Ella revisaba durante el dí­a las páginas que yo habí­a escrito la noche anterior, y eso permitió que pudiera tenerlo listo en tan pocos dí­as.

—¿Y cómo se le ocurrió escribir un libro para niños que tuviera como escenarios la costa y la selva atlánticas? —siguió preguntando Cocorí­.

—No olvides que yo nací­ en Limón. En tu libro están volcadas muchas de mis vivencias de niño. Recuerdo, por ejemplo, que a mi hermano y a mí­ nos encantaba jugar con tortugas. Entonces habí­a tantas en Limón, que cuando salí­an a poner sus huevos en la arena, los muchachos nos subí­amos encima de ellas. Pero las tortugas ni cuenta se daban y seguí­an caminando con nosotros encima. ¡Qué manera de divertirnos! ¡Aquello era una gozadera! También habí­a monillos por donde quiera. En mi casa tení­amos uno que papá trajo de la finca y que era demasiado diablo. Una vez se empezaron a perder todos los calcetines y nadie sabí­a adónde iban a parar. Uno se acostaba, dejaba los calcetines en los zapatos y cuando se levantaba... ¡encontraba uno solo! Y ahí­ mismo empezaban los pleitos entre hermanos: "¿Qué le hiciste a mi calcetí­n? ¡Devuélvemelo!". Hasta que un dí­a dijo papá: "No discutan más. El culpable es el mono. Esta noche vamos a vigilarlo y por fin sabremos dónde tiene el nido de calcetines". Aquella noche nos acostamos, apagamos las luces de la casa, pero nadie se durmió. Todos estábamos atentos, y cuando oí­mos los pasos del monito, que iba recorriendo los cuartos y llevándose los calcetines, encendimos las luces. Corrimos detrás de él y vimos que se dirigí­a como un bólido hacia el escusado. El muy pí­caro echó los calcetines dentro y haló la cadena. ¡Por eso no aparecí­a ninguno! En esas travesuras me inspiré para crear a tu tití­ atarantado, metepata y cabecilla loca, Cocorí­.

—Dí­game, don Joaquí­n, ¿y en cuántos paí­ses se ha publicado ya mi libro?

—En unos cuantos. A ti te conocen no solo los niños de Costa Rica, sino también los de Francia, Holanda, Argentina, Cuba, Ucrania, Checoslovaquia, Alemania, Chile, Honduras, Canadá... y no sigo la lista porque se te van a subir los humos a la cabeza.

—¿Por qué escogió para mí­ el nombre de Cocorí­?

—Para rendirle homenaje a un cacique nuestro que se enfrentó a los conquistadores españoles. Se llamaba Cocorí­ y su tribu se defendió valientemente de los conquistadores.

Cocorí­ volvió a la carga:

—¿A usted le gustaba leer cuando niño?

—Sí­. ¡Mucho!

—¿Y cuál fue el primer libro que se leyó?

—Debe haber sido Pinocho y Chapete, y debe haber sido un regalo de mi papá. Después descubrí­ las novelas de aventuras de Salgari y me aficioné a ellas.

—¿Qué es para usted un niño?

—¿Un niño? Pues una especie de coctel, una mezcla. Un niño tiene de colibrí­, de mono, de delfí­n y de mariposa. Pero esas dosis varí­an tanto, que entre los niños podemos hallar puros monos y puras mariposas...

Los dos se echaron a reí­r, hasta que Cocorí­ dijo:

—Bueno, don Joaquí­n, tengo que irme. Además, no quiero interrumpir su siesta.

Pero no se marchó enseguida, porque en ese instante apareció doña Nena con un delicioso tres leches y se lo ofreció.

Don Joaquí­n y su esposa lo acompañaron hasta la puerta de la casa y cuando ya estaba en la acera, al chiquillo se le ocurrió una última pregunta:

—¿Qué mensaje les mandarí­a a los niños?

—Que vean menos tele y lean más libros —se apresuró a contestar el autor de Cocorí­, y añadió—: ¡Y que vayan a la Luna!, como puedan y en lo que puedan: en bicicleta, en las páginas de un libro, con su fantasí­a o subidos en un papalote.


Entrevista realizada en 1992 y publicada  originalmente en el suplemento literario Áncora del periódico La Nación de Costa Rica.