Yo aquí­ solo soy el perro
  • Yo aquí­ solo soy el perro

    Jutta Richter
  • Ilustraciones de Hildegard Müller
    Traducción de L. Rodrí­­guez López
    Santa Marta de Tormes, Salamanca, 2012

Yo aquí­ solo soy el perro. Jutta Richter

Rara vez se presenta la oportunidad de comentar un libro con genuino entusiasmo. En esos casos, la prudencia aconseja no excederse en elogios, para no parecer desmedido o perder la credibilidad. Obviando esa recomendación, termino el primer párrafo de esta nota asegurándoles que Yo aquí­ solo soy el perro, de Jutta Richter, con ilustraciones de Hildehard Müller, es una obra con un encanto mayúsculo, al que es dificil sustraerse. 

Obviamente, un libro que presente a un perro como narrador y protagonista tiene de antemano un público garantizado, pero en realidad no hay que ser un devoto de esos cuadrúpedos para disfrutar, desde la primera hasta la última lí­nea, de esta suerte de diario secreto perruno de Brendon/Anton. La relación del héroe con sus amos Emily y Friedbert, con la pequeña hija de estos, con la peligrosa gata Misi y con la entrenadora que contratan para disciplinarlo está narrada con un lenguaje sintético, de gran agudeza y humor. El hecho de que Anton sea un perro (un pastor ovejero oriundo de Hungrí­a, por más señas) no impide a la autora construir un personaje complejo, sólido sicológicamente y con una gran riqueza de aristas, cuya existencia transcurre entre el recuerdo de su vida pasada “¿cuánto hay de cierto en esas idí­licas memorias, cuánto de fabulación? “, en la que el antiguo Brendon cuidaba de las ovejas, en compañí­a de sus hermanos Bela, Bratko y Bence, siguiendo el ejemplo del legendario tí­o Ferenc, y su existencia actual en el ámbito doméstico que le ha tocado en suerte, donde intenta, la mayor parte de las veces sin buenos resultados, cuidar del "rebaño humano" que cree tener a su cargo.

El libro está conformado por una decena de amenos capí­tulos en los que este perro con alma de filósofo refiere los pequeños y grandes acontecimientos de su existencia (desde hacer destrozos en la cocina junto a Misi, por culpa de un apetitoso ganso asado navideño, hasta rescatar a la hija de sus dueños de morir ahogada en un estanque helado); sus historias concluyen siempre con la misma reflexión: "No es que quiera quejarme. Unas cosas con otras, he tenido suerte". Lo mismo si te obligan a dormir en un cesto fuera de las habitaciones que si te permiten pasar la noche en el dormitorio, en una mullida piel de cordero; lo mismo si te aclaman como si fueras un héroe que si te rechazan por "oler a perro", la vida es siempre un regalo y vale la pena vivirla.

Una reflexión final que Antón dirige a los demás perros, casi al final del libro, nos convida a replantearnos lo que podrí­an opinar estas mascotas acerca de sus dueños: "Nosotros, los perros pastores, estamos unánimemente de acuerdo en que las personas no saben mucho del mundo. Mi tí­o Ferenc decí­a: tienen una mala nariz, malas orejas, andan sobre dos pies y sus lenguas son demasiado cortas. Si pudieran vigilar ellos mismos a los rebaños, jamás nos darí­an de comer. ¡Como perros, vosotros sois superiores a las personas, no lo olvidéis". ¿Tendrá razón...?

Este es uno de esos libros sobre los que uno puede decir: "Léanlo y se acordarán de mí­". Altamente recomendado, por supuesto.

Javier Gómez