Un monstruo viene a verme

Un monstruo viene a verme. Patrick Ness y Siobhan Dobwd

Conor tiene once años. Vive con su madre, que pelea contra un cáncer en fase muy avanzada. El monstruo del tí­tulo le visita por las noches, a las doce y siete minutos. Pero él no lo teme. Tiene miedos mucho mayores que se manifiestan en una pesadilla recurrente que va revelándose a lo largo de la historia. Es más, a ese monstruo que aparece cada noche lo ha llamado Conor, eso lo sabemos desde el inicio, aunque ni el lector ni el personaje comprenda aún los motivos. El chico está convencido de que lo ha llamado para que salve a su madre pero, en realidad, ese ser casi todopoderoso acude para algo muy distinto.

La narración trata las emociones enfrentadas que provoca en un niño la próxima muerte de su madre. Y lo hace sin tapujos, sin medias tintas. Es una injusticia, un mazazo y Conor reacciona con ira, rabia, odio, dolor... porque es lo que tiene dentro: una tormenta de emociones y pensamientos contradictorios difí­ciles de aceptar que le hacen sentirse un mal hijo, un mal amigo, incluso un mal enemigo.

El libro repite el esquema de Cuento de Navidad, de Dickens, aunque no busca el mismo fin. No se trata de que el chico observe su pasado, su presente y su futuro. El monstruo le cuenta tres historias transportándolo a una especie de sueño en el que puede ser testigo de la narración. En esas historias, nada es lo que parece a primera vista y a través de ellas el monstruo pretende que Conor se dé cuenta de que el miedo que hay dentro de él no está fundamentado. Las tres historias muestran a Conor que la vida no es blanca y negra, que se puede ser bueno y malo al tiempo, elegir bien y mal, querer y no querer.

Conor sufre y hace sufrir porque piensa que su única salvación es el castigo. Y lo busca. Encarnizadamente. Y lo que encuentra es compasión. De muchos colores, de muchas intensidades, a veces lastimosa, a veces cruel, a veces profunda. En amigos, enemigos, familia... Y eso le duele porque lo que quiere es castigo para purgar su -culpa  por lo que siente.
Por eso viene el monstruo, para liberarlo de esa culpa y pedirle que cuente su historia, lo que realmente le asusta, y lo exorcice al hacerlo visible. Eso le dará energí­a para poder vivir en un mundo que, en breve, va a quedar más vací­o para él.

Un planteamiento valiente que busca la catarsis del personaje a fin de que acepte que las cosas pueden ser y no ser al mismo tiempo, ser algo y su contrario. Conor se liberará de la obligación moral de querer que su madre viva a toda costa porque toma conciencia de que desear el fin del sufrimiento incluye las dos opciones: que la madre se cure o que muera. Y es lí­cito y normal que ambas convivan.

A una historia valiente como esta solo podí­an acompañarla unas ilustraciones no menos valientes, casi dolorosas. Realizadas en tinta negra por Jim Kay con trazos vigorosos, incluso violentos, se escapan de los márgenes y lo ocupan todo o se quedan encogidas en una esquina, según el momento que el protagonista esté viviendo.

Un monstruo viene a verme es una historia bella, dolorosa, emotiva, llena de compasión y con un final feliz en el que el monstruo vence.

Javier Fonseca Garcí­a-Donas y Esperanza Fabregat